La educación democrática mediante la práctica cotidiana

Reflexiones en torno al ‘Manifiesto por una Educación Democrática en Valores’ y cómo hacer de la democrácia algo más que votar cada cierto tiempo a través de la educación.

Por José Palos 

Estando totalmente de acuerdo con el Manifiesto, que ya firmé, su lectura me ha llevado a exponer algunas reflexiones.

Además de las constataciones sociales presentadas que justifican la necesidad del manifiesto, considero que se podría añadir una más, al menos, como matiz. La democracia se ha reducido al acto de votar a unos representantes políticos y eso ha desactivado el interés por la participación democrática en la vida cotidiana. Se ha instaurado una democracia institucional delegada que construye ciudadanos pasivos y con la conciencia tranquila por haber cumplido su obligación de votante. Y diría que, como consecuencia, se ha ido generando una falta de credibilidad en el valor y utilidad de su participación directa en las decisiones relacionadas con la organización de la vida comunitaria.

Salvemos las excepciones personales o colectivas y los movimientos emergentes focalizados en tiempo y espacio limitado. Pero, en general, se confunde en gran medida el poder de decisión ciudadana con la capacidad de decidir o gestionar las alternativas económicas que el sistema nos ofrece a cada uno; es decir, de consumir en todas sus modalidades. También la participación se ha convertido en tener información técnica para gestionar problemas o situaciones personales. La participación democrática en políticas públicas queda delegada esencialmente a los políticos. Diríamos que es un éxito ideológico del sistema económico neoliberal el interés y bienestar individual por encima del comunitario. En este sentido, es cierto que la lucha por la democracia no se acaba nunca. Hay que construir confianza en el poder de los ciudadanos desde la vida comunitaria cotidiana.

En la generación de esta confianza tiene una papel fundamental la educación. Una educación democrática en que la democracia sea una práctica real en los centros educativos y, posteriormente, a lo largo de toda la vida una formación que aporte criterios y facilite la actualización permanente de los ciudadanos. Esto debería ser un derecho gratuito, posibilitado por el sistema público como una necesidad de los ciudadanos para poder participar en los cambios de la sociedad. Unos cambios en los que no han tenido poder de decisión pero que tampoco pueden obviar con el riesgo de aumentar más la brecha tecnológica y cultural. Es decir, una educación y formación a lo largo de toda la vida que aporte competencias personales, sociales y axiológicas. Que haga ciudadanos críticos, que las aporte conciencia social y que después se impliquen y tomen un compromiso y responsabilidad social, es decir, una participación política en la vida comunitaria.

Una educación democrática significa educar en unos valores democráticos, no sólo es una cuestión organizativa, técnica o de procedimiento. Por lo tanto, una escuela democrática es o debería ser un proyecto educativo con recursos, que cree conciencia social, que fundamente una sociedad socialmente justa, equitativa, inclusora, participativa, corresponsable, respetuosa, dialogante, etc. Por eso, la capacidad adquisitiva de las familias no debería ser un impedimento para recibir una educación democrática de calidad, entonces no sería socialmente justa, ni para todos. Dentro de la necesidad de una educación pública, de calidad, democrática y gratuita para todos.

Una educación democrática quiere ser para todos y quiere contar con todos. Su marco es la diversidad como hecho natural y social y debe tener como referente, medio y objetivo la diversidad social presente en el ámbito educativo. Por eso, pertenecer o no a una determinada comunidad no puede ser impedimento o ventaja para recibir una educación abierta, plural y no sesgada por ideologías o creencias religiosas determinadas. El principio y planteamiento de una educación democrática debe ser inclusor y no excluyente ni supremacista. Las religiones y su presencia patrimonial deberían quedar en el currículo como formación cultural y artística, es decir, no debería haber docencia religiosa confesional en los centros, entre otros motivos, para atender a la diversidad religiosa y cultural cada vez mayor en las aulas. Las creencias religiosas como opciones personales deberían ser tratadas fuera del centro educativo, por la institución religiosa correspondiente.

