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Una tarde con Judith Butler

Por: Piedepagina/17-04-2019

Referente del pensamiento de género, la filósofa norteamericana visitó Buenos Aires. Para su conferencia se anotaron 15 mil personas y produjo furores. La periodista Cecilia González escribió este texto sobre el encuentro para la Revista digital La Agenda. Lo reproducimos con permiso del medio de de la autora

Es bajita, delgada y tiene el cabello corto, entrecano y peinado al medio. No usa maquillaje, ni aros ni bisutería alguna. Como único accesorio, un pañuelo verde cuelga amarrado a su maletín.

Judith Butler, la filósofa estadounidense de 63 años convertida a fuerza de libros, pensamiento y teorías en faro del firmamento feminista, entra a uno de los salones de la Universidad Tres de Febrero vestida con pantalón, camisa y zapatillas negras. El único toque discordante son sus medias verdes, ese color resignificado el año pasado en Argentina como emblema de la lucha por la legalización del aborto y que ya se ha expandido por América Latina.

“Voy a hablar en inglés, pero entiendo español”, dice la catedrática de la Universidad de California, en Berkeley, a la docena de periodistas que fuimos invitadas por la Untref para charlar con ella. Y lo dice con una sonrisa y una voz suave que mantendrá durante toda la tarde.

La mayoría de las periodistas partimos a la cita con Butler en una combi desde La Biela, el conservador y tradicional bar porteño en donde los mozos tuvieron que tomar un curso sobre género después de discriminar a una pareja de lesbianas por besarse en público. En el camino hacia la sede de la Untref en General San Martín, algunas confesamos la dificultad de asimilar las tesis desarrolladas por Butler en sus libros sobre género, cuerpos, lenguaje, teoría performativa, identidad o hegemonía. En sus ponencias o entrevistas, en cambio, la claridad de su discurso permite entender por qué es una referente del feminismo que, al estilo de una estrella pop, convoca a masas. Aquí, el equivalente es la creciente popularidad de Rita Segato. Lo comprobamos enseguida. Al llegar a la Untref, cientos de personas, la mayoría jóvenes veinteañeros, forman varias cuadras de fila desde hace horas para poder entrar al microestadio en el que Butler dialogará con activistas del colectivo Ni Una Menos después de su encuentro con las periodistas.

Ya en el salón, mientras esperamos a la filósofa y tomamos café y galletas, llega Claudia Piñeiro, la escritora que abrazó el activismo y hoy es una de las voces más potentes del feminismo argentino. Pola Oloixarac, frecuente crítica de algunos feminismos, presume el diseño de su libro Mona. La activista trans Marlene Wayer prefiere salir a hablar con los estudiantes que esperan por Butler. Las Ni Una Menos se identifican con sus remeras rosas. La tarde es alterada por la noticia del hallazgo de la nieta 129 que ha sido recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo.

Entonces llega Butler. En un español entrecortado, celebra “el lindo día” regalado por el otoño porteño. Con nosotras sentadas en semi círculo y ella rodeada de fotógrafos y el salón cada vez más lleno de fans, la filósofa responde preguntas durante una hora, café en mano, con la ayuda de una traductora a la que felicita a cada rato por la manera en que interpreta sus palabras. “No soy binaria”, dice la impulsora de la teoría queer, recordando lo alejada que está de cualquier estereotipo, en particular los de género porque son meras construcciones sociales impuestas. También explica que el aborto es un derecho que pone en cuestionamiento quién tiene poder sobre el cuerpo de una mujer: “es porque el cuerpo de las mujeres es del Estado, de la Iglesia, o de la Iglesia dentro del Estado. Son amigos muy cercanos”.

Le pregunto por el MeToo mexicano, el movimiento que en las últimas semanas copó las redes sociales con denuncias anónimas y masivas de abusos y acoso contra mujeres. Periodistas, escritores, músicos, académicos y activistas fueron escrachados con nombre y apellido. Unos reconocieron sus “errores” y se disculparon. Otros fueron echados de su trabajo. Pero un famoso músico, Armando Vega Gil, decidió suicidarse después de ser acusado de abuso contra una menor de 13 años. El movimiento feminista impulsor de las denuncias entró en crisis.

