Redacción: Rebelión
Correo del Alba entrevistó al filósofo Rafael Bautista, quien nos concedió un tiempo generoso para hablar de la coyuntura internacional, la hegemonía occidental en decadencia, además de la guerra comercial entre EE.UU. y China, entre otros temas.
Pensador agudo y acucioso, Bautista analiza desde la historia a la hora de explicar las causas del declive del mundo moderno y la emergencia de una nueva correlación de fuerzas que unidas podrían ser una alternativa que rompa con la lógica imperial de dominación.
Asistimos a una pugna entre EE.UU. versus China y Rusia. ¿Qué ocurre en el mundo actual? ¿A qué se deben tales diferencias y cuál es el peligro potencial de que se profundicen?
El contexto es el de la decadencia hegemónica, ya no solo de EE.UU., sino de la disposición centro-periferia, la puesta en escena de nuevas hegemonías, potencias emergentes que no responden a la creación occidental. La única de esas potencias que podría reclamar pertenencia occidental sería Rusia, pero incluso el canciller ruso, Serguéi Lavrov, hace dos o tres años atrás –en una conferencia en Múnich– señaló ya la posibilidad inevitable de pensar un orden postoccidental.
La decadencia estadounidense no simboliza el declive hegemónico del imperio solamente, sino de todo aquello que ha hecho posible esa preeminencia imperial y eso es la constelación geopolítica centro-periferia, la determinación espacial geopolítica de la dominación moderna que empieza en 1492, con la conquista, la invasión y el despojo del “Nuevo Mundo”, de América.
Tal es la importancia principal para ver cómo esta beligerancia entre potencias no es exclusiva al interior del sistema-mundo moderno, por el contrario, se da desde la exterioridad, porque China también fue relegada y excluida de la preeminencia occidental; la India, lo mismo. Entonces, aparece China, India y Rusia. Claro, que esta última reclame un nuevo orden postoccidental es lo que nos permite sugerir que la decadencia imperial, en última instancia, es civilizatoria y afecta la preeminencia moderno occidental.
En los términos y contexto descrito es que cobra valor el concepto de crisis civilizatoria. Solo desde esa perspectiva es posible advertir que China esté trasladando o empujando la economía global hacia el Pacífico, desde un punto de vista histórico, más allá de la noción occidental. De tal manera que estaríamos advirtiendo la recuperación de la hegemonía china que solo hace dos siglos –y menos– fue relegada del concierto mundial. En efecto, vemos la decadencia de un sistema-mundo que empieza a mostrarnos sus límites y que, como dijo alguna vez Enrique Dussel, dará lugar a un orden transmoderno que no tenga como referencia a la modernidad, sino que, básicamente, sea superación de ella y por eso la emergencia de estas hegemonías o de estas potencias que no son precisamente occidentales.
Pero esas potencias, como China e India, tienen un sistema capitalista de producción.
No podemos comprender el proyecto chino desde categorías occidentales, esos son los prejuicios eurocéntricos que nos llevan a creer que China es un imperio o competencia imperial.
Para los hindúes y para los chinos ni el capitalismo ni el socialismo son fines, sino mediaciones de un proyecto nacional. Es otra vuelta para alcanzar su proyecto nacional, lo que llamaron ellos “la gran tierra”. Ciertamente China ha adoptado el neoliberalismo, pero estratégicamente ha mantenido un sistema financiero estatal y la transferencia tecnológica la ha sabido aprovechar muy bien. Pensar a China es sumamente complejo. Se sirven del capitalismo porque lo comprenden plenamente. Por eso los anglosajones en EE.UU., al creer que es meramente un remedo de lo hecho en Occidente, no saben a quién se están enfrentando en verdad.
¿Cómo ve el panorama mundial con la guerra comercial entre EE.UU. y China?
