Nicaragua, filosofía, cooperación genuina

El arte en la escuela o el complejo del jarrón chino

Por: Saray Marqués

¿Podrían seguir las artes la estela de la filosofía y ganar peso en la próxima ley educativa? ¿Es eso lo que quieren los educadores de materias artísticas o el cambio legislativo es solo el principio?

Hace una semana, en parte gracias a la presión ejercida desde 2013 por diferentes colectivos como la Sociedad Española de Profesores de Filosofía o la Red Española de Filosofía, y tras una propuesta de Unidos Podemos apoyada por unanimidad en el Congreso, el Ministerio se comprometía a devolver la obligatoriedad a la asignatura de filosofía en 1º y 2º de bachillerato.

2013 tampoco fue un buen año para las materias artísticas, que desde entonces vienen resintiéndose del efecto Lomce. Como plasma Sofía de Juan, cofundadora de Plataforma indómita, en su investigación –de próxima publicación– Formas de acción. Aprendizaje y formación artística del profesorado de educación formal, la división de las asignaturas en troncales, específicas y de libre configuración autonómica supuso el fin de la obligatoriedad de la educación artística (plástica y música), “dejando margen a las comunidades para su impartición”, y una reducción de su carga horaria “para alimentar a esas otras asignaturas prioritarias de diverso modo según el territorio”. Con gran disparidad según las comunidades, desde entonces cunde el modelo de las que otorgan una hora a la música y otra a la plástica en cada curso de primaria, pero otras como Murcia no las contemplan en todos, y las hay, como Galicia, que dedican dos horas a la semana a las artísticas, pero sin especificar el reparto. Mientras, en secundaria se suele apostar por la alternancia entre música y educación plástica y audiovisual en los distintos cursos.

Esto, cuenta De Juan, ha desembocado en la actual situación en que el tiempo medio de docencia dedicado por el profesor especialista en exclusiva a las asignaturas artísticas es del 66% mientras que con el 34% restante cubre otras. Según datos de la Asociación de profesores de Dibujo 09 Madrid, el 62% de los departamentos de estas materias tiene menos de tres profesores (cada vez más, los hay unipersonales). También se imponen las jornadas parciales. Y, aunque esto no es culpa de la Lomce sino de la implantación del modelo de bilingüismo, educación artística plástica se ha reconvertido en muchos casos en arts&crafts por ser “una asignatura con una carga de contenidos mucho menor, que implica numerosas instrucciones y procesos verbales, los cuales pueden ser transmitidos de forma sencilla y directa, bien de forma visual y gestual, al tratarse de una materia manipulativa”. Como consecuencia, al profesorado se le exige ser especialista en lengua extranjera, sin ninguna formación específica en educación artística plástica.

Tampoco ayudan los estándares de aprendizaje Lomce. Y todo ello a pesar de que esta llegaba después de la recomendación en 2009 del Parlamento Europeo de convertir la educación artística en obligatoria en todos los niveles educativos por su impacto en las competencias clave del alumnado. Y de que la propia Lomce aseguraba entre sus objetivos “propiciar las condiciones que permitan el oportuno cambio metodológico” y daba por superados los modelos que apuestan “solo por las habilidades cognitivas”.

¿Tiempos dorados?

La situación de las materias artísticas en la educación formal nunca ha sido boyante, pero la LOGSE (1990) es vista como una especie de balón de oxígeno para el sector. “De la nada sentimos que se empezaba a caminar, se reconocía a los profesores especialistas en educación musical, y supuso grandes esperanzas”, relata el catedrático del Conservatorio Superior de Música de Madrid, Víctor Pliego de Andrés, que lamenta: “Ojalá se hubiera cumplido lo que recogía”. La LOGSE, como señala también De Juan, fue una teoría “no tan afortunada en su aplicación”, en parte por la falta de recursos.

Hoy, con el recambio de la Lomce encima de la mesa del Ministerio, Pliego de Andrés reclama a las autoridades educativas “que de verdad crean que la educación artística, con su promoción de la creatividad, de la inteligencia, de la capacidad de razonar, es fundamental en la educación integral del ser humano”. “Yo la veo muy conectada con la filosofía, interpela a la parte más humana y más social de la educación”, asevera Pliego de Andrés, que reconoce que la vuelta de la Filosofía ha generado cierta esperanza de nuevo entre el colectivo docente de música.