–Es muy complicado –reconoce Butler–. MeToo es un movimiento muy importante porque ha ayudado a visibilizar los abusos sexuales, la violencia, la discriminación, eso tiene que ser expuesto, pero las feministas nos tenemos que plantear si buscamos justicia, porque desconfiamos y a veces dejamos aparte el sistema legal. Muchas veces se habla de cancelar a otra persona. ¿Qué buscamos: denunciar el acto o arruinarle la vida a otra persona? Decidir que la vida de alguien no merece respeto ya no es justicia. Las mujeres negras de Estados Unidos desarrollaron el concepto de “justicia restauradora” porque piensan que no está bien que los hombres negros terminen en la cárcel en donde van a terminar siendo oprimidos. Eso no ayudaría en nada. Hay que condenar los actos de abuso y no a la persona, porque si no, nos estaríamos convirtiendo en jueces y verdugos.

La conferencia termina y Butler es rodeada por pedidos de autógrafos y fotografías. Luego se reúne a solas con Marta Dillon, Verónica Gago y Cecilia Palmeiro, las activistas del Ni Una Menos con las que, un rato más tarde, compartirá un diálogo público en el microestadio de la Untref, en un evento al que se inscribieron 15 mil personas. Sólo caben 1400.

Una de ellas es Antonia Firpo, una joven de 19 años que estudia simultáneamente Relaciones Internacionales y Filosofía. Viene a pesar de que disiente con Butler. “Fui a varias charlas sobre su pensamiento y hay cosas que no comparto, pero la posibilidad de escucharla me parece muy piola para mi formación, para pensar desde otros ámbitos. Yo comparto un poco más de ideas con el feminismo radical que con la teoría queer, pero no puedo perder esta oportunidad”, explica.

A su lado, Lucila Druetta, estudiante de Sicología de 19 años, sí se confiesa fan de la filósofa: “me cuestan muchísimo sus libros, desarrolla pensamientos complejos, pero quizá escuchándola en vivo me ayude a entenderla mejor”.

La marea que colma el microestadio no es sólo femenina. Javier Marino, de 24 años y estudiante de Relaciones Comerciales Internacionales, cuenta que hace poco leyó “Deshacer el género” y se dio cuenta de la falta de información que hay en los medios e incluso en las universidades para abordar el tema “en medio de una coyuntura social urgente protagonizada por los feminismos, es necesario formarnos mucho más y mejor para crecer social y políticamente”.

Apenas entra Butler, una ovación masiva le da la bienvenida. Aníbal Jozami, rector de la Untref, la recibe con un discurso que amplía el sentido político del acto. “En una época en que se ataca a la universidad pública, a pesar de las trabas que estamos viviendo, vamos a seguir haciendo estos proyectos porque el feminismo es el nombre de la justicia social”, dice. “¡Fuera, fuera, fuera Macri, fuera!”, le responde una multitud a coro.

Durante dos horas, la activista advierte que los paradigmas del feminismo no son siempre los mismos, invita a convivir con la fragmentación del movimiento, a no tener miedo del conflicto, a entender que el enemigo común de los feminismos es el régimen patriarcal, capitalista y homofóbico, a subrayar lo colectivo por encima de la experiencia individual. Y sentencia: “los feminismos trans excluyentes no son feminismos”. El público no se cansa de aplaudirla.

El nombre de la filósofa se convierte en la segunda tendencia de Twitter Argentina este martes por la noche. Es el “Butlerpalloza”, como lo bautizan algunos usuarios. Otros aportan datos a un “Butler para principiantes”. Miles siguen la transmisión por streaming.

Ella reconoce que está cansada. Que ya es tarde. A punto de despedirse, anuncia que está escribiendo un libro para niños y que, cuando lo termine, le enviará una copia al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, famoso, entre muchas otras cosas, por su asumida homofobia. Las Ni Una Menos arengan y el público responde a modo de despedida: “Y ahora que estamos juntas / y ahora que sí nos ven / abajo el patriarcado / que va a caer que va a caer / arriba el feminismo / que va a vencer que va a vencer”.

