Radiografía de un planeta (aún más) en crisis

Fuentes: La marea climática/Eduardo Robaina 

El informe sobre el estado del clima en 2020 de la OMM insiste en que los indicadores empeoraron y los impactos del cambio climático se agravaron en un año al que se le suma la pandemia.

Fenómenos meteorológicos extremos, más calentamiento global y una pandemia. Resultado: millones de personas y ecosistemas afectados. Así resume 2020 la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en su habitual informe sobre el estado del clima que elabora junto a agencias de todo el mundo. Y no, ni de lejos la desaceleración de la economía relacionada con la pandemia logró frenar los motores de la crisis climática ni la aceleración de sus impactos, tal y como recuerda el documento.

El 2020 fue uno de los tres años más calurosos de los que se tiene constancia, a pesar del fenómeno de enfriamiento de La Niña. La temperatura media global fue de aproximadamente 1,2 °C superior a los niveles preindustriales (1850‑1900). Y no, no es un hecho puntual: los seis años transcurridos desde 2015 son los más tórridos de los que se tienen datos. La década de 2011 a 2020 ha sido la más cálida jamás registrada.

En el informe, que lleva elaborándose casi tres décadas, se reflejan algunos indicadores del sistema climático, entre los que se incluyen las concentraciones de gases de efecto invernadero, el incremento de las temperaturas terrestres y oceánicas, el aumento del nivel del mar, el derretimiento del hielo, el retroceso de los glaciares y los fenómenos meteorológicos extremos. Asimismo, se ponen de relieve las repercusiones en el desarrollo socioeconómico, las migraciones y los desplazamientos, la seguridad alimentaria y los ecosistemas terrestres y marinos.

Gases de efecto invernadero

Las concentraciones de los principales gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global de la atmósfera siguieron aumentando en 2019 y 2020. Los niveles de dióxido de carbono (CO2), principal GEI, ya han superado las 410 partes por millón (ppm), un 148% más que en niveles preindustriales. Lejos de frenarse, se espera que se alcance o supere las 414 ppm en 2021 si se mantiene la tendencia de los años anteriores. Ni siquiera la pandemia y todo lo que conllevó pudo reducir de manera tangible las concentraciones atmosféricas. Es más: el pasado 3 de abril se registraron 421,21 partes por millón (ppm), lo que supone un nuevo récord diario.

Océanos

Los océanos son claves para la mitigación del cambio climático. Actualmente, absorben hasta un 23 % de las emisiones anuales de CO2 de origen antropogénico. Sin embargo, el dióxido de carbono reacciona con el agua de mar y disminuye su pH, lo que da lugar a la acidificación de los océanos. Esto, a su vez, reduce la capacidad de los océanos para absorber CO2 de la atmósfera, produciéndose un ciclo de retroalimentación.

Los océanos son fundamentales porque absorben más del 90 % del exceso de calor generado por las actividades humanas. En 2019, los océanos alcanzaron los niveles de temperatura más altos jamás registrados, y es probable que esta tendencia se haya mantenido en 2020, acorde a la OMM. Es más: en más del 80 % del océano se produjo, al menos, una ola de calor marina en 2020. El porcentaje del océano en el que se registraron olas de calor marinas “fuertes” (45%) fue superior al correspondiente a las olas de calor marinas “moderadas” (28%).

El estudio también recuerda que el nivel del mar no ha dejado de subir a escala mundial desde 1993; este se ha visto incrementado recientemente debido, en parte, al mayor derretimiento de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida.

crisis

Anomalía de la extensión de hielo ártico en setiembre (rojo) y en marzo (azul), comparado con el promedio del periodo 1981-2010.

Criosfera

Tampoco son buenas las señales que llegan desde el Ártico. Las temperaturas del aire en superficie se han elevado desde mediados de los ochenta, al menos, dos veces más rápido que la media global. Un problema que no solo afecta a los ecosistemas de este lugar, sino al clima de todo el planeta debido a diversos circuitos de retroalimentación como, por ejemplo, las emisiones de metano a la atmósfera causadas por el deshielo del permafrost. Lo que pasa en el Ártico no se queda en el Ártico.