Como sus colegas filósofos, los profesores de materias artísticas (la Confederación de Asociaciones de Educación Musical del Estado Español, la Sociedad para la Educación Musical del Estado Español, la Federación de Sociedades Musicales de la Comunidad Valenciana, la Asociación de Profesores de Música de Galicia, la Asociación de Profesores de Música 009 de Madrid y un largo etcétera) no han dejado de moverse desde 2013, tanto a escala autonómica como estatal. En ocasiones, la reclamación, en vez de reivindicación corporativa, viene en formato de reflexión colectiva, como sucedió en el encuentro #ArteyEscuelaCarasso, organizado este verano por la Fundación Daniel y Nina Carasso con la colaboración y facilitación de ZEMOS98. En realidad, se trata uno más de los 25 proyectos que la fundación tiene en marcha para reflexionar sobre arte y escuela. Durante él, a modo de performance, se elaboró una ley orgánica de arte y escuela que recoge el papel que deberían jugar la comunidad educativa y las instituciones educativas y políticas.

Lectura del articulado de la Ley de arte y educación en el encuentro #ArteyEducaciónCarasso. Fotografía: ZEMOS98

Cristina Sáez, del programa de Arte ciudadano de la Fundación en España, explica cómo la intención es promover el cambio desde lo micro, desde el profesorado y los centros, apoyando proyectos artísticos en las escuelas. “El reto está en trasladar esos cambios que se están consiguiendo a nivel micro a las instituciones”, plantea. “Sí vemos algo más de permeabilidad y cierto interés hacia estos temas, cierto cambio de mentalidad de los gobernantes, en parte gracias a toda la fuerza del colectivo docente en contra de la actual ley, pero las cosas van muy lentas. Que la Filosofía haya vuelto nos parece un buen paso”, reflexiona, al tiempo que anhela una ley ideal que recoja las artes como centrales: “Han de servir como conector de las distintas materias, pues el pensamiento artístico detona reflexiones más allá de las artes, todo lo cuestiona, todo lo critica, y esto es clave para formar ciudadanos y personas completas, no solo receptores de conocimientos”.

Entretanto, apunta, el primer cambio fundamental sería que dejaran de ser optativas y pasaran a ser obligatorias. Otro, que se revisara el modo de impartirlas para que de verdad promuevan el pensamiento artístico y la creatividad, con cambios en el currículum y la formación del profesorado, y con conversaciones con todos los actores implicados. “La ley no puede ser lo único, ni será la panacea, habrá que articular otros mecanismos alrededor, pero si una ley lo favorece, siempre es más fácil. Sin esa ley sentimos que estamos todo el tiempo remando a contracorriente”, concluye.

Coincide Sofía de Juan, que de su análisis deduce que las leyes educativas nunca han encontrado hasta ahora el sitio para las materias artísticas. “Nadie las ha logrado encajar de manera real. Es como si hubiera un enorme problema en la adaptación de las teorías a la realidad. Pasa incluso con la LOGSE: todo lo que plantea sobre el papel está bien, pero cada uno lo aplica a su manera, no hay unas directrices reales, una coordinación real”.

Lo que late a su juicio detrás del desencuentro entre arte y escuela es “la desvalorización a nivel pragmático de las materias artísticas, que claramente se sitúan por debajo de las troncales, también a escala de comunidad autónoma y de centro”. De Juan, que escuchó a 35 docentes y formadores de materias artísticas en el curso de su investigación, plantea cómo otra causa del desencuentro es la falta de referentes para “un educador que o bien utiliza el arte de manera transversal, como medio, o bien como fin en el aula de educación formal”. “Al artista que visita la escuela se le mitifica, mientras que los profesores que trabajan en el arte o a través del arte todos los días en esa misma escuela son invisibles”, señala.

Arteeducadores

Adolf Murillo es profesor de música en ESO y Bachillerato en el Institut Arabista Ribera de Carcaixent (Valencia). Para él, sí, ha habido avances, ahí está la LOGSE, que incluye en el currículum las materias artísticas, amplía las horas, pero “hay un problema de raíz, cultural, político, y es que no se entiende el alcance de estas asignaturas, que siempre se han movido en el terreno de lo marginal”.