Butler no canta pero sí aplaude a sus compañeras de mesa, sonríe de frente al público a modo de agradecimiento. Y se va.

*Fuente: https://piedepagina.mx/una-tarde-con-judith-butler/

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Entrevista: Somos marea, las luchas feministas.

Por: 

Conversamos con Natalia Martínez sobre la metáfora de las olas del feminismo en Argentina y el mundo. La doctora en ciencia política, investigadora asistente del CONICET e investigadora del área FemGeS (Feminismos, Género y Sexualidades) del Centro de Investigaciones María Saleme de Burnichón de la Facultad de Filosofía y Humanidades realiza un repaso por la historia de los feminismos.

Por Redacción La tinta

Para ella, la metáfora de las olas del feminismo, si bien ordena, al mismo tiempo, hay que mantenerla siempre abierta. En la historia de los feminismos y hacia el interior del movimiento, hay límites difusos, porosos, siempre hubo tensiones, contradicciones y debates que van y vuelven como la marea.

“La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”. 
Olympe de Gouges (1748-1793)

“No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”.
Mary Wollstonecraft (1759-1797)

—¿Por qué se habla de las olas del feminismo y cuáles fueron las principales demandas de cada una?

Las feministas “de la primera ola” no se reconocieron así, fueron las feministas “de la segunda ola” las que comenzaron a nombrarse como tal, como un reconocimiento al legado de las primeras. Se reconocieron a sí mismas como parte de una historia, pero, a su vez, distintas a las de la primera ola. Como referencia, se suele citar a los ’60 en Estados Unidos: un artículo, en el New York Times del año 1968, se tituló “La segunda ola feminista”, es decir, el término ya circulaba en ese momento. Hay otra referencia también, menos conocida. Una activista irlandesa, Frances Power Cobbe, a fines del siglo XIX, ya habló de las olas del movimiento de mujeres. Dijo que la articulación de las distintas luchas, al igual que las olas, comenzaban separadas, pero terminaban acoplándose unas a otras, se iban sumando y la ola se iba haciendo cada vez más grande.

Luego, con la complejidad de las demandas y las agendas de los feminismos, lamentablemente, la referencia a “las olas” en los feminismos comenzó a tomar un cariz progresivo. Es decir, se instaló la noción de que las olas sucesivas eran superadoras de las precedentes, que cada ola era mejor que la anterior. Las olas venían a mostrar un cambio que excedía los límites de la anterior. Ahora, afortunadamente, comenzaron a aparecer lecturas revisionistas sobre este sentido progresista de la metáfora, porque uniformiza períodos históricos que son re distintos y opaca los conflictos, la variedad y diversidad que hubo en cada ola. Se termina contando un cuentito que dice: “La primer ola hizo tal cosa, la segunda, tal otra…” y así, cuando, en realidad, en todas las olas hubo de todo.


A mí me gusta la referencia a las olas del feminismo, pero entiendo que las olas van y vienen, como la marea, las olas nunca se van, sino que se mezclan y una nunca sabe cuál es cuál. Por ejemplo, creo que seguimos muy enganchadas, pensando, luchando y saliendo a la calle por problemas que escribieron y dieron cuenta las feministas de la primera ola.


Y, en relación a las demandas y agendas de cada ola, se suele englobar a las sufragistas como la primera ola, pero también hay una referencia anterior que se encuentra en la Revolución Francesa con Olympe de Gouges que escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791) en respuesta a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789). Los jacobinos la guillotinaron en 1793. En la misma época, en 1792, en Inglaterra, Mary Wollstonecraftescribió un hermoso libro llamado Vindicación de los derechos de la mujer, fue la primera publicación que realizó una reflexión sistemática sobre la opresión femenina. Ella le discute a Rousseau que el maravilloso discurso de la ciudadanía, la igualdad y la libertad se caía a pedazos cuando había que pensar en la mujer.

Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft son individualidades. A mediados del siglo XIX, se comienza a ver más lo colectivo con la Declaración de Séneca Falls (1848) en el estado de New York. Tiene 12 puntos que hacen explícitas las demandas del período: inclusión de derechos civiles, acceso a la educación, al trabajo rentado, a la salud y, como aspiración última, los derechos políticos. Esta primera ola estadounidense estuvo muy vinculada con la lucha antiesclavista.

Para la segunda ola, las limitaciones que tuvo esta primera ola pasaron por creer que se iba a encontrar la igualdad en la ley, sin llegar a reconocer la importancia de la cultura o de la propia sexualidad, sin llegar a comprender los efectos de las diferencias raciales o de clase entre las mujeres, diferencias que hacían que la opresión fuese vivida de una manera muy distinta. Por eso, la primera ola suele caracterizarse como protagonizada por mujeres de clase media alta, blancas y educadas. Aunque eso no fue del todo así. Las increíbles declaraciones de Sojourner Truth en la Convención de mujeres de Akron, Ohio, donde interpela a lxs presentes con la pregunta: “Acaso no soy yo una mujer”, es una referencia ineludible de esa primera ola también.

Las feministas de la segunda ola son las feministas de los sesenta, en particular, reconociendo a las yanquis, aunque todas estuvieron muy inspiradas en la obra de Simone de Beauvoir, referente del feminismo francés quien escribió su obra más conocida en el ’49 (El segundo sexo). La segunda ola fue enorme, con múltiples activismos y grandes obras que han terminado siendo nuestras “clásicas”, obras increíbles -pensemos en La política sexual de Kate Millet, Dialéctica del sexo de Shulamith Firestone o Enemigo Principal de Christine Delphy-. Pero, lamentablemente, las referencias que pasaron con la tercera ola, en general, terminaron simplificándolas, reconociendo, por un lado, al “feminismo de la igualdad” y englobando ahí a las radicales, liberales, socialistas y marxistas, y, por otro lado, al “feminismo de la diferencia”, también conocido como “feminismo cultural” en EE.UU. El primero (de la igualdad) aspirando a la igualdad con los varones (por vías muy diferentes entre sí) y el segundo, a la valoración social y cultural de las diferencias que serían propias de las mujeres.

Pero, si te detenés a analizar las obras y los activismos del período, te das cuenta, rápidamente, que las fronteras no son tan nítidas (entre esos dos feminismos). Las demandas, en general, las unificaban y los análisis abrían múltiples aspectos, algunos complementarios entre sí y otros contrapuestos. Por ejemplo, si se reconocía que el rol principal de las mujeres en nuestras sociedades era su identificación como “madres” y que trabajaban de forma gratuita, invisibilizadas, en condiciones precarias, explotadas. Para cambiar esta situación: ¿se pedía al Estado reconocimiento público, licencias y beneficios sociales por maternidad? ¿o una repartición equitativa de la crianza y el cuidado de hijes entre padres y madres, o guarderías públicas? Ambas propuestas salieron de la mano de esas feministas y ambas dan cuenta de los diferentes planteamientos entre feministas de la igualdad y de la diferencia. Son planteamientos contrapuestos entre sí, que parten de premisas muy diferentes, pero que, sin embargo, conviven en sus efectos, digo, en las prácticas políticas que posibilitaron.

Y la tercera ola que, a grandes rasgos, aparece a mediados de los ’80 y llega a nuestros días, comenzó a partir de las críticas que se hicieron a esos feminismos. Se plantea que la atención se focalizó demasiado en la opresión de las mujeres por sus múltiples causas, pero no vieron que, en esta equiparación de la opresión, terminaron invisibilizando las diferencias al interior de las mujeres. Las críticas las hacen, sobre todo, feministas lesbianas, negras, feministas chicanas. Y son críticas que vienen de la mano de la crítica poscolonial y posestructuralista que ya se estaba dando en gran parte del pensamiento político y filosófico del período. Una crítica centrada en la mirada esencialista que se había filtrado cuando se definía “la opresión común” de las mujeres. ¿Quiénes eran las que definían esa opresión? ¿qué experiencias, de qué mujeres era la opresión que se privilegiaba en las perspectivas feministas?

