La decencia y la docencia

España / 16 de junio de 2019 / Autor: Víctor Corcoba Herrero / Fuente: Los Andes

Todo es cuestión de decencia y docencia, de esfuerzo y de lucha por un empleo decente para poder vivir con decencia; y, también, de una preparación previa a través de un responsable cuerpo docente, algo verdaderamente vital para reconducirnos como especie pensante a un efectivo y creciente avance humano, tanto espiritual como material. En efecto, necesitamos ascender para dignificarnos; de ahí, la importancia de los enseñantes, que únicamente una personalidad sensata y equilibrada puede asumir.

Me alegra, en consecuencia, que, con motivo de la celebración del Día Mundial de los Docentes (5 de octubre),  este año se aproveche la ocasión para recordar a la comunidad internacional que “el derecho a la educación implica el derecho a docentes cualificados”, o sea vocacionales, dispuestos a dar lo mejor de sí, que no es otra que ofrecerlo con amor. Desde luego, hemos de enseñar más allá de unos meros contenidos o programas. Hace falta imprimir en los educandos los valores realmente de la vida, que son aquellos que crean armonía en la sociedad. Sin duda, la mejor didáctica, la más motivadora, germina de una relación profesor-alumno, donde todos han de sentirse fusionados con la tarea educativa, sin obviar la potestad del maestro y el respeto del discípulo, con la colaboración de la familia.

Hoy más que nunca, precisamente, hace falta activar modelos éticos razonables, que nos ayuden a convivir, a ser piña, promoviendo valores y principios a través de la vida hogareña. Sin duda, es menester que la decencia pública proteja los valores esenciales de toda vida. A propósito, con la aprobación del Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 sobre educación, y de la meta 4.c (ODS 4.c) que reconoce que los docentes son esenciales para la consecución de la Agenda 2030 de Educación, la onomástica de los Docentes se ha convertido, a mi juicio, en la ocasión idónea para hacer un balance de los logros y reflexionar acerca de la manera de hacer frente a los desafíos que perduran en la promoción de la docencia, como puede ser la pérdida de autoridad. Los datos hablan por sí mismos. Se estima que, en total, 264 millones de niños y jóvenes no están escolarizados y, según el Instituto de Estadística de la UNESCO, se necesita contratar a unos 69 millones de nuevos docentes para alcanzar los objetivos de impartir educación universal primaria y secundaria de aquí a 2030. Esta carencia de personal docente se acentúa más entre los sectores vulnerables de la población, es decir, entre las niñas, los niños con discapacidad, los refugiados y los migrantes, y los niños pobres que viven en zonas rurales y remotas del planeta.

Por ello, si los docentes formados y cualificados son esenciales para el derecho a la educación, también los líderes políticos honestos y las instituciones ejemplarizantes, máxime las del Estado social y democrático de Derecho, han de trabajar conjuntamente por esa vocación de servicio a toda la ciudadanía, con especial hincapié hacia esos moradores que tienen poca esperanza de seguir viviendo, al encontrarse por debajo de cualquier definición racional de la decencia humana. Contar historias inspiradoras para promocionar los derechos humanos, puede contribuir a ese impulso moral, tan necesario en el momento presente, al menos para estar en paz con nosotros mismos. Ese es el objetivo de una iniciativa que se lanzó recientemente en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, en una época en que estos principios fundamentales están bajo ataque en muchas partes del mundo.

Ciertamente, la iniciativa, “Buenas historias de derechos humanos”, coincide con la celebración este 2018 de tres efemérides ligadas a los derechos humanos: el 70º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; el 25º aniversario de la Declaración y Programa de Acción de Viena; y el 20º aniversario de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Defensores de los Derechos Humanos. Ojalá esto nos sirva para repensar y ser más coherentes con nuestras acciones, puesto que la persistencia de tal pobreza nos deshumaniza y degrada. Por otra parte, la Declaración Universal de los Derechos Humanos ha de ser el documento guía. No lo dejemos arrinconar y, en cualquier caso, jamás olvidemos que intenta delimitar qué cosas son indecentes, o si quieren inaceptables, para cualquier cultura e individuo. Está visto que necesitamos corregirnos cada amanecer. Acostumbrémonos, pues, a que la regla de los hábitos avive en nosotros las honestas costumbres.

