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Atilio Borón: No callar, pero para decir la verdad

Por: Atilio Borón

En varios trabajos recientes diversos analistas y observadores de la vida política latinoamericana han reprochado a los intelectuales y militantes de izquierda su silencio ante lo que está ocurriendo en Venezuela. Ese silencio, dicen, sólo refuerza los peores rasgos del gobierno de Nicolás Maduro. Este reclamo lo hizo hace unas pocas semanas un destacado intelectual venezolano, Edgardo Lander, y más recientemente, en una producción especial de Página/12, lo reiteraron dos colegas de Argentina: Roberto Gargarella y Maristella Svampa. [1]

Nadie podría estar más de acuerdo que el autor de estas notas sobre la necesidad de hablar acerca de lo que realmente está aconteciendo en Venezuela. Tras las huellas de los fundadores del materialismo histórico Gramsci decía, con toda razón, que “la verdad siempre es revolucionaria”. Y el aforismo del fundador del PCI es más importante hoy que nunca antes, cuando el virus posmoderno ha instituido a la “posverdad” ¡como un criterio de verdad!, abriendo paso a cuantas tergiversaciones y mistificaciones puedan ocurrírsele a quienes precisamente quieren ocultar tras una cortina de sofismas y falsedades lo que está sucediendo en nuestras sociedades –y muy especialmente en Venezuela- y, de ese modo, favorecer a los planes de la contrarrevolución en marcha.

Desafortunadamente las buenas intenciones de Gargarella y Svampa de hablar sobre Venezuela y decir lo que allí está sucediendo termina con una frustración. Y esto es así porque en su nota no hablan de lo que en verdad ocurre en ese país sino que reproducen con pequeñas variantes el relato que la oposición ha construido para decir lo que ella necesita que se diga que está ocurriendo en Venezuela. Esa narrativa tramposa, que desfigura a sabiendas la realidad para promover su agenda restauradora, ha contado con la inestimable ayuda de los sempiternos agentes sociales y políticos de la reacción, que jamás se equivocan al elegir amigos y enemigos: los medios hegemónicos a nivel mundial (vulgo: “prensa libre”), perros guardianes del orden capitalista; la internacional de la derecha dirigida, con dinero de Estados Unidos, por José M. Aznar y Álvaro Uribe y toda su parafernalia de políticos y periodistas comprados y tanques de pensamiento alquilados y, por si lo anterior no bastara, apoyada también por el gobierno de Estados Unidos desde el nacimiento mismo de la Revolución Bolivariana. No sorprende por lo tanto constatar que en las tres o cuatro páginas escritas por nuestros autores se acumulen numerosos errores de apreciación así como llamativas ausencias. Comencemos por estas.

Ausencias

Primera ausencia: el gobierno de Estados Unidos. Un análisis sobre cualquier país de las Américas que no mencione ni una sola vez –no digamos analice, apenas mencione- al gobierno de Estados Unidos y al imperialismo es insanablemente erróneo. De allí jamás podría brotar un análisis correcto de la situación. Es un error tan grave e irreparable –obliterado empero por el prejuicio que informa al paradigma dominante en las ciencias sociales contemporáneas- como el que cometería un astrónomo que al analizar al sistema solar obviara cualquier mención o análisis del papel de Júpiter en la dinámica global del sistema, haciendo caso omiso del hecho que su masa equivale a casi dos veces y medio la suma del total de los demás planetas que componen el sistema. ¿Qué diríamos de nuestro astrónomo? Que pese a sus buenas intenciones no tiene nada serio para decir; es más, no puede tener nada serio para decir, porque su análisis ha soslayado lo principal. No lo único que importa pero sí lo más importante.

A estas alturas del siglo veintiuno me dispenso de la necesidad de explicar, por archiconocido, lo que es el imperialismo y como actúa en lo que amablemente sus agentes y voceros califican como “nuestro patio trasero.” El capitalismo contemporáneo lo que ha hecho es exacerbar hasta lo indecible su carácter imperialista y no sólo en Latinoamérica. Recuerden el escarmiento sufrido por el pueblo griego cuando se “equivocó” al rechazar el brutal programa de ajuste que le proponía la Troika en Europa, “error” que fue corregido en una reunión a puertas cerradas en Bruselas; o la gigantesca multa que el banco francés Paribás tuvo que pagar por transgredir una ley del Congreso de EEUU que penalizaba a cualquier institución bancaria del mundo, estadounidense o no, que mediara en las relaciones comerciales entre Irán, Sudán y Cuba con el resto del mundo. Es decir, la ley estadounidense es la ley del mundo. O las casi mil bases militares que Estados Unidos tienen en todo el mundo, caso absolutamente único en la historia. Eso es un imperio, desde Roma hasta hoy. Y el centro hegemónico del imperio es Estados Unidos, “la nación indispensable” para mantener vivo al capitalismo en la faz de la tierra. Por supuesto, sus teóricos y estrategas prefieren obviar el término imperialista por su desagradable olor, pero la realidad del imperialismo es inocultable y por eso se esmeran en referirse a ella con nombres más amables. Los expertos del Pentágono y del Departamento de Estado, la CIA o el Consejo Nacional de Seguridad prefieren hablar de “primacía”, “superioridad” y, los más audaces, de “hegemonía” porque son conscientes que palabras como imperio o imperialismo son indigestas para el delicado estómago de la opinión pública estadounidense. El eufemismo puede jugar con las palabras e intentar enturbiar la visión de la cosa, pero esta sigue allí. No por casualidad uno de los más incisivos estrategos del imperio, Zbigniew Brzezinski, inicia su más reciente libro sobre la situación actual de Estados Unidos en el sistema internacional con una sorprendente sección dedicada a la “declinante longevidad de los imperios”, tácita asunción de que Estados Unidos lo es pues de lo contrario no se entiende la razón por la cual ese autor se enfrasca en una discusión que es marginal al objetivo de su trabajo. [2]

De lo anterior se sigue que los imperios -aunque se autodenominen, como en el caso de Estados Unidos, “líder del mundo libre” o “primacía americana”- forjan una relación radicalmente asimétrica con los países sometidos a su jurisdicción y a los que controlan por diversos medios. El corolario de esta lógica imperial es que Washington siempre juega un papel, mayor o menor según las circunstancias y la naturaleza de los países, en los procesos políticos de los países subordinados, máxime cuando, como en el caso de Venezuela, esta nación reposa sobre la mayor reserva comprobada de petróleo del planeta y se sitúa en la Cuenca del Gran Caribe, esa que los militares norteamericanos creen que es un mar interior de Estados Unidos. Sólo si la Casa Blanca y sus agencias estuvieran pobladas por imbéciles o por individuos completamente irresponsables, desconocedores del interés nacional norteamericano, podría el gobierno norteamericano ser indiferente o mantenerse al margen de lo que ocurre en Venezuela. La historia latinoamericana en los últimos dos siglos, desde la Doctrina Monroe (1823) en adelante, ofrece cientos de ejemplos de esta constante intervención de la política exterior norteamericana hacia nuestros países. Intervención que va desde una discreta pero eficaz monitoreo político hasta el golpe militar y la invasión militar, como lo prueban los casos de Panamá y República Dominicana, entre muchos otros. Que hoy se hayan olvidado de Venezuela y no se interesen por el desenlace de su crisis es absolutamente inverosímil. No obstante, algo tan elemental como esto pasa increíblemente desapercibido en la nota de Gargarella y Svampa y por lo tanto en el drama que se desenvuelve en ese país se asume que Estados Unidos no juega papel alguno. Esto sólo bastaría para desechar ese artículo, imposibilitado de ofrecer una visión realista de las cosas.