Murillo reclama un cambio de visión, de enfoque: “Durante un tiempo han funcionado como áreas auxiliares, se han metido con calzador y se han respetado en el currículum porque favorecían el rendimiento académico, podían ayudar en lengua, en matemáticas. Esto ya no da más de sí. No queremos más horas si son para reforzar lo que se está haciendo mal. Reclamamos la centralidad del arte. Creemos que se ha de trabajar el tema de la creatividad, y que debe gozar de un espacio del que nunca ha gozado, en un currículum que sitúe el alumno en el centro”.

Como profesor de Música, siempre ha apostado por la idea de que todos somos creadores, artistas, y por la hibridación con otros tipos de arte. También por el uso del arte de forma transversal. En sus clases no hay exposición, repaso, ejercicios y deberes. Hay documentación, experimentación, encaje, producto. “Claro, están las barreras. Con 55 minutos, trabajar en procesos de creación es muy complicado”, asume. Pero cada vez se presta más atención a esta forma de trabajar. En Valencia se acaba de crear un centro de formación del profesorado específicamente de artes, y se está incidiendo en esta línea de la creatividad y de los lenguajes contemporáneos.

También se apuesta cada vez más por el aprendizaje basado en proyectos artísticos, por los proyectos multidisciplinares: “En la escuela no deberíamos trabajar en parcelas separadas cuando todo funciona de forma más compleja, en el mundo laboral, en el de la investigación. Las carreras STEM, de ciencia, tecnología y matemáticas, por poner un ejemplo, han incorporado la A de artes”.

Lucía Sánchez es profesora de educación plástica, visual y audiovisual en ESO, y de dibujo artístico y dibujo técnico en bachillerato en el IES Francisco de Quevedo de Madrid. Para ella, la ley que sustituya la Lomce debería empezar por dotar de una mayor carga horaria a las artísticas. En la elaboración, además, reclama que se escuche a expertos en educación artística en secundaria, no solo en la universidad, y también a expertos del mundo del diseño, de la ilustración o la arquitectura que estén actualizados. “Al final, creo que no es tan distinto lo que sucede en artes y lo que sucede en ciencias: la ciencia va por un lado y la educación científica, por otro. En ambos casos es necesaria una actualización, pues los profesores están tan centrados en el currículum que no pueden abarcar lo que ocurre fuera de las aulas”.
Sánchez comparte, por tanto, la posición de los compañeros de Filosofía que han aprovechado para pedir que se replantee la asignatura: “Hay clases en que se dan láminas a los alumnos para que las coloreen con puntos. Si es así da igual tener dos horas o cuatro. No hay proceso creativo posible”. Sánchez plantea que el pensamiento crítico ha de partir del profesor, que ha de reflexionar para qué ha de servir su asignatura, cómo vincularla con el mundo real…

“Creo que el problema de la educación artística es un problema de la educación en general. Este año tengo 22 horas de docencia, por ejemplo. Me pueden responder ‘No te quejes’, pero esas 22 horas dejan en realidad muy poco espacio para preparar cosas y coordinar proyectos. Aun así estoy organizando un seminario con 15 profesores, de Matemáticas, de Biología, de Música… sobre cómo emplear el arte como herramienta en el aula. Tenemos los mismos grupos y estamos trabajando con medios audiovisuales. Yo aporto la técnica y ellos, el contenido. Empleamos el arte, el lenguaje visual, de un modo similar a como se emplea en publicidad, por ejemplo, conscientes de que la forma (los colores, la tipografía…) es tan importante como el fondo”, explica.

“Los profesores, por lo general, no tienen conciencia de cómo han de usar la imagen. Les da igual no saber hacer un Power Point o entregar fotocopias que se leen mal. Los hay que sí tienen conciencia pero no saben. Yo creo que sería fundamental que todos los profesores tuvieran una formación en educación artística”, zanja.