En 2020, el Ártico alcanzó segunda extensión mínima de hielo marino, con 3,74 millones de kilómetros cuadrados el 15 de septiembre. Esta cifra solo es superada por la registrada en septiembre de 2012, cuando se bajó hasta los 3,41 millones de kilómetros cuadrados.

Las temperaturas máximas récords que se registraron al norte del círculo polar ártico en Siberia, con hasta 38 ºC en la localidad de Verkhoyansk, provocaron una aceleración del derretimiento del hielo marino en el mar de Siberia oriental y el mar de Laptev, en los que se produjo una ola de calor marina prolongada. El retroceso del hielo marino durante el verano boreal de 2020 en el mar de Laptev fue el más temprano observado en la era satelital, según apuntan desde la OMM.

Tampoco se libra de los efectos del calentamiento global Groenlandia, que continúa perdiendo masa a un ritmo sin precedentes. Entre septiembre de 2019 y agosto de 2020, se perdieron aproximadamente 152 Gt de hielo de su capa.

Similar es la situación en la Antártida. Si bien la extensión de hielo marino se mantuvo cerca de la media a largo plazo, la fuerte pérdida de masa desde finales de los noventa es clara. Esta tendencia se ha visto acelerada desde 2005 y, en la actualidad, la Antártida pierde aproximadamente entre 175 Gt y 225 Gt de hielo por año debido a los crecientes caudales de los principales glaciares de la Antártida occidental y la península antártica. Una cifra preocupante si se tiene en cuenta que corresponde a alrededor del doble del caudal anual del río Rin en Europa.

Incendios y calor

A más calor, más incendios forestales. El cambio climático hace que sean cada vez más potentes y habituales, pues se dan las condiciones idóneas para ello. En 2020, Estados Unidos sufrió los incendios más grandes jamás registrados a finales del verano y en otoño. La sequía contribuyó a los incendios, a lo que se sumó que el período de julio a septiembre fue el más caluroso y seco observado en el suroeste. En el Valle de la Muerte, en California, se alcanzó los 54,4 °C el 16 de agosto, la temperatura más alta de la que se tiene conocimiento en el mundo en, al menos, los últimos 80 años.

Australia, Cuba, Puerto Rico, Japón… Han sido muchas las zonas y países que registraron en 2020 temperaturas inusuales. En el caso de Europa, durante el verano se vio afectada por una serie de sequías y olas de calor, aunque, en general, no fueron tan intensas como las de 2018 y 2019. Aun así, 2020 ha sido el año más tórrido en el continente desde que comenzaron los registros de satélites en 1983, según el informe sobre el Estado del Clima Europeo de 2020, del Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S).

Evolución de la anomalía de la temperatura global comparada con la media del periodo 1850-1900.

Sequías y lluvias torrenciales

Dos conceptos que se contraponen pero que tienen un denominador común: el cambio climático. Ambos fenómenos son cada vez más intensos y prolongados en el tiempo por culpa del calentamiento global de la atmósfera.

El año pasado, se registraron lluvias intensas e importantes inundaciones en grandes zonas de África y Asia, recuerda el informe sobre el estado del clima. Las peores lluvias e inundaciones afectaron a la mayor parte del Sahel y del Gran Cuerno de África, y provocaron una invasión de langostas del desierto. En cuanto a las sequías, numerosos puntos de América del Sur se vieron afectadas, como es el caso del norte de Argentina, Paraguay y las zonas fronterizas occidentales de Brasil. Solo en éste último, se estima que las pérdidas agrícolas ascendieron a casi 3.000 millones de dólares.

Ciclones tropicales y COVID-19

Otro motivo más para definir 2020 como histórico es la temporada de huracanes del Atlántico Norte. En total, se produjeron 30 tormentas con nombre, la cifra más alta hasta la fecha. Solo en Estados Unidos se registró un récord de 12 llegadas a tierra. Por ejemplo, el huracán Laura, que alcanzó una intensidad de categoría 4; tocó tierra el 27 de agosto en el oeste de Luisiana y provocó importantes daños y pérdidas económicas por valor de 19.000 millones de dólares.

