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El nuevo capitalismo de plataformas y vigilancia, ¿el adiós a la esperanza?

Por Aram Aharonian

El contexto de la pandemia de la covid-19 creó las condiciones adecuadas para disponer de un marco institucional y normativo capaz de modificar las mentalidades, costumbres y valores de nuestras sociedades, impulsando nuevos deseos, hábitos y valores, pero, sobre todo, imponiendo el modo de producción de la economía digital, de plataformas.

Así, el comportamiento social se pudo regular, previsible y controlable, generando un nuevo estilo de vida, producción, consumo y de consumidores; respondiendo a intereses estratégicos del sistema capitalista. Las revoluciones tecnológicas no han sucedido por casualidad, sino que son la forma de asegurar el proceso de acumulación del beneficio capitalista en cada etapa de su desarrollo histórico.

El actual proceso está dando paso a una nueva modalidad del capitalismo basada en la economía digital, la deslocalización del trabajo y la precarización laboral, acompañada de la vigilancia y el confinamiento permanente; es una reorganización del sistema.

Este ahora llamado capitalismo de plataformas lo han bautizado con distintos nombres: inteligencia colectiva, web 2.0, capitalismo de vigilancia, feudalismo digital. No es una tecnología, ni una aplicación, sino el modelo de negocio, de la agricultura a la educación, del transporte a la administración pública, de la economía a la comunicación o la salud.

Los algoritmos procesan la información de cada individuo y la correlacionan con información estadística, científica, sociológica e histórica para generar modelos de comportamiento como herramienta de control y manipulación de masas. “Quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro”, escribió ­George Orwell en 1984

El objetivo de esos algoritmos predictivos es conocernos lo suficiente para poder manipularnos y también sustituirnos, incluyendo tareas cognitivas como escribir artículos o pintar un Picasso.

Manuel Castells advertía que las revoluciones tecnológicas solo se producen si las sociedades disponen de un marco institucional y unas normas que fomenten nuevos deseos, hábitos, metas y valores, con capacidad de modificar las mentalidades y disolver las costumbres tradicionales, lo que posibilita nuevos cambios estructurales que permiten nuevas pautas que corrigen el comportamiento general de la población y así poder ejercer el control social.

Estas son las condiciones imprescindibles para penetrar y modificar todos los ámbitos de la existencia (sociales, económicos, políticos, etc.) y producir, consolidar y legitimar el cambio social total. Condiciones que se cumplieron en las tres revoluciones tecnológicas anteriores a la actual pandemia, señala la socióloga Carmen Torralbo.

Fue durante la crisis global económica y sobre todo financiera de 2008, que surgió la “economía de plataforma”, resultado del excedente de capital líquido tras el derrumbe de la burbuja de las puntocoms en un contexto de alto nivel de desempleo, que facilitó a la patronal imponer sus condiciones en el ámbito laboral y económico.

Para tener en claro: las plataformas digitales son mayoritariamente propiedad de empresas multinacionales -Glovo, Deliveroo, Uber, Rappi, Booking, Airbnb, Cabify, Amazon, entre otras-, las que proliferaron rápidamente acaparando actividades del sector servicios, resignificándolo y sustituyendo parte del comercio tradicional, utilizando nuevos dispositivos tecnológicos programados con inteligencia artificial y algoritmos que controlan y monitorizan todos los aspectos del proceso de trabajo y –sobre todo- a sus trabajadores.

Estas empresas son muy cuestionadas, sobre todo por la utilización y mercantilización de los ingentes datos que generan, fuente principal de sus beneficios. Esta nueva estrategia de acumulación capitalista ha debilitado las organizaciones laborales y “vende” como libertad, innovación y modernización lo que es una reedición modernizada del taylorismo -que intentó cronometrar el tiempo de ejecución del trabajo e ideó un sistema de remuneración que recompensaba el esfuerzo del obrero para aumentar la producción de este modo-, pero sin ninguna de sus ventajas.

Señala Shoshana Zuboff, socióloga, profesora emérita en la Harvard Business School y escritora estadounidense, que  denominó a esta forma de funcionamiento de “capitalismo de vigilancia” y el canadiense Nick Srnicek – asociado con la teoría política del aceleracionismo y una economía posterior a la escasez- califica de “capitalismo de plataformas”.