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LA DECENCIA Y LA DOCENCIA

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https://www.chilango.com/general/tipos-de-maestros/

ove/mahv

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El poder y las personas

Por: Víctor Corcoba Herrero

Cuando las personas son la referencia del sistema de organización político, económico y social, aparece un nuevo marco en el que la mentalidad dialogante, la atención al contexto, el pensamiento reflexivo, la búsqueda continua de puntos de confluencia, la capacidad de conciliar y de sintetizar, sustituyen en la substanciación de la vida democrática a las bipolarizaciones dogmáticas y simplificadoras, y dan cuerpo a un estilo que, como se aprecia fácilmente, no suponen referencias ideológicas de izquierda o derecha.

Colocar a las personas en el centro tiene una consecuencia inmediata, conduce a una disposición de prestar servicios reales a los ciudadanos, de servir a sus intereses reales. Para ello es necesario subrayar que el entendimiento con los diversos interlocutores es posible partiendo del supuesto de un objetivo común: libertad y participación.

La importancia de los logros concretos, los resultados constatables –sociales, culturales, económicos,..– en la actividad pública, derivan de las necesidades reales de la gente que, viéndose satisfechas, permiten alcanzar una condición de vida que posibilita el acceso a una más plena condición humana. Una más profunda libertad, una más genuina participación son el fruto de la acción política que propugno. Porque no debemos olvidar que las cualidades de la persona no tienen un carácter absoluto. El hombre no es libre a priori; la libertad de los hombres no se nos presenta como una condición preestablecida, como un postulado, sino que la libertad se conquista, se acrisola, se perfecciona en su ejercicio, en las opciones y en las acciones que cada hombre y cada mujer inicia y, si puede, culmina.

La libertad es ante todo y sobre todo el rasgo en el que se declara la condición humana. Las libertades formales no son el fundamento de la democracia. El fundamento de la democracia son los hombres y mujeres libres. La política se debe entender, pues, como un ejercicio a favor de cada individuo, que posibilita a cada vecino su realización como persona. Ese, sin confusión, podría ser el punto de conexión entre política y ética. ¿Qué sentido tiene, en este contexto, lo que se llama el poder?. Muy sencillo, que el “poder” es el medio para hacer presentes los bienes que la gente precisa. Así pues el poder tiene, como ya he señalado, una clara dimensión relacional y se fundamenta en su función de crear los presupuestos para el pleno desarrollo de la gente. O lo que es lo mismo, el poder público se justifica en función de hacer posible los fines existenciales del hombre: de posibilitarlos, no de realizarlos, ni siquiera de prejuzgarlos, porque la elección y procura de los propios fines es libre, y competencia exclusiva de cada individuo, en eso consiste la tarea moral, tal y como la entiendo. Es más, el poder público se legitima en la medida en que su ejercicio se orienta a ese objetivo.

De acuerdo con esta línea argumental el “Poder” deja de sustanciarse y pasa a escribirse con minúsculas. El poder lo entiendo, desde este punto de vista, como capacidad de acción y, en su uso, lo que cobra ahora una dimensión vital es la actitud de quien dispone de él. Como capacidad de acción el poder se alimenta de los medios –por ejemplo, una administración pública ágil, moderna, eficaz–; de la legitimidad, derivada de los procedimientos democráticos, y consecuentemente del respeto.

El centro de la acción política es la persona, el individuo. Desde este principio básico de actuación es posible establecer algunas de las líneas fundamentales que, desde una perspectiva que podríamos denominar -de un modo genérico- ético, configuran las nuevas políticas.

La persona, el individuo humano, no puede ser entendido como un sujeto pasivo, inerme, puro receptor, destinatario inerte de las decisiones políticas. Definir a la persona como centro de la acción política significa no sólo, ni principalmente, calificarla como centro de atención, sino, sobre todo, considerarla el protagonista por excelencia de la vida política.

Esta afirmación realizada en los más variados tonos, y con los acentos más diversos, en situaciones políticas incluso a veces contrapuestas, tiene desde el centro político un significado propio. Afirmar el protagonismo de la persona no quiere decir darle a cada individuo un papel absoluto, ni supone propugnar un desplazamiento del protagonismo ineludible y propio de los gestores democráticos de la cosa pública. Afirmar el protagonismo del individuo, de la persona, es poner el acento en su libertad, en su participación en los asuntos públicos, y en la solidaridad.

