Las heridas abiertas de la guerra sucia

Por: Luis Hernández Navarro

Apesar de la diferencia de edades y de las ciudades de origen, sus recuerdos concuerdan. Ambos son guerrerenses y luchadores sociales. El profesor Vicente Estrada Vega, estudiante de la Normal Rural de Ayotzinapa y compañero en distintos momentos de Lucio Cabañas, nació en Taxco, Guerrero, y creció en Tixtla. Su padre fue minero. Tiene 87 años. El antropólogo Abel Barrera, defensor de derechos humanos, vio la luz en Tlapa, hace 62 años. Su familia se dedicaba al comercio. Forma parte de la Comisión de la Verdad.

Vicente cuenta: “Conozco desde niño la tonada de los soldados que protegen al estado. Viví mi niñez en Tixtla y ahí jalaban a los indios de por Atliaca. Vi cómo los agarraban, los maltrataban, los amarraban con un palo atravesado y los arrastraban; cómo los colgaban y los fusilaban.

“Fui a Los Piloncillos, que es un caso histórico. Está a 60 kilómetros sobre caminos muy adentro de la Sierra. La gente se había ido al campo. Ya no estaban los hombres que trabajan. Ahí llegó el Ejército. Fue como a las 9 de la mañana. Engañó a la gente. Gritaron “¡Viva el Che Guevara!”. En realidad iban a matarlos. Agarraron a los que pudieron, como a siete gentes y los asesinaron ahí en la cancha.

El pueblo agarró y se fue a la comandancia a preguntarles a los militares: ¿por qué? El general, o lo que haya sido, pretextó: nosotros no fuimos. Nunca mandamos tropa. Los campesinos le respondieron: “¡Cómo no! Nosotros vimos que eran los guachos los que mataron a nuestros compañeros”.

“Supe cómo agarraban y les decían a los campesinos: ‘súbete a la palmera y corta cocos’. Y ya arriba, los cazaban, los mataban. Es muy triste.”

Corría la década de 1970. Abel rememora sus tiempos de seminarista. Vio cómo la policía judicial y el Ejército bajaban de la Montaña a indígenas amarrados como si fueran animales. Los traían caminando, salvajemente golpeados, con la ropa raída y los pies desnudos y ensangrentados.

Los uniformados, que se ostentaban como la ley y el orden, con pistola al cinto, los acusaban de haber matado, robado o violado. Los llevaban hasta la comandancia, en pleno zócalo, y después de torturarlos, los dejaban atados en la calle para el escarnio público. No era un hecho casual. Sucedió una y otra vez. Algunos de los detenidos ni siquiera llegaban hasta la ciudad. Simple y sencillamente los colgaban en el camino.

Desde que en 1994 se formó el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, Abel ha escuchado, literalmente, cientos de abusos de policías y soldados en toda la geografía guerrerense, contra indígenas, campesinos, maestros, ecologistas y mujeres. Los informes que documentan esas gravísimas violaciones suman miles de páginas.

Zacarías Osorio Cruz es un ex militar mexicano asilado en Canadá. Fue parte del Cuerpo de Paracaidistas del Ejército. Especialista en tiro, recibió, en varias ocasiones, una instrucción tajante por parte de sus superiores: desaparecer a campesinos y luchadores sociales guerrerenses.

Recibía ciertas órdenes y me elegían porque mi especialidad era disparar. La orden era que tenía que desaparecer a esta gente, que tenían que morir porque le traían problemas al alto mando, declaró bajo juramento al solicitar refugio político en aquel país.

Zacarías realizó su primera operación en Atoyac, Guerrero. Los desaparecidos fueron, según él, quienes encabezaban a ciertos grupos que querían manifestar su descontento con el gobierno. Estos eran los que eran arrestados y puestos en nuestras manos.

Los operativos en los que Osorio Cruz participó no fueron obra de un escuadrón de la muerte que actuara al margen de las fuerzas armadas. Fueron acciones de guerra en forma, realizadas por militares en servicio, en cumplimiento de órdenes oficiales.