Pero no es la única ausencia, hay otra más. Al analizar la crisis y los antagonismos que enervan a Venezuela sólo se habla del gobierno de la Revolución Bolivariana. Es un análisis muy curioso porque se lanzan diversas conjeturas e interpretaciones sobre un conflicto institucional muy grave pero sólo aparece una de las partes del enfrentamiento. La otra, la oposición, es un fantasma o una sombra que nunca se alcanza a visualizar. Ni una palabra sobre la génesis y conformación de la oposición y sus principales personajes; del golpe de Estado que protagonizaran en abril del 2002; nada sobre el paro petrolero de finales del 2002 hasta los primeros meses del 2003; ni una palabra sobre las sangrientas «guarimbas» de febrero del 2014. Nada sobre el líder e instigador del plan sedicioso de «la salida», el señor Leopoldo López, de quien se dice es un «prisionero político» cuando en realidad es un «político preso» por haber hecho apología de la violencia, instigado asesinatos, incendios de edificios públicos, saqueos a comercios y producido ingentes daños a las propiedades públicas y privadas. No se dice, por ejemplo, que si López hubiera hecho en Estados Unidos lo que hizo en Venezuela habría sido condenado como mínimo a prisión perpetua, y probablemente a la pena capital. La justicia venezolana, en cambio, esa que descalifican llamándola “chavista”, fue tan benigna que sólo lo condenó a 13 años y 9 meses de prisión. Nada se dice tampoco de que los líderes de esa oposición se rehúsan a dialogar o acordar nada con el gobierno. Que sus principales dirigentes viajan a Estados Unidos a persuadir al gobierno de ese país que invada al suyo propio y que derroque al presidente constitucional Nicolás Maduro. O que Julio Borges, el presidente de la ilegítima Asamblea Nacional, que se resiste a convocar a una nueva elección para reemplazar a los tres «diputruchos» que fraudulentamente fueron incorporados a ella, se reúne con el Almirante Kurt Tidd, jefe del Comando Sur, para suplicarle que invada a su país, con el derramamiento de sangre que él y sus compinches de la oposición saben que esto produciría. En suma, la nota escrita bajo los influjos maliciosos del “relato” opositor cae en el maniqueísmo político: hay un villano (Maduro) y un bueno (la oposición) de la cual ni se habla, ni se analiza su trayectoria. Pobre, muy pobre como análisis político.

Errores

Y por último pasaré revista a unos cuantos errores puntuales, demasiados para un texto tan breve.

1) La democracia es un régimen en donde “podemos escucharnos mutuamente”, dicen nuestros autores. Eso debería ser así pero en Venezuela no lo es por culpa del gobierno. Pero, un momento: ¿dónde se produce ese maravilloso «escucharnos mutuamente»? ¿Se produjo entre Hillary y Trump; o entre Macron y Le Pen; o entre Rajoy y Pablo Iglesias? ¿No es esto una interpretación demasiado angelical sobre lo que realmente es la democracia como expresión de la lucha social?

2) Se dice que la «pérdida de la mayoría electoral del chavismo generó una respuesta de no-reconocimiento y de deriva autoritaria por parte de Maduro.» Pero ¿cómo ignorar que el chavismo admitió sin chistar las dos elecciones en las que fue derrotado, sobre un total de 19? La derecha, en cambio, ni una sola vez aceptó haber perdido. Si hay alguien que jamás reconoció la superioridad electoral del chavismo fue la oposición. Luego de su victoria en las elecciones a la Asamblea Nacional de Diciembre del 2015 sus líderes arrojaron por la borda toda la institucionalidad del estado y proclamaron a voz de cuello que la misión de la AN no sería convertirse en uno de los poderes del estado sino simplemente culminar la “Operación Salida” de Maduro. Como no podía ser de otro modo, esta declaración de guerra de uno de los poderes del estado contra el ejecutivo produjo un endurecimiento del oficialismo, algo que puede constatarse en los más diversos países en los que alguna vez se constituyó un conflicto entre el Legislativo y el Poder Ejecutivo.

3) El Ejecutivo no desconoció a la Asamblea Nacional electa en diciembre del 2015. Sólo denunció que tres diputados habían sido elegidos fraudulentamente, como fue comprobado de modo inobjetable. Ante ello, el Consejo Nacional Electoral solicitó a la AN que revocara la designación que hizo de esos diputados, pese a su origen espurio, a lo cual el presidente de la AN, Henry Allup Ramos, se negó y ratificó la integración de los impugnados. El CNE exigió que la AN convocase a nuevas elecciones para sustituir a los tres impostores, pues de lo contrario ese órgano quedaba ilegalizado por el fraudulento acceso de tres de sus miembros tal como fue establecido en un fallo del Tribunal Superior Constitucional. De no hacerlo la AN caería en desacato y sus actuaciones serían insanablemente nulas. ¿Qué hizo la AN? Desconocer no sólo el dictamen del CNE sino también del máximo órgano judicial de Venezuela. Entonces, ¿quién desconoce a quién? Les recuerdo a nuestros autores que en la Argentina se presentó una situación parecida (aunque no tan grave) cuando en los años del menemismo y en la crucial votación de la Cámara de Diputados para privatizar la compañía estatal Gas del Estado un individuo ajeno al cuerpo se sentó en una banca y levantó su mano aprobando el proyecto. Descubierto el “diputrucho” por los periodistas que cubrían esa votación su resultado fue declarado insanablemente nulo y tiempo después, con los diputados legalmente habilitados para votar se procedió a realizar una nueva votación. Siguiendo el razonamiento de Gargarella y Svampa en la Argentina debería haberse dado por buena la primera votación, lo que constituye un principio absolutamente inaceptable en este país tanto como en Venezuela.

4) El referendo revocatorio no fue bloqueado ni postergado por decisión del gobierno sino por graves vicios procedimentales de la oposición, que inscribieron niños, difuntos, falsificaron firmas, etcétera. Hay leyes, reglamentos, disposiciones que cumplir. No es cuestión de poner cualquier nombre, una firma y ya. Además, en contra de las advertencias del gobierno, iniciaron el trámite del revocatorio cuando los plazos estaban vencidos. El gobierno en un gesto de buena voluntad solicitó al CNE que igualmente tomara en cuenta la solicitud opositora. Pero ante los vicios de forma y fondo arriba señalados la solicitud de referendo tuvo que ser desestimada. ¿De quién es la culpa?

5) ¿Fallido autogolpe del Ejecutivo? ¡Por favor! El Ejecutivo necesitaba la autorización de la AN para sellar un convenio de cooperación entre PDVSA y una empresa extranjera para la explotación del petróleo en la Faja del Orinoco. Era y es un asunto de interés nacional, que hace al bienestar público porque los ingresos petroleros redundan en políticas sociales muy activas. Por ejemplo, el artículo que estamos criticando debería reconocer que el gobierno bolivariano entregó en poco más de cuatro años más de un millón y medio de viviendas, record absoluto en la historia latinoamericana y, probablemente, mundial. La AN, buscando paralizar al gobierno para hacerlo caer, no se reunió y cayó en la transgresión caracterizada por la Constitución Bolivariana como «omisión inconstitucional parlamentaria». Aquella prescribe que, en casos como ese, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, puede, tal como lo establece la Constitución de 1999, asumir algunas de las atribuciones de la AN y autorizar o convalidar algunas acciones del Ejecutivo. ¿Que el TSJ se excedió en apropiarse de las atribuciones de la AN? Seguro. Pero informado de este hecho por la Fiscal General el “dictador” Maduro exhortó al TSC que acotara las atribuciones transitoriamente tomadas de la AN, y las cosas volvieron a la normalidad. [3]

Claro que sí hubo un golpe de Estado fallido, y fue cuando la AN declaró en enero de este año que el presidente Maduro había hecho abandono de su cargo y que debía llamarse de inmediato a elecciones presidenciales. Esto en cualquier país se llama «sedición”: tentativa de quebrar el orden institucional vigente y sus autoridades al margen de la ley, y nuestros autores lo saben. Imagínense el escándalo que se produciría si en Estados Unidos, o mismo en la Argentina, el Congreso emitiera una ley de ese tipo. Aparentemente, para Gargarella y Svampa esta fallida tentativa golpista es una minucia El relato de la oposición, que hacen suyo nuestros autores, dice que el golpista es Maduro y punto.