Se ha dicho que el progreso de la humanidad puede expresarse como una larga marcha hacia cotas cada vez más elevadas de libertad. Aunque el camino ha sido muy sinuoso –tal vez demasiado- y los tropiezos frecuentes –y a veces muy graves-, podemos admitir como principio que así ha sido. De modo que el camino de progreso es un camino hacia la libertad.

Desde un punto de vista moral entiendo que la libertad, la capacidad de elección –limitada, pero real- del hombre es consustancial a su propia condición, y por tanto inseparable del ser mismo del hombre y plenamente realizable en el proyecto personal de cualquier ser humano de cualquier época. Pero desde un punto de vista social y político, es indudable un efectivo progreso en nuestra concepción de lo que significa la libertad real de los ciudadanos.

Sin embargo, en el orden político, se ha entendido en muchas ocasiones la libertad como libertad formal. Siendo así que sin libertades formales difícilmente podemos imaginar una sociedad libre y justa, también es verdad que es perfectamente imaginable una sociedad formalmente libre, pero sometida de hecho al dictado de los poderosos, vestidos con los ropajes más variopintos del folklore político.

Fuente: https://www.diariodeferrol.com/opinion/victor-corcoba-herrero/el-poder-y-las-personas/20180504234036224929.html

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Andamos necesitados de energía constructiva

Por Víctor Corcoba Herrero

Acomodarse a las situaciones contradice nuestro propio espíritu de sabiduría y bondad, lo mismo que aprender sin reflexionar es como malgastar el tiempo. Digo esto porque nuestro actual mundo tiene necesidad de energía constructiva para atravesar los muros de la indiferencia, de la marginación, y así poder avanzar hacia sociedades menos discriminatorias, más tolerantes y comprensivas. El ser humano tiene que dignificarse mucho más y cooperar en tender puentes que nos aglutinen. No puede quedarse parado. Por propia naturaleza somos seres en movimiento. Por otra parte, el dinero no lo puede ser todo, ya que lo único que hace es dividirnos y garantizar el privilegio de unos pocos. Por desgracia, el proceso de deshumanización de los moradores, lejos de retroceder, continua avanzando en ese afán de locura destructiva. La inmoralidad nos ha arrebatado el alma. Ante las tristes realidades del desempleo, de la violencia, de la pérdida de identidad, de la corrupción, de la falta de libertades y sentir democrático, andamos totalmente desorientados, y lo que es peor aún, sin ánimo para poder reconciliarnos con la vida misma.

Convendría, pues, activar con intensa firmeza los deberes y derechos humanos, el buen decir y mejor hacer, o como el mismo San Francisco de Asís nos exhortaba a cada uno de nosotros, para que: “allí donde haya odio, que yo ponga el amor, allí donde haya ofensa, que yo ponga el perdón; allí donde haya discordia, que yo ponga la unión; allí donde haya error, que yo ponga la verdad”. Sería bueno pensar en esto, en llevar a buen término el propósito de amarnos, de perdonarnos, de unirnos desde la autenticidad. En ocasiones, los abrazos que deberíamos haber dado los ofrecemos tarde, mal y nunca. Olvidamos que necesitamos más compañía que soledad, más amor que pan, más vida que aduladores. A mi juicio, esto es lo prioritario, más allá del sueño de un futuro sostenible a través de una educación multilingüe, que no pasa por el corazón. Para dolor nuestro, somos una generación que siente poco y mal, que confunde e iguala al ser humano con otras especies e incluso con meros objetos sin alma. En consecuencia, deberíamos saber que el mejor servicio que podemos facilitar a los desolados no está en quitarles la carga, sino en injertarles el necesario brío para sobrellevarlo. Lo mismo sucede con la pobreza, es cuestión de justicia, no de migajas.

Quizás nos haga falta un nuevo ardor. Un arranque reciente del Papa Francisco, puede ayudarnos a ser más constructores de concordia. Lo acaba de advertir al mundo con su enérgico timbre: “las represalias no llevan nunca a solucionar los conflictos”. Ciertamente, hay que poner voluntad en el cambio, que no ha de ser de desagravio, sino más bien de mediación. Sin duda, la manera de vengarse de un enemigo es no parecérsele. En esta misma línea conciliadora, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres ha descrito recientemente al planeta como un lugar peligroso, donde presenciamos una multiplicación de nuevas luchas y la perpetuidad de viejos enfrentamientos que nunca acaban, como Afganistán y Somalia. Está visto que al igual que la política es el arte de engañarnos, también las guerras conllevan esa vertiente destructiva que nos deja en la soledad más cruel.

