La época en que aprender a tocar piano o violín era un privilegio para quien podía pagarlo ha llegado a su fin. Por lo menos, en 31 colegios públicos de 18 localidades de la capital, 20.600 estudiantes están recibiendo formación de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, en la cual se descubren futuros talentos.
Más de un billón de pesos ha invertido la Secretaría de Educación en este convenio de las dos entidades, para la formación de los menores que forman parte del programa de jornada extendida, recursos con los cuales han equipado las orquestas filarmónicas de 31 colegios públicos.
El proceso de entrega de los instrumentos se realizó de forma gradual, y en las últimas entregas que se están realizando para siete colegios que faltaban se invirtieron 2.250 millones de pesos.
“Lo que busca este programa es adentrar a los niños en el aprendizaje de la música. En edad, cuanto más temprano se comience, el proceso de formación es mucho más eficiente”, señaló Iván Darío Gómez, subsecretario de Calidad de la Secretaría de Educación.
Sandra Meluk, directora de la Orquesta Filarmónica de Bogotá (OFB), destacó que uno de los aspectos más importantes del programa es que se les permite a los menores hacer música en conjunto, lo que refuerza los lazos sociales, dado que la comunidad se vuelca a esta práctica.
Mi profesora me dice que uno no escoge el instrumento, sino que él lo elige a uno, y a mí me tocó el fagot
“En cada presentación, detrás de cada niño vienen los padres, los primos, los vecinos”, explicó. Además, añadió: “Estamos trabajando con 360 artistas formadores, de todos los instrumentos; percusión, viento y cuerdas. Hacemos grupos por cada una de las secciones. Los niños tienen las clases colectivas y luego hay jornadas de reunión para hacer conversiones, haciendo música junta”, explicó la maestra.
Aunque el programa está enfocado a niños y niñas entre los 7 y 9 años de edad, “la experiencia en los colegios nos ha hecho extender ese rango, porque una vez un menor comienza su práctica musical no quiere salir. Así, a algunos los hemos vinculado al coro filarmónico infantil, a las orquestas filarmónicas infantil y juvenil, entre otros”, reseñó Meluk.
Iván Gómez, de la Secretaría de Educación, señaló que este proyecto ha impulsado la inclusión en los colegios: “Por ejemplo, en el coro del Luis Ángel Arango tenemos chicos invidentes, pero que han alcanzado procesos tan altos de formación que se han vinculado a otros programas y han seguido sus estudios en música”, indicó.
Escuché ese sonido y me conmovió. Entonces le dije a mi esposo que me regalara un violín, que no era para mí sino para mi hija
El instrumento me eligió
Doriana López tiene 10 años, y desde hace tres recibe formación musical en el colegio Luis Ángel Arango, de Fontibón. Allá no tenían instrumentos, así que les enseñaban canto y lenguaje musical. Pero hace unas semanas los recibieron.
“Yo me sentí contenta porque los esperábamos desde hace tiempo. Mi profesora me dice que uno no escoge el instrumento, sino que él lo elige a uno, y a mí me tocó el fagot”, explicó la pequeña.
Ella es una de las beneficiarias de este programa, y gracias al acercamiento musical que ha tenido, ya decidió qué estudiar: “Yo, definitivamente lo tengo claro, cuando crezca quiero ser música”.
Maryi conoció el violín en un hospital
Su hija llevaba días sin probar bocado y por la cabeza de Mariela Copaque, la madre de Maryi, una niña indígena de 13 años, rondaba el temor de que ella no se recuperara del trasplante de médula que le habían realizado en un hospital de Bogotá.
La menor estaba muy débil, “y como se le había caído su cabello, sus pestañas y estaba tan flaquita, ella se deprimió”, recuerda Mariela. En una de las visitas que hacía a diario al hospital se montó en un bus en donde un joven tocaba violín.
“Escuché ese sonido y me conmovió. Entonces le dije a mi esposo que me regalara un violín, que no era para mí sino para mi hija”, manifestó Mariela, quien guardaba en su corazón la esperanza de que su hija se recuperara del cáncer en la sangre contra el cual peleaba.
Días después le llevaron la sorpresa a Maryi, al hospital. “Como nunca había visto un violín en mi vida, no reconocí el estuche. Cuando lo abrí sentí mucha emoción, pero estaba confundida porque no sabía ni cómo se agarraba”, confiesa entre risas la pequeña, pues hoy ya es una experta en entonar melodías con este instrumento.
Eso gracias a las clases que ha recibido durante tres años en su colegio Juan Lozano Lozano, de Suba, de maestros de la Orquesta Filarmónica de Bogotá y la Secretaría de Educación.
“Los primeros días era muy chistoso porque solo golpeaba las cuerdas, para escuchar los sonidos. Pero eso la entusiasmó. Le pidió al doctor que le quitara la sonda por la que la alimentaban, y me dijo que ella se iba a recuperar porque iba a aprender a tocar violín. Yo solo lloré”, indicó.
Aunque los doctores le recomendaron a la madre no llevar a Maryi a clases, por lo menos durante un año, la emoción de la niña le hizo matricularla un semestre después. “Lo que pasa es que nos enteramos de que en el colegio iban a dictar clases de canto y de violín, y a Maryi se le iluminaron los ojos. Todos los días me decía que ya estaba bien, que no le dolía nada. Ella se convenció de eso y nos convenció a nosotros. Finalmente llegó al colegio, a clases de coro primero, y luego las alternó con las de violín”.
Al parecer, el don musical en la familia de los Copaque, provenientes del municipio Páez-Belalcázar, Cauca, está en los genes, pues no solo Maryi sino su hermana menor, Karen –de 11 años– terminaron siendo las mejores en sus clases de canto.
“La profesora me dijo que por qué no las llevaba a audicionar al coro infantil filarmónico. Aunque me sentí feliz, en el fondo sabía que yo no podía costear los pasajes para llevarlas, todos los sábados, a las clases. Una semana después, la profesora me felicitó porque el colegio se había ganado tres cupos, y dos de ellos eran para mis hijas”, contó Mariela entre risas.
Finalmente hizo el esfuerzo con su esposo, y como pudieron les cumplieron el sueño a sus hijas, aunque para esa época él se había quedado sin empleo y ella trabajaba por días. “Hoy, mi tercera hija también está en clases de coro en el mismo colegio y he recibido muy buenos comentarios de sus dones».
La felicidad de Mariela es inmensa no solo porque su hija se salvó de la enfermedad que le diagnosticaron cuatro años atrás, sino porque Maryi ama el instrumento que su madre siempre quiso tener.
“Como en mi comunidad, allá en el Cauca, las mujeres tenían tantos hijos y no podían mantenerlos a todos, normalmente a algunos nos adoptaban. Yo tuve 14 hermanos y una señora (su madre adoptiva) me llevó a vivir a Neiva. Una de sus hijas tenía un violín, y yo parecía una boba escuchándola todos los días”, señaló Mariela.
Hoy, aunque no se atreve a tocarlo, aunque sus hijas insisten en enseñarle, Mariela repite la escena de su infancia: se sienta todas las tardes a escuchar a Maryi en el violín y a Karen, que toca la viola, y siente, en definitiva, que la música les devolvió la vida.
Fuente de la noticia: http://www.eltiempo.com/bogota/en-colegios-publicos-se-forman-20-600-futuros-musicos-121360
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