Ahora estamos viendo una guerra arancelaria. El antecedente inmediato de esa guerra es la que protagonizaron Alemania y EE.UU. antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero eso es una aproximación bastante inmediatista o mecánica, porque también hubo muchos pormenores, lo que se estaba definiendo era la disputa imperial, quién iba a reemplazar la decadencia británica. Constituir su periferia para asegurar su centralidad es lo que pretendió Alemania para disputarle su condición de centro a Gran Bretaña. En la actualidad las cosas se complican aún más, porque si China y Rusia fuesen competencia imperial estaríamos asistiendo a un reemplazo de hegemonía en el propio sistema-mundo moderno, pero como ni Beijing ni Moscú se reclaman occidentales, es decir, están rescatando de su propia historia un proyecto nacional, lo que vemos es una descomposición de todo el orden geopolítico que ha hecho posible al mundo moderno, esto significa que ni a China ni a Rusia le interesan ese tipo de disposición centro-periferia que, en definitiva, cuesta caro.
Por ejemplo, ¿cuánto cuesta mantener un ejército norteamericano –con más de 900 bases repartidas en el mundo–? Los chinos dicen: es mucho el costo. Los chinos son comerciantes por naturaleza, tienen una lucidez al respecto de que la sangre cuesta dinero, por lo tanto es mejor pactar. En eso son bien diplomáticos. Por supuesto que requieren materias primas, necesitan expandirse comercial y económicamente, pero los chinos no están dispuestos a asumir los costos que le ha significado a Occidente mantener su centralidad.
En esta guerra arancelaria entre China y EE.UU., Occidente no tiene posibilidades de ganar. Chinos, rusos e hindúes están reconfigurando el mundo y por eso nuestros procesos deben pensar una geopolítica de modo urgente para ingresar al nuevo tablero global de modo soberano, y eso es legado de Chávez.
Hasta hace poco, el Mercado Común del Sur (Mercosur) con Venezuela representaban la sexta economía mundial –si no la quinta– y podía hablar de igual a igual con cualquier centro; ese fue el momento preciso de consolidar una apuesta de independencia, pero lo desaprovechamos, nadie entendió el proyecto de Chávez y ahora no contamos con las mejores condiciones para realizarlo.
¿Estamos en la periferia nuevamente o nunca dejamos de estarlo?
Nunca dejamos de estarlo, hoy lo estamos mucho más porque el imperio ha recuperado a Argentina, Brasil, Chile, Perú, Colombia, entre otros. Estamos rodeados. Con el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, prácticamente Venezuela quedó cercada.
“El capital no tiene nación”, dicen algunos…
Bueno, el capital no tiene nación, pero tiene color. Como dijo Fausto Reinaga: «Lo que importa no es el color de la piel, sino el color de la razón». En este caso la razón tiene color y el capital también, o sea, es un proyecto que tiene un locus de enunciación, es una experiencia histórica que impulsa un proyecto determinado, nace desde una experiencia que es la europea y que es la consolidación de la ciudad en detrimento del campo. El proyecto burgués moderno es citadino en contra del campo, la industrialización del campo es la negación del campesino y en nuestros países eso se ve de modo lacerante cuando el proyecto criollo-mestizo se traza desde la ciudad en contra del campo. El campesino se nos presenta como lo peor; y sin embargo, es productor de la vida.
El capital nace en la ciudad y para consolidarse tiene que negar al campo. En nuestras investigaciones estamos constatando que el proyecto moderno literalmente desprecia la vida y por eso ha reproducido una economía de la muerte en contra de la vida. Y esto es lo que hay que pensar en esta crisis geopolítica.
En ese plano, ¿Estados Unidos no mide qué es China?
No sabe qué es China y no atina en ninguna de sus opciones para bajar la preeminencia que está adquiriendo en todos los órdenes. Dicen que para el 2030 China va a superar en lo cultural, tecnológico, científico y militar a la suma conjunta de Europa y EE.UU; como puede notar, estamos a casi diez años a que supere en todo a Occidente.
Por cierto, la guerra comercial y política que está dando EE.UU., por ejemplo contra Huawei, le está jugando en contra por las tierras raras con metales preciosos que tiene China y que demanda la industria tecnológica, entre otras. De hecho, Xi Jinping ya ha amenazado al Gobierno norteamericano diciéndoles: “Si nos siguen imponiendo sanciones, no les vamos a exportar más tierras raras”. Y sin tierras raras toda la tecnología norteamericana se viene al piso, porque son minerales estratégicos, son como 19 elementos básicos para la tecnología de punta.