6) ¿»Represión institucional cada vez mayor»? Algo raro debe estar sucediendo en Venezuela para que la gran mayoría de las víctimas sean, como en febrero del 2014, personas ajenas al conflicto (como esa señora a la cual los mientras de la “oposición democrática” mataron arrojándole desde un edificio de altura una botella de plástico con agua congelada en su interior), chavistas o personal policial. Si algo se le puede reprochar al gobierno de Maduro ha sido su excesiva contemplación en la aplicación de toda la fuerza represiva del estado a quienes toman las calles por la fuerza para incendiar hospitales de niños, saquear comercios y apalear a personas que no se solidarizan con sus actos violentos. El mapa de los incidentes violentos y las guarimbas demuestra inequívocamente que estas se producen, en la casi totalidad de los casos, en los 19 municipios controlados por la oposición, y que los revoltosos cuentan con la protección de las autoridades municipales y sus policías. Es más, el 60 por ciento de las víctimas de la violencia son gentes que no participaban en las manifestaciones, y otra proporción la aportan los muertos de las fuerzas de seguridad bolivarianas. Ante esto, ¿qué proponen Gargarella y Svampa? ¿Que el gobierno se quede de brazos cruzados mientras bandas armadas destruyen el país, matan a inocentes y cometen toda clase de desmanes? ¡Por favor, donde vieron una cosa así! ¿Qué fue lo que tantos gobiernos federales o estaduales hicieron en su tan admirado Estados Unidos ante manifestaciones mucho menos violentas de los afroamericanos en la época de la lucha por los derechos civiles o durante las grandes manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam? Recuerden la brutalidad represiva de la policía y la Guardia Nacional de Estados Unidos en esa época, y compárenla con la de los policías sin armas de fuego que velan por la tranquilidad y el orden en Venezuela con gases lacrimógenos y cañones de agua. ¿Es posible que ignoren algo tan elemental? Por otra parte, ¿quiénes trajeron a los paramilitares colombianos a Venezuela? ¿Los chavistas o sus opositores, aliados a Álvaro Uribe? Sería conveniente que exploraran este asunto.

7) ¿Desabastecimiento? Sí, claro, pero desabastecimiento programado porque Venezuela subsidia alimentos y medicamentos, cosa que no hacen sus vecinos. Entonces redes mafiosas se dedican a contrabandear lo que se produce en Venezuela, que es mucho, pero que es contrabandeado a países vecinos, sobre todo Colombia, con la abierta complicidad de Bogotá. El problema principal de Venezuela no es que no se produce; ha venido produciendo cada vez más, aunque un pequeño número de artículos esenciales (harina pan, café, azúcar, etcétera) es producido por grandes oligopolios que regulan la oferta en función del cronograma electoral y de los altibajos de las luchas opositoras para crear malestar en la población tal como se hiciera en el Chile de Allende. [4] Además, buena parte de lo que se produce es exportado ilegalmente, vía contrabando, fuera del país, casi siempre a Colombia. El medicamento que en Venezuela cuesta un dólar se vende a cinco en Colombia; el litro de nafta que vale un centavo de dólar en Venezuela se vende a un dólar y monedas en Colombia, con la complacencia del gobierno colombiano que debería ayudar a combatir este flagelo, cosa que por supuesto no hace porque precisamente sus siete bases militares entregadas a fuerzas armadas de Estados Unidos están allí para acelerar el derrumbe de la Revolución Bolivariana. Y la “guerra económica” es uno de sus instrumentos.

8) ¿Corrupción? Sí, pero allí hay funcionarios gubernamentales y también miembros de la oposición. ¿Qué es esto de hablar de los corruptos sin hablar de los corruptores? Es un reflejo del viejo pensamiento liberal que sostiene que el Estado, todo Estado, es la esfera de la corrupción mientras que el mercado es el ámbito de la virtud, el sacrificio y la innovación. Que alguien pueda creer en este cuentito a esta altura de la historia no deja de ser una asombrosa comprobación. Salvo, claro está, que en tiempos tan “interesantes” (Eric Hobsbawm) como estos se haya producido una fenomenal mutación sociogenética en virtud de la cual hay corruptos sin que haya corruptores; los primeros están en el estado, los segundos en la sociedad civil. Obviamente, en la nota que estamos analizando solo se habla de los primeros. Los otros son ángeles.

9) ¿»Un régimen crecientemente deslegitimado y autoritario»? Indudablemente que un caos provocado por una “guerra económica” impiadosa, una ofensiva diplomática brutal (con un personaje de los bajos fondos como Luis Almagro llevando la batuta de esta pandilla golpista desde la OEA), un ataque sistemático de los grandes medios, la condena de desprestigiados y fracasados ex presidentes latinoamericanos, que sumieron a sus países en la pobreza, la dependencia y el desamparo, y la omnipresente presión de Washington (recordar la Orden Ejecutiva de Barack Obama) no puede sino erosionar la legitimidad de un gobierno, de cualquier gobierno. Pero aún así lo oposición teme la potencia electoral del chavismo.

En lo que hace a su autoritarismo ¿cómo negar que la oposición a esta peculiar “dictadura” de Maduro hace y deshace a voluntad? Controla a su antojo los grandes medios de comunicación y difunde cuantas mentiras se les viene en gana las 24 horas del día y aplica el “terrorismo mediático” sin escrúpulo alguno; abandonan sus responsabilidades institucionales y paralizan a la Asamblea Nacional sin que esta sea disuelta por el Ejecutivo o revocados los mandatos de los asambleístas; sus dirigentes salen del país para invitar a líderes de EEUU que el imperio invada Venezuela y derroque a su legítimo gobierno o para hablar pestes del gobierno bolivariano ante terceros países; sus jefes hacen campaña apoyando a cuanto candidato presidencial de derecha extrema compita por un cargo presidencial en América Latina, y así sucesivamente. Pese a esto no sufren molestia alguna. ¿Hay presos? Seguro: pero no por manifestarse en las calles, hablar, opinar, difamar, conspirar contra la patria sino por instigar a la violencia y ejecutar toda suerte de actos vandálicos. ¿Qué clase de autoritarismo es este? Dado que muchos se regodean hablando de la “dictadura” de Maduro sólo les pido que me digan que opositor pudo hacer todo esto bajo los gobiernos de Videla, Pinochet, Garrastazú Medici, Stroessner, Somoza y compañía.

10) Se critica «el apoyo incondicional de la izquierda al chavismo». Pero qué pretenden, ¿que apoyemos a la ofensiva destituyente dictada por Estados Unidos y ejecutada por sus peones locales? Entre el imperialismo y un gobierno, por deficitario e imperfecto que sea, ¿se nos pide que optemos por el Comando Sur, por la señora Liliana Ayalde (artífice de los golpes «blandos» en Paraguay y Brasil y ahora número dos del Comando Sur), por la impresentable dirigencia opositora de Venezuela? ¿Eso se nos pide? La respuesta es: ¡jamás cometeríamos tan imperdonable error! Quienes por sus prejuicios y su empecinamiento en despotricar contra la Revolución Bolivariana –cuyos aciertos superan ampliamente sus errores- terminen apoyando la estrategia insurreccional violenta del imperio y sus agentes locales descenderán con deshonor a los anales de la historia, cubiertos de lodo y sangre. Y no habrá sofismas ni alambicados argumentos pseudoteóricos capaces de rescatarlos de tan innoble lugar.