Una de las piezas más dramáticas del rompecabezas de esta guerra contrainsurgente fueron los vuelos de la muerte, en los que soldados y miembros de la aviación arrojaron al océano Pacífico a opositores y presuntos guerrilleros. Años después del testimonio de Osorio, la Comisión de la Verdad (Comverdad) formada por el Congreso de Guerrero, recuperó de evidencias de estas barbaridades.

Entre las evidencias que la comisión obtuvo hay tres relatos, dos de sobrevivientes y uno más de un piloto de la Fuerza Aérea Mexicana, que arrojan luz sobre las tinieblas de estos sobrevuelos. Metían a las víctimas en sacos de ixtle llenos de piedras. Algunos iban aún vivos. Los aviones descendían para tirar los cuerpos mar adentro. En las comunidades costeras empezaron a aparecer restos humanos.

La comisión encontró también un reporte “en el que se señala que, cuando empezaron aparecer cuerpos mutilados, quemados, torturados, se especulaba en la sociedad si pertenecerían al hampa y serían venganzas. Sin embargo, el mismo informe dice que discretamente se llegó a conocer que eran personas relacionadas con Lucio Cabañas. La lista de las atrocidades perpetradas por los militares es interminable.

En la ceremonia de instalación de la Comisión para el Acceso de la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el impulso a la Justicia de las Violaciones Graves a los Derechos Humanos cometidas de 1965 a 1990, el general secretario Luis Crescencio Sandoval anunció que se autorizó a inscribir los nombres de militares fallecidos con motivos de los hechos del pasado en el Monumento a los Caídos de las Fuerzas Armadas. La indignación entre los familiares de las víctimas explotó.

“Me quiero equivocar –dice Vicente Estrada cargando sobre sus hombros una larga lista de agravios de militares–, pero este gobierno no va a resolver el asunto de los desaparecidos. Conozco al Ejército. Para que cambien, debe empezar por hacerse una autocrítica profunda de qué es lo que han hecho mal ante el pueblo. Pero hasta ahora no se les ha visto el interés. Nosotros vamos a seguir con el mismo problema”. Más claro, ni el agua. Las heridas siguen abiertas.

Twitter: @lhan55

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2022/06/28/opinion/019a2pol

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La reforma tributaria reactiva las movilizaciones en Colombia en el pico de la pandemia

Los manifestantes rechazan la propuesta del Gobierno de Iván Duque para cubrir el agujero fiscal que ha dejado la crisis sanitaria

En el peor momento de la pandemia en Colombia, se han reactivado las manifestaciones. Las movilizaciones están de regreso para rechazar la reforma tributaria que ha propuesto el Gobierno de Iván Duque con el propósito de cubrir el hueco fiscal que ha dejado la crisis sanitaria. El llamado paro nacional, que ya había sometido a una considerable presión al mandatario a finales de 2019, antes de la irrupción del coronavirus, se reactivó este miércoles con marchas masivas, bloqueos, enfrentamientos esporádicos con la policía y algunos disturbios, a pesar de los llamados a aplazarlas o privilegiar otros métodos de protesta. La jornada acabó con un sonoro cacerolazo en las principales ciudades.

Las movilizaciones fueron mayoritariamente pacíficas, aunque en la ciudad de Cali derivaron en vandalismo. A primera hora de la mañana un grupo de indígenas derribó la estatua del conquistador español Sebastián de Belalcázar, y los manifestantes quemaron cuatro buses del sistema de transporte masivo y saquearon almacenes de cadena. El alcalde, Jorge Iván Ospina, decretó el toque de queda desde las 15.00 horas y el Ejército fue desplegado en las calles. “Se registra un buen comportamiento por parte de los ciudadanos, con excepción de Bogotá y Cali, dónde la Fuerza Disponible y el Escuadrón Móvil Antidisturbios ha tenido que intervenir algunos intentos de bloqueo”, señalaba el balance del Ministerio de Defensa al comienzo de la tarde. “No vamos a tolerar más actos violentos en ningún punto del país”, declaró el jefe de la cartera, Diego Molano.

