América del Sur/Argentina, 16 de septiembre de 2017. Fuente: www.clarin.com. Autor: Sergio Britos.
La nutrición de los niños argentinos está atravesada por la malnutrición y una dieta poco saludable. Alrededor de 3 millones de niños menores de 12 años comparten un escenario de sobrepeso, excesos en algunos nutrientes (azúcares o sodio) y déficit en otros (calcio, fibra, vitaminas A o C).
Los hábitos poco saludables se manifiestan principalmente en desayunos sin lácteos (yogur, leche, queso), consumos muy bajos de verduras, frutas y cereales y por el contrario, altos en bebidas azucaradas y panificados o derivados de harinas muy refinadas. Esta imagen de dieta no distingue niveles socioeconómicos, ni geografías. El origen de los excesos y faltantes dietarios es muy similar entre todos y se instala en el mismo momento: a muy temprana edad.
Los efectos de la malnutrición y de los hábitos poco saludables se suelen ver reflejados en fracasos escolares, menor inserción y productividad laboral o enfermedades tempranas, condiciones que se traducen a largo plazo en años de vida saludable perdidos.
Hoy en día, a partir de diferentes estudios y en puntos de PBI (3%) proyectados en Argentina, el costo económico de la malnutrición puede significar alrededor de U$S 15.000 millones anuales. A modo comparativo, en 2016 se estimaba que un programa nacional de alimentación escolar saludable tenía un presupuesto no mayor a un 10% (de aquel monto). En el largo plazo, adoptar hábitos saludables -como un buen desayuno y frutas en la escuela- es 21 veces más barato que tratar las complicaciones del sobrepeso.
Los hábitos alimentarios relevantes no son más de diez. En primera instancia, la lactancia materna y los alimentos de buena calidad nutricional en los primeros dos años de vida. Asimismo, el desayuno con un lácteo y otros dos en el transcurso del día, y sumar tres frutas.
Además, hay que comenzar desde el primer cumpleaños a educar el gusto por verduras variadas, comidas poco saladas y agua; como así también reconocer las señales de saciedad y el tamaño de las porciones. Desde el embarazo, pasando por los pediatras y terminando en los maestros, hay que empoderar a las familias para llevar a cabo estas diez prácticas.
El Estado debe organizar la alimentación escolar como un espacio de formación de hábitos. Los padres deben saber y discutir qué comen sus hijos en las escuelas. Además, los chicos deben aprender desde pequeños a ser consumidores responsables. Lo aprendido en la escuela es esencial y fundamental para su formación, ya que trasciende y perdura toda la vida. Recientemente en Argentina, se actualizaron las guías alimentarias, un conjunto de mensajes, basados en evidencia científica y que conducen hacia una alimentación saludable. Las mismas deben estar presentes en todas las escuelas y ser el instrumento que oriente la alimentación escolar y los contenidos educativos.
La educación alimentaria-nutricional debe promover conductas y permitir que los niños reflexionen sobre los hábitos y valores asociados a ellos. Debe rodearse de un entorno coherente: maestros que tomen agua y coman frutas, escuelas que tengan bebederos en funcionamiento, comida saludable en el comedor y si hay kioscos, que la oferta de alimentos de buena calidad nutricional sea suficiente, bien visible y económicamente accesible.
Sergio Britos es Licenciado en Nutrición, Director de CEPEA y profesor asociado de la Escuela de Nutrición (UBA)
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