11) “Nadie debe morir por pensar distinto”, se nos dice. Correcto. Pero los que están muriendo por pensar distinto son los chavistas o simples venezolanas o venezolanos que no participaban en ninguna manifestación. De hecho, los que mataron a 43 personas en Febrero del 2014 y a otros tantos en la actual ofensiva ha sido, principalmente, la oposición sediciosa. Los que pueden morir por pensar distinto son los chavistas, no los artífices de la contrarrevolución.

13) Se dice, al concluir el artículo de Gargarella y Svampa, que hay que entender «que enfrente no están los enemigos sino los que no piensan como nosotros, pero que en lo que importa son iguales a nosotros: seres humanos dignos, que piensan y sienten y sufren y se emocionan, y que merecen, como nosotros, igual consideración y respeto.» Este pseudo humanismo por más que entibie nuestros corazones pensando en la fraternidad universal es, cuando se lo baja a la coyuntura actual de Venezuela, un razonamiento que no tiene el menor asidero empírico. Y no sólo en este país. Los que amputaron las manos de Víctor Jara y luego lo asesinaron a sangre fría en Chile, ¿era gente como nosotros? ¿Los militares argentinos que violaban a mujeres embarazadas, las torturaban introduciéndoles botellas de vidrio roto en sus vaginas, les robaban sus niños y luego las tiraban desde un avión al mar, ¿eran como nosotros? Los escuadrones de la muerte que asolaron tantos países de la región ¿eran gentes como nosotros? Y los que en la Venezuela de hoy reclutan paramilitares o lúmpenes para incendiar hospitales, tender «guayas» para decapitar motoqueros desprevenidos, arrojar bombas molotov contra policías que no portan armas de fuego, destruir todo lo que encuentran a su paso y moler a golpes a vecinos que quieran atravesar la guarimba para ir a trabajar o comprar alimentos, esos, ¿son iguales a nosotros? Tremendo error. ¿Cómo se defiende una sociedad de tan arteros ataques? ¿Rezando siete Ave Marías o descargando sobre ellos –los violentos, no los sectores pacíficos y minoritarios de la oposición- toda la fuerza represiva del Estado?

Termino diciendo que aquel razonamiento, aquella bella exhortación a la fraternidad universal y al humanismo -que evoca figuras entrañables como Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro e Inmanuel Kant- termina siendo mala filosofía, peor teología y pésima sociología cuando esos principios éticos son trasladados sin mediaciones al barro y la sangre de la Venezuela actual, Es imposible entender a los sujetos de la contrarrevolución y sus agentes con esas bellas categorías. Estoy absolutamente seguro que Gargarella y Svampa, al igual que el autor de estas líneas, jamás haríamos algo como los horrores descriptos más arriba. O como lo que hacen Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional, Lilian Tintori, Henry Allup Ramos o María Corina Machado, gentes que se arrastran para lograr que el Comando Sur invada a Venezuela so pretexto de la “crisis humanitaria” que ellos en buena medida han creado. Todas estas son gentes de una incurable perversidad y no son iguales a nosotros. Ni son iguales al pueblo chavista que ha sobrevivido con abnegación y heroísmo a tantas malevosías. Ni tampoco son iguales a la enorme mayoría de la dirigencia chavista, que trata de gobernar un país que la oposición ha tratado de convertir en ingobernable con el infame propósito de reconquistar el poder y usufructuarlo a favor de los intereses que por siglos sojuzgaron a Venezuela. ¿Hablar de Venezuela? Sí, por supuesto, pero diciendo la verdad.

Notas:


[1] El dossier está disponible en https://www.pagina12.com.ar/36336-encrucijada-venezolana e incluye también dos breves notas de Modesto Guerrero y el autor de este trabajo.

[2] Cf. Zbigniew Brzezinski, Strategic Vision. America and the Crisis of Global Power (New York: Basic Books, 2012).

[3] Recuérdese que el Tribunal Supremo de Justicia dictaminó que en Abril del 2002 no hubo un “golpe de estado” contra Chávez sino que se produjo un milagroso “vacío de poder”. La “dictadura chavista” no objetó esa escandalosa sentencia del TSJ ni tampoco disolvió el organismo.

[4] Sobre este tema de la “guerra económica” los datos duros que aporta Pascualina Cursio en su magnífico libro son demoledores del argumento opositor. Ver su La mano visible del mercado. Guerra económica en Venezuela (Caracas: MinCI, 2017)

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226565

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¿Es posible ser comunista en la actualidad?

Por: Marcelo Colussi

«El Socialismo solo funciona en dos lugares: en el Cielo, donde no lo necesitan, y en el Infierno donde ya lo tienen». Activista antichavista en Venezuela.

«Si hay 200 millones de niños en las calles, ninguno es cubano; si hay 100 millones de niños trabajando sin poder ir a la escuela, ninguno es cubano». Fidel Castro

I

Hoy día hablar de comunismo (o de socialismo, o de marxismo) no pareciera estar muy «de moda»; es más, a cualquiera que se precie de defenderlo, el discurso dominante con asombrosa rapidez lo tildará de anacrónico, desfasado, dinosaurio de tiempos idos. Ya ni siquiera es «peligroso» para el sistema (o, al menos, eso se quiere hacer creer); su evocación como rémora de un pasado «oprobioso que no debe volver nunca más» funciona ya como antídoto. Aunque, en lo profundo del sistema capitalista, por supuesto que sigue siendo altamente peligroso. ¿Por qué, si no, perdura el continuo armarse contra la posibilidad de «estallidos sociales», de «ingobernabilidades»? Como dijo Néstor Kohan: «curioso cadáver el del marxismo, que hay que estar enterrándolo continuamente«. En realidad, para usar la expresión apócrifa equivocadamente atribuida a José Zorrilla: «los muertos que vos matáis gozan de buena salud«. Pero la ideología que, hoy por hoy, domina la escena, lo presenta como «terminado, muerto y sepultado».

El epígrafe que abre el texto –el primer epígrafe, pronunciado con el más visceral odio de clase por un contrarrevolucionario venezolano– marca en buena medida los tiempos que corren. Quizá, jugando con los versos de Rafael de León, podría decirse: ¿comunismo? «¡Pamplinas! ¡Figuraciones que se inventan los chavales! Después la vida se impone: tanto tienes, tanto vales».

Aunque la caída del muro de Berlín en 1989 –y con esa caída, la puesta entre paréntesis de los sueños de transformación del mundo que venían materializándose en la primera mitad del siglo pasado: Rusia, China, Cuba, Nicaragua, Vietnam, liberación de países africanos, movimientos revolucionarios varios, espíritu contestatario– ha abierto una serie de interrogantes aún por responderse respecto a lo que fue socialismo real, la pregunta que da título al presente escrito necesita hoy de imperiosas respuestas, quizá más imperiosas y urgentes que años atrás. El fantasma de un tal «castro-comunismo«, sin que eso pueda traducirse en forma clara en términos conceptuales, con su sola mención ya sirve para asustar, para horrorizar incluso, buscando santiguarse. En Venezuela, por ejemplo, (o en todo el mundo, mostrando la Revolución Bolivariana de Venezuela), con ese epíteto se moviliza lo más conservador y fascista de la sociedad, remedando la lucha ideológica de la Guerra Fría. «Si viene el comunismo te van a poner obligadamente una familia a compartir tu casa, y a tus hijos te los van a quitar para mandarlos a campos de entrenamiento guerrillero en Cuba«. Aunque parezca mentira, ya entrado el siglo XXI esas patrañas son las que dominan la inteligencia de la población mundial.