En la capital hubo desde las primeras horas bloqueos del tráfico y de las estaciones de Transmilenio, el sistema de transporte masivo de buses articulados. “Quiero pedirles a los ciudadanos que por su cuidado y salud, empiecen a regresar a sus casas” a partir de las 14.00 horas, declaró la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, al anunciar que Transmilenio dejaría de operar a las 17.00 horas. A pesar de que López, del partido progresista Alianza Verde, ha mantenido un tenso pulso de liderazgos con el presidente Duque a lo largo de la pandemia, ya había considerado que marchar en este momento era “un atentado a la vida”. Las principales ciudades han recurrido a renovadas medidas de confinamiento y toques de queda nocturnos para superar este momento crítico, con los hospitales al borde del colapso. En Bogotá, Medellín o Cali, la ocupación de las Unidades de Cuidados Intensivos supera el 90%.

La movilización suponía un desafío a los múltiples llamados a evitar las aglomeraciones en un momento en el que el país enfrenta un repunte de contagios. La jornada fue convocada el pasado 6 de marzo, antes de que se conocieran los detalles de la propuesta de reforma tributaria del Gobierno, que la mayoría de expertos considera necesaria. Los organizadores, agrupados en el Comité Nacional de Paro —integrado principalmente por centrales obreras, organizaciones estudiantiles y campesinas— mantuvieron la convocatoria a pesar de que la víspera un confuso fallo del Tribunal Administrativo de Cundinamarca, criticado por diversos juristas, ordenó el aplazamiento de las marchas. “Estamos ejerciendo el derecho fundamental de protestar” amparado por sentencias de la Corte Constitucional, defendió Francisco Maltés, presidente de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT).

“Me impactó mucho que el Tribunal Administrativo de Cundinamarca nos dijera que no podemos salir a marchar, como si fuera un permiso, cuando es un derecho fundamental que tenemos”, señaló a este periódico Isamari Quito, una estudiante de Derecho de 20 años, en el Monumento a los Héroes, uno de los puntos de concentraciones en Bogotá. “Hay gente muriendo de hambre, no es solamente por covid … Creo que la peor pandemia es el racismo”, añadía esta manifestante al calificar la reforma tributaria como “nefasta”. En este punto, varios centenares de personas, jóvenes casi en su totalidad, mantenían el distanciamiento social mientras realizaban cortes intermitentes del tránsito en la Autopista Norte al tiempo que entonaban entre silbatos y vuvuzelas el cántico “A parar para avanzar, viva el paro nacional”.

En un año previo a las elecciones, los aspirantes presidenciales también se han posicionado con respecto a las movilizaciones. “Si todos nos manifestamos hoy con cacerolazos en nuestras ciudades, la protesta será escuchada y sentida sin ponernos en riesgo”, escribió en sus redes sociales Sergio Fajardo, exalcalde de Medellín. Gustavo Petro, el perdedor de la segunda vuelta de las presidenciales del 2018 ante Duque, ha emergido como el promotor más visible de las protestas entre los líderes políticos. “¿No quieren aglomeraciones? Es fácil, retiren la reforma tributaria”, ha asegurado desafiante el candidato de izquierdas, favorito en las encuestas más recientes de cara a los comicios de 2022. Ángela María Robledo y Francia Márquez, otras dos aspirantes apoyadas por el movimiento feminista, marcharon en las calles de Bogotá.

Aunque la protesta social se ha visto en gran medida desactivada durante la pandemia por las medidas de confinamiento, en los casi tres años de Gobierno de Duque el malestar se ha traducido en una amplia amalgama de reclamos que incluyen la denuncia del incesante asesinato de líderes sociales y de los abusos policiales, la implementación de los acuerdos de paz, mayores fondos para la educación pública, la lucha contra la desigualdad o los asuntos ambientales. La convocatoria del miércoles se vio potenciada por la propuesta de subida de impuestos que apenas comienza su tránsito en el Congreso. El Gobierno defiende su componente social, pues también incluye, entre otras medidas, una renta básica permanente para los más vulnerables.

