Promoción de la lectura en barrios populares chilenos: bibliotecas en centros comerciales

Por: Meritxell Freixas Martorell

El proyecto Biblioteca Viva intenta mantener su rol social y comunitario a pesar de los impedimentos provocados por el coronavirus.

Cada vez que Paola Díaz y sus hijos entraban al centro comercial del barrio, el menor de los hermanos, de 8 años, siempre se fijaba en ese rincón que pasaba desapercibido entre tanta tienda, bar y restaurante: la biblioteca. Un día, el muchacho convenció a los suyos y entraron: “Apenas vimos, nos quedamos”, recuerda Paola, de 45 años y vecina del barrio suburbano de Puente Alto, situado a las afueras de Santiago. Desde ese día, madre e hijos son socios de la Biblioteca Viva del centro comercial puentealtino.

Diez bibliotecas instaladas en los populares malls –como se conocen los centros comerciales en Chile– conforman el proyecto Biblioteca Viva, una iniciativa que pretende facilitar el acceso y promover la cultura desde un enfoque educativo, comunitario e inclusivo. Diseñado por la Fundación La Fuente, dedicada al fomento de la lectura, y la cadena de centros comerciales Mall Plaza, el proyecto fue pionero en Hispanoamérica en alojar la primera biblioteca al interior de un centro comercial. Fue en 2002, cuando el barrio de La Florida, otro de los periféricos de la capital, empezó a crecer como distrito de clase media trabajadora. “En aquel entonces, el mall era el sueño de esa clase media; ir al centro comercial se convirtió en el paseo del fin de semana porque en la mayoría de estos barrios no hay muchos más sitios dónde de ir: no hay muchos parques, ni espacios culturales ni otro tipo de ocio”, explica Vanessa San Mateo, una de las coordinadoras del proyecto.

Chile es el país de América Latina con más metros cuadrados de malls por habitante. Tanto en los barrios más pudientes como en los más populares, el centro comercial es de los espacios más concurridos: “La gente nos conoce cuando va de compras al centro comercial”, apunta San Mateo, gestora cultural que desde hace siete años trabaja para la Fundación La Fuente. “Estaba en el último piso del mall con mi papá y le pedí entrar porque me gustan mucho los libros. Me encantó el lugar y me hice socio porque me fascinó que exista una biblioteca en un centro comercial, que es un templo del consumismo. Es como una flor en el desierto”, cuenta Raimundo Riquelme, de 29 años, que hace cinco que es socio de la Biblioteca Viva del Mall Plaza Egaña.

Con una cuota anual de 8.000 pesos chilenos para adultos (unos 8 euros) y la mitad para menores, estudiantes, jubilados y personas con discapacidad, Biblioteca Viva cuenta con unos 30.000 socios y un millón de usuarios en todo el país. La cadena Mall Plaza aporta un millón de dólares anuales al proyecto a través de la Ley de Donaciones Culturales, que permite desgravar de los impuestos un 50% del monto total de la donación. “La cultura es una vía para tener sociedades más justas y crear mayores oportunidades a las personas y, en definitiva, es una forma de ser sostenibles y aportar como empresa”, sostiene la gerente de Marketing Regional Mall Plaza, María Elena Guerrero. En Chile el IVA aplicado a los libros alcanza el 19% y el acceso a la lectura es restringido para la gran mayoría.

Rol “social y comunitario”

Paola quiere apuntarse a un taller para aprender crochet; sus hijos participan en círculos de lectura infantil, pases de películas y al karaoke. Raimundo, que es profesor, aprovecha el espacio para estudiar o leer, y destaca “la variedad” en el catálogo de libros de su biblioteca. Es la misma a la que acude María Inés Taulis, de 78 años y socia desde hace 7. Ella aprovecha para escribir, estudiar y revisar los periódicos y las revistas que están a disposición del público. Teresa Valenzuela, que tiene 66, acude un par de veces por semana al Mall Plaza Los Dominicos, del que se hizo socia hace poco más de un año, donde participa de un club de lectura, un taller de trabajos manuales y otro de alfabetización digital.