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

“La liberación de las mujeres deberá ser encarada por ellas mismas en una lucha que arrastrará todos los vestigios anacrónicos de una vida cotidiana deshumanizada y sin alicientes. La acción revolucionaria de las mujeres, su ingreso a la historia, significará la ‘humanización de la humanidad’, por eso es la revolución más profunda, auténtica y necesaria para la realización de la especie humana”. 
(Mirta Henault, Las mujeres dicen basta, 1972)

“Somos el grito de las que ya no tienen voz”. 
(Movilización Ni Una Menos)

—¿En qué contextos históricos se fueron situando las olas del feminismo en Argentina? ¿Cuáles fueron los principales debates que han generado diferencias al interior del movimiento feminista argentino?


—En la Argentina, la primera ola se suele ubicar a principios del siglo XX, aunque también se reconoce que, antes de eso, hubo producciones literarias y algunas organizaciones femeninas, no “feministas”, que tenían sus revistas como La Camelia o el Álbum de señoritas de Juana Manso. Pero la organización colectiva y la identificación con el “feminismo”, con esa palabra, se da recién en 1900.


Aunque, antes de esto, se suele englobar, dentro de nuestra primera ola, a las anarquistas que escribieron el periódico La Voz de la Mujer -entre 1896 y 1897-. Pero, en realidad, las anarquistas estaban en la vereda de en frente de las feministas porque, para ellas, el feminismo era burgués y contrario a sus objetivos. Propugnaron la emancipación de las mujeres desde una concepción anarquista más que feminista. No les interesaba el sufragio ni cualquier otro “derecho” porque la ley era un instrumento de la burguesía. De todas formas, el feminismo argentino se ha nutrido de esa tradición, en la actualidad, está muy presente en sus orgas. Por ejemplo, el lema: “Ni dios ni patrón ni marido” viene de las anarquistas. Ellas pensaban que las mujeres obreras eran “doblemente esclavas” por su explotación en las fábricas y en el hogar como madres y esposas. Muchas de ellas pasaron a la historia del feminismo, pero, en ese momento, el feminismo estaba representado, más bien, por socialistas como Elvira López. Ella formaba parte del Partido Socialista, junto a su hermana Ernestina y otras referentes como Alicia Moreau, y fueron las que participaron en el primer Consejo Nacional de la Mujer, en alianza con las matronas, mujeres de la alta sociedad que hacían caridad desde el Estado. Desde este sector, el feminismo era un movimiento que aspiraba a la “elevación de la mujer”, en particular, desde la educación. Decían que no aspiraban a la igualdad con los varones, porque eso era imposible. Había diferencias naturales, centradas en la posibilidad de gestar, sobre todo, y en el lugar “natural” de las mujeres en el cuidado del hogar, que impedían que las mujeres hicieran lo mismo que los varones en la sociedad.

Los límites -y la potencialidad- de este primer feminismo, quizás, tengan que ver con esta visión gradualista que le imprimió el propio ideario socialista. Las transformaciones más importantes llegarían de la mano de reformas graduales, muchas de las cuales fueron posibilitadas por su militancia. Lo interesante de nuestra historia es que, a la par de este ideario, las anarquistas clamaban por la destrucción del hogar y el amor libre.

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Después de esta primera ola, que podríamos decir que termina en el ’47 cuando accedemos al sufragio, los feminismos se sostienen y diversifican. El peronismo las va a unir, aunque como opositoras. Desde el socialismo, el comunismo e incluso el anarquismo, las feministas van a salir juntas en contra del peronismo. Lo vieron, y algunas lo vivieron, como una dictadura. Pensemos que algunas fueron detenidas y otras exiliadas por el gobierno peronista. En ese sentido, el feminismo de ese período fue muy gorila -recordemos a Victoria Ocampo como una de sus principales referentes-. Por otra parte, para muchas mujeres que entraron a la política de la mano del peronismo, el feminismo era oligárquico e, incluso, imperialista. Era una moda que venía de EE.UU. Esta concepción también afectó a las feministas comunistas. Les costó mucho que sus partidos apoyaran su feminismo.