La escuela democrática o aquella cuya misión es educar en la democracia construye e impregna de valores democráticos su práctica y, por lo tanto, tendría que vivir la democracia en su vida diaria. Una vivencia realmente democrática, con la participación de toda la comunidad educativa en las decisiones sobre los proyectos, la organización y gestión necesarias para conseguir los objetivos comunes. Una participación auténtica, donde se respeten y lleven a cabo las decisiones de todos, también y de forma especial, la del alumnado si se quiere que crean en lo que hacen. Es decir, que la práctica democrática no se reduzca sólo a hacer consultas o debates formales. Y para que la educación democrática de los centros sea más significativa y su valor político sea más evidente debería estar vinculada a la vida local. Con proyectos de incidencia en la comunidad. Un aprendizaje experiencial de valores democráticos, con intencionalidad de mejora social, de construir una vida local más justa supone reinterpretar la metodología de trabajo en las aulas. En este sentido, el profesorado de un centro cuya misión es educar en la democracia debería poder disfrutar de un tiempo para la reflexión sobre la práctica democrática en el centro. También sobre su incidencia en la construcción de un centro democrático y en especial en los aprendizajes de los valores democráticos de sus alumnos.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2019/04/30/la-educacion-democratica-mediante-la-practica-cotidiana/

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Decálogo para una ciudadanía democrática

Por: Jaume Carbonell

La ciudadanía no se transmite sino que se practica: desde la Educación Infantil hasta la Universidad.

¿De qué estamos hablando cuando hablamos de ciudadanía? ¿Cómo y dónde se construye? ¿Cuáles son sus fortalezas y debilidades? ¿En qué punto del camino nos encontramos? Estas son algunos de los interrogantes que se plantearon en la mesa redonda Educación para la ciudadanía y formación del profesorado en el encuentro que, bajo el mismo título pero con este añadido: “Una alianza  entre escuela y territorio”, tuvo lugar los días 7 y 8 de marzo en la Facultad de Ciencias de la Educación. Estas preocupaciones están presentes en un par de proyectos de investigación Erasmus en los que participa la Universidad de Sevilla en colaboración con otras universidades europeas.

En esta mesa participaron Elisabetta Nigris (Universitá di Milano-Bicocca), Rafael Porlán (Universidad de Sevilla) y Carmen Rosa García (presidenta de la Asociación de Profesorado Universitario de Didáctica de las Ciencias Sociales). Un debate que dio mucho juego, moderado con el buen oficio de Paco García, docente de la Universidad anfitriona. Como ocurre en otras ocasiones, la intervenciones bascularon entre el análisis de la situación actual, de tintes grisáceos que no invitaban al optimismo, en contraste con posicionamientos, proyectos y experiencias que apuntan a un futuro esperanzador. Todo ello puede sintetizarse en el siguiente decálogo:

