Por: Elisabeth De Puig
En la Navidad de 1521 había estallado la primera rebelión de esclavos negros conocida de las Américas, en el ingenio azucarero del gobernador colonial. En 1796, Diego de Ocampo, Juan Sebastián Lemba, Diego Vaquero y los cimarrones de Boca de Nigua se alzaron en armas para romper las cadenas de la esclavitud.
La historia de la esclavitud en el continente americano empezó en lo que hoy es la República Dominicana. Sin embargo, en todo el paseo de la memoria que realizamos en días pasados con nuestro guía Darío Solano, tuvimos que dejar actuar nuestra imaginación a defecto de encontrar huellas didácticas sobre la historia de los sitios que recorrimos.
¿Cómo no visualizar el desembarco de los primeros esclavos en Santa Bárbara, en el lugar mismo donde empezó la historia de la esclavitud negra en América? ¿Cómo olvidar que la primera colonia europea en América fue una suerte de laboratorio de lo que sería luego la trata esclavista en todo el continente?
Marcados como ganado, sobrevivientes de una larga y mortífera travesía en condiciones infrahumanas, tambaleantes, con grilletes, muertos de hambre, sucios, deprimidos, sin entender otro idioma que el de los golpes y aterrorizados frente al porvenir tocaron esta tierra seres humanos que fueron vendidos como mercancías en la plaza cerca del puerto o en la calle La Negreta. Fueron luego repartidos hacia sus destinos finales, uno de los numerosos ingenios que producían azúcar en el siglo XVI en el territorio de La Española.
Los primeros cañaverales fueron sembrados por mano de obra indígena que trabajó en los trapiches e ingenios hasta su extinción y reemplazo por esclavos de origen africano.
Nigua, nuestra tercera parada, jugó un papel fundamental en el asentamiento de la empresa colonial con el establecimiento de los primeros trapiches que produjeron azúcar de calidad y en cantidad suficiente para suscitar el interés del colonizador.
Según Bartolomé de las Casas, 26 ingenios estaban ubicados en la ribera del río Nigua en el año 1520. Entre lo que son hoy en día las ciudades de Haina y San Cristóbal, la comunidad de Nigua encierra un increíble legado histórico desconocido por las grandes mayorías, poco compartido, digno de valorización, divulgación e investigaciones.
Otros hechos hacen de Nigua y sus alrededores un lugar de excepción: en estos parajes se entrelazaron las historias de los ingenios, de la esclavitud y del cimarronaje con la presencia de la odiosa cárcel y manicomio de Nigua, así como con la existencia de una casa de playa del dictador Trujillo.
El conjunto de obras coloniales, entre las que se encuentran el ingenio Boca de Nigua, las ruinas del ingenio Diego Caballero y la iglesia San Gregorio son más valorizados virtualmente que en la realidad.
Esta iglesia jugó su papel en el proceso de transculturación de los negros de origen africano. No es casual que el municipio de Nigua tenga una fuerte concentración de cultos dedicados a diversos miembros del santoral católico y a su representación sincrética en el panteón del vudú dominicano.
El ingenio de Boca de Nigua es una infraestructura colonial que se construyó a mediados del 1600 y fue propiedad del duque de Aranda. Según el arquitecto Eugenio Pérez Montás, «(…) es el más completo conjunto de antiguas estructuras arquitectónicas dedicadas a la fabricación de azúcar que ha llegado a nosotros».
En el año 2005 fue declarado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como Patrimonio Cultural de la Humanidad, dentro del proyecto “Los primeros ingenios coloniales azucareros de América”.
Sin embargo, mucha indolencia e indiferencia han contribuido a que esta declaratoria no se traduzca en una mayor visibilidad del ingenio y de su historia y en una mejoría de la calidad de vida para las comunidades locales mediante la valorización, conservación del sitio y el aprovechamiento de la diversidad cultural. Solo quedan ruinas mudas como en Palavé o en Engombe.
Por el intensivo proceso de explotación a los cuales fueron sometidos, se estima que la vida de los cautivos no pasaba de 5 a 7 siete años de labor, lo que provocó intentos de fugas y sublevaciones conocidas como cimarronadas.
En la Navidad de 1521 había estallado la primera rebelión de esclavos negros conocida de las Américas, en el ingenio azucarero del gobernador colonial. En 1796, Diego de Ocampo, Juan Sebastián Lemba, Diego Vaquero y los cimarrones de Boca de Nigua se alzaron en armas para romper las cadenas de la esclavitud en una rebelión cruelmente reprimida. La rebelión propugnaba por la emancipación individual de los rebeldes y por la abolición de la esclavitud.
Esta faceta de la historia debe ser motivo de orgullo y reivindicada. Ella viene a recordarnos que el pueblo dominicano es más que un pueblo “hispano y cristiano” y que la historia que conocemos fue escrita por y para los eurodescendientes.
La recuperación de la memoria de los afrodescendientes es una alternativa al silencio que permitirá el recuerdo de vivencias pasadas y su integración a una historia común.
En Boca de Nigua se celebraba el “Festival de Cimarronaje” hasta el año 2010, cuando dejaron de realizarlo. Hay iniciativas actuales, que se enmarcan dentro de la década de los afrodescendientes proclamada por las Naciones Unidas de 2014 a 2024.
Así, el domingo 24 de enero tuvo lugar en el Ingenio Boca de Nigua el evento Negritudes e Identidad, con el propósito de celebrar el Día Mundial de la Cultura Africana y de los Afrodescendientes. Sin embargo, estas actividades tienen poco realce y no se han traducido aún en ingresos para la comunidad y en el reforzamiento de su identidad cultural.
El surgimiento del movimiento Black Lives Matter, la toma de posesión de un nuevo presidente en los Estados Unidos, así como los aires de cambio que soplan en nuestro país deberían reforzar el interés que las jóvenes generaciones están demostrando por sus raíces africanas y por una historia más inclusiva.
Fuente: https://acento.com.do/opinion/lugares-de-memoria-ingenio-de-boca-de-nigua-8906063.html