Por lo demás, se muestra optimista. La ley que sustituya la Lomce solo puede ser mejor para las materias artísticas. “Yo no he perdido el optimismo desde 2013. Ahora creo que existe cierta conciencia, que se cree que el arte puede funcionar muy bien como transversal, que no debemos obsesionarnos tanto con los contenidos. Y todo el discurso en torno a las competencias clave, que poco a poco va calando, ayuda”, añade. “Por otra parte, yo nunca me he sentido aludida cuando se ha hablado de ‘asignaturas que distraen’. Yo pensaba que se referían a la religión”.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/arteyeducacion/2018/10/26/el-arte-en-la-escuela-o-el-complejo-del-jarron-chino/

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Arte en la escuela: cuando lo importante es el proceso

Por: Pablo Gutiérrez del Álamo

Desde hace años, la entrada del arte en los centros educativos es algo cotidiano. No solo es que las y los docentes de las materias relacionadas hagan más trabajo. No es que las visitas pedagógicas a museos de toda índole no tengan cada vez más peso. Hablamos de otras formas de acercarse al arte, más directas, más participadas y cooperativas.

Podemos señalar a uno de los proyectos con más solera e importancia, LÓVA, de escritura y representación de una ópera por parte del alumnado de un centro. Un proceso que dura un curso entero y que mueve y remueve muchos cimientos sólidos.

O hablamos de coros u orquestas de niñas y niños en barrios en los que las condiciones de vida no son las óptimas. O de la escritura, producción (rodaje incluido) y exhibición de cortos por parte de cursos completos, apoyados ni más ni menos que por cineastas durante todo el proceso.

Y hablando de toda esa heterogeneidad de propuestas, en las que puede haber artistas residentes o no. Que pueden ser de diferentes disciplinas artísticas, resulta interesante hablar con las maestras y los maestros que se han visto envueltos o han alentado, algunos de estos procesos.

Y lo es porque sus respuestas, todas diferentes, tienen una melodía muy parecida, al menos, en el espíritu de lo que se dice.

La mejora de los aprendizajes, tanto instrumentales como no; el aumento del pensamiento crítico, la creatividad y la flexibilidad a la hora de encontrar soluciones a los problemas que surgen. Hablar en público, exponer objetos, procesos e intenciones. Compartir trabajo en equipo desde edades tempranas hasta el Bachillerato.

He aquí algunas de las coincidencias más habituales cuando hablas con estos profesionales de la educación. Hay otras relacionadas, no tanto con el alumnado, como con el resto de los adultos que les rodean. Cuando el profesorado de otras áreas no artísticas ve el potencial que tiene la participación en el proyecto para su materia. Y, por supuesto, también las familias se convierten en muchos momentos en personajes protagónicos, en otras, colaboradores necesarios.

Aunque no todo es fiesta y alegría. Un proyecto artístico es una cosa muy seria que necesita de una buena planificación. Sobre todo cuando en él van a participar, de una manera colaborativa, decenas de personas.
Hacer arte, con una artista en una residencia de meses o, incluso, un par de años, es algo complicado que necesita de planificación y, sobre todo, de una cintura flexible para resistir cambios de última hora venidos desde cualquier dirección.

Rodaje del proyecto Cine en Curso en Madrid. Fotografía: P.G.A.

Pero… ¿para qué es el arte?

El arte es una fuente de conocimiento, que nos acerca a la cultura en la que estamos. Imprescindible para seguir creando cultura.

Es una herramienta, una forma de mirar, una obligación de salir del libro de texto y devanarse un poco los sesos para encajar los contenidos de Matemáticas dentro del proyecto de un cancionero popular que están elaborando niñas y niños de primaria.

El arte es una forma de conocer y reconocer el mundo y un artefacto con el que hacer palanca allá donde ponemos la mirada, para obligar a la vista a fijarse en algo más allá de lo evidente.

“El arte nos aporta a todos, alumnado, familias y profesorado: criterio estético, emoción, sensibilidad, conocimiento y la posibilidad de mirar el mundo desde otro lugar”, dice Fanny Figueras, profesora en el Instituto Moisès Broggi, de Barcelona.

También puede ser que un proyecto artístico sea más de lo que se esperaba y se convierta en algo así como un bálsamo reparador para una comunidad educativa que ha tenido que emigrar entera por culpa de unas obras.

Es lo que les pasó en el CEIP Emilia Pardo Bazán, del céntrico barrio de Lavapiés en Madrid. El curso pasado pusieron en marcha un proyecto para que el alumnado elaborase un cancionero popular, precisamente el año en el que el cole cerró por obras y fueron acogidos en otro colegio cercano.