  1. La educación para la ciudadanía no se construye a través de los contenidos sino de la vida y práctica cotidiana con la activa participación del alumnado y de otros agentes sociales en el espacio público que transita entre la escuela y el territorio.
  2. Uno de sus objetivos es la comprensión y reconstrucción del mundo. Ello supone luchar contra la ignorancia y a favor de una cultura popular, común, básica y crítica que permita afrontar la complejidad de los problemas actuales y avanzar hacia una transformación educativa y social.
  3. La ciudadanía se construye integrando el pensamiento común y forjando identidades individuales y colectivas diversas, cambiantes y cada día más complejas debido a la creciente presencia de las redes sociales y otros entornos de socialización.
  4. La conversación y el debate son claves en la formación del profesorado, y se enriquecen con la argumentación, la capacidad de ponerse en el lugar del otro y la igualdad de condiciones en el uso de la libre expresión por parte del profesorado y del alumnado.
  5. El modelo pedagógico tradicional aún muy arraigado, en la medida que reproduce estructuras autoritarias y la fragmentación del saber, constituye un gran obstáculo para el desarrollo del pensamiento crítico y el cultivo de los valores propios de una ciudadanía democrática.
  6. Hay que tomar conciencia y hacer frente a las derivas neoconservadoras y antidemocráticas con el ascenso de los populismos, la posverdad, la xenofobia y los discursos de odio que se extienden de forma viral en los medios de comunicación y en las redes sociales.
  7. La ciudadanía democrática se percibe también en las actitudes y comportamientos docentes. De ahí la necesidad de ofrecer al alumnado ejemplos de coherencia entre lo que se piensa, se dice y se habla. Nunca puede deslindarse el cambio personal de la transformación colectiva.
  8. Para contrarrestar los mecanismos de poder jerárquico y corporativo,conviene crear equipos multidisciplinares e interniveles que promuevan la investigación y la experimentación en los distintos centros y espacios potencialmente educativos del territorio.
  9. Hay evidencias de que los profesores se convierten en innovadores cuando se crean las condiciones adecuadas para ello, con una adecuada formación, apoyo institucional y compromiso paciente y sostenido en el tiempo. Un requisito imprescindible es el acompañamiento, no impuesto pero si orientado.
  10. La educación democrática se trabaja, al propio tiempo, en los ámbitos micro (el aula), meso (el centro) y macro (la política educativa). Los cambios en estos tres ámbitos se retroalimentan. Para ello es fundamental disponer de políticas a largo plazo que integren estas necesidades, demandas e intervenciones.

Todos estos puntos se vertebran a partir de este triángulo: investigación-formación-acción. Y de la convicción profunda de que la institución escolar no prepara para la ciudadanía del futuro sino que la democracia se practica y se aprende desde la educación infantil y prosigue hasta la Universidad de forma sostenida e ininterrumpida. Porque la infancia y la juventud son sujetos de pleno derecho que conviven y crecen en una sociedad democrática en miniatura que también tienen que enriquecer y fortalecer. Este es uno de los retos mayúsculos pero también más hermosos como ponen de manifiesto diversas experiencias radicalmente democráticas.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/pedagogiasxxi/2018/03/14/decalogo-para-una-ciudadania-democratica/

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Libro: Ciudadanía y legitimidad democrática en América Latina

Ciudadanía y legitimidad democrática en América Latina

Isidoro Cheresky. [Compilador] 

Fernando Mayorga. Silvia Gómez Tagle. María Dolores Rocca Rivarola. Isidoro Cheresky. Osvaldo Iazzetta. Margarita Lopéz Maya. Hugo Quiroga. Manuel Antonio Garretón. Alberto Olvera. Ariel C. Armony. Lucas G. Martín. Rocío Annunziata. [Autores de Capítulo]

Colección Grupos de Trabajo. 
ISBN 978-987-5745391
CLACSO. Prometeo.
Buenos Aires.
Noviembre de 2011

A lo largo de las tres décadas transcurridas desde el inicio de las transiciones post-autoritarias hemos asistido a una mutación en las democracias de la región. La legitimidad electoral es indiscutible y se ha afirmado la voluntad ciudadana como sustento del poder. Ahora se constata un desplazamiento en la vida política. Una ciudadanía informada y vigilante alcanza una presencia continua en la vida pública: el haber votado por unos u otros no la lleva a depositar una confianza definitiva en quienes gobiernan. La vigilancia, el juicio sobre la decisiones de gobierno, el veto y la autorrepresentación ilustran los rasgos que adquiere una democracia continua. En algunos países el advenimiento de la democracia y su cambio de fisonomía se asociaron a la instalación de gobiernos reformistas, y en otros, a la emergencia de proyectos fundacionales. Esos nuevos gobiernos han resultado de los cambios ciudadanos mencionados y a la vez han procurado canalizarlos. Los diferentes enfoques compilados en este libro procuran dar cuenta de estas novedades que se presentan para los estudios políticos en América Latina.
Fuente: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/buscar_libro_detalle.php?id_libro=648&campo=titulo&texto=ciudadania
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Si quieres una nación, hazte con la escuela