Sea como fuere, la situación del mundo no permite cerrar los ojos ni un instante. Uno tiene que estar en guardia permanente para renacerse a sí mismo, también para convencerse de lo mucho que uno puede hacer por alentar lo armónico a través de ese respeto natural que todos nos merecemos, empezando por nuestra envoltura externa y nuestros interiores. Está claro que necesitamos querernos. “El querer lo es todo en la vida. Si queréis ser felices lo seréis. Es la voluntad la que transporta las montañas”, dijo el inolvidable ensayista francés Alfred Victor de Vigny (1797-1863). Por ello, también hay que tener pujanza para  abordar con carácter positivo la fragilidad de gobiernos y apoyarles, cuando menos para hacer más habitable el entorno humano, o sea, más armónico el orbe. Lo mismo sucede con los sembradores del miedo, para contrarrestarles no podemos quedar únicamente en el mero enfrentamiento, hay que también eliminar situaciones que permiten el fácil reclutamiento de personas. Ahora bien, para todo es menester poner coraje y raciocinio que nos esclarezca.

Llegará un día en que nuestros descendientes, llenos de vergüenza, recordarán nuestras actuaciones absurdas, incoherentes, crecidas de hipocresía, rayando la estupidez, de deterioro de la calidad de la vida humana, de verdadera degradación social, lo que les servirá para tomar otra hoja de ruta, cuando menos para ser menos deudores de espacios generosos. Personalmente, desde hace tiempo, vengo reivindicando en sucesivos artículos, que es tiempo de acción ante tantas rupturas del ser humano con su hábitat, con su cultura, y también consigo mismo y con su familia. Hoy más que nunca necesitamos buscar esa dimensión interna como antídoto a lo inhumano. La ciudadanía tiene que movilizarse. Cada día se requiere más asistencia humanitaria. En Somalia, las personas han llegado al límite de su habilidad para sostenerse en una situación de sequía extrema. La pobreza del agua potable ahí está, sobre todo en el continente africano, mientras otros lo contaminan todo. Lo mismo sucede con la pérdida de biodiversidad, es necesario invertir mucho más en investigación. No es distintivo de humanos vivir aislados, entre el asfalto y el cemento, privados del contacto físico con la naturaleza, siempre dispuesta a reconstruirnos. A propósito, pienso que lo que nos hace falta es contar con liderazgos éticos que abran caminos de concordia entre unos y otros, también con el entorno, mediante las vías del compartir, antes de que los inexpertos ciudadanos, con su mezquino endiosamiento y mundano modo de proceder, lo destruyan todo.

De momento, nos llama la atención la pasividad de algunos gobiernos, la debilidad de reacción constructiva, pues antes que el interés económico ha de prevalecer el bien colectivo de todo ser humano. La mejor alianza será aquella que conjuga la coherencia entre comportamientos y lenguajes, que no se duerme e intenta desterrar estilos de vida verdaderamente autodestructivos e irresponsables, donde nadie respeta a nadie, ni a las propias leyes naturales. Es público y notorio que nos falta hospitalidad y nos sobra egoísmo. Esta es la efectiva realidad que nos circunda, y el que no quiera verla es que pasa por la vida sin saber mirar ni ver, imbuido en su exclusivo caparazón, en el que todo, para bien o para mal, germina globalizado, desde los conflictos armados al terrorismo y desde el cambio climático a los flujos migratorios.

Una humanidad crece cuando sus diversas energías tienden hacia la coordinación, aunque sean por caminos diversos. Cualquier actitud abierta, sin complejos, disponible continuamente, invita al encuentro y esto siempre será benigno para todos. Pensemos que a lo largo de nuestra historia, una generación avanza cuando sus diversas riquezas culturales afrontan el presente, desde el ejercicio constructivo del diálogo en conexión con sus actuaciones conjuntas, porque todos somos ciudadanos del planeta, con capacidad de donarnos y recibir, abiertos a la verdad de la que somos tan buceadores como buscadores. Sin obviar que cada uno de nosotros tiene un variado conjunto de talentos y habilidades que puede enriquecer a las sociedades y fortalecer las comunidades. Dar la bienvenida, por tanto, con los brazos abiertos a la diversidad en todas sus formas refuerza la unión y la unidad, aparte de aportar unos valiosos beneficios. Sin embargo, ¡hay que ver lo que nos cuesta!. Ojalá mirásemos este mundo con ojos más enérgicos, pero igualmente más compasivos.

