En ese sentido, criticó lo que consideró un estilo de vida esquizofrénico, el cual protege los animales en extinción, pero ignora los problemas de los ancianos o defiende la selva amazónica, pero descuida el derecho de los trabajadores a un salario justo.
Subrayó que la educación ecológica debe ser integral y puntualizar sobre todo en el sentido de responsabilidad, no en transmitir consignas que otros deben cumplir, ‘sino suscitar el placer de experimentar una ética ecológica a partir de decisiones en la gestión de la vida cotidiana’.
En cuanto a la ‘cultura del encuentro’, el Papa insistió en la necesidad de estimular en los alumnos la apertura a los demás como rostros, personas, hermanos y hermanas a quienes conocer y respetar con sus historias, méritos y defectos, riqueza y limitaciones.
La apuesta -apuntó- es cooperar para formar jóvenes abiertos e interesados en la realidad que les circunda, capaces de generar afecto y ternura, libres del prejuicio extendido según el cual, para valer es necesario ser competitivo, agresivo, duro con los demás, especialmente hacia quien sea diferente.
Por otra parte, se refirió al deterioro del vínculo entre la escuela y la familia, el cual pidió reconstruir teniendo en cuenta los cambios experimentados en ambas partes y ‘renovar el compromiso con una colaboración constructiva’ para bien de los niños y jóvenes.