Agentina/15 septiembre 2016/Fuente: Universidad De Santiago De Compostela USC
Doctor en Educación, Pablo Gentili (Buenos Aires, 1963) es profesor de la Universidad brasileña de Río de Janeiro, donde imparte un programa de doctorado. Autor de numerosos trabajos sobre las reformas neoliberales y sus efectos en el campo de la educación, el pensamiento de/ profesor Gentili ha sido motivo de reflexión debido a la publicación reciente de dos artículos en las revistas Cuadernos de Pedagogía y Kikiriki. Sus tesis desenmascaran las políticas educativas de los gobiernos conservadores, tendentes, según él, a profundizar en los procesos privatizadores y a promover transformaciones culturales profundas en la concepción de la educación.
Tus análisis sobre el futuro de la educación en los países capitalistas son preocupantes. En este contexto, la diversidad creciente de las redes de difusión de conocimientos, la televisión, los ordenadores, amenaza la función social de la escuela. ¿Es aventurado decir que a la escuela pública le queda poca vida?
La escuela continuará existiendo. Todas las teorías que anuncian que la escuela desaparecerá se basan en una fundamentación falsa, porque para las personas la escuela sigue siendo una referencia clara en su vida, una posibilidad para la realización de otras aspiraciones. Lo que está en cuestión es qué tipo de escuela tendremos el próximo siglo. Estamos discutiendo poco sobre un tema central, la amenaza del neoliberalismo al carácter público de la institución educativa, aunque en los contextos donde el Estado del Bienestar se ha consolidado, la escuela pública es todavía un espacio de atención universal al derecho a la educación de los ciudadanos y ciudadanas.
¿Cuáles son los rasgos que definen la situación actual?
En los países latinoamericanos el Estado del Bienestar no se ha realizado plenamente, pero al menos siempre ha sido una referencia en el horizonte, incluso para los gobiernos conservadores. Lo que hoy está en juego es si la educación es un derecho y si la escuela pública ha de seguir existiendo dentro de la esfera pública, Y esto se vive actualmente de la misma manera tanto en el primer como en el Tercer Mundo, aunque con intensidades diferentes. El problema no está sólo en que la escuela pública sea desmantelada institucionalmente; porque, incluso en el Tercer Mundo, los gobiernos han aumentado el gasto educativo. No es necesario usar en este tema un discurso maniqueísta, puesto que lo que ha avanzado muchísimo y ha penetrado capilarmente en la sociedad con gran fuerza es – más que una ficticia destrucción apocalíptica de las escuelas – el discurso que va creando un falso sentido común según el cual la escuela pública es un modelo agotado.
¿Qué quieres decir?
La gente empieza a aceptar como posible, deseable y necesario que, acabada la era de la escuela pública, una dinámica de mercado institucional solucionará los problemas que no ha resuelto la enseñanza pública. El neoliberalismo está realizando una auténtica contrarrevolución cultural, más que una transformación sustantiva de la institución educativa. Mirando al primer mundo, la escuela no ha cambiado demasiado, pero sí que ha cambiado la mente de las personas para pensar la escuela. Es lo que ha pasado ya con la reconversión de las empresas públicas: de tanto repetir que no funcionan, a la gente no le sorprende que se privatice todo. Esto también pasará en la escuela si estas políticas continúan.
¿Cómo se explica el avance del neoliberalismo en educación?
Por lo que respecta al Tercer Mundo, las políticas neoliberales están impulsadas por el mismo Estado. Se financian reformas orientadas a debilitar la propia institucionalización de la escuela pública. Y, ¿quién es el gran financiador de la educación en América Latina? El Banco Mundial (BM). A la hora de devolver la deuda, el BM fija condiciones. Cuando un gobierno pide dinero al Fondo Monetario Internacional (FMI), se le responde que se tiene que proceder a una reestructuración para poder pagar los intereses. «¿Cómo hay que reestructurarse?», plantean los gobiernos. Y el FMI responde: “Preguntádselo al BM». El BM plantea que hay que precarizar las condiciones de trabajo del profesorado, con una reconversión a fondo. Como que los gobiernos no tienen dinero para hacerlo, el BM se lo presta, pero, claro, bajo la condición de ejecutar la reestructuración docente que se ha prescrito. Son los famosos programas de ajuste estructural, financiados con dinero público y que la gente -no los gobiernos – tiene que devolver. Hoy, el BM es el que financia la privatización de la educación pública desde el Estado, porque es el que aporta los recursos y quien pone las condiciones de los programas que los gobiernos aceptan.