Desde el surgimiento del pensamiento anticapitalista en los albores de la gran industria europea, allá por el siglo XIX, e incluso después de la puesta en marcha de las primeras experiencias socialistas en el siglo XX, con la Rusia bolchevique, con la República Popular China, estaba bastante claro qué significaba ser comunista. Hoy, a inicios del siglo XXI, luego de toda el agua corrida bajo el puente, la pregunta tiene más vigencia que antes incluso. El descrédito que se le ha adosado hace más que urgente responder con claridad qué significa.

Las verdades que inaugura el Manifiesto Comunista en 1848 siguen siendo válidas aún hoy; y sin duda, en tanto verdades universales, lo serán por siempre, dado que develan estructuras de la naturaleza social misma: la explotación a partir de la apropiación del trabajo ajeno, la lucha de clases como motor de la historia, la violencia en tanto «partera de la historia», las revoluciones sociales como momento de superación de fases de desarrollo que signan el devenir humano. Todas estas verdades son expresión de un saber que se instaura como objetivo, neutro, científico en el sentido moderno de la palabra –los conceptos científicos no tienen color político–. Otra cosa es el llamado a la práctica que esas formulaciones teóricas posibilitan, es decir: la acción política; y para el caso, la revolución. ¡Obviamente eso es ideológico! Tan ideológica es la defensa del sistema vigente como la voluntad de transformarlo. ¿Quién dijo que las ideologías habían terminado? ¿Sería ello acaso remotamente posible?

Dicho rápidamente: el comunismo como expresión teórica y como práctica política no ha muerto, porque la realidad que le dio origen –la explotación de clase, las distintas formas de opresión de unos seres humanos sobre otros seres humanos (de clase, de género, étnica)– no ha desaparecido. Mientras persistan las inequidades y las diversas formas de explotación humana, el comunismo, en tanto aspiración justiciera, seguirá vigente.

II

Con la desaparición del campo socialista de Europa del Este hacia la década de los 90 del pasado siglo, la vorágine triunfalista del capitalismo ganador de la Guerra Fría arrastró al mundo a una suerte de aturdimiento intelectual, presentando el descrédito del comunismo como la demostración de su inviabilidad. Tan grande fue el golpe que, por algún momento, la prédica triunfal pareció ser verdadera: ¡el comunismo no era posible! Y todos pudimos llegar a creerlo. «¡Pamplinas! ¡Figuraciones que se inventan los chavales! «. El darwinismo social se agigantó.

Hoy, a casi tres décadas de esos acontecimientos, con una China que ha tomado caminos que, aunque no han derrumbado al Partido Comunista, al menos abre interrogantes sobre lo que el comunismo significa, y con un talante planetario donde decirse de izquierda conlleva una carga casi despectiva, vale la pena –o mejor aún: es imprescindible– plantearse la pregunta: ¿qué significa en la actualidad ser comunista? ¿Es posible serlo?

Las injusticias, la explotación, la apropiación del trabajo ajeno, la lucha de clases, todo ello sigue siendo la esencia de las relaciones sociales. Es más: caída la experiencia soviética, el capitalismo ganador ha avasallado conquistas de los trabajadores conseguidas con sangre durante décadas de lucha, entronizando un modelo ultraexplotador (llamado «neoliberalismo» ) que retrotrae peligrosamente la historia. Capitalismo triunfante, por otro lado, que se alza unilateral, insolente, con una potencia militar hegemónica –Estados Unidos de América– dispuesta a todo, con una posición provocativa que puede llevar al mundo a un holocausto nuclear, y que no ofrece –ni lo pretende, pero además, no podría lograrlo– soluciones reales a los problemas crónicos de la humanidad. Capitalismo triunfante sobre las primeras experiencias socialistas habidas pero que, pese a un descomunal desarrollo científico-técnico, no consigue remediar los males humanos de la pobreza, de la escasez, de la desprotección. En ese sentido, es válido el segundo epígrafe, la cita de Fidel Castro. Si toda esta barbarie capitalista continúa, –y tal como van las cosas, pareciera que tiende a aumentar– el comunismo, en tanto expresión de reacción ante tanta injusticia, lejos de desaparecer tiene más razón de ser que nunca. Porque la gente, la población de a pie, los que reciben los efectos de ese capitalismo salvaje, sin duda siguen protestando, aunque no conozcan nada de marxismo en términos teóricos.

Las vías de construcción de los primeros socialismos, por innumerables y complejas causas, quedaron dañadas, y merecen ser revisadas: el autoritarismo, el patriarcado y el Gulag fueron realidades palpables. «El socialismo clásico fue prepotente y arrogante. Siempre nos enviaba a ver tal página para encontrar verdades y soluciones. Nos dieron catecismos. Y eso es un grave error «, reflexionaba críticamente Rafael Correa, ex presidente de Ecuador. Sin duda que hubo errores, y muchos. Los comunistas son seres humanos de carne y hueso. Un comunista italiano, por ejemplo, se quejaba porque su hija se iba a casar con un siciliano. «¿Cómo con un africano, hija mía?«, le reprochaba amargamente. ¿No hay derecho a la equivocación en el comunismo acaso?

Aunque todo eso existe: errores, desaciertos, exageraciones, ello no desautoriza el ideario comunista y su lucha por un mundo de mayor justicia. Debe quedar claro que todos esos errores –monstruosos en algunos casos, injustificables desde una posición comunista (como prohibir la homosexualidad por contrarrevolucionaria, por poner solo un ejemplo)– no desdibujan la lucha contra las injusticias que ese ideario significó. Valen aquí palabras de Frei Betto: » El escándalo de la Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana«.

Ahora bien: ese pretendido «fracaso», de ningún modo autoriza a decir que las injusticias desaparecieron, y menos aún que las expresiones de búsqueda de mayor armonía y equidad social que representa el proyecto comunista, se hundieron igualmente.

Hoy por hoy, aunque el discurso hegemónico ha llevado los valores del capitalismo triunfal a un endiosamiento nunca antes visto en otros modelos sociales, la protesta de los excluidos sigue estando. Y pasados los primeros años del aturdimiento post Guerra Fría, vuelve a hacerse notar. Dicho así, entonces, el comunismo no ha desaparecido y está muy lejos de desaparecer, porque las injusticias continúan siendo la esencia cotidiana de la vida de los seres humanos. ¿Pero por qué este rechazo en decirnos claramente, con todas las letras, «comunistas»? ¿Pasó a ser el comunismo una «pamplina de chavales», una estupidez «fuera de moda», una utopía absolutamente irrealizable?

III

Las injusticias continúan (o se acrecientan); por tanto –no podría ser de otro modo– las protestas también continúan. Tal vez no crecen, no ponen la situación social al rojo vivo, tal como fueron las primeras décadas del siglo pasado, pero por supuesto que siguen presentes. Aunque la voz triunfal del capitalismo se levantó sobre la emblemática caída del muro de Berlín proclamando que «la historia terminó», a cada paso la experiencia nos demuestra que ello no es así. Para prueba, ahí están los movimientos que recorren nuevamente Latinoamérica, protestas y reivindicaciones campesinas, la Revolución Bolivariana en Venezuela como propuesta de una integración continental alternativa a los tratados de «libre» comercio impuestos por Washington; ahí está la reacción de los pueblos europeos diciendo «no» a una constitución política ultraliberal centrada en el gran capital que intenta desconocer conquistas populares históricas y desmontar los Estados de bienestar; ahí sigue Cuba revolucionaria resistiendo y, como dice el segundo epígrafe, con logros incontrastables; ahí está la resistencia de los pueblos árabes ante toda intervención armada estadounidense; ahí está el pueblo palestino alzándose contra el genocidio.