También provocó muchos daños el ciclón tropical Harold, una de las tormentas más fuertes jamás registradas en el Pacífico Sur, y que azotó Fiji, las Islas Salomón, Tonga y Vanuatu. Provocó cerca de 100.000 desplazamientos, gravemente condicionados por la pandemia. Las cuarentenas y los confinamientos obstaculizaron las operaciones de respuesta y recuperación, lo cual demoró el suministro de equipos y asistencia.

Tampoco hay que olvidar al ciclón Amphan, que tocó tierra el 20 de mayo cerca de la frontera entre India y Bangladesh. Este ciclón tropical ha sido el que más costes ocasionó en el océano Índico septentrional desde que se iniciaron los registros. En India, las pérdidas económicas se estimaron en aproximadamente 14.000 millones de dólares.

El ciclón tropical más intenso de la temporada fue el tifón Goni, que atravesó el norte de Filipinas el 1 de noviembre con una velocidad media del viento de al menos 220 km/h. Meses antes, el país sufrió ya el paso del ciclón tropical Vongfong (Ambo). Si bien se evacuó preventivamente a más de 180.000 personas, las medidas de distanciamiento social obligaron a transportar a los residentes en números reducidos y la capacidad de los centros de evacuación se redujo a la mitad.

En el norte de América Central, alrededor de 5,3 millones de personas necesitaron asistencia humanitaria, a lo que se suman 560.000 desplazamientos internos antes del comienzo de la pandemia. En este sentido, la respuesta a los huracanes Eta e Iota se llevaron a cabo en un contexto de complejas vulnerabilidades interrelacionadas, tal y como recuerda el informe.

Desplazamientos

Según el Observatorio de Desplazamiento Interno, se estima que durante el último decenio (2010‑2019) los fenómenos meteorológicos provocaron en torno a 23,1 millones de desplazamientos de personas por año, la mayoría de los cuales se produjeron dentro de las fronteras nacionales. Durante el primer semestre de 2020, se registraron alrededor de 9,8 millones de desplazamientos provocados principalmente por peligros y desastres hidrometeorológicos. La mayoría se concentraron en el sur y sureste de Asia y en el Cuerno de África.

Para la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y ACNUR, «numerosas situaciones de desplazamiento provocadas por fenómenos hidrometeorológicos han pasado a ser desplazamientos prolongados para algunas personas que no pueden volver a sus hogares o que no disponen de opciones para integrarse a escala local o asentarse en otros lugares. Estas personas también pueden verse afectadas por desplazamientos reiterados y frecuentes, que dejan poco tiempo para recuperarse entre una conmoción y la siguiente«, apunta el informe de la OMM.

Inseguridad alimentaria

El clima cambiante y los fenómenos meteorológicos extremos, juntos con los conflictos y la crisis económica, han hecho que la inseguridad alimentaria no deje de aumentar desde hace más de una década. En 2019, casi 690 millones de personas, es decir, el 9 % de la población mundial, estaban subalimentadas y unos 750 millones (casi el 10 %) sufrieron altos niveles de inseguridad alimentaria. Entre 2008 y 2018, las consecuencias de los desastres generaron un costo para los sectores agrícolas de los países en desarrollo superior a 108.000 millones de dólares en concepto de daños o pérdidas de la producción agropecuaria.

También ha jugado un factor importante en el último año, una vez más, la pandemia de la COVID‑19. En 2020, «afectó de forma directa a la oferta y la demanda de alimentos, lo que ocasionó perturbaciones en las cadenas de suministro locales, nacionales y mundiales, y puso en riesgo el acceso a los insumos, recursos y servicios agrícolas necesarios para respaldar la productividad agrícola y velar por la seguridad alimentaria», detalla la OMM.

¿Tres décadas perdidas?

Han pasado 28 años desde que se publicó el primer informe sobre el estado del clima. Tres décadas donde organismos internacionales de todo el mundo han recopilado las causas y consecuencias de un clima cada vez más cambiante fruto de las actividades humanas sin que se haya actuado decididamente. Y, a menos de que se cambie el rumbo, todo seguirá yendo a peor para los ecosistemas y los seres que lo habitan.