Has escrito que los dictámenes de los llamados expertos internacionales en educación marcan las directrices de las reformas educativas. En este sentido, ¿es constatable el avance de las tendencias neoliberales?
El informe Delors para la UNESCO refleja la reconceptualización de la socialdemocracia en un contexto neoliberal. Este contexto supone una derrota política y cultural para la izquierda y un retroceso profundo para la socialdemocracia. Piensan que apropiándose de algunos elementos de este discurso neoliberal podrán recuperar la confianza popular. El invento de la ‘tercera vía’ reafirma la victoria cultural del neoliberalismo. Personalmente, no veo diferencias significativas entre el discurso de la tercera vía y las políticas neoliberales. Podría decirse que se trata de una especie de neoliberalismo con rostro humano, pero este neoliberalismo no funciona, porque lo que pretende precisamente el neoliberalismo es acabar con la dimensión humana de la política.
¿Qué sentido tienen los llamados Pactos por la Educación, impulsados desde los gobiernos conservadores?
Cada vez que oigo la palabra ‘pacto’ me pongo a temblar, porque sé lo que significa. Me sorprende que se siga insistiendo en los pactos, porque es una repetición de las malas experiencias que muchos ya conocemos. El Banco Mundial dice que las reformas educativas van a tener un coste elevado, y que la garantía de ura escuela universal que garantice derechos igualitarios no puede llevarse a cabo. Es una trampa y, por ello, intentan ganarse la confianza de la gente engañándola, ya que nadie apoya una política en la que se va a ser la víctima. Desde los gobiernos nos dicen que el acuerdo es necesario, pero inmediatamente indican aquello que hay que acordar. El pacto existe siempre que uno acepte pactar lo que ya está escrito en el pacto que ellos han elaborado. La maniobra es perfecta, porque ¿quién puede estar en contra de un pacto? Un pacto supone diálogo, pero aquí no hay diálogo, sólo hay un discurso unidireccional que se acepta o se acepta.
Es muy fácil trasladar tu análisis de los pactos desde Latinoamérica a los territorios del Estado Español donde la Administración los oferta.
Lo que se denomina pacto en Latinoamérica es una tentativa de confirmar políticas ya predeterminadas. Es una forma cínica de presentar un consenso que no existe, de falsificarlo. Cuando aparece consagrado un pacto de éstos es fácil que te acusen de no suscribirlo diciendo que no has querido discutir sobre calidad y sí sobre salarios. No ha habido pacto, pero ellos aparecen como propietarios del pacto o de la concertación, que son las palabras clave que utilizan. El contenido de los pactos lo vinculan a la ‘calidad’, que es para ellos el principal problema, pero en ningún momento aceptan discutir qué se entiende por calidad. Más que un acuerdo, se nos está invitando a capitular. «Firmad vuestra rendición», es lo que se nos pide, es lo que los gobiernos dicen a los sindicatos, y algunas organizaciones caen en la trampa. Hay que denunciar y desenmascarar esta operación. Nadie con dignidad está obligado a firmar su rendición si no quiere: no se nos puede obligar a capitular.
Desde vuestra perspectiva, ¿qué podernos hacer para ganar espacio y hacer retroceder las políticas neoliberales?
Es la pregunta del millón de dólares, pero es también una pregunta movilizadora. El problema es que esta pregunta se formula muy pocas veces. El neoliberalismo nos ha acostumbrado a conformarnos ante la dificultad que tenemos para responder a la pregunta que acabas de hacer. Lo que ahora tenemos es una dispersión y una desmovilización abrumadoras y necesitamos espacios para discutir estas cuestiones. Estudiantes, padres y sindicatos tendríamos que hacernos con más frecuencia esta pregunta, porque si fuésemos capaces de encontrar espacios públicos para hablar y discutir sobre esto, quizás no tuviéramos respuestas contundentes, pero estableceríamos unas esferas comunes de reflexión y de lucha pedagógica, unos espacios que hemos perdido últimamente. Hacernos esta pregunta conjuntamente serviría para agregarnos y para convertir la escuela en un espacio de trabajo cultural.
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