Fuente: http://www.eldebate.com.ar/andamos-necesitados-de-energia-constructiva/

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Algo mas que las palabras: Mientras la ciencia calma, la filosofia inquieta.

Por: Víctor Corcoba Herrero.

Vivimos una época de dominio y transformación. Sin embargo, corremos el peligro de incurrir por negligencia en el olvido de uno mismo. La responsabilidad es de todos, que no respetamos la jerarquía de los valores. Aún no hemos aprendido a valorar los recorridos, a ponerlos al servicio de toda vida humana. Y así, una buena parte de la población la hemos excluido. Viven en el mundo, pero se sienten extraños en un hábitat del que disfrutan unos cuantos privilegiados. Los gobiernos deberían considerar estos abusos, avivando otras corrientes de pensamiento más generosas, con otra dialéctica de sabiduría que fomente la claridad ante todo, lo afable en el conversar para generar confianza, y la prudencia siempre. Al igual que la participación de la ciudadanía en la gobernanza es un pilar básico de la democracia, también es fundamental promover el conocimiento entre las culturas, impulsando toda divulgación científica o artística, que mejore nuestra calidad existencial. Precisamente, en este mes de noviembre, cuando celebramos el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo (día 10), sería bueno recordar el compromiso asumido en la Conferencia Mundial sobre la Ciencia, que se celebró en Budapest en 1999, bajo el auspicio de la UNESCO y el Consejo Internacional de Uniones Científicas. Lo mismo debiera suceder con la celebración del Día Mundial de la Filosofía (tercer jueves de noviembre), pues es desde la profundidad del pensamiento como se puede llegar a converger ideas que nos ayuden a mejorar nuestra propia existencia humana, nuestro abrazo común y fraterno.

Si la filosofía es el diálogo del asombro a lo largo de los diversos períodos existenciales con el arte y la literatura, con todo aquello que nos produce inquietud; de igual modo, la ciencia complementa esa búsqueda que nos da valor y nos insta a la acción. Todas las ruedas son necesarias para llegar a buen puerto, ya que la ciencia por sí sola no puede dar respuesta al problema del significado de las cosas, pero tampoco la filosofía puede resolverlo todo desde las buenas intenciones. Pongamos por caso, la sostenibilidad de la que tanto se habla en el momento actual. Es cierto que se requieren nuevas formas de pensar sobre nosotros mismos y sobre el planeta, nuevos modos de actuar, producir y comportarse, pero también se demanda de una divulgación científica capaz de reorientarnos a esa transformación del mundo. Por ello, se me ocurre recomendar, si es que puedo hacerlo como voz del pueblo, especialmente dos moralidades o éticas: La primera, la de la valentía, capaz de proteger tanto a la filosofía como a la ciencia, en un mundo tan crecido por la falsedad y necesitado de sentido común: valor para pensar libremente y bravura para mantenerse firme en la autenticidad científica. Y la segunda, la de la humildad, con la que reconocernos seres limitados. A veces la manera cómo se presentan las cosas no es tal y como son. Por otra parte, cuando los seres humanos nos creemos dioses solemos también degradarnos. No olvidemos que el secreto del verdadero saber radica en lo más humilde y sencillo, en esas gentes que no suelen ser tenidas en cuenta.