Protestas, todas éstas, a las que debe sumársele un amplísimo abanico de fuerzas contestatarias, progresistas, propulsoras también de cambios sociales: ahí está la reivindicación del género femenino ganando espacio día a día; ahí están todas las luchas antirracistas a partir de las reivindicaciones étnicas; ahí está una conciencia ecológica que va ganando terreno en todo el mundo para ponerle freno a la voracidad consumista y a la depredación planetaria realizada en nombre del lucro privado; ahí está un sinnúmero de voces que se alzan contra diversas formas de discriminación y/o opresión –sexual, cultural, contra la guerra, por derechos específicos–. ¿Son comunistas todas estas expresiones?

Sin dudas nadie se atreve a llamarlas así hoy día. Lo cual nos lleva a las siguientes reflexiones: a) la prédica anticomunista que la humanidad vivió por años durante prácticamente todo el siglo XX ha tornado al comunismo un siniestro monstruo innombrable, y b) hay que redefinir, hoy por hoy, qué significa exactamente ser comunista.

Sobre la primera consideración no es necesario explayarnos demasiado; archisabido es que si un fantasma comenzaba a recorrer Europa a mediados del siglo XIX, el fantasma que recorrió el mundo con una fuerza inusitada durante el XX se encargó de satanizar con ribetes increíbles todo lo que sonara a «crítico», a «contestatario», haciendo del término comunismo sinónimo inmediato del mal, de terror, de fatalidad deplorable, diabólica y pérfida, presentificación en la Tierra del peor y más deleznable de los infiernos. La prédica, por cierto, dio resultado (véase una vez más el primer epígrafe).

Pero más allá de esta consecuencia, producto de una despiadada política desinformativa del capitalismo, ¿por qué hoy día es tan difícil reconocerse comunista? Ello lleva a la otra consideración que mencionábamos: ¿es posible, efectivamente, seguir siendo comunista hoy día? Pero, ¿qué significa ser comunista?

IV

El comunismo, en tanto formulación conceptual, en buena medida recogida en esa brillante creación intelectual que fue su Manifiesto publicado por Marx y Engels a mediados del siglo XIX, se mueve en el ámbito de lo sociopolítico, ya sea como lectura crítica de la realidad, ya sea como guía para la acción práctica. El meollo toral de todo su andamiaje pasa por la lucha de clases sociales, motor último de la historia humana. Si contra algo luchan los comunistas, buscando su superación justamente, es contra la injusticia social, contra la explotación del ser humano por el mismo ser humano. En tal sentido, comunismo es sinónimo de «búsqueda de la igualdad», «búsqueda de la justicia». Siendo así, entonces, el comunismo no está muerto: la equidad social entre todos los seres humanos sigue siendo una agenda pendiente. Por tanto, su búsqueda continúa siendo una aspiración comunista en el sentido más cabal del término. Otra cuestión –que no tocaremos acá– es el tipo de medios a utilizarse para la concreción de la tarea: guerra popular prolongada, movilización obrera urbana, organizaciones campesinas alternativas, lucha armada de una vanguardia con base popular, incidencia parlamentaria, elecciones presidenciales en el ámbito de la democracia representativa.

Seguramente por miedo, por efecto de la monumental propaganda anticomunista desplegada en décadas pasadas, por cuestionables experiencias que nos dejó el socialismo real, o por una sumatoria de todas estas causas, hoy día la tendencia no es usar el término «comunista». Por el contrario, quienes portaban ese nombre se lo han sacado de encima. Pareciera que es una peste de la que hay que desembarazarse. La «moda», evidentemente, anda por otro lado. » Nueve de cada diez estrellas son de derecha «, satirizaba Pedro Almodóvar.

Pero más allá de «modas», de «tendencias», el estado de inequidad que dio nacimiento a un pensamiento comunista un siglo y medio atrás aún sigue vigente. Por tanto, con las adecuaciones del caso, sigue también vigente el instrumento forjado para enfrentar esas inequidades. A quienes seguimos creyendo que es necesario buscar un mundo más justo, más solidario, más equitativo, ¿nos da miedo llamarnos hoy comunistas? ¿Nos avergüenza el estalinismo, las «dictaduras del proletariado» que tuvieron lugar en el socialismo real? (más dictaduras que otra cosa). ¿Realmente logró mellarnos la propaganda capitalista con su inacabable cantinela anticomunista? ¿Ganamos algo cambiándonos el nombre? ¿Qué ganamos?

Sin dudas lo que propone el Manifiesto Comunista de 1848, aunque sigue siendo válido en su núcleo, necesita adecuaciones. Un siglo y medio no es poco, y muchas cosas, por diversos motivos, no fueron consideradas en aquel entonces. El comunismo se ocupó de la lucha de clases pero dejó fuera otras opresiones: no puso particular énfasis en la explotación del género masculino sobre el femenino ni consideró la temática de las discriminaciones étnicas. Por el contrario, incluso, peca de cierto eurocentrismo civilizatorio, y el tema ecológico aún no entraba en su consideración. Obviamente, todos somos hijos de nuestro tiempo; también Marx y Engels.

Tal como se dijo anteriormente, en la actualidad asistimos a un sinnúmero de fuerzas progresistas que, sin decirse comunistas, abren una crítica sobre los poderes constituidos, sobre el ejercicio de esos poderes, sobre las distintas formas de opresión vigentes. Fuerzas, en definitiva, que buscan también un mundo más justo, más solidario, más equitativo. Fuerzas que sin llamarse comunistas en sentido estricto, son definitivamente comunistas en su proyecto, en tanto entendemos que comunismo es la búsqueda de «otro mundo posible», ese mundo más justo, más solidario, más equitativo.

Y esto, elípticamente, contesta la pregunta inaugural: ser comunista –aunque hoy día asuste, incomode o fastidie el término, aunque esté «pasado de moda» llamarse así, aunque su uso fuerce un debate en torno a qué entender por revolución y cómo lograr la justicia–, ser comunista, entonces, no es una » pamplina «, pasajera » figuración de chaval «. Es luchar por un mundo más justo, más solidario, más equitativo. Esa lucha, por tanto, no se agota con una nueva organización económico-social, con una nueva relación de fuerzas en torno a las clases sociales; necesita también de cambios en la relación de poderes entre los géneros, en la consideración del otro distinto, en el respeto a la diversidad.

Después del aturdimiento de la caída del muro de Berlín –que provocó mucho ruido, sin dudas– ya va siendo hora de dos cosas: 1) quitarnos el miedo, el estigma de usar la palabra «comunismo», y 2) sobre la base de las lecciones aprendidas en el siglo XX, abrir un serio debate no sobre cómo nos designaremos (¿no nos gusta «comunista»?, ¿es mejor decirse «de izquierda»?, ¿queda más elegante «revolucionario»?, ¿y qué tal «luchadores por la justicia»?) sino sobre cómo lograr efectivamente ese mundo más justo, más solidario, más equitativo.

Es cierto que la tarea que nos espera es dura, pero… ¿quién dijo que iba a ser sencillo?

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226768

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Magnífico artículo de Zibechi acerca de la demografía y la educación. ¿Conformismo y vejez?

Por: Pedro Echeverria V

1. Raúl Zibechi es un pensador uruguayo. Usa en su artículo a cuatro personajes: al historiador Todd, al pensador Marx y a los escritores Wallerstein y Fanon obligándonos a pensar en el futuro y las dificultades revolucionarias. De entrada señala que Todd reflexiona sobre las elecciones en Francia señalando que “desde hace varias décadas existen campos de fuerzas sociales estables, que le permiten asegurar que la sociedad está dividida en dos mitades y que esa división permanece casi inalterada”. Señala de entrada que a pesar de la división social de clases no hay lucha social de fondo y nada cambia.

