Por: Pablo Bujalance
Reconocida con premios como El Ojo Crítico y el Lorca, finalista de los Max y aclamada como una de las figuras de la danza española más importantes de su generación, Luz Arcas (Málaga, 1983) dirige desde 2009 la compañía La Phármaco, con la que ha facturado espectáculos como La voz de nunca (2014), Kaspar Hauser. El huérfano de Europa (2016) y Miserere. Cuando llegue la noche se cubrirán con ella (2017), representados en los cinco continentes. En noviembre estrena en los Teatros del Canal de Madrid La domesticación, primera parte de la trilogía Bekristen.
-Su nuevo proyecto nace de, digámoslo así, una crisis creativa. ¿Cuándo vio la luz al final del túnel?
-Después de Una gran emoción política, el montaje que hicimos sobre María Teresa León para el Centro Dramático Nacional, sentía que se cerraba una etapa, una visión del cuerpo y también de la escena, que tal vez se había hecho de carne por fin, real, y que había que empezar a quebrar. En realidad empecé a intuirlo en nuestro anterior trabajo, Miserere; ya entonces nos preparábamos para abordar algo distinto, pero llegó el encargo del CDN y lo recibimos como la oportunidad para sintetizarlo todo y cerrar la etapa de la mejor manera: haciendo un llamamiento a un cuerpo lleno de sentido, reacio a las abstracciones y dispuesto a hacerse cargo de su propia historia, de su contenido político. Ahora necesito abordar el cuerpo y la gestualidad actual, del presente, y necesito hacerlo directamente.
–Bekristen aborda el neoliberalismo, pero ¿qué pretende aportar al debate?
-El neoliberalismo no deja de ser una nueva forma de colonización, desterritorializada, en la que la cultura global se impone con una violencia perversa, disfrazada de libertad. Los cuerpos están condenados a una carrera para la adopción de modelos relativos al éxito, la belleza, la felicidad, la eterna juventud y otras cuestiones que pasan a ser deseadas en cualquier parte. Estos procesos son más sutiles que en la antigua colonización, pero someten igualmente. Como sucedía entonces, es necesario que alguien pierda siempre. Los modelos están lejos de todos los que no pertenecen a las élites.
-Pero estos modelos, tal vez al contrario que en otras formas de colonización, son sólo un mito.
-Claro. Es que, de hecho, el neoliberalismo es una ficción perfecta, una aplicación impecable de la verosimilitud aristotélica.
-¿Y cómo se le hace frente desde la escena, donde la verosimilitud manda?
-Lo que me pregunté al idear Bekristen es cómo influye todo esto en el cuerpo como realidad colonial, como instrumento obligado a la conquista de modelos imposibles de lograr, pero que a la vez se convierten en la razón misma de la existencia. En el primer capítulo de la trilogía, La domesticación, unos cuerpos compiten por alcanzar el modelo que les salve de su propio cuerpo: del hambre, la muerte, el miedo, la memoria o la enfermedad. Estos cuerpos están convencidos de que deben ser verosímiles, de que es necesario diluirse en el estilo internacional. Pero la lógica neoliberal se construye gracias a la masificación de consumidores-perdedores, protagonistas de la tragedia contemporánea.
-¿Esa denuncia del estilo internacional tiene que ver también con la danza como realidad colonizada?
-Sí. Queremos bailar un acto de resistencia contra el estilo internacional de la danza contemporánea, marcado por la asepsia, la intelectualización del movimiento, problemáticas que afectan a sectores culturales muy determinados y reducidos, el sentimentalismo, el desarraigo, la asunción de técnicas publicitarias, del diseño.
-¿Y cómo responde La Phármaco a esa hegemonía de criterios estéticos?
-Nuestras fuentes de inspiración gestual vienen ante todo de la observación del cuerpo actual en su carrera para alcanzar esos modelos. Los cuerpos que protagonizan la obra sufren en sus vidas esa imposición, a veces resisten y se enfrentan, pero otras se dejan llevar, porque en esta vida es imposible hacer nada sin pasar por esa domesticación. Recurrimos, como otras veces, al folclore, pero esta vez nos fijamos en el folclore más actual, marcado por la globalización y la realidad poscolonial (o nuevo colonialismo desterritorializado). Estamos indagando en las manifestaciones más vulgares del movimiento. La danza de cualquiera, la de hoy.
-¿La alternativa es entonces una danza popular?
-Bueno, queremos invitar a la reflexión sobre un estilo que se apodera de todo, que lo iguala todo, cuerpos, objetos. Una homogeneización cultural no sólo estética, que tiene intenciones políticas y económicas. En la conciencia de la desigualdad surge la necesidad de resistencia. En nuestro sistema parece que cualquiera puede llegar adonde se proponga, pero eso no es cierto, es un espejismo que empuja a la ambición desmedida. En La domesticación se celebra la danza que impregna nuestros cuerpos y que revela mucho de lo que somos hoy.
–La domesticación nace de su experiencia artística en Guinea Ecuatorial y reúne en su elenco a intérpretes de este país, además de otros latinoamericanos y españoles. ¿Qué objetivo persigue con esta diversidad puesta en escena?
–En 2016 ya estrenamos en Madrid Abok, un espectáculo en el que participaban bailarines ecuatoguineanos. Con esto espero descentralizar los criterios en torno a la danza y dialogar con otras visiones del cuerpo y de la escena.
Fuente e imagen: https://www.diariodealmeria.es/entrevistas/neoliberalismo-nueva-forma-colonizacion_0_1386461784.html