Creer en tiempos de pandemia

Por: Leonardo Boff

Simone Weil, la judía francesa que se convirtió al cristianismo pero no quiso bautizarse en solidaridad con sus hermanos y hermanas judíos, condenados a las cámaras de gas, nos da una pista de comprensión: “Si quieres saber si alguien cree en Dios, no mires como habla de Dios sino como habla del mundo”.

La humanidad, bajo el ataque del coronavirus, está experimentando mucho sufrimiento. La invasión de ese virus, que se ha llevado ya a más de un millón de personas, suscita toda una gama de interrogaciones: ¿qué significa el hecho de haber afectado solamente a los seres humanos y haber excluido a nuestros animales de compañía, como perros, gatos y otros? Estar en aislamiento social, no poder abrazar ni besar a las personas queridas y no poder reunirse amigablemente produce padecimientos de todo tipo y hasta revueltas.

En este contexto hay personas, incluso sin ninguna vinculación religiosa, que acogen un Sentido mayor de la vida y del mundo, luchan por la justicia, por el derecho y por una mejoría mínima de nuestra sociedad, y hasta las que creen en Dios se preguntan: ¿cuál es el sentido de este abatimiento planetario? Se ha producido un apagón. Gente de fe puede incluso no creer más en Dios. Otros, entre tanto, encuentran en la fe un soporte existencial que vuelve menos pesada esta situación de confinamiento y de ausencia de los otros a su alrededor. Y trata de sacar lecciones de vida.

Vamos a reflexionar sobre la fe en su sentido más corriente, antes de cualquier confesión religiosa o de doctrinas y de dogmas, la fe en su densidad humana.

Hay un dato existencial previo a la aparición de la fe: la bondad fundamental de la vida. Por muy contradictoria que sea la realidad, por muy absurdo que sea el ataque de la Madre Tierra a la humanidad a través del Covid-19, estamos convencidos de que vale más la pena vivir que morir. Doy un ejemplo tomado de la vida cotidiana: un niño se despierta en la noche, sobresaltado por una pesadilla o por la oscuridad. Grita llamando a su madre. Ésta en un gesto de magna mater, lo toma en sus brazos y le susurra suavemente: querido, todo está bien, mamá está aquí, no tengas miedo. Y el niño, entre sollozos, recupera la confianza y poco después se adormece de nuevo.

En el mundo no todo está bien. Pero admitámoslo: la madre no le está mintiendo al niño. A pesar de todas las contradicciones, predomina la confianza en que un orden mayor subyace y prevalece sobre la realidad. Evita que predomine el absurdo. Trae paz al niño y serenidad a la madre.

Creer es decir  “sí y amén” a la realidad. El filósofo L. Wittgestein podía decir en su Tractatus Logico-Philosophicus (n.7): “Creer es afirmar que la vida tiene sentido”. Este es el significado original y bíblico de la fe -he’emin o amén- que equivale a estar seguro y confiado. De esto se deriva Amén: “así es”. Tener fe es estar seguro del significado de la vida. Este es un hecho antropológico básico: ni siquiera pensamos en ello, porque siempre estamos dentro de él, pues inconscientemente admitimos que vale la pena vivir y realizar un propósito.

Creer, según palabras de Pascal, es una apuesta de que la luz vence a las tinieblas, de que la muerte no puede aprisionar el sentido de la vida y de que, en el fondo, en todo debe haber algún sentido secreto y que, por lo tanto, vale la pena seguir en este mundo. Creer no resuelve todos los problemas. Como dijo el Papa Benedicto XVI en su incompleta encíclica Lumen Fidei: la fe no es una luz que disipe todas nuestras tinieblas, sino una lámpara que guía nuestros pasos y esto basta para el camino.

Hay muchos que se confiesan agnósticos y ateos pero afirman el sentido de la vida, se comprometen con la necesaria justicia social y ven en el amor, la solidaridad y la compasión los mayores bienes del ser humano. Los que no viven tales valores están lejos de Dios, aunque lo tengan con frecuencia en sus labios.

El obispo pastor, poeta y profeta Dom Pedro Casaldáliga, recientemente fallecido, expresó en pequeños versos dónde está Dios: en la paz, en la justicia y en el amor. Se refería indirectamente a los que amenazaban y mataban a campesinos e indígenas y se confesaban cristianos y católicos.

         “Donde tú dices ley

        Yo digo Dios.

        Donde tú dices paz, justicia, amor

        Yo digo Dios.

        Yo digo libertad, justicia y amor”

         Escondido tras estos valores, paz, justicia y amor, está Dios. Ellos son su verdadero nombre.

Simone Weil, la judía francesa que se convirtió al cristianismo pero no quiso bautizarse en solidaridad con sus hermanos y hermanas judíos, condenados a las cámaras de gas, nos da una pista de comprensión: “Si quieres saber si alguien cree en Dios, no mires como habla de Dios sino como habla del mundo”. Si habla en forma de amor, justicia y libertad, está hablando de Dios. Quien vive tales valores se sumerge en esa Realidad que llamamos Dios y expresa una fe en Dios.