“Nos ha servido como algo casi sanador”, dice Rafael Sánchez, maestro de música e impulsor del proyecto. Un proyecto que se ha materializado en la publicación de un cancionero popular creado por el alumnado en el que se ha intentado trasladar la realidad cotidiana de un barrio multicultural (cada vez más preocupado por procesos de gentrificación y turistificación).

Crea, además, ocasiones para otros aprendizajes más allá de los curriculares (estos dependen finalmente del trabajo de encaje que se haga desde el claustro). Aprendizajes, como comenta Ana Pérez, maestra del CEIP San José Obrero de Sevilla, que se relacionan con la “flexibilidad de pensamiento”, además de que “potencia todas esas capacidades que permiten a los niños y niñas conocer su entorno, otras culturas y desarrollar las capacidades de expresión, creación y comunicación”.

Como cualquier proceso en el que no solo se cuente con un docente y un grupo clase, y necesite, además de un artista, de parte de la comunidad educativa, principalmente las familias, se ponen en juego también las capacidades de todas esas personas adultas para ponerse de acuerdo e ir conformando el propio proyecto.

¿Y los artistas?

Sin duda, la utilización del arte es un ejercicio de flexibilización de las miradas y los haceres. También para quienes llevan las metodologías artísticas a las aulas.

Rubén Alonso es uno de los responsables principales del proyecto Antropoloops. Consiste en la recopilación de músicas tradicionales del mundo que son remezcladas junto a otras piezas para formar una obra nueva y diferente.

Puede ser una percusión africana la que dé base a voces siberianas y guitarras country. Las combinaciones siempre son enriquecedoras.

Este concepto, además de la difusión de cultura e información sobre expresiones musicales tradicionales diferentes, es el que trasladaron al San José Obrero, marcado por un contexto desfavorecido con una gran carga de alumnado migrante. Entre otras cosas, el alumnado de 5º de primaria elaboró historias de vida a base de músicas con valor simbólico para sus familias, así como con fotos y objetos que acabaron conformando un collage sentimental.

Según Alonso, la acogida que recibieron del centro fue muy buena. Y aunque tenían algunas reticencias por sentir que estaba invadiendo parcelas de la vida de estos niños y niñas, “por la lógica del centro y el trabajo de los docentes y por cómo lo hemos hecho, ha sido todo lo contrario”. En el colegio está tan integrada la diferencia que hablar de los orígenes de cada cual es algo normal. Además, cree Rubén Alonso, este proyecto ha servido también para “dar espacio para aflorar esa identidad que está en conflicto”, en el sentido de ser jóvenes de origen migrante (aunque sea de segunda generación) que han de “adaptarse” a un entorno diferente.

Meterse a los niños y niñas, a los jóvenes, en el bolsillo con proyectos artísticos en los que se sienten escuchados, impelidos, en los que pueden mostrar quiénes son, qué quieren o qué les interesa, parece algo sencillo. Y a pesar de que suponga esfuerzos, lo es. Dar voz al alumnado dentro del aula es un paso importante para la mejora de las relaciones entre la comunidad educativa, además de hacerle sentir parte del proceso, valorando sus aportaciones y esfuerzo. Por no hablar de los conocimientos que adquieren, sean o no curriculares, les ayuden a encontrar un trabajo en el futuro o les ayude a conocerse y conocer el mundo.

Organizar bien qué se quiere y cómo se conseguirá es clave para desarrollar cualquier proyecto Fotografía: ZEMOS 98

Y el resto, ¿qué dice?

Los proyectos no solo los hace el alumnado. También están ahí el resto del claustro, más allá del profe de música o la de Plástica.

Involucrar a docentes de otras materias es una de esas dificultades que, o bien puedes solventar rápido por crear una cierta afinidad (caso este del profesor de Educación Física del San José Obrero, que se subió al carro lo antes que pudo), o puede ser que lleve algo más de tiempo, y sea necesario que las y los compañeros comiencen a ver los resultados para que vean la utilidad y la posibilidad que se abre ante ellos.

“El arte nos conecta con el mundo, y en el mundo real los campos de conocimiento establecen conexiones: las ciencias, las matemáticas, la literatura, la lengua, la danza, el cine,…”, explica Fanny Figueras.