Pensemos que mientras la ciencia calma, la filosofía inquieta; o sea, que también se complementan, en la medida que sintiéndonos tranquilos, igualmente percibimos una sensación de ansia por saber más. En este sentido, la función que desempeñan los centros y los museos científicos va más allá de la mera transmisión de información científica. Son lugares abiertos al público, donde los visitantes pueden aprender acerca de los misterios del mundo que nos rodea. Promueven la creatividad, divulgan el conocimiento científico, ayudan a los maestros a motivar e inspirar a los alumnos de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, mejoran la calidad de la educación científica y fomentan la enseñanza dentro de un contexto social. Contribuyen, además, a modificar posibles percepciones negativas sobre las repercusiones de la ciencia en la sociedad, atrayendo así a los jóvenes a las profesiones científicas y animándolos a experimentar y a ampliar nuestro conocimiento colectivo. De la misma manera, la divulgación filosófica nos acrecienta en ese amor a la sabiduría, tan necesario en los tiempos presentes, con tantos adoctrinamientos que nos llevan a un callejón sin salida. En consecuencia, tanto la ciencia como la filosofía, hoy tienen la gran responsabilidad de que podamos florecer, ya sea a través del método científico de observar y experimentar, o mediante el filosófico del pensamiento y la cultura, con el atractivo perdurable del origen de la verdad, cuestión que ha de recuperar enérgicamente su vocación natural.
Sabemos de la importancia del papel de la ciencia y los científicos en la creación de sociedades sostenibles y la necesidad de informar a los ciudadanos y de comprometerlos. Además, la filosofía ha de tender a reafirmar la transcendencia del pensamiento crítico para enganchar fructíferamente las transformaciones de las sociedades contemporáneas tan diversas como todas vitales. Cada día es más necesario el razonamiento reflexivo y la práctica del coloquio a esa apertura, tan enriquecedora, pero que puede hacer surgir tensiones. No cabe duda, que este pluralismo científico y filosófico es el que nos permitirá tener mejor vida, mejor convivencia, mejores perspectivas de futuro. Justamente, en este mismo mes de noviembre (día 4), Naciones Unidas imprimía solemnidad a la entrada en vigor del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, con un evento en el que participaron representantes de la sociedad civil. El Secretario General de la ONU expresó de esa forma su profunda gratitud en nombre de la Organización al liderazgo, valor y persistencia de ese sector para hacer realidad el histórico pacto. Ahí estamos en esa carrera contra el tiempo. Necesitamos a la ciencia para hacer la transición hacia un futuro de bajas emisiones, pero también precisamos un espíritu pensante que presione para la acción conjunta de toda la humanidad. Recordemos que no hay filosofía verdadera sin diálogo y, en un mundo globalizado como el reinante, ese parlamento es primordial. Por cierto, este es el espíritu que preside el Decenio internacional de acercamiento de las culturas (2013-2022) y la sabiduría que la UNESCO desea seguir promoviendo para erigir en la mente de los hombres y las mujeres los baluartes de la paz, como reza su Constitución.

Soy, por tanto, de los que piensan que se requiere una mayor divulgación científica y filosófica si en verdad nos queremos entender, puesto que ambas están en el orden de la razón natural. De hecho, sí la filosofía nació y comenzó a desarrollarse cuando el ser humano empezó a interrogarse sobre el por qué de las cosas y su fin, también la ciencia surge de una necesidad por evolucionar hacia una mentalidad más precisa, con el consabido injerto de serenidad y equilibrio que nos transmite. En cualquier caso, siempre es liberador activar cualquier energía creativa, un tipo de proceso de aprendizaje en el que profesor y el alumno se encuentran en el mismo individuo, pero que es innato e, indudablemente, nos hará avanzar en el respeto y en la naturalidad de lo que somos. Téngase en cuenta, que uno no puede respetar si no se respeta asimismo. Aparte de que quien es auténtico, como decía el inolvidable pensador Jean Paul Sartre, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. Al fin y al cabo, en la actualidad abunda mucho la superstición y poco la ciencia, los aprendices de filósofos y apenas pensadores, para descubrir verdades, o al menos para ensañarnos, a dudar y a preguntarnos. Ya saben el dicho popular; quien dice saberlo todo, al fin no sabe nada.

Fuente: http://www.diario-critica.mx/nota.php?id=50518

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La difícil tarea de humanizar.

Por: Victor Corcoba Herrero.

Educar nunca ha sido una tarea fácil, pero hoy aún es más compleja, en un orbe tan injusto como desigual. Si en verdad queremos instruir para sentirnos más libres, quizás antes tengamos que adquirir conciencia de la justicia para que no se pierda corazón alguno por falta de oportunidades, pues lo fundamental es animar a convivir desde la cooperación de unos para con otros.

