América del Sur/Brasil/12 Marzo 2017/Fuente:internacional.elpais. /Autor:BEATRIZ SANZ
En un país con más de la mitad de la población de orígenes africanos, solo un puñado de mujeres negras ha logrado abrirse paso en el campo de la investigación
Cuando era pequeña, Sonia Guimaãesfue la segunda mejor alumna de su clase y le encantaban las matemáticas. Durante la educación primaria, acabó como una de las cinco mejores. Estudiaba por las tardes, pero los que destacaban tenían la oportunidad de ir al turno de mañana. Sonia no lo consiguió porque su lugar lo ocupó la hija de una trabajadora del colegio, que también había solicitado la plaza. “¿A quién dejaron fuera? A la negrita. Eso me hizo sentirme menospreciada”, recuerda. Hoy, la profesora de Física en el Instituto Tecnológico de Aeronáutica(ITA), uno de los centros educativos más prestigiosos y disputados de Brasil, recuerda que aquel no fue el único episodio de racismo que marcó su vida. Pero, a pesar de todas las adversidades, logró el primer doctorado en Física otorgado a una mujer negra brasileña.
Ella, sin embargo, ni siquiera conocía esa distinción. “Lo descubrí por casualidad cuando la página Black Women of Brazil hizo un reportaje. ¡Ni mis jefes del ITA lo saben! Algunos alumnos lo descubrieron porque me buscan en internet”. Sonia, que siempre estudió en colegios públicos, trabajó en su adolescencia y todo su dinero lo destinaba a pagar el cursinho [curso preparatorio para los exámenes de acceso a la universidad], ya que hacía bachillerato técnico. Soñaba con ser ingeniera civil. Para realizar su sueño se presentó al Mapofei, un examen que en la década de 1970 daba la oportunidad de entrar en las grandes facultades de ingeniería de São Paulo. Pero un profesor le orientó para poner como opciones otras carreras que tuvieran menos demanda. Eligió Física. “Aunque en el segundo año [de la carrera] me presenté al examen para entrar en Ingeniería Civil, empecé a tener clases de física sobre materiales sólidos y me apasioné”.
La saga de Sonia tiene un paralelismo con la de Katherine Johnson, Mary Jackson y Dorothy Vaughan,, que formaban parte del equipo de “ordenadores humanos” de la NASA, en una época en la que los negros no podrían ni entrar en los mismos baños que los empleados blancos de la Agencia. Ellas son las protagonistas de la película Figuras Ocultas. La presencia de mujeres negras en la ciencia también es mínima en Brasil. Aunque haya un 52% de negros en el país, hasta 2013 no se supo cuántos de ellos se dedicaban al área científica.
Fue ese mismo año cuando el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico solicitó a los investigadores brasileños que informasen de su raza y color en sus currículums. Un estudio realizado en 2015, con la ayuda de esa información, revela que entre los 91.103 becados de la institución que están haciendo un posgrado (ya sea Maestría, Doctorado o Investigación de Pregrado) las mujeres negras que realizan investigaciones en el área de ciencias exactas son poco más de 5.000; esto es, un 5,5%.
Esta escasa diversidad colabora para que la ciencia producida en Brasil no atienda a las necesidades de la población, razona Anna Maria Cannavaro Benite, presidenta de la Asociación Brasileña de Investigadores Negros (ABPN, por sus siglas en portugués). Pese a ser uno de los países que produce más artículos científicos (ocupa la 13ª posición de la lista elaborada por el empresa Thomson Reuters), los investigadores se ocupan muy poco de algunos de los problemas más acuciantes del país. “Brasil produce mucho. Pero, por ejemplo, ahora estamos sufriendo un bote de fiebre amarilla y esas investigaciones no ayudan a la vida práctica de la sociedad”, afirma.
Anita Canavarro, como se le conoce, también es profesora de química en la Universidad Federal de Goiás (UFG) y dedica su carrera a “descolonizar” la enseñanza de dicha asignatura en las escuelas públicas. La profesora llama “descolonización” a la necesidad de situar al negro como sujeto productor de tecnología. “Hay rastros de borrado e invisibilización. Varios artefactos tecnológicos empleados en Brasil datan de antes de la llegada de los colonizadores, y hasta hoy no han sido reconocidos”, explica. La industria de la minería, por ejemplo, utiliza puestos de destilación que tienen una arquitectura similar a la de los pueblos africanos que fundían el hierro, añade. “A su vez, la primera Constitución de Brasil prohibía que los negros fueran al colegio, alegando que tenían enfermedades contagiosas”.