Los datos generados en la actualidad por los usuarios en internet constituyen una materia prima y las plataformas son quienes extraen la plusvalía de ésta. Es una forma de reorganización del capitalismo que, ante la caída paulatina de la rentabilidad de la manufactura en los últimos años,  se volcó hacia los datos como un modo de mantener el crecimiento económico y la producción.

Capitalismo de plataformas

Nick Srnicek define a las plataformas como “infraestructuras digitales que permiten que dos o más grupos interactúen”, un nuevo modelo de negocios que ha devenido en un nuevo y poderoso tipo de compañía, el cual se enfoca en la extracción y uso de un tipo particular de materia prima: los datos. Las actividades de los usuarios son la fuente natural de esa materia prima, la cual, al igual que el petróleo, es un recurso que se extrae, se refina y se usa de distintas maneras.

Las plataformas dependen de los “efectos de red”: mientras más usuarios tenga, más valiosa se vuelve una plataforma. En un ejemplo: mientras más personas googlean, más preciso se vuelve el algoritmo de Google y más útil nos resulta. Ello significa, para el autor, que hay una tendencia natural a la monopolización.

Si bien suelen postularse como escenarios neutrales, como “cáscaras vacías” en donde se da la interacción, las plataformas en realidad controlan las reglas de juego: Uber, por ejemplo, prevé dónde va a estar la demanda y sube los precios para una determinada zona. Esta mano invisible del algoritmo contradice el discurso que suelen tener estas empresas, en el cual se definen eufemísticamente como parte de la “economía colaborativa”

 Srnicek postula cinco tipos de infraestructuras digitales: plataformas publicitarias (Google, Facebook), que extraen información de los usuarios, la procesan y luego usan esos datos para vender espacios de publicidad; plataformas de la nube (Amazon Web Services, Salesforce), que alquilan hardware y software a otras empresas; plataformas industriales (General Electric, Siemens), que producen el hardware y software necesarios para transformar la manufactura clásica en procesos conectados por internet.

También habla de plataformas de productos (Spotify, Rolls Royce), que transforman un bien tradicional en un servicio y cobran una suscripción o un alquiler, y de plataformas austeras porque carecen de activos: Uber no tiene una flota de taxis, Airbnb no tiene departamentos y Rappi no tiene bicicletas. El único capital fijo relevante es su software. Por lo demás, operan a través de un modelo hipertercerizado y deslocalizado

Una pandemia para imponer el modelo

Aquellas medidas transitorias llegaron para quedarse y a medida que se prolongó la pandemia, los nuevos hábitos se incorporaron en la cotidianeidad, en un proceso paralelo al ritmo que las empresas privadas crean, implantan y expanden sus diversas plataformas digitales (durante el año 2020 se decaplicaron respecto a 2019).

Esta nueva situación está permitiendo registrar, recopilar, almacenar, mercantilizar y analizar las respuestas de la mayoría social. Porque con la implantación y obligación de las TIC, todos nuestros movimientos dejan una huella electrónica, datos al desarrollarse gran parte de las relaciones, transacciones y gestiones de forma telemática.

La pandemia impulsó un inédito y profundo cambio social, un gran salto cualitativo (y cuantitativo) respecto de la situación previa: se está consolidando y legitimando la cuarta revolución tecnológica (4.0), de forma silenciosa (paradójicamente) y sin resistencia social. La pregunta es quien impulsó la pandemia…

Esta nueva revolución tecnológica tenía como objetivos la transición digital y ecológica, mientras las élites económicas y políticas, nacionales e internacionales creaban una gran expectativa de que traerá innovación, modernización, progreso, recuperación económica, equidad e igualdad, como forma de  legitimar las transformaciones que ellos mismos están impulsando.

Inmersos en la “comodidad” de nuestros dispositivos digitales (en especial nuestro teléfono más inteligente que nosotros) no tomamos consciencia de lo que está sucediendo y, por lo tanto, de la acción social.