Eso no lo mide Donald Trump.
Mucha gente dice que Trump y compañía añoran: Make America Great Again (Haz que América sea grande otra vez). Pero no pueden lograrlo porque un proyecto económico, en primera instancia, es también cultural, y sin esta base cultural fuerte no sabes qué tipo de economía emplear. Tendrían que estar a la altura del tiempo presente para ver que lo multicultural de su sociedad se nutre de lo negado por ellos mismos y por tanto tendrían que redimir su propia historia reconociendo que esta tierra es tanto de indios, negros, inmigrantes, como de los colonizadores originales Pilgrims de los Wasp. Pero como una mentalidad colonizadora nunca va a admitir que su sojuzgado sea su igual, entonces tienen las de perder.
Trump es simplemente un portavoz de esa idiosincrasia, porque él mismo dice que es antiglobalización y de paso señala que representa al capital productivo, no al capital financiero. Ha dicho: “Han sacado nuestras empresas y toda nuestra población [se refiere a la población blanca empobrecida] se ha quedado sin trabajo, entonces vamos a hacer volver a nuestras empresas”. El problema está en que eso es imposible, porque una empresa piensa en ganar más y si retornan a EE.UU. van a perder en la competencia internacional y a nivel mercado mundial, perder es morir.
Trump ha sido atrapado por el Estado profundo. Si antes estaba asesorado por el sector marginal de la banca financiera de Wall Street, cuando ya es gobierno se nutre, para su programa económico, de Goldman Sachs. Es el Gobierno que más cambios ministeriales ha tenido, está rodeado de los más recalcitrantes y straussianos neo halcones que tiene la derecha para jugarse sus últimas cartas en una reposición hegemónica; está mostrando sin ningún tipo de diplomacia lo que realmente quiere EE.UU. Ahora, por ejemplo, Juan Guaidó y compañía han hecho que el Congreso norteamericano apruebe un proyecto de ley que –suponemos será ratificado por Trump– minará la posibilidad de que sigan funcionando los Comité Local de Abastecimiento y Producción (Clap) en Venezuela. El asedio a la Embajada venezolana en Washington es un golpe de Estado al derecho internacional. EE.UU. está revelando que nunca ha sido respetuoso de ninguna regla ni legislación internacional. Prácticamente se burlan de todos, porque ya están jugando en la sobrevivencia y cuando alguien apuesta a la sobrevivencia, la pelea es a muerte.
¿Con China y Rusia también?
Ahí tiene las de perder, porque Rusia es la cobertura nuclear de China y esta es el colchón económico que necesita aquella. El error de Barack Obama fue acercar a China y Rusia de tal modo de que ahora ambos están agarrándose de las manos porque saben que separados EE.UU. los puede hundir, pero juntos no puede hacer nada contra ellos.
¿Qué podría pasar si escala la guerra comercial?
EE.UU. siempre saldría perdiendo, porque empresas como Huawei no solamente venden celulares, sino además implementos de tecnología para muchos rubros y competencia en el mercado. Se sabe que todas las empresas apuestan por generar un margen de ganancia que les permita sobrevivir en la competencia, subvencionar. Pero Trump y el Gobierno norteamericano tendrían que subvencionar toda la producción tecnológica y eso sería a expensas de la economía nacional, la más endeudada de toda la historia de la humanidad.
Tiene que haber una salida…
Todas las salidas a esta crisis apuntan a una Tercera Guerra, que solo puede ser nuclear. Por eso pienso que es un tiempo de no pensar en salidas al estilo clásico; hay que pensar alternativas, no salidas.
¿Qué papel juega América Latina y el Caribe en este orden mundial?
Nuestro papel se ha diluido diluido desde que desaparece la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y desde que Mercosur es cooptado por Brasil y Argentina, aliados a la geocolonia del dólar. Nuestro margen de acción es muy limitado. Solo Venezuela y Bolivia quedamos como baluartes de un proceso independentista, pero no tenemos peso; entonces hay que generar las mejores energías para que en Argentina y en Brasil haya un cambio, son las dos potencias económicas de Suramérica que pueden inclinar la balanza ya no a la derecha.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=256985