Por: Mariano Fernandez Enguita
Es de dominio público, pero ni se le ocurra mencionarlo. La facilidad con que toda información u opinión contraria a la política israelí es tildada de antisemita, v.g., palidece ante la celeridad con la que cuestionar cualquier aspecto del delirio secesionista convierte a quien lo haga en (nacionalista) españolista, franquista, etc. Si a la descarada pero eficaz manipulación secesionista se une la hipersensiblidad del profesorado (de eso se trata, precisamente), la reacción puede ser explosiva, pero así es: el sistema escolar catalán ha sido instrumentalizado durante décadas por el nacionalismo y ahora lo es por su deriva más radical, el secesionismo. Lo sorprendente habría sido lo contrario.
Poner la educación al servicio de la construcción nacional no es novedad. La escuela de masas es un producto de la modernidad en cuyo origen cabe discutir el peso relativo de la cultura (Renacimiento, Humanismo, Liberalismo, Ilustración), la religión (Reforma y Contrarreforma), la economía (industrialización), la demografía (urbanización), la información y la comunicación (imprenta) o la política (ciudadanía y democracia), pero si algo está fuera de duda es su servicio al Estado-nación y el papel de éste en su configuración. Lutero escribió su Carta a los Príncipes Alemanes sobre la necesidad de fundar Escuelas Cristianas porque entendió que sus intereses frente al Imperio coincidían con los propios frente al Papado. Prusia creó el primer sistema escolar de Europa para no volver a ser invadida por Napoleón, y Francia creó su école unique tras serlo por las tropas de Bismarck. Estados Unidos creó la common school para asimilar las oleadas inmigrantes. Por doquier el magisterio patriótico, las escuelas normales, las cruzadas de alfabetización, etc. han sido servido a la construcción nacional. Lo que resulta nuevo, por la deslealtad de unos y la ceguera de otros, es que dentro de un Estado-nación democrático se haya podido poner un subsistema educativo territorial al servicio de un proyecto nacionalista alternativo y secesionista. Eso es lo sucedido en Cataluña.
¿No es así? Yo diría que sí lo es. Durante años hemos visto senyeras y, cada vez más, esteladas en los centros escolares; el 1 de octubre vimos a la autodesignada comunidad educativa ocupar las escuelas por la democracia, que ese día significaba por el referéndum, que ese día quería decir por la independencia. Tras el 1-O fueron las movilizaciones contra la actuación gubernamental o el acoso a los hijos de policías y guardias civiles, promovidos o tolerados por profesores. Desde entonces –y, una vez que la otra Cataluña ha despertado, nadie dude que seguirá– asistimos a un reguero de denuncias de manipulación ideológica. ¿Cómo hemos podido llegar a esto? Cualquiera que no tema a las palabras concederá que el gobierno de JxSí, con el apoyo parlamentario y callejero de la CUP, ha perpetrado una conspiración desde el interior del Estado, de los balcones a las cloacas, que merecería una reedición ampliada del clásico de Curzio Malaparte, Técnica del golpe de Estado. Pero esto no se improvisa, sino que requiere, como va saliendo progresivamente a la luz, una larga secuencia de pequeños o no tan pequeños golpes preparatorios. En particular, aunque no solo, en el sistema educativo.
Primero, y sobre todo, la inmersión lingüística. La lengua materna, que para la mayoría del alumnado es el castellano, ha sido erradicada como lengua vehicular y, el bilingüismo, relegado a funciones asistenciales. ¿No del todo? No, claro, simplemente todo lo posible y, mañana, más. La coartada es que el catalán, en desventaja en la calle, necesita un refuerzo compensatorio, así como que la inmersión facilita la cohesión social, integrando a todos en un sol poble. La realidad es que los alumnos castellanohablantes se ven en desventaja, como lo haría cualquier grupo separado de su lengua materna, aun siendo la mayoría; y que  la exclusión absoluta del castellano como lengua vehicular envía un mensaje rotundo: el español es una lengua ajena, como el inglés (sólo que éste sirve para hablar con los ricos y, aquél, con los pobres).