Precisamente, un reciente informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo de la UNESCO nos advierte de esa necesidad de cooperación entre sectores, para ayudarnos a coexistir, a templar el alma, y así, poder afrontar de manera coordinada las dificultades de la vida, acrecentando un mayor espíritu comprensivo y tolerante. Cuesta entender que, ante esta atmósfera de deshumanización, los sistemas de educación hagan bien poco, por no decir nada, a la hora de transmitir valores en lugar de acrecentar contenidos que, más que ayudarnos a despertar, nos adoctrinan como marionetas en un horizonte de luchas inútiles. Olvidamos que el objeto de enseñar es formar personas humanas aptas para auxiliarse unas a otras, y no para ser insensibles y competitivas unas contra otras. Por eso, la educación, seguramente sea la forma más humana de reencontrarse; ¡de hallarse humano de verdad!

Lo importante no es aprender a leer o hacer cuentas, sino saber cohabitar, gobernarse por sí mismo, aprender a respetar. Ciertamente, resulta preocupante que no se preste más atención a nuestro espíritu solidario, y, únicamente se premie el intelecto de la formación. Por ello, necesitamos a mi juicio tomar acciones mundiales que prioricen la tarea de humanizarnos, con programas educativos verdaderamente ejemplarizantes y de transformación de almas, lo que conlleva otro lenguaje bien distinto a lo que hoy se ofrece en los centros escolares. La única educación que nos hace avanzar como especie pensante es aquella que es capaz de obtener lo mejor de uno mismo, tal vez para poder abrazar unidos esa trascendencia de unidad y unión que, como linaje, todos nos merecemos para sentirnos alguien en la vida. Difícilmente va a dignarse acceder a ese noble sentimiento de alianza, quien no ha sido educado para el amor y por el amor, o va a amar el planeta, si previamente apenas tiene conocimientos básicos sobre medio ambiente y cambio climático. Si fundamental es prestar más atención a las cuestiones ambientales, también es vital propiciar una sana atmósfera de virtudes, a fin de convertirse en un ser humano; ¡sí, en efecto, humano de verdad!

No hay educación si no hay humanidad que transmitir, si todo es más o menos producción de máquina, lo que conlleva el activo de una generación estúpida, creída y altanera. La UNESCO acaba de acentuar el requerimiento de una transformación profunda educativa para hacer frente a los desafíos que afronta la humanidad y el planeta. Personalmente, uno hace tiempo que lo viene demandando a través de sucesivos artículos sembrados por todo el globo, pero la irresponsabilidad de algunos, hasta ahora lo han impedido, sabiendo que un mundo humanizado es un mundo liberado, ya que la ignorancia, siempre inhumana, nos desciende a la esclavitud más servil. Pensemos que la formación es por lo menos una forma de realizarse, de culto de la voluntad, de cultura humanitaria que ha de servirse a lo largo de la vida, como activo imprescindible, porque humanizar es como sentirse parte de los demás antes que de uno mismo; ¡humano hasta las entretelas!

Sinceramente, pienso, que el valor educativo no es el aprendizaje de muchos datos, sino el ejercicio de la mente para pensar y no dejarnos aborregar; pero también, de igual modo, el adiestramiento de nuestros latidos para poder encauzar fraternalmente nuestra existencia. Todos deberíamos nacer en una familia, nacer del amor, y crecer sustentados por una sociedad hermanada. Los tiempos actuales son todo lo contrario, lo separan todo, lo dispersan todo y también lo confunden todo, por lo que la tarea de humanizar se nos complica, y máxime cuando los sistemas educativos del astro, responden más a intereses que a humanidad. ¡Dignifiquémonos!

Enfermada el alma, convertida en tumba del cuerpo, es bastante complicado entender la realidad; y, como tal, concebirnos a nosotros mismos. Ojalá hubiese muchas escuelas, sobre la faz de la tierra, que desarrollen otro civismo, otro lenguaje más del corazón que de la vida. Sería una buena manera de propiciar ese ansiado cambio en el planeta, donde todas las culturas se acogen, acompañan, saben discernir e integrarse, en un ambiente humano, donde cada cual sea el mejor aliento de su análogo; es cuestión de apreciarse, ¡no de repudiarse!

Fuente: http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article101383822.html

Imagen: http://elimparcialnews.com/wp-content/uploads/2016/09/Humanizacion.jpg

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