Nuestra segunda ola, que se suele ubicar en los 70’s, mantuvo bastante esta tensión, de hecho, se hizo más fuerte. Aparecen agrupaciones feministas antes de la dictadura. En 1970, la Unión Feminista Argentina (UFA) y el Movimiento de Liberación Femenina, luego Movimiento de Liberación Feminista (MLF), se formaron con activistas de clase media alta, intelectuales que viajaban y trajeron libros del feminismo radical de EE.UU sobre todo. Los traducen, los leen acá y comienzan a organizarse. La UFA replica los grupos de “consciousness raising”, que acá se traducen como “grupos de autoconcienciación”. Se juntaban de 8 a 10 mujeres a hablar de sus problemas cotidianos, para, entre todas, visibilizar su dimensión “común”, lo común de la opresión femenina.

Otros grupos también se arman desde las izquierdas, como la editorial Nueva Mujer que viene de Palabra Obrera(publicaron el libro: Las mujeres dicen basta), y, después, otra agrupación que se llamaba Muchacha que era del Partido Socialista de los Trabajadores. Todas estas grupas tienen diferencias, discusiones y rupturas en torno a un gran debate del momento: la relación entre la política y el feminismo. Así, se habla de la “doble militancia” (las que venían de partidos políticos y también eran feministas) y del “feminismo puro”. Esta división veía, en la política, una práctica patriarcal y criticaba fuertemente la jerarquía de los partidos y su injerencia en una agenda que aspiraba a ser “puramente feminista”. De todos modos, todas están cerca y se van a acompañar en un montón de iniciativas. El terrorismo de Estado tuvo sus efectos desmovilizadores en estas agrupaciones, pero, en algunas, las reuniones se van a mantener como grupos de estudio.


Ya después, en los ochenta, reaparecen algunas grupas y se arman muchas nuevas, con demandas específicas al Estado. En un clima que veía que la democracia iba a solucionar todos nuestros problemas, las feministas irrumpieron participando en política desde una concepción muy diferente a la que se tenía en los ’70.


Se multiplican los frentes con activistas peronistas, de las izquierdas y las feministas de antes (el MLF pasa a llamarse Organización Feminista Argentina OFA). Una demanda importante fue la patria potestad compartida, se hace una comisión en 1980 y, en el ’83, se forma el Tribunal Contra la Violencia hacia la MujerLa mítica Multisectorial de la Mujer encuentra a feministas, políticas, sindicalistas, amas de casa y a las Madres de Plaza de Mayo. Luego, todas ellas son las que van a organizar el primer Encuentro Nacional de Mujeres en el ’86, inspirado a nivel internacional por los procesos que se fueron abriendo desde la primera Conferencia Internacional de la Mujer que se hizo en el ’75 y la segunda que se hizo en el ’85. También por los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe (EFLAC) que comenzaron a hacerse desde 1981. Todos estos eventos tuvieron mucha influencia en los feminismos latinoamericanos y en Argentina también.

Nuestra tercera ola empezaría a verse en los noventas, con un fuerte quiebre tras el 2001. O, quizás, el 2001 fue la precuela de nuestra cuarta ola. Todavía faltan análisis que den cuenta de cuáles fueron los ejes principales de nuestra tercera ola y si llegamos a estar ahora en presencia de una cuarta. A modo de hipótesis, algunas aproximaciones dicen que la irrupción de lo popular en los feminismos marcaría una cuarta ola, pero esto ya sucedió en el 2001.

