De Deberes, Placeres e Imaginarios Educativos

Por: Juana M. Sancho

La escuela no es “el” lugar de aprendizaje. Los estudiantes transitan por contextos culturales y sociales en los que aprenden cosas muy diferentes.

La resaca del maremoto trianual producido por la publicación del Informe PISA 2015, ha conllevado, una vez más, una oleada de declaraciones, opiniones, estudios, pareceres, críticas y explicaciones. Cada vez más se cuestiona lo que pretende “medir” este tipo de pruebas, la descontextualización de algo tan contextual como el aprendizaje y sus culturas, la forma de administrarlas, las triquiñuelas de algunos sistemas para salir mejor colocados, el poder que suponen para un determinado organismo, el coste asociado a su administración en países con profesorado mal preparado y peor pagado, su “inutilidad” por no conllevar ni fomentar análisis profundos del presente y futuro de los sistemas educativos, dado que, como máximo, lo único que se deriva es qué hacer para salir mejor en la foto siguiente.

En esta ocasión, en mi parlamento de las cosas en el que me propongo explorar las alternativas de la educación, sitúo la discusión en un tema que PISA 2016 ha vuelto a poner sobre la mesa, cuando en realidad nunca se ha ido. Me refiero a la cuestión de “los deberes”. Los cursos escolares comienzan y acaban con este debate, las vacaciones lo reaniman y PISA parece aportar más “munición”.  Se suele debatir, una y otra vez, si deberes sí o no, en qué momentos, por qué, para qué, ocupando cuánto, si habría que cambiar la metodología de enseñanza,…  Pero los años de experiencia y estudio me dicen que quizás el foco del problema está en otro lugar, que quizás como en el cuento sufí, estemos buscando el anillo perdido bajo una farola y no en el lugar en el que se nos cayó.

Dándole vueltas a esta idea, en la publicación de la Obra Completa de Carl Jung (editorial Trotta), recuentro las nociones de “inconsciente colectivo”, “algo así como una patria común y desconocida, se manifiesta aquí y allá, entonces y ahora, y es razonable pensar que lo seguirá haciendo”. Así como el de “arquetipo”, “una imagen con alto contenido emocional que nos ayuda en nuestra educación sentimental y a ordenar los tipos humanos” (Juan Arnau). Y me planteo, en relación al tema de esta columna, que hacer consciente, explícito, nuestro “inconsciente colectivo” y nuestro “arquetipo” nos puede llevar a reconsiderar cómo hemos llegado a pensar como lo hacemos en relación al sentido y el papel del sistema educativo en el mundo actual y, quizás, a establecer nuevas cuestiones, así como el tema de los “deberes”.

Porque hoy la Escuela no es “el” lugar de aprendizaje. Los estudiantes transitan por distintos contextos culturales y sociales, analógicos y digitales, en los que aprenden cosas muy diferentes, a veces en conflicto con la educación formal, que día a día, en un mundo saturado de información, está perdiendo imagen, discurso y prestigio. De ahí que lo primero que preguntaría sería: ¿Cuál es el proyecto educativo de la institución? ¿de qué estrategias y recursos se está dotando para poder ponerlo en marcha? ¿qué noción de conocimiento, de enseñanza, de aprendizaje, de saber y de evaluación subyacen al proyecto? ¿cuál es el papel de los diferentes implicados: administración, dirección, docentes, estudiantes, familias…? ¿hasta qué punto se tiene en cuenta los aprendizajes, intereses y capital social y cultural del alumnado? ¿qué tipo de relaciones, conexiones o desconexiones se plantea con el resto de los contextos de aprendizaje de los estudiantes?

Estaríamos así deconstruyendo el “inconsciente colectivo” y el “arquetipo” de la educación escolar. Y si consiguiésemos cuestionar la inercia que enseñar es decir, aprender es escuchar y el conocimiento es lo que pone en los libros, y conectar las experiencias del centro con las del mundo exterior del alumnado, el aprendizaje se convertiría en el goce continuo del descubrimiento, la repetición y el aburrimiento en interés y curiosidad y los “deberes” en “placeres”. Incluso para las familias que acompañan a sus hijos en este proceso -y aquí siempre habrá que poner una atención especial  a los diferentes colectivos, para no generar nuevas formas de segregación social- puede ser una fuente de aprendizaje y experiencia en un mundo cambiante en el que la curiosidad no coartada de los más pequeños puede ser una necesaria puesta al día para los mayores.

Fuente Original del Artículo: 

http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2016/12/21/de-deberes-placeres-e-imaginarios-educativos/

Fuente donde se tomó el Artículo:

De deberes, placeres e imaginarios educativos

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La escuela boliviana que restaura vidas juveniles y edificios patrimoniales

Bolivia/24 noviembre 2016/Fuente: El Diario

Los viejos edificios patrimoniales de la capital constitucional de Bolivia, Sucre, reviven gracias al trabajo de jóvenes de grupos vulnerables que han aprendido a restaurar la arquitectura colonial del lugar con la ayuda de la cooperación española.

El colegio Zudañez, la Casa de la Libertad, la Catedral y otros templos coloniales de esa ciudad, declarada en 1991 como Patrimonio Cultural de la Humanidad, son algunos edificios en cuya restauración han participado los estudiantes de la Escuela Taller Sucre.

 La iniciativa de crear un centro de formación así surgió en 1992 con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América, explicó a Efe el director de la institución, Domingo Izquierdo.

Entonces se planteó trasladar a América el modelo del programa de escuelas taller desarrollado en ciudades patrimoniales de España para favorecer la inserción social y laboral de jóvenes en riesgo de exclusión formándolos en la recuperación del patrimonio cultural.

«Ese es uno de los grandes logros de la escuela: jóvenes titulados que se insertan en un mercado laboral, que transforman su vida para bien y la de sus familias. Y paralelamente como un efecto colateral está el patrimonio restaurado. En ese sentido, la escuela taller también restaura vidas», dijo Izquierdo.

Tras el cierre hace unos años de una escuela similar en Potosí (otra ciudad boliviana de arquitectura colonial), la de Sucre es ahora la más antigua de Bolivia y desde su apertura en 1998, por sus aulas han pasado alrededor de medio millar de jóvenes.

Las capacitaciones tienen una duración de dos años y benefician a muchachos de entre 16 y 24 años, de escasos recursos, que no han terminado la escuela y que estén desempleados.

La escuela funciona con cinco talleres, cada uno con 15 alumnos que aprenden sobre albañilería, carpintería en madera, carpintería en metal y forja, instalaciones eléctricas y sanitarias.

Uno de sus actuales estudiantes es Gabriel Gálvez, de 22 años, un apasionado por la construcción quien se capacita para hacer que las casas patrimoniales «luzcan como se veían antes».

«Siempre me ha gustado trabajar en este tipo de construcciones (…) Como estudiantes aprendemos por qué estamos haciendo este trabajo y por qué debemos valorar las casas antiguas», declaró Gálvez.

En la escuela taller no hay restricciones en el oficio, ya que las capacitaciones se imparten por igual a hombres y mujeres, y de ello puede dar testimonio Martha Maquera, de 23 años.

«Estoy aprendiendo a hacer cielos falsos, cielos rasos, a revocar muros o a hacer presupuestos. Antes yo no sabía ni agarrar un badilejo (llana)», relató Maquera a Efe.

Destacó que la restauración permite «no perder esa herencia que nos han dejado los antepasados».