“En los proyectos del Broggi, comenta Figueras, participan de 3 a 4 áreas de conocimiento, por ejemplo: en 1º de la ESO (Lengua catalana, Ciencias sociales y Visual y Plástica). Son tres profesores en el aula con 60 alumnos con un centro de interés común: ‘Quién soy, cómo somos. Dónde vivo’ (La identidad, el contexto)”.

Dificultades

Implementar cualquier proyecto que pase por cambiar tus métodos, que otras personas entren en tu aula, en el que contar con la voluntad e intereses de tu alumnado, de sus familias y de algún o alguna artista, no es fácil.

Cuadrar intereses, necesidades, exigencias curriculares o adaptar las expectativas a una realidad más compleja de lo que se mostraba, siempre supone dificultades, pero también puntos de aprendizaje. Para todo el grupo.

Es posible que acabe imponiendo novedades en el claustro y en sus metodologías. Es posible que este cambio sea previo y ayude al aterrizaje de arte en la escuela.

“Como experiencia docente, dice Ana García, creo que la integración de proyectos artísticos en la dinámica de trabajo de un centro educativo mejora sin duda la motivación de los alumnos hacia su aprendizaje; el factor de motivación es muy fuerte, puesto que el alumnado siente que no está trabajando de la misma manera que hace en otros momentos”.

Vencidos o, al menos, reducidos los obstáculos para convencer a profesorado, familias y alumnado de poner en marcha un proyecto artístico, todavía quedan dificultades y reticencias que ir limando.

Una de las principales es que parte de estos proyectos están financiados de manera privada por fundaciones o asociaciones. En sí mismo no es un problema, pero sí lo es cuando el dinero del proyecto se termina equis meses después de comenzar.

También hay problemas no esperados. Para la gente de Antropoloops, una de las mayores dificultades radica en que hace uso de una tecnología compleja, tanto para implementar como para gestionar. Ahora, según relatan Rubén Alonso y Nuria García (otra de las integrantes del grupo), la obsesión que tienen es la simplificación de su propuesta para que, al final de este curso, puedan disponer de una herramienta que los docentes utilicen sin necesidad de que nadie del colectivo esté. Así se aseguran de que el proyecto no muera con su salida del colegio y, además, pueda replicarse en cualquier otro.

Los plazos de los proyectos también son un escollo que necesita de cierta reflexión, tanto por parte de los centros, de quienes diseñan e implementan los proyectos, así como de quien los financia.

Fotografía: ZEMOS 98

Los hay cortos, que en un curso se solventan, como el del cancionero del Emilia Pardo Bazán (aunque para este curso ya se está preparando una nueva edición). Pero el de Antropoloops, viendo su experiencia, ha necesitado (y necesitará) de tres cursos para estar listo para ser replicado. En el primero de los años (el curso pasado) se hizo la prueba y se implementó. En este segundo está previsto hacer un trabajo más profundo junto al profesorado para afianzar las partes que funcionan y mejorar las que no lo han hecho tan bien. El tercero sería ya el de un proyecto pulido que puede ser replicado en otros centros educativos sin la necesidad de intermediarios.

No son pocos los procesos artísticos (muchos, por ejemplo, relacionados con música o con cine) que se vienen desarrollando desde hace años por todo el país. A pesar de las dificultades, quienes han probado desde un claustro, el acercamiento de estas disciplinas a su quehacer diario aseguran que, una vez solventadas las dificultades, merece la pena cómo cambia la actitud del alumnado hacia el aprendizaje, sea o no curricular. También mejora las relaciones entre las personas de la comunidad educativa. Enriquece, en cualquier caso, la mirada que la escuela hace de la realidad que tiene a su alrededor.

“Es una forma de re-ilusionarte, de re-emocionarte”, dice Rafael, desde Madrid. El arte en la escuela es un “momento de cambio, que es lo mejor que te puede pasar”. “Cambias tus rutinas. Metes a alguien en el aula que te desplaza. El objeto es lo de menos. Lo de más, es la sorpresa, entre la de los niños y del maestro”.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/arteyeducacion/2018/09/12/arte-en-la-escuela-cuando-lo-importante-es-el-proceso/

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