Segundo, programas, textos y profesores transmiten. ¿Todos lo mismo? Por supuesto que no. ¿Todos exquisitamente neutrales? ¡Ni en broma! En los días posteriores al 1-O ha salido a la luz una pequeña muestra de exabruptos contra hijos de las fuerzas de seguridad (que habrán sido muchos más), pero llevamos años y años con los mapas de los Països, Ferrán I de Catalunya-Aragó, la guerra dieciochesca de Secesión, la guerra civil contra Cataluña, etc. en libros y muros (el franquismo no fue más grotesco) ¿Se trata de casos aislados o de una epidemia? Lo grave es precisamente el tupido velo que se tiende sobre el problema, la voluntad de ocultar por parte de unos y de no saber por parte de otros. Señales ha habido más que suficientes como para que actúe la Inspección o se interesen los investigadores, pero la primera sigue órdenes y para los segundos es cuestión incómoda y poco rentable.
Tercero, el profesorado. ¿Es congénita al gremio la tendencia al nacionalismo? Es lo que todos los regímenes y gobiernos han procurado y esperan de ellos, con la peculiaridad de que el nacionalismo español fue dinamitado por su uso y abuso por el franquismo, que nos escarmentó para decenios, mientras que los nacionalismos periféricos salieron de él impolutos, absueltos de su oscuro pasado e incluso beatificados. Diversos sondeos electorales y las elecciones sindicales indican que el profesorado es por doquier bastante más nacionalista que el resto de la población; mejor dicho, que lo es en mayor proporción. Puede que los nacionalistas, o incluso todos los entregados a causas diversas, tengan mayor inclinación a ser docentes, ya que eso proporciona un público cautivo y vulnerable; puede que sea una manera de protegerse de las exigencias de un mundo complejo, pues lo cercano siempre está más al alcance del conocimiento intuitivo; o puede que vaya en el sueldo, pues las comunidades, unas más que otras, han liberado al profesorado de la enseñanza pública de la carga de la movilidad geográfica y la inmersión lingüística ha dado al de Cataluña, incluidos los aspirantes, enormes ventajas competitivas en su territorio sin merma de la igualdad de oportunidades en el resto de España (la movilidad entrante es la menor de España, menos del 1% frente al 7% medio).
Queda una parte importante de la siempre mentada comunidad educativa: las familias. Su principal representación en Cataluña es la FAPAC, que no tardó un segundo en apuntarse a la entrega simbólica de las llaves de los colegios a Puigdemont y Ponsatí y aportó el grueso de la infantería para abrirlos, incluida la parte más fotogénica para el book de la Cataluña reprimida por el Estado. Más de la mitad de la población catalana tiene por lengua de uso el castellano, dos tercios de los padres se declaran favorables al bilingüismo vehicular y comunicacional, y la propia Generalitat, aunque sea de mala gana, tiene una web bilingüe… pero la FAPAC ¡tiene una web monolingüe, sólo en catalán! (www.fapac.cat), a día de hoy llena de pronunciamientos favorables a este. No hacen falta estadísticas para aventurar que, por las migraciones interiores (más jóvenes) y la inmigración exterior (de mayoría hispanoamericana) la presencia del castellano es más amplia entre las familias con hijos en edad escolar, ni encuestas para adivinar que la escuela es la primera institución con la que muchos entran en contacto. Razón de más, pues, para el bilingüismo, pero, si los hijos han sido sometidos a la inmersión con la promesa de la integración, los padres lo han sido a un trágala que es la expresión más clara de cómo la esfera pública ha sido ocupada y monopolizada por el nacionalismo radical.
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