En este mundo de plataformas se producen bienes de producción y consumo digital (smartphone, móviles y ordenadores, etc.) y energéticos (vehículos eléctricos, productos de aislamientos de edificios y hogares, etc.) sin avanzar hacia condiciones de producción y relaciones laborales y de consumo más humanizadas.

Mientras, la economía verde y digital fueran solo nuevos nichos de crecimiento para la expansión de las empresas privadas, y lo mismo está sucediendo progresivamente con otros ámbitos claves: la educación y la salud, incluida la mental. Pero hay contradicciones para llevar a cabo la transición digital y la ecología porque la primera impacta en la segunda.

Dicen las estadísticas que 5.320 millones de personas de los 7.800 millones de habitantes en todo el mundo usan un teléfono móvil, lo que equivale al 67% de la población mundial total. Pero, cuidado: no todo el capitalismo es digital. Todavía hay gente que cosecha los tomates, la papa o el arroz con sus propias manos, hay quienes recogen la basura, y trabajadores manuales, que no están frente a la computadora. ¡Están a salvo?

Si bien las plataformas digitales brindan la posibilidad de trabajar desde cualquier lugar, en cualquier momento y dicen que uno puede aceptar el trabajo que más les convenga, dedicarse a este tipo de labor también conlleva riesgos en relación con la situación de empleo, y el goce o no de ingresos adecuados, protección social y otros beneficios.

Pero las plataformas digitales continúan implantándose, de forma acrítica, absorbiendo todo el sector público, sustituyendo las relaciones y la prestación de servicios presenciales por las virtuales: una forma de privatización encubierta, al entregarse todo el proceso de digitalización a las grandes empresas privadas, nacionales y trasnacionales.

Carecemos en (casi) todo el mundo de soberanía digital –en un contexto de gran competencia mundial para la obtención y control de estos recursos– y haber privatizado, previamente, sus recursos estratégicos (en especial telecomunicaciones y energía), dejando al descubierto una situación de gran dependencia y vulnerabilidad respecto del ámbito privado, con trascendentes consecuencias políticas, sociales y culturales.

Una de sus principales características es la demanda de trabajo no regularizado, la falta de acceso a los derechos laborales y la transmisión a los trabajadores de costos, medios de producción y horas de inactividad. Para su consolidación, las empresas-plataforma han producido discursos de mistificación de este trabajo, bien difundido por los medios hegemónicos (en el mundo y en cada uno de nuestros países).

En ese contexto, por ejemplo, se trata a los trabajadores como emprendedores, la relación laboral como una asociación, la venta o el alquiler de la fuerza laboral como un reparto de recursos con finalidad social. No obstante, los movimientos de los últimos años han demostrado que los trabajadores no captan mecánicamente estos discursos y se han rebelado contra la precariedad del trabajo al que están sometidos.

Las lógicas capitalistas y competitivas se ven favorecidas por la precariedad creciente y el individualismo de quien concentrado en su pantalla busca. La normalización capitalista de la autoexplotación habla de «un yo que se explota», cuando es algo incentivado estructural y socialmente. Las nuevas versiones del capitalismo digital están en la tejido ideológico de un mundo acelerado, que incentiva la hiperproducción como motor y la deslocalización como norma.

Para la investigadora española Remedios Zafra resulta de gran ayuda la comparación entre capitalismo y patriarcado en sus formas de autoexplotación, en tanto el patriarcado se ha caracterizado justamente por convertir a las mujeres en agentes mantenedoras de su propia subordinación, proyectando imaginarios que las definen en relación a los hombres, favoreciendo su aislamiento en la esfera privada y alentando en ellas la vigilancia y control de otras mujeres, es decir reproduciendo un sistema de dominación.

Esperar… esperanza

Como reza el refrán tradicional, la esperanza es lo último que se pierde. De hecho, estaba en el fondo de la famosa caja de Pandora. La esperanza, entendida como una fe optimista en que las cosas saldrán bien, sin necesidad de apoyarse en ninguna base real, es una muestra más del enorme poder que la capacidad de fantasear nos otorga a los seres humanos. Sembrar esperanza es también una forma de manipulación: si uno no encuentra soluciones, le queda la esperanza

La palabra esperanza viene de esperar, del latín sperare (tener esperanza) y ésta de spes, esperanza. El verbo sperare nos dio esperar, desesperar y prosperar. En la Biblia, esperanza es la expectativa confiada y el anhelo de recibir las bendiciones que se han prometido a los justos (y que no han recibido), es la espera anhelosa de la vida eterna por medio de la fe en Jesucristo.