La tendencia negativa en lo que respecta al clima continuará durante las próximas décadas, independientemente de los resultados favorables que obtengamos de las medidas de mitigación. Por lo tanto, es importante invertir en la adaptación», sostiene el profesor Petteri Taalas, secretario general de la OMM. En este sentido, apuesta por «invertir en los servicios de alerta temprana y las redes de observación meteorológica. Varios países menos desarrollados presentan grandes deficiencias en sus sistemas de observación y carecen de servicios meteorológicos, climáticos e hidrológicos modernos».

Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/radiografia-planeta-aun-mas-en-crisis/

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La sostenibilidad no es suficiente, necesitamos culturas regenerativas

Por: Daniel Christian Wahl

La sostenibilidad por sí sola no es un objetivo adecuado. La palabra sostenibilidad en sí misma es inadecuada, porque no nos dice que es lo que realmente estamos intentando sostener. En 2005, después de pasar dos años trabajando en mi tesis doctoral sobre diseño para la sostenibilidad, empecé a darme cuenta de que lo que realmente estamos intentando sostener es el patrón subyacente de salud, resiliencia y adaptabilidad que mantienen a este planeta en una condición en la que la vida en su totalidad pueda florecer. El diseño para la sostenibilidad es, en última instancia, el diseño para la salud humana y planetaria (Wahl, 2006b)

Una cultura humana regenerativa es saludable, resistente, y adaptable; se preocupa por el planeta y le importa la vida, consciente de que esta es la manera más efectiva de crear un futuro próspero para toda la humanidad. El concepto de resiliencia está estrechamente relacionado con la salud, en el sentido en el que describe la habilidad de recuperar funciones básicas vitales y reponerse de cualquier clase de desajuste o crisis. Cuando buscamos la sostenibilidad desde una perspectiva sistémica, estamos intentando sostener el patrón que conecta y fortalece al sistema en su conjunto. La sostenibilidad se refiere principalmente a la salud sistémica y a la resiliencia en diferentes dimensiones, desde la local, a la regional y global.

Los sistemas complejos pueden enseñarnos que, como participantes de un sistema eco-psicosocial complejo que está sujeto a ciertos límites biofísicos, nuestro objetivo debe ser la participación apropiada, no la predicción y el control (Goodwin, 1999a). La mejor manera de aprender a como participar de manera apropiada es poner más atención en las relaciones e interacciones sistémicas, aspirar a mantener la resiliencia y la salud del sistema en su totalidad, fomentar la diversidad y las redundancias en múltiples dimensiones, y facilitar la emergencia positiva, atendiendo a la calidad de las conexiones y a los flujos de información en el sistema. Este libro explora como se puede hacer esto. [Este es un extracto de un subcapítulo de Diseñando Culturas Regenerativas, Designing Regenerative Cultures publicado en 2016]

Usar el principio de precaución

Una propuesta para guiar una acción inteligente ante una complejidad dinámica y “no saber”, es aplicar el Principio de Precaución como marco que pretende evitar, en la medida de lo posible, acciones que tendrán un efecto negativo en la salud humana y medioambiental en el futuro. Desde la Carta Mundial para la Naturaleza de 1982 de las Naciones Unidas, al Protocolo de Montreal sobre Salud de 1987, la Declaración de Rio de 1992, el Protocolo de Kyoto y Rio+20 de 2012, nos hemos comprometido a aplicar el Principio de Precaución una y otra vez.

La Declaración de Compromiso de Wingspread sobre el Principio de Precaución afirma: “Cuando una actividad amenaza dañar la salud humana o al medioambiente, se deben tomar medidas de precaución incluso si algunas de las relaciones causa-efecto no estén totalmente establecidas científicamente” (Declaración Wingspread, 1998). El principio pone la carga de prueba de que cierta acción no es dañina en aquellos que proponen y ejecutan la acción, sin embargo la práctica general continúa permitiendo que sigan sin control todas las acciones que (¡todavía!) no se ha probado que tengan efectos dañinos potenciales. En pocas palabras, el Principio de Precaución se puede resumir de esta manera: se precavido ante la incertidumbre. Esto es lo que no estamos haciendo.