La fe entendida de esta manera impone límites e incluso condena toda indiferencia hacia los sufrientes, familiares y amigos de las víctimas de Covid-19. Uno puede proclamar “Dios por encima de todo” pero si no tiene compasión y solidaridad hacia todos aquellos este Dios es un ídolo y está lejos del Dios vivo y verdadero, atestiguado por las Escrituras judeocristianas.

Creer es aceptar que hay otro lado de la realidad que no vemos pero que acogemos como parte de nosotros y nos acompaña en las tareas cotidianas. Creer es afirmar que lo Invisible es parte de lo visible. Intuimos su presencia y en él vivimos y somos.

*Leonardo Boff es teólogo, filósofo y ha escrito entre otros libros: “Covid-19: la Madre Tierra contra-ataca a la humanidad”, Vozes 2020 y “Experimentar a Dios hoy”, Sal Terrae 2013.

Traducción de María José Gavito Milano

Fuente: https://acento.com.do/opinion/creer-en-tiempos-de-pandemia-8871887.html

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Cortometraje: El poder de la empatía

Por: Alex Bull.

A pesar de no ser un cortometraje en el sentido estricto de la palabra, se trata de un breve vídeo animado que explica este sentimiento a través de actos. Establece una clara diferenciación entre empatía y compasión, ilustrando fielmente cuáles son los mecanismos del sentimiento empático y explicando por qué es muy diferente de ser compasivo.

Fuente del documento: https://www.youtube.com/watch?time_continue=113&v=hRE6P_FY2rE

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The Hardening of Society and the Rise of Cultures of Cruelty in Neo-Fascist America

Henry A. Giroux

What does the culture of cruelty look like under a neo-fascist regime?

First, language is emptied of any sense of ethics and compassion.

Second, a survival of the fittest discourse provides a breeding ground for racial and social sorting.

Third, references to justice are viewed as treasonous or, as at the present moment, labelled dismissively as “fake news.”

Fourth, the discourse of disposability extends to an increasing number of groups.

Fifth, ignorance becomes militarized, enforced not through an appeal to reason but through the use of the language of humiliation and eventually through the machinery of force.

Sixth, any form of dependency is viewed as a form of weakness, and becomes a referent and eventually a basis for social cleansing. That is, any form of solidarity not based on  market-driven values is subject to derision and potential punishment.

Seventh, the language of borders and walls replaces the discourse of bridges and compassion.

Eighth, violence becomes the most important method for addressing social problems and mediating all relationships, hence, the increasing criminalization of a wide range of behaviours in the United States.

Ninth, the word democracy disappears from officially mandated state language.

Tenth, the critical media is gradually defamed and eventually outlawed.

Eleventh, all forms of critical education present in theory, method, and institutionally are destroyed.

Twelfth, shared fears replace shared responsibilities and everyone is reduced to the status of a potential terrorist, watched constantly and humiliated through body searches at border crossings.

Thirteenth, all vestiges of the welfare state disappear and millions are subject to fending for themselves.

Fourteenth, massive inequalities in power, wealth, and income will generate a host of Reality TV shows celebrating the financial elite.

Underlying this project is one of the most powerfully oppressive ideologies of neoliberal neo-fascism. That is, the only unit of agency and analysis that matters is the isolated individual. Shared trust and visions of economic equality and political justice give way to individual terrors and self-blame reinforced by the neoliberal notion that people are solely responsible for their political, economic, and social misfortunes. Consequently, a hardening of the culture is buttressed by the force of state sanctioned cultural apparatuses that enshrine privatization in the discourse of self-reliance, unchecked self-interest, untrammeled individualism, and deep distrust of anything remotely called the common good. Freedom of choice becomes code for defining responsibility solely as an individual task, reinforced by a shameful appeal to character.

Liberal critics argue that choice absent the notion of constraints feeds Ayn Rand’s culture of rabid individualism and unchecked greed. What they miss in this neo-fascist moment is that the systemic evil, cruelty, and moral irresponsibility at the heart of neoliberalism makes Ayn Rand’s lunacy look tame. Rand’s world has been surpassed by a ruling class of financial elites that embody not the old style greed of Gordon Gekko in the film Wall Street, but the psychopathic personality of Patrick Bateman in American Psycho.

The notion that saving money by reducing the taxes of the rich justifies eliminating health care for 24 million people is just one example of how this culture of cruelty and hardening of the culture will play out.

Dark Times are truly upon us. There will be an acceleration of acts of violence under the Trump administration and the conditions for eliminating this new stage of state violence will mean not only understanding the roots of neo-fascism in the United States, but also eliminating the economic, political, and cultural forces that produced it.

There is more at work here than getting rid of Trump, there is a need to eliminate a system in which democracy is equated with capitalism, a system driven almost exclusively by financial interests, and beholden to two political parties that are hard wired into neoliberal savagery.

Source:

http://www.counterpunch.org/2017/03/17/91227/

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