Estamos cansados de esperar, de la obligación de tener “esperanza”, que es el reconocimiento de que no hay (¿aún?) propuesta posible en este mundo. Sabemos que, en definitiva, nuestra esperanza no vendrá de las plataformas capitalistas: quizá pueda venir de los nadies, de los sin esperanza.

*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

Fuente: https://estrategia.la/2022/11/09/el-nuevo-capitalismo-de-plataformas-y-vigilancia-el-adios-a-la-esperanza/

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Cría cuervos y sacarán buenas notas en la escuela

Ruso Sehabiaga

La mascota y su contexto.

Contra todos los pronósticos los cuervos, esos empleados que aceleran el trámite para pasar al mundo de los muertos, se han posicionado arriba en lo que refiere a la inteligencia animal. El tamaño del cerebro de este pájaro es diminuto, y sin embargo tiene capacidades cognitivas superiores a la mayoría de los mamíferos. En lugar de corteza cerebral, estos nenes han desarrollado circuitos neuronale…

Contra todos los pronósticos los cuervos, esos empleados que aceleran el trámite para pasar al mundo de los muertos, se han posicionado arriba en lo que refiere a la inteligencia animal. El tamaño del cerebro de este pájaro es diminuto, y sin embargo tiene capacidades cognitivas superiores a la mayoría de los mamíferos. En lugar de corteza cerebral, estos nenes han desarrollado circuitos neuronales que se alojan en núcleos individuales que se encargan de la toma de decisiones, la memoria y la planificación. Los neurocientíficos de la Universidad de Tubinga (Alemania) descubrieron que la actividad neuronal en dicha zona es la misma que tiene un primate cuando se lo presiona para solucionar problemas.

Comprobar la inteligencia animal no es simple. Sin embargo, uno de los aspectos que pueden medirse es el control inhibitorio que presenta frente a un desafío, y así anular los impulsos innatos que tiene para optar por un comportamiento que se desprende de un “razonamiento” previo.

Para evaluar ese aspecto se utiliza la prueba del cilindro: se coloca alimento dentro de un tubo transparente con aberturas a ambos lados. El reto para el animal es obtener su premio usando esas aberturas en lugar de dirigirse a él directamente. Para recabar información sobre la capacidad inhibitoria, investigadores de la Universidad de Lund (Suecia), junto a otros de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y del Instituto Max Planck (Alemania) realizaron un ejercicio simple. Primero entrenaron aves para obtener el alimento si se dirigían a los laterales de un tubo de color negro, para evitar que vieran su recompensa. Luego hicieron lo mismo en un tubo transparente. Pero no actuaron como se pensaba: los cuervos optaron por ir a los extremos, alcanzando porcentajes exitosos iguales o mayores a los obtenidos por chimpancés y gorilas.

A partir de este tipo de conductas, el mundo científico ha comenzado a estudiar a las otrora mascotas del rey Ragnar Lothbrok, obteniendo resultados impensados. Los cuervos pueden resolver problemas de manera lógica, distinguir y recordar a otros individuos (de su especie o de otra), construir herramientas, ser conscientes de sí mismos y también construir un complejo comportamiento social.

Herramientas

Los cuervos no sólo cortan ramas para alcanzar rincones de difícil acceso, sino que además hacen cosas que son casi exclusivas del ser humano: son capaces de guardar las herramientas para utilizarlas cuando sea necesario y pueden modificar la forma de la herramienta si no consiguen su objetivo. Por último, también pueden utilizar herramientas para obtener otras herramientas más adecuadas para conseguir alimentos en diferentes contextos. Esta peculiaridad es conocida como uso secuencial de herramientas, y para demostrarla investigadores de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda) capturaron cuervos salvajes que debían alcanzar un alimento que se encontraba fuera de su alcance. El profesor Russell Gray explicó: “Era necesario que entendieran que necesitaban la herramienta corta colocada sobre el trozo de cuerda para poder obtener la herramienta larga y luego usarla para conseguir el alimento”. Las aves resolvieron la ecuación en todos los casos.