2. Reflexiona Todd: ¿Por qué en los últimos 25 años el rechazo al modelo neoliberal No ha crecido (en Europa), pese al aumento de la desocupación y al fracaso del euro? Se responde: Un dato estructural que tienden a minimizar los analistas es que en Francia, la población envejeció desde 1992 y, de hecho, los ancianos han perdido el derecho de voto, porque una salida del euro derrumbaría sus pensiones. Este es un pensamiento estratégico de la burguesía: “los tenemos agarrados de … las pensiones” y si no es por ahí será de otro lugar. Siempre se aprovechan de la cobardía de la gente.

3. Otro asunto importantísimo a reflexionar: la estratificación educativa. Señala Todd: “La gente con estudios superiores produjo una oligarquía de masas y esa élite pasó de 12 por ciento de la población en 1992 a 25 por ciento, en sólo 25 años. La conclusión brutal: una población envejecida sumada a una mayor masa oligárquica desemboca en un creciente conformismo de la mitad de la población, mientras la otra mitad de abajo se ha deteriorado notablemente desde el tratado europeo de Maastricht de 1992.

4. Analiza muy bien Sibechi: “Cuando Marx escribió el Manifiesto Comunista, la relación entre los de abajo y los de arriba era de nueve a uno. No había pensiones para los mayores y la universidad estaba reservada para las élites. Era un sistema inestable, donde 90 por ciento tenía interés en derribarlo… Todavía en 1960 abundaban los universitarios como el Che, dispuestos a utilizar sus conocimientos junto a los oprimidos. El sistema supo comprender que tenía un punto débil entre los jóvenes universitarios y tomó medidas”.

5. Ahora (muchos) docentes de ese nivel ganan fortunas, hasta 30 veces el salario mínimo en varios países. Los estudiantes cuentan con becas que les permiten estirar los estudios de posgrado hasta bordear los 40 años y luego aspiran a ingresar en la élite universitaria. En el imaginario colectivo el ascenso social pasa por los estudios superiores a los que se entrega buena parte de la vida. Esto es brutal porque el 95 por ciento de los estudiantes y académicos universitarios se han convertido en privilegiados del sistema de opresión

6. Ha escrito Wallerstein que bajo el capitalismo la clase alta creció al pasar de 1 a 20 por ciento de la población mundial. En América Latina las cifras deben matizarse, pero vamos hacia allá. Es posible que estemos bordeando la dominación perfecta: sociedades divididas en partes casi iguales, entre los que necesitan patear el tablero y los que temen cualquier cambio. Una mitad conformista y la otra mitad apabullada por la cuarta guerra mundial. Por encima de ambas, 1 por ciento controla el poder estatal, el material y las democracias electorales.

7. A medida que se expanden las dimensiones del grupo en la cima, a medida que vamos haciendo a los miembros del grupo de la cima cada vez más iguales entre sí en sus derechos políticos, se hace posible extraer más de los de abajo, escribe Wallerstein en su libro: Después del liberalismo (página 168). Y agrega que un país mitad libre y mitad esclavo sí puede durar mucho tiempo De aquí saca conclusiones: La democracia electoral tiene sentido para la mitad de arriba, pero es una cárcel para los de abajo.

8. Los partidos de centro-izquierda recogen las aspiraciones, y los miedos, de esa mitad de la población que sólo quiere cambios cosméticos y cuyo ejercicio político excluyente es votar cada cinco o seis años y asistir a mítines para aplaudir a sus caudillos. La mitad de abajo no puede confiar en un sistema político que de manera permanente habla de democracia y libertad pero funciona en todo el mundo como una dictadura “democrática” de empresarios, banqueros y políticos.

9. Una estructura política con total libertad para la mitad de arriba puede ser la forma más opresiva que se pueda imaginar para la mitad de abajo. Por ello escribió Franz Fanon en los Condenados de la Tierra: Los que viven en la zona del no-ser son los que resisten y construyen otros mundos, por mera necesidad de sobrevivir. Pero son bombardeados por la fantasía de que pueden cambiar su destino sin quebrar el sistema. (13/V/17)

Fuente: https://pedroecheverriav.wordpress.com

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Una salida desde la izquierda para la crisis de la educación pública.

«La educación pública está en crisis». Lo escuchamos todo el tiempo. El tema es por qué está en crisis, quiénes son los responsables y qué salida tiene.

Por: Christian Castillo.

Como docente universitario lo vivo todos los años. De cada cuatro jóvenes que ingresan a la universidad pública, sólo uno la termina. La mayoría de los que tienen que dejarla son hijos de trabajadores, o son trabajadores ellos mismos, que llegan agotados a las cursadas. El salario docente universitario, como el de todos los niveles educativos, sigue cayendo frente a la inflación y hay miles de docentes que no cobran, los mal llamados «ad honorem».

Si esto sucede en la universidad, el problema educativo es mucho más agudo cuando levantamos la vista y vemos la situación de los millones que empiezan los niveles iniciales y los menos que llegan al secundario.

En los últimos años vienen quedando afuera de los jardines (públicos y privados) 165 mil niños de 3 y 4 años sólo en la provincia de Buenos Aires. Menos del 50 % de los estudiantes termina la escuela secundaria en tiempo y forma, entre los que tienen que abandonar o repiten por múltiples causas, a pesar de la ley que establece la obligatoriedad para este nivel. No extraña: un 46% de los jóvenes se encuentra en situación de pobreza. Difícil que pueda mejorarse el rendimiento escolar cuando los estudiantes viven en hogares hacinados y con las necesidades básicas insatisfechas. Los docentes tienen que tratar de enseñar en aulas superpobladas, escuelas que se caen a pedazos, dejando la salud en los cursos trabajando doble o triple turno, tal como ocurre con otros trabajadores en las fábricas. La ley de financiamiento educativo establecía que en el nivel primario el 30% de las escuelas debía tener jornada extendida o completa para el año 2010. En la provincia de Buenos Aires este porcentaje llega apenas al 6% y es menor aún en el Conurbano.

El incumplimiento estatal es claro: ni el Estado nacional ni el provincial pusieron los fondos necesarios ni durante el gobierno anterior ni durante el actual para construir las escuelas o para crear los nuevos cargos docentes para cumplir esta meta elemental. Y después quieren culpar a los docentes por luchar en defensa de sus bajos salarios por la pérdida de la calidad educativa.

La dualización del sistema educativo entre un sector público cada vez más degradado y un sector privado donde concurren los hijos de los sectores más acomodados de la población (e incluso franjas de los trabajadores con mejores salarios) ha acompañado la precarización creciente de la fuerza de trabajo y la marginalización de sectores crecientes, impuesta particularmente a partir de la década de los noventa.

Hoy Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y Esteban Bullrich quieren avanzar en el ataque a la educación pública, la segmentación y la privatización del sistema. Por eso eligieron a los docentes como enemigos. Antes lo habían hecho Daniel Scioli y su ministra Nora De Lucía. No nos olvidemos. Por eso el ex candidato presidencial del Frente Para la Victoria le recomendó a la gobernadora de Cambiemos cerrar la paritaria docente por decreto y dar nuevamente un aumento de miseria, después de que el año pasado el salario ya perdió diez puntos frente a la inflación.

Los funcionarios gubernamentales, que cobran quince o veinte más que un docente, no vacilan en utilizar la disputa por el salario docente como parte de la campaña electoral, utilizando a las corporaciones mediáticas y los periodistas amigos para estigmatizar a los trabajadores de la educación. Por su parte, la dirección del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (Suteba) y otros gremios docentes han querido utilizar las masivas marchas de marzo para impulsar el «vamos a volver» al servicio del peronismo.

Para nosotros, al contrario que para Cambiemos, el Partido Justicialista o el Frente Renovador, la educación pública es una prioridad. El Frente de Izquierda tiene una salida. Para dar respuesta a la emergencia proponemos la renacionalización del sistema educativo, para que el Estado nacional, junto con los provinciales, garantice el financiamiento necesario para sostener una educación pública de calidad y al servicio de las necesidades e intereses de los trabajadores. Proponemos duplicar ya el salario docente con recursos de provincia y nación, y que una jornada laboral docente de seis horas (cuatro frente a clase y dos extra clase) cubra la canasta familiar. Hay que terminar con el fraude laboral y todo el salario tiene que ir al básico para computar antigüedad, aguinaldo y vacaciones.