Aunque grupos de alto nivel de la ONU y muchos gobiernos nacionales han considerado reiteradamente que el Principio de Precaución es una manera sensata de orientar las acciones, el día a día muestra que es muy difícil de implementar, ya que siempre existirá cierto grado de incertidumbre. El Principio de Precaución podría detener potencialmente la innovación sostenible y bloquear nuevas tecnologías que puedan ser beneficiosas en base a que no se puede probar con certeza que estas tecnologías no producirán efectos secundarios inesperados en el futuro, que puedan ser perjudiciales para la salud humana y medioambiental.

¿Por qué no animar a diseñadores, técnicos, políticos y profesionales de la planificación a que evalúen sus propuestas en base a su potencial regenerativo, restaurativo y de soporte vital?

¿Por qué no limitar la escala de implementación de cualquier innovación a nivel local y regional hasta que su impacto positivo se demuestre inequívocamente?

Pretender diseñar para una salud sistémica puede que no nos salve de efectos secundarios inesperados y de la incertidumbre, pero ofrece un camino de prueba y error hacia una cultura regenerativa. Necesitamos urgentemente un Juramento Hipocrático para el diseño, la tecnología y la planificación: ¡No hagas ningún daño! Para hacer este imperativo ético operativo necesitamos una intención salutogénica (generadora de salud) detrás de todo diseño, tecnología y planificación: Necesitamos diseñar para la salud humana, de los ecosistemas y del planeta. De esta manera podremos transitar más rápidamente del insostenible “más de lo mismo” hacia innovaciones restauradoras y regenerativas que apoyen la transición hacia una cultura regenerativa. Hagámonos la siguiente pregunta:

¿Cómo creamos diseño, tecnología, planificación y decisiones políticas que permitan la salud humana, comunitaria y medioambiental?

Necesitamos responder al hecho de que la actividad humana durante los últimos siglos y milenios ha dañado el funcionamiento sano de los ecosistemas. La disponibilidad de recursos está disminuyendo por todo el mundo, mientras que la demanda aumenta a la vez que la población humana continua expandiéndose y continuamos erosionando el funcionamiento de ecosistemas debido a diseños irresponsables y estilos de vida de consumo desenfrenado.

Si afrontamos el reto de disminuir la demanda y el consumo a nivel mundial mientras reponemos recursos a través del diseño y la tecnología regenerativas, tendremos una oportunidad de salir del ojo del huracán y crear una civilización humana regenerativa. Este cambio implicará una transformación de los recursos naturales base de nuestra civilización, alejándonos de los combustibles fósiles y dirigiéndonos hacia recursos biológicos regenerados de manera renovable, junto a un aumento radical de reciclado y productividad de recursos. Bill Reed ha planeado algunos de los cambios que serán necesarios para crear una cultura verdaderamente regenerativa.

“En lugar de dañar menos al medioambiente, es necesario aprender cómo podemos participar de ese medioambiente –usar la salud de los sistemas ecológicos como base para el diseño. […] El salto significativo que tiene que dar nuestra cultura es cambiar de una visión del mundo fragmentada a un modelo mental de sistemas en su totalidad –encuadrar y entender las interrelaciones de los sistemas vivos de una manera integrada. Un enfoque local es una manera de alcanzar este entendimiento. […] Nuestro papel, como diseñadores y depositarios es cambiar nuestra relación actual a una que cree un sistema completo de relaciones mutuamente beneficiosas.” –Bill Reed (2007:674)

Reed nombró al “pensamiento de sistemas completos” y al “pensamiento de sistemas vivos” como la base de un cambio hacía el modelo mental que necesitamos para crear una cultura regenerativa. En los capítulos 3, 4 y 5, exploraremos más detalladamente estos cambios de perspectiva necesarios. Van de la mano con una reformulación radical de lo que entendemos por sostenibilidad. Cómo explica Bill Reed: “La sostenibilidad es una progresión hacia la consciencia funcional de que todas las cosas están conectadas; que los sistemas comerciales, de construcción, sociales, geológicos y naturales son realmente un solo sistema integrado de relaciones; que esos sistemas son co-participantes en la evolución de la vida” (2007). Una vez realicemos este cambio de perspectiva entenderemos la vida como “un proceso completo de continua evolución hacia unas relaciones más ricas, más diversas y mutualmente beneficiosas”. Crear sistemas regenerativos no es simplemente un cambio técnico, económico ecológico o social: tiene que ir de la mano con un cambio subyacente en la manera de pensar sobre nosotros mismos, nuestras relaciones con los otros y con la vida en su conjunto.