Tira de la cuerda

Esta prueba es utilizada para demostrar el nivel de conexión neuronal y los comportamientos lógicos que poseen. Para eso, se coloca un trozo de carne colgando de una cuerda, cosa inusual en estado salvaje y, por ende, desconocida para los cuervos. A los pocos minutos, no tuvieron problema para entender que tirando del hilo mientras iban sujetándolo con sus patas el alimento ascendía. Lo curioso es que el animal parecería saber lo que hacía desde el inicio.

Social

Son capaces de empatizar o rechazar comportamientos sociales, y también pueden deducir los de otras especies, habilidad que se creía exclusiva del ser humano. El rechazo o la empatía de acuerdo con cómo se comporte otro individuo se pudo demostrar en un estudio publicado en la revista Animal Behavior. Nueve cuervos criados en cautiverio fueron entrenados para recibir un trozo de pan por parte de uno de los investigadores, y después de dárselo a un segundo investigador recibían una porción de queso. Luego de varias repeticiones, la persona que intercambiaba pan por queso dejó de hacerlo, y tras recibir el pan de los cuervos no les daba el queso, sino que se lo comía frente a ellos. Días después las aves fueron presentadas a tres investigadores: el que le daba el pan, el que se comía el queso frente a ellos y uno que no había participado en el ejercicio. Seis de las siete aves se acercaron al primero e incluso jugaron con él, y una de ellas lo hizo con la persona neutral. Ningún cuervo se aproximó al investigador que se comía el queso. Es decir, no perdonaron a aquel que los engañó.

Deducir el comportamiento de otras especies es un asunto serio. En Japón los cuervos descubrieron la forma de romper una nuez gracias al tránsito de la ciudad. Al principio las dejaban caer sobre el asfalto, pero no todas se rompían. Inmediatamente las aves descendían en procura de su alimento, pero había un problema: el tráfico. Solucionaron la cuestión: tras dejar caer la nuez en la calle, esperaban a que los autos se detuvieran, observando que eso sucedía cuando las personas dispuestas a cruzar la calle eran habilitadas por el semáforo. No sólo sorprende la adaptación a ese entorno nada natural, sino que se ha demostrado que hay cierta cultura entre los cuervos.

Fuente: https://ladiaria.com.uy/articulo/2020/3/cria-cuervos-y-sacaran-buenas-notas-en-la-escuela/

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¿Por qué socialismo?

Por: El Viejo Topo/ Albert Einstein/ 31-10-2018

En mayo de 1949 Albert Einstein publicaba este texto en el primer número de la revista Monthly Review , publicación “roja” que sigue asomándose a las librerías todavía hoy, contra viento y marea. Conviene releerlo ahora, en estos tiempos de gran confusión, en los que parece que hayamos olvidado cosas tan sencillas como las que el gran físico plantea aquí.

¿Debe quién no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.

Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana –como es bien sabido– ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.

Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó “la fase depredadora” del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.

En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y –si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos– son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semiinconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: “¿porqué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?”

Estoy seguro que hace tan sólo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?

Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos diferentes, y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto “sociedad” significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por si mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la “sociedad” la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra “sociedad”.

Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido — exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral ha hecho posible progresos entre los seres humanos que no son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.

El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.

Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos — que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos — en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.

Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.

La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo — no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción –es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional– puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.

En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré “trabajadores” a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción — aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es “libre”, lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directamente o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de “contrato de trabajo libre” para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo “puro”. La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un “ejército de parados”. El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.

Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

La claridad sobre los objetivos y problemas del socialismo es de gran importancia en esta nuestra era de transición. Dado que, en las circunstancias actuales, la discusión libre y sin trabas de estos problemas se ha convertido en un poderoso tabú, considerado que la fundación de esta revista es un importante servicio público.

Fuente: http://www.elviejotopo.com/articulo/por-que-socialismo/

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