Es hora de que la prioridad sea la educación pública y no la ganancia de las mineras, los bancos, las patronales agrarias y las corporaciones multinacionales. Proponemos terminar con los subsidios a la educación privada y la privatización de carreras y posgrados a pedido de las empresas. En vez de destinar recursos al pago de la deuda o los subsidios a los capitalistas, deben destinarse para construir las escuelas que faltan y crear cargos docentes para garantizar la jornada extendida y completa en al menos el 50% de las escuelas.

Hoy sólo se recibe uno de cada cuatro ingresantes. El Estado debe otorgar becas de media canasta familiar, 11.500 pesos, para que todos puedan terminar sus estudios terciarios y universitarios. Que se comience por la entrega de cien mil becas este mismo año con base en un impuesto extraordinario al 1% más rico de la población.

Hay que derogar inmediatamente la nefasta ley de educación superior menemista, que ha favorecido la mercantilización y la privatización periférica de los estudios universitarios, transformando en particular los estudios de posgrado en un negocio y mera fuente de recaudación de fondos.

Nuestra educación, la de millones de jóvenes, vale más que sus ganancias. Pero los ministros, tecnócratas y burócratas no pueden darle una salida a esta crisis. Necesitamos un gran Congreso Educativo Nacional, donde padres, docentes y estudiantes puedan definir un plan para salir de la crisis a donde nos llevaron los gobiernos que defienden los intereses de las patronales.

Fuente: http://www.infobae.com/opinion/2017/05/18/una-salida-desde-la-izquierda-para-la-crisis-de-la-educacion-publica/

Imagen: http://www.politicargentina.com/advf/imagenes/2016/05/5735002f6ff72_750x481.jpg

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La buena educación.

Por: Tomas Sherz.

La publicación de los resultados del Simce, a pesar de modestos avances que no sabemos aún si marcan tendencia, vuelven a confirmarnos brechas, cifras y desafíos pendientes. De fondo, la pregunta recurrente que agita los ánimos sigue siendo aquella que inquiere sobre la educación que soñamos. Y sabemos que esta pregunta no podrá ser atendida si antes no logramos acuerdos respecto del tipo de sociedad que necesitamos construir y del tipo de persona que queremos formar.

En la búsqueda de este horizonte compartido, se devela una gran tensión de la cual debemos hacernos cargo si de verdad queremos construir un sistema educativo de calidad.

¿Una buena educación se da sólo por la elocuencia de los indicadores o convenimos que hay otros factores no medibles tan o más importantes que los puntajes?

Es relevante hacer esta reflexión por dos motivos: primero porque ahora se está trabajando en las nuevas bases curriculares para 3º y 4º medio, cuya consulta pública fue en marzo -proceso que además abre la puerta a nuevas modificaciones determinando así toda la trayectoria escolar-. Y segundo, porque creemos que cualquier medición (o definición) de la calidad educativa no puede hacerse de espaldas a lo que la misma LGE declara sobre la integralidad de saberes y competencias (art. 2).

En este sentido, podemos advertir que todos los ámbitos declarados en la ley poseen una definición curricular en la nueva propuesta, menos el área de la espiritualidad. Si la espiritualidad es un ámbito gravitante de la formación de las personas y los pueblos, es clave que el Estado comprenda que la escuela deba tener un espacio curricular para esta dimensión del desarrollo humano y social.

Dicho de otro modo, los estudiantes no podrán comprender el desarrollo de las sociedades sin aquel sustrato religioso que ha determinado su visión de mundo y convivencia. Y no se trata de hacer pasar a los estudiantes por un elenco de credos extendidos por todo el globo ni por programas de adoctrinamiento, sino por procesos de estudio que ayuden a comprender el valor de lo religioso (al menos desde las confesionalidades con las que ha vivido la república) como factor de cohesión, ciudadanía y trascendencia honrando la integralidad como eje de una buena educación, en un ambiente de verdadera laicidad dentro de la experiencia escolar.

Fuente: https://www.publimetro.cl/cl/opinion/2017/05/17/buena-educacion.html

Imagen: http://noticias.universia.com.ar/net/images/educacion/c/co/con/conheca-os-habitos-de-professores-eficientes.png

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El alcance de la educacion primaria universal para 2030 requiere 24 millones de profesores nuevos.

América del Norte/Estados Unidos/23.05.2017/Autor y Fuente: http://www.un.org

El alcance de la educación primaria universal para el año 2030 requiere más de 24 millones de nuevos profesores, revelaron varias agencias de Naciones Unidas en un comunicado conjunto emitido con motivo del Día Mundial del Docente.

La educación primaria universal forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Esa cifra se eleva a más de 44 millones de maestros si nos referimos a la misma situación en la educación secundaria.

A pesar de la importancia vital que tienen en el aprendizaje de los niños, los maestros se enfrentan a dificultades laborales tales como precariedad contractual, bajos salarios, falta de formación y desarrollo profesional, señala el documento.

Ante tal situación, las agencias de la ONU pugnan por la implementación de medidas que contribuyan a mejorar su situación profesional, como son una retribución adecuada, dotarlos con las herramientas necesarias para que lleven a cabo su trabajo y mejorar la eficiencia de los sistemas educativos en todos los niveles.

El lema de la jornada este año es: “Valoremos al docente, mejoremos su situación profesional”, una demanda que resume los principios fundamentales del instrumento normativo internacional sobre el trabajo de los profesores: la Recomendación Relativa a la Situación del Personal Docente.

Ese texto fue aprobado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) hace medio siglo, por lo que este año el Día Mundial de los Docentes le rinde tributo.

Fuente: http://www.un.org/youthenvoy/es/2016/10/el-alcance-de-la-educacion-primaria-universal-para-2030-requiere-24-millones-de-profesores-nuevos/

Imagen: http://i1.wp.com/www.un.org/youthenvoy/wp-content/uploads/2016/10/teachers-day-spanish-e1475770551392.jpg?zoom=1.25&resize=800%2C534

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Los museos, una herramienta para la paz.

América del Norte/ Estados Unidos/23.05.2016/ Autor y Fuente: http://www.un.org/

La UNESCO destacó  el valor de los museos como promotores del conocimiento y del libre pensamiento, además de su contribución a crear sociedades informadas.

En la actualidad los museos se especializan en todo tipo de temáticas, desde los que muestran el ingenio humano, pasando por las expresiones culturales, hasta los que exhiben los bienes de la naturaleza que hemos heredado.

En el Día Internacional de los Museos, el organismo de la ONU rindió tributo al papel que desempeñan en la construcción de la paz.

Mencionó que en tiempos en que la asistencia a esos espacios sigue creciendo la UNESCO trabaja con estas entidades para promover el desarrollo sostenible y crear una cultura de la no violencia.

El potencial de los museos no está solamente en su contribución a las economías, dijo el organismo, ya que se constituyen, además, en centros para meditar acerca de la cultura y fomentar el diálogo.

La adopción de nuevas tecnologías les permite democratizar el acceso.

No obstante, en los últimos años, han sido objeto de ataques y saqueos, justamente por encarnar esos valores de diversidad, diálogo y apertura.

En respuesta, la UNESCO aseguró que continuará asistiéndolos para fortalecer su capacidad, en países como Iraq, Libia, Mali y Siria, entre otros

Fuente: http://www.un.org/spanish/News/story.asp?NewsID=37348#.WR3oUCA184g

Imagen: http://static.un.org/News/dh/photos/2011/01-02-2011egypt.jpg

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