La figura 1 muestra los diferentes cambios de perspectiva mientras transitamos desde el “más de lo mismo” hacía la creación de cultura regenerativa. El objetivo de crear culturas regenerativas trasciende e incluye a la sostenibilidad. El diseño restaurador pretende restaurar la autorregulación sana de los ecosistemas locales, y el diseño reconciliador va más allá haciendo explicita la intervención anticipatoria de la humanidad en los procesos de la vida y en la unión de la naturaleza y la cultura. El diseño regenerativo crea culturas regenerativas capaces de aprender y transformarse continuamente en respuesta, y anticipándose, a cambios inevitables. Las culturas regenerativas salvaguardan y cultivan la abundancia biocultural para las generaciones humanas futuras y para la vida en su totalidad.

Figura 1: Adaptado de Reed (2006) con el permiso del autor.

La “historia de separación” está alcanzando los límites de su utilidad y los efectos negativos de su visión del mundo y el comportamiento resultante asociado, están comenzando a afectar la vida en su totalidad. Al habernos convertido en una amenaza para la salud planetaria estamos aprendiendo a redescubrir nuestra relación íntima con toda forma de vida. La visión del Bill Reed de los sistemas regenerativos para una salud sistémica está en la misma línea que el trabajo pionero de gente como Patrick Geddes, Aldo Leopold, Lewis Mumford, Buckminster Fuller, Ian McHarg, E.F. Schumacher, John Todd, John Tillman Lyle, David Orr, Bill Mollison, David Holmgren, y muchos otros que han explorado el diseño en el contexto de la salud para el sistema en su conjunto.

Está surgiendo una nueva narrativa cultural, capaz de concebir y conformar una verdadera cultura regenerativa humana. Todavía no sabemos todos los detalles sobre como exactamente se manifestará esta cultura, y tampoco conocemos como podremos pasar de la actual situación del “mundo en crisis” a ese futuro próspero de una cultura regenerativa. Sin embargo, aspectos de este futuro ya están con nosotros.

Utilizando el lenguaje de “vieja historia” y “nueva historia” corremos el peligro de pensar en esta transformación cultural como la sustitución de la vieja historia por una historia nueva. Esa separación entre contrarios es en sí misma parte de la “narrativa de separación” de la “vieja historia”. La “nueva historia” no es una negación completa de la visión del mundo dominante actual. Incluye esta perspectiva pero deja de considerarla la única perspectiva, abriéndose a la validez y necesidad de múltiples maneras de conocimiento.

Aceptar la incertidumbre y la ambigüedad nos hace valorar múltiples perspectivas sobre nuestra participación adecuada en la complejidad. Estas son perspectivas que dan valor y validez no solo a la “vieja historia” de la separación, pero también a la “historia antigua” de unidad con la Tierra y el cosmos. Estas son perspectivas que pueden ayudarnos a encontrar un camino regenerativo para ser seres humanos en profunda relación, reciprocidad y comunión con la vida en su conjunto, adquiriendo la conciencia de ser co-creadores de la “nueva historia” de la humanidad.

Nuestra impaciencia y urgencia en obtener respuestas, soluciones y conclusiones demasiado rápido es comprensible viendo el creciente sufrimiento individual, colectivo, social, cultural y ecológico, pero esta tendencia de favorecer respuestas en lugar de profundizar en las preguntas es en sí mismas parte de la vieja historia de separación.

El arte de la innovación cultural transformativa se trata, en gran medida, de hacer las paces con “no saber” y profundizar más en las cuestiones, asegurándonos que estamos haciendo las preguntas correctas, poniendo atención en nuestras relaciones y como todos podemos sacar adelante un mundo no solo por lo que hacemos sino por la calidad de nuestro ser. Una cultura regenerativa surgirá de encontrar y vivir nuevas maneras de relacionarse con uno mismo, con la comunidad y con la vida en su conjunto. La base para la creación de culturas regenerativas es una invitación a vivir las cuestiones juntos.

[Este es un extracto de un subcapítulo de Diseñando culturas regenerativasDesigning Regenerative Cultures publicado en 2016]

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=252542

 

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