Fuente: https://elpais.com/internacional/2021-04-28/los-manifestantes-vuelven-a-las-calles-en-colombia-en-el-repunte-de-la-pandemia.html

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El vídeo de una niña de seis años esposada aviva el debate sobre el arresto de menores en Florida

Redacción: El País

Kaia Rolle fue detenida en su escuela de Orlando y llevada a comisaría por una rabieta.

La pequeña Kaia Rolle, de seis años, no entendía para qué eran las abrazaderas de plástico que llevaba uno de los dos policías que se había presentado en su escuela. «Son para ti», el respondió el agente, y la niña rompió a llorar.

La escena, grabada en vídeo por una cámara policial, corresponde al inédito arresto de la menor el pasado mes de septiembre en un centro de educación preescolar e infantil de Orlando (Florida). La familia de la niña, que había denunciado que la pequeña había sido detenida y esposada, divulgaron los vídeos la semana pasada para apoyar una propuesta de nueva ley estatal que impediría el arresto de niños, presentada por dos senadores demócratas el pasado enero.

Según recoge CNN, que cita las declaraciones escritas del director, el subdirector y dos trabajadores de la escuela, las imágenes se tomaron a las 8.10 de una mañana una mañana de septiembre, tras agarrar una rabieta la pequeña porque quería usar sus gafas de sol en clase. El subdirector la condujo a un despacho de la escuela. «Kaia se volvió agresiva y me golpeaba con las manos en el pecho y el vientre. Yo la sostuve agarrándola por los antebrazos», señaló el responsable de la escuela.

En el vídeo, la niña aparece sentada en una oficina de su escuela, calmada, mientras una trabajadora del centro le lee una tarea de un libro. En ese momento, uno de los dos agentes que acaba de entrar en la estancia, dice: «Vale. Va a tener que venirse con nosotros». La mujer le indica a Kaia que tiene que irse con ellos. «Levántate y ven aquí», le insta el agente. «¿Para qué es eso?», pregunta la niña, refiriéndose a las abrazaderas que usa la policía como esposas. «Son para ti», responde el policía. Y en ese momento la menor rompe a llorar. «No, no quiero que me ponga las esposas. No me las ponga», suplica, mientras pide ayuda.

«Vámonos», insiste el agente. «Quiero quedarme en la escuela. Acabo de llegar», replica la pequeña que pide que la dejen en la escuela mientras que el policía y el agente que lleva la cámara la acompañan hacia la salida del edificio. Al tiempo, el agente que lleva la cámara le dice a la pequeña que le diga, mientras van en el coche de la policía, qué ha pasado. «No quiero entrar en un coche de policía», asegura entre sollozos la menor. «¿No quieres? Pues tienes que subirte», le dice el policía de la cámara. «Por favor, no, denme otra oportunidad», suplica la menor. Uno de los policías la mete en el coche mientras la pequeña llora y pide que, por favor, la dejen irse.

El agente que detuvo a la menor, Dennis Turner, arrestó a otro niño de seis años el mismo día en otro incidente, y ha sido expulsado del cuerpo policial. El agente estaba destinado al cometido de atención a las escuelas. La policía de Orlando difundió un comunicado en el que recordaba que el arresto de menores de 12 años es posible, pero requiere la aprobación del denominado «comandante de vigilancia». Esa aprobación no tuvo lugar en el caso de la pequeña Kaia, y la policía la condujo de regreso a su escuela.

La abuela de la menor asegura que a la menor «le han robado la infancia» y añade que su nieta no se separó de ella la primera semana y media tras el arresto. La primera vez en que la acompañó a la escuela tras el incidente, la pequeña comenzó a sollozar porque vio a un policía por el camino. Kaia, afirma su familiar, sigue teniendo pesadillas sobre su arresto.

Fuente: https://elpais.com/internacional/2020/03/02/mundo_global/1583136296_525169.html

 

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