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Recordemos que, en los 90’s, uno de los ejes del gobierno neoliberal fue recortar la gestión pública y tercerizar las políticas sociales desde las ONG’s. En ese período, se multiplicaron las ONG’s feministas con financiamiento de organismos internacionales que sostuvieron políticas públicas dirigidas a las mujeres. Esto fortaleció y amplió la agenda de los feminismos. Se organizaron un montón de redes, se financiaron muchos eventos que conectaron a los feminismos en la región. Muchas demandas llegaron al Estado, incluso, de la mano de feministas que se comprometieron en la gestión de gobierno. Pero muchas fueron críticas de este proceso. Sostuvieron la necesidad de autonomía frente al Estado y los financiamientos internacionales porque llegaron a tener mucha injerencia en las agendas feministas y en la propia militancia. Criticaron que, en las ONG’s, el activismo se transforme en un trabajo rentado y que sus “directoras” tomen la voz por todo el movimiento sin mediar instancias de representación democráticas. Este proceso se dio en toda la región y llegó a ser un eje de discusión que opuso a los feminismos entre sí y los desmovilizó bastante. En otro punto, habilitó un cierto cuidado y una llamada de atención, tanto para pensar el modo en que los feminismos se vinculaban con el Estado así como sobre los modos en que se gestionaban sus recursos y se organizaban sus activismos.


Y la crisis del 2001 fue un sismo para todo el país y para los feminismos también. En particular, en el Encuentro Nacional de Mujeres 2003, que se hizo en Rosario, se llenó de organizaciones populares, de mujeres piqueteras y se hicieron visibles las diferencias de clases y las prioridades entre los feminismos. Frente a la disputa entre autónomas e institucionalizadas de los noventa, apareció la potencia de lo que se venía nombrando como “movimiento amplio de mujeres” y la necesidad de que el feminismo abriera su agenda a los problemas estructurales que estaban afectando al país. Fue un proceso que no sólo afectó a los feminismos, sino a muchos movimientos sociales.


En este sentido, los gobiernos de Néstor y Cristina, y el modo en que se abrieron e implicaron en la agenda de los movimientos sociales, también afectó a los feminismos. En particular, desde su vínculo con el movimiento de Derechos Humanos. Desde entonces, se han producido grandes cambios, otras sensibilidades y articulaciones entre activismos -políticos, populares, barriales, sexuales, académicos, institucionales- y se ha fortalecido un montón la movilización feminista en las calles. Aunque no se puede negar la masificación increíble que se generó desde el 2015 con el #Ni Una Menos y, más recientemente, con la reactivación de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, se trata de un proceso que es necesario comprender desde sus condiciones de posibilidad.

Los feminismos tienen más de un siglo de historia en nuestro país. En este marco, hablar de una cuarta ola, quizás, tenga sentido para entender una nueva dimensión que está dada por el increíble ingreso de pibas, pibes muy jóvenes, al feminismo, un ingreso que no sólo retoma lo que ya estaba sucediendo en los feminismos, sino que le imprime una potencia y vertiginosidad muy particular. Las redes sociales son un aspecto central (quizás, también, un límite). Pero también lo es la pregnancia, la facilidad con la que se reconocen como feministas, como si ya no hubiera necesidad de recorrer todas las olas porque ya las llevan puestas y van para adelante. Y acá, aunque se me pone la piel de gallina con todo esto que está pasando, no dejo de ver que hay un riesgo, porque, por ahí, lo difícil es habitar al feminismo en toda su complejidad, reconociendo sus antecedentes, su pluralidad constitutiva y, al mismo tiempo, hacer frente a sus múltiples implicancias, que no sólo afecta a las mujeres, ni siquiera a “las mujeres, tortas, travas y trans”.

Abre un horizonte emancipatorio radical y, acá, no me refiero a la UCR ni a las feministas radicales yanquis. Digo “radical” en el sentido de una transformación de toda la sociedad, desde la raíz, en lo personal y en lo político. De eso se trata cuando se dice que: “La revolución será feminista o no será”. No es soplar y hacer botella. El feminismo nos atraviesa desde todas las fibras, a su tiempo, y requiere una atención y un cuidado especial. De ahí es que creo que está bueno prestar especial atención a todas sus olas, aprender de sus vaivenes. Si la marea feminista nos alcanzó, será momento de zambullirse y disfrutar.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Eloisa Molina para La tinta.

Fuente: https://latinta.com.ar/2019/02/somos-marea-las-luchas-feministas/

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