Fundación La Fuente

Dice Vanessa San Mateo que Biblioteca Viva se caracteriza por ir más allá de ser una biblioteca y que quiere ser “un centro cultural donde pasen muchas cosas”. Además del préstamo de libros, el proyecto ofrece actividades de todo tipo: desde talleres para todas las edades, hasta conciertos, charlas, clubes de lectura, tertulias o actividades de fomento de la lectura en el exterior, desde el transporte público hasta mercados, hospitales o residencias de gente mayor. “La biblioteca ha ido cambiando a medida que cambia la sociedad chilena. Permanentemente observamos qué interesa a la gente para reflejar en la biblioteca lo que pasa en la sociedad”, comenta San Mateo. Y ejemplifica: “Cuando llegó mucha inmigración a Chile, hicimos talleres de español y de creole, charlas con abogados sobre temas de extranjería, de contratos laborales; ahora nos hemos enfocado en temas de crianza; ha habido encuentros feministas; y durante el estallido social hicimos cabildos para niños y adultos”.

El libro, precisa la coordinadora, es “una excusa” para socializar, para hablar con los mediadores de lectura o con otros usuarios y usuarias. “La biblioteca se convirtió en un lugar de reunión en zonas donde no hay tantos espacios para que la gente vaya, hable y participe; su mayor potencial es su rol social y comunitario”, añade San Mateo. Desde Mall Plaza, María Elena Guerrero, destaca la “Guaguateca” (de guagua, que significa bebé en los países andinos) como “uno de los espacios más valorados” por los usuarios y que ofrece a niños y niñas de entre 0 y 4 años “un primer acercamiento con los libros” acompañados de sus familias. A través de ese espacio, “se empezó a crear una red de papás primerizos que no tenían muchos vínculos”, relata San Mateo. Un efecto de “diálogo y encuentro” que también se produce en las actividades destinadas a personas de la tercera edad. “La gente tiene tanta necesidad de juntarse, de encontrarse, que basta con dar el espacio, las condiciones y las ganas de escuchar y se produce magia”, expresa Vanessa San Mateo.

Fundación La Fuente

María Inés define la biblioteca de su barrio como “un punto de encuentro social e intelectual y un importante centro de actividades”. Paola Díaz pone de relieve “la comodidad” del espacio y un “ambiente familiar, que te hace sentir como si estuvieras en el comedor de tu casa”. Teresa Valenzuela dice que, en la biblioteca, encuentra su “momento” para relacionarse con los demás, compartir y entretenerse: “He intentado integrar a mi marido, pero es menos sociable. Prefiere su jardín”, bromea la señora.

El mayor desafío en tiempos de pandemia

Como en el resto de equipamientos culturales de Chile, la pandemia del coronavirus ha alterado el funcionamiento de la Biblioteca Viva. Los centros comerciales están cerrados y gran parte de los chilenos están confinados en sus casas. “Hemos intentado trasladar toda la programación prevista en los distintos malls a las redes sociales”, indica Vanessa San Mateo.

Aunque el préstamo de libros está suspendido, las actividades de la Biblioteca Viva no se han detenido. El equipo de mediadores –formado por perfiles diversos, desde artistas hasta profesores de Lengua o de Historia– ha canalizado tutoriales, charlas, talleres y recomendaciones vía Instagram y otras plataformas sociales. “Somos lectores” era el lema del festival de cuatro días previsto para celebrar el Día del Libro, el 23 de abril. No se pudo hacer presencialmente, pero autores de libros, músicos y mediadores trabajaron para mantener el programa online: “Fue una experiencia muy buena. Se conectó mucha más gente de la que esperábamos y logramos llegar tanto al público de la Biblioteca como a seguidores de los escritores y músicos invitados al festival”, ensalza la gestora cultural.

Fundación La Fuente

Sin embargo, en ese contexto de excepcionalidad, el desafío es superar la brecha digital que impide la participación de las personas mayores. Son un 4% de su público, pero son “un colectivo esencial” del servicio, subraya San Mateo. “Las personas de la tercera edad van a la biblioteca a encontrarse con otra gente y a hablar. Ahora no estamos ahí para escucharlos y tampoco nos podemos comunicar con muchos de ellos a través los medios con que estamos llegando al público general”, lamenta.

“Echo mucho de menos seguir participando de la biblioteca”, admite Teresa Valenzuela. No puede seguir las actividades online porque no sabe manejar Instagram. “Tengo la app instalada pero no se como ocuparla”, dice. Mientras espera que su profesor de alfabetización digital se lo enseñe con un tutorial por WhatsApp, pasa su tiempo leyendo El jardín olvidado, de Kate Morton, el último libro que tomó prestado.

Fuente e imagen tomadas de: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/05/05/promocion-de-la-lectura-en-barrios-populares-chilenos-bibliotecas-en-centros-comerciales/

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