Antes de ser científica, la presidenta de la ABPN era una vecina de la Baixada Fluminense —una gran área suburbial de Río— que se decantó por las ciencias exactas al darse cuenta de que ese tipo de carreras eran menos disputadas en la Universidad Federal de Rio Janeiro (UFRJ), cuando empezó su grado en 2001. «Ya en la facultad, me apasioné por los procesos de transformación de la materia. Actualmente, mi lectura del mundo está muy vinculada a eso».
Al contrario que Anita y Sonia, a Katemari Rosasiempre le apasionó la ciencia. “Elegí la física porque quise descubrir el cielo; cuando era pequeña me apasioné por la asatronomía”, dice. Como la mayoría de los astrónomos son graduados en Física, decidió estudiar esa carrera, explica.La gaucha Katemari estudió en el actual Instituto Federal de Rio Grande do Sul (IFRS), vinculado a la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRS). Fue en el campus donde ella pudo visitar el observatorio y el planetario de la Universidad.Echando la vista atrás, recuerda algunos episodios de racismo que sufrió, pero que en su momento no los identificó como tales, como cuando la funcionaria del colegio encargada de las prácticas en empresas la inscribió para una plaza de asistente de dentista. Aparte de atender el teléfono y demás funciones específicas del puesto, tenía que lavar la vajilla del consultorio. “Aquella funcionaria jamás inscribiría a una chica blanca para esa plaza”, asegura ahora.
Pero el mayor impacto se lo llevó cuando se mudó a Salvador de Bahía para hacer la Maestría. La ciudad con mayor población negra de Brasil tenía una universidad pública que apenas reflejaba esa realidad: en el Instituto de Física de la Universidad Federal de Bahía (UFBA) no había ningún profesor descendiente de africanos. «A veces nos resulta difícil atribuir algunas cosas al racismo, porque eso significaría que hay gente que piensa que nosotros somos menos personas. Se trata de un mecanismo de defensa, como decía Derrick Bell”, reflexiona, citando al primer profesor negro de Derecho en Harvard en los años 1970. “Es difícil de explicar. Solo aquellos que lo sienten lo saben. Tenemos esas sensaciones, aunque no se lo atribuyamos al racismo, en la experiencia del día a día», comenta.
La física actualmente trabaja en la Universidad Federal de Campina Grande(UFCG), donde concentra sus esfuerzos para formar nuevos profesores que entiendan la necesidad de inspirar a los jóvenes a seguir el camino de las ciencias. “Una de mis alumnas hizo un proyecto para examinar libros de texto de física de educación secundaria. En las imágenes analizadas, solo había personas negras en la parte de mecánica, velocistas africanos o futbolistas”, cuenta. Las mujeres negras estaban empujando cochecitos de bebés. “Y uno piensa que la física no tiene nada que ver, pero está lleno de imágenes que refuerzan el papel de la mujer, el papel del negro. Aprendemos muy pronto dónde está nuestro sitio”.
La química Denise Fungaro, por otra parte, confiesa que no le daba mucha importancia a la falta de profesores y compañeros negros cuando entró en la Universidad de São Paulo (USP) en 1983. “No sufría discriminación. Nunca tuve profesores negros, pero como la evaluación se hacía mediante exámenes, no podían discriminarte”, afirma. “Hoy entiendo que yo era una excepción: la única alumna negra de la carrera en un país donde el 52% de la población es negra”. Ella acaba de ser galardonada con el premio Kurt Politzer, concedido por la Asociación Brasileña de Industria Química (ABIQUIM), pero su deseo es servir de inspiración a su hija de tres años. “Quiero que sepa que puede tener éxito en otras áreas que no sean exclusivamente artísticas o deportivas”.
Mientras tanto, Sonia Guimarães piensa en jubilarse del ITA, pero no sabe cuándo. Durante la charla mantenida con EL PAÍS, recordaba los tiempos en los que trabajó en Italia y estudió en Inglaterra, mientras concedía entrevistas a las chicas de educación secundaria del proyecto Elas nas Exatas [Ellas en las Exactas]. También trabaja como voluntaria dando clases de inglés para que otros jóvenes negros realicen el sueño de poder estudiar en el extranjero.
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