Los retos de las instituciones de educación superior, durante la pandemia y después

Por: Sylvia Schmelkes

Tuve recientemente la oportunidad de compartir un seminario en línea –del ciclo Diálogos Educativos organizado por la red Mujeres Unidas por la Educación, MUxED– con dos colegas mujeres funcionarias de universidades mexicanas: del Tecnológico de Monterrey y de la Universidad Veracruzana.  Reflexionaba al final de la sesión que estas tres universidades lograron tránsitos exitosos de la presencialidad a la virtualidad, en muy poco tiempo.  Las tres estaban, con sus más y sus menos, preparadas para lograrlo.  El Tecnológico de Monterrey ha estado a la vanguardia de la educación en línea y a distancia desde hace ya muchos años.  La Universidad Veracruzana construyó desde principios de siglo una poderosa plataforma educativa que ahora ha podido aprovechar de manera ejemplar. La Universidad Iberoamericana tenía también avances en el manejo de una plataforma para la virtualidad y en la formación de docentes para su uso.

Estas universidades, y seguramente varias otras en el país, son privilegiadas.  Lograron, con sus más y sus menos, la mayor parte de los propósitos educativos del periodo escolar interrumpido por la pandemia, con la mayor parte de los alumnos.  Desgraciadamente, está no es la situación para la mayor parte de las instituciones de educación superior en el país.  Estas instituciones en general han avanzado poco en tecnificar la educación, en experimentar con educación a distancia y en formar a sus profesores para su manejo.  Ello ha conducido a una especie de parálisis de muchas de ellas, durante estos meses, que vendrán a significar un importante paréntesis en el avance escolar de los estudiantes.  En algunos casos, las instituciones han hecho intentos por recuperar algunas de sus actividades a distancia y han tenido en ello logros disparejos, pero, en ningún caso, con todos sus estudiantes.

Por otra parte, la pandemia ha dejado, como bien sabemos, estragos económicos de dimensiones inconmensurables, que consecuentemente repercutirán en una dificultad acrecentada de muchos estudiantes de continuar sus estudios por la necesidad de aportar al sustento de las familias.  Este hecho, sin duda, traerá consigo una realidad de abandono escolar, probablemente la mayor que hayamos visto en la historia de la educación superior en el país.  Ojalá me equivoque.

Mientras el virus circule entre nosotros será difícil que esta realidad se modifique radicalmente. Naturalmente todos haremos mayores esfuerzos por llevar la educación a distancia a la mayor parte de nuestros estudiantes. Procuraremos desde todas las instituciones mejorar la calidad de la educación a distancia y, sin duda, también se harán esfuerzos por darle un carácter híbrido a las actividades docentes, especialmente por la necesidad que tendremos de operar a distancia un tiempo más y por la probabilidad de tener que regresar al confinamiento debido a rebrotes de la pandemia. Buscaremos maneras para reducir los grupos, incluso en la enseñanza presencial, a fin de mantener la sana distancia.  Todo esto hay que hacerlo, desde luego.

Pero, en cualquier hipótesis, el impacto de la pandemia sobre la educación de todos los niveles, incluida la superior, ha afectado de forma devastadora sus tres funciones sustantivas.   En relación con la función formativa, habremos sacrificado objetivos, sobre todo aquellos que exigen presencialidad, que son muchos: laboratorios, talleres, prácticas profesionales, el propio servicio social, que le da presencia a las instituciones y a los profesionales frente a los problemas de la sociedad.  Habremos sacrificado también la formación integral de nuestros alumnos: el deporte, las actividades artísticas, los eventos académicos en los que circula el conocimiento y el pensamiento, toda la vida universitaria que es tan formativa como el propio currículo académico del programa que se cursa. Y habremos perdido estudiantes.

Por eso, las instituciones de educación superior debieran desde ya estar pensando seriamente en la reconstrucción y en la oportunidad que esta crisis ofrece de repensar nuestros modelos educativos, así como el papel que juegan estas instituciones en una sociedad que también habrá de reconstruirse.  Este esfuerzo de planeación del futuro inmediato y mediato debe enfrentar, desde mi punto de vista, al menos los siguientes retos:

  1. La recuperación de los aprendizajes no logrados.  Ello implica dar preferencia en un primer momento a los propósitos educativos que no se logran bien a distancia, como los aprendizajes derivados del aprender haciendo tanto en laboratorios y talleres como en prácticas profesionales y en el aprendizaje derivado del servicio.  Pero también requiere atender de manera privilegiada a los alumnos que por falta de acceso a la tecnología se rezagaron, respecto de sus compañeros que sí la tienen, en las actividades académicas que las universidades ofrecieron a la distancia.  No se podrá partir del supuesto de que, por el hecho de haber ofrecido las actividades a distancia, los estudiantes pudieron cursarlas.  La desigualdad económica y tecnológica de nuestra sociedad lo hace imposible para un porcentaje no despreciable del estudiantado.  El periodo de recuperación debe ser el necesario para lograr los objetivos. No sería recomendable evaluar o calificar a los estudiantes antes de haber puesto en su lugar lo necesario para alcanzar los propósitos de manera justa y equitativa.
  2. El rescate de quienes se están viendo en la necesidad de abandonar sus estudios por razones económicas.  Habrá que pensar en apoyos económicos focalizados a fin de que no permitamos que la pandemia ahonde la inequidad de por sí ya existente en el acceso a la educación superior.
  3. El fortalecimiento de las actividades que sólo se pueden lograr con la presencia.  La pandemia nos ha hecho conscientes del valor de la presencialidad.  Bien haríamos en fortalecer aquello que ahora reconocemos que se perdió: la capacidad de realizar reflexiones colectivas; la discusión y el desarrollo del espíritu crítico; la creatividad colectiva; el aprendizaje colaborativo; las oportunidades de formación extracurricular que permite la vida en el campus, por mencionar sólo algunas.  No caigamos en el error de suponer que tenemos forzosamente que transitar a la educación a distancia, como ya están planteando muchas universidades en el mundo. De hacerlo, perderíamos una buena parte de la fortaleza formativa de nuestras instituciones.
  4. Invirtamos en tecnología y en la formación para su correcto aprovechamiento.  En efecto, aprendimos el potencial de una herramienta más en la educación.  Si la usamos bien, podremos proponer lograr muchos propósitos por esa vía, siempre reconociendo que la tecnología educativa es un instrumento, no un modelo educativo.  Usarla bien nos dará posibilidades de hacer más cosas desde la presencia.
  5. Sobre todo, aprovechemos esta crisis para repensarnos. En especial repensemos nuestros propósitos formativos, el papel que como instituciones de educación superior estamos llamadas a desarrollar en el proceso de reconstrucción de la sociedad, la cual también está por repensarse y reconstituirse.

 

Este es el mayor reto: demostrar que somos capaces de convertir la crisis y la tragedia en formas más humanas, justas y pacíficas de vivir en sociedad.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/los-retos-de-las-instituciones-de-educacion-superior-durante-la-pandemia-y-despues/

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La digna profesión docente

Por: Sylvia Schmelkes 

El Día del Maestro es propicio para reflexionar sobre la dignidad de esta profesión y la necesidad de su reconocimiento. La profesión docente implica una gran responsabilidad social: propiciar el aprendizaje de alumnos diversos todos los días, en ocasiones en circunstancias difíciles, tanto por las condiciones escolares como por las del entorno. Son verdaderos profesionales no solamente porque han sido formados como tales, sino porque toman decisiones de gran envergadura al enfrentar sus planeaciones escolares, y también al tener que resolver situaciones no previstas que acontecen en la cotidianeidad de la vida escolar y de aula.1

El aprendizaje que persiguen desde luego se refiere a los que marcan los contenidos del plan de estudios. Pero va más allá de ellos, pues se esfuerzan por asegurar espacios seguros, relaciones respetuosas y ambientes socioafectivos propicios para aprender y, al hacerlo, favorecen la formación en valores para la convivencia y para la vida democrática. Conocer a sus alumnos y a sus familias es parte intrínseca de su trabajo. Hacerlo le permite al maestro adaptar su enseñanza al contexto y hacerla significativa para sus alumnos. Todavía más, el maestro tiene ahora como cometido que los alumnos aprendan a aprender.

Para ello, entre otras cosas, debe darles uso adecuado a los diversos recursos para el aprendizaje, incluidos entre ellos las tecnologías de la información y la comunicación. Además, debe preocuparse por los alumnos que por alguna razón no logran los propósitos de aprendizaje, para lo cual debe desarrollar prácticas inclusivas y debe preocuparse de manera especial por prevenir la reprobación y la deserción de sus alumnos. Y para completar el espectro de los ámbitos de la compleja tarea profesional del docente, tiene claras responsabilidades en su escuela, que rebasan su actividad al interior del aula, pues implican trabajar con el equipo docente y el director para hacer de la escuela una organización que mejora continuamente con la participación de todos los miembros de la comunidad educativa.

aula_escuela2Realizar todo lo anterior, y hacerlo de manera profesionalmente responsable, requiere de una gran entrega, de un fuerte compromiso. El Servicio Profesional Docente ya lo reconoce. Ahora que existe una reglamentación clara para el ingreso, la promoción, el reconocimiento y la permanencia de los docentes en este trabajo profesional, el maestro puede tener dos certezas: que su desarrollo en la profesión docente depende enteramente de él, de su mérito y de su desempeño profesional, y que el Estado está obligado a hacerse cargo —y lo hará con mucha mayor fortaleza en el futuro próximo— de su formación permanente y del acompañamiento profesional para la mejora de su desempeño cotidiano. Los maestros mexicanos tienen ahora una perspectiva de carrera profesional claramente trazada.

Es necesario que la sociedad también reconozca el carácter profesional de la tarea docente, junto con la gran complejidad y el compromiso que supone de parte de maestras y maestros. Hoy quiero rendir tributo a estos docentes profesionales del país. Sin ellos y sin su esfuerzo y entrega, ninguno de nosotros estaría donde nos encontramos.

¡Muchas felicidades, maestras y maestros de México!

*Articulo tomado de: http://www.educacionfutura.org/la-digna-profesion-docente/

Imagen: http://staticf5b.lavozdelinterior.com.ar/sites/default/files/styles/landscape_1008_566/public/nota_periodistica/Suplemento_Salud_18022015_PAG001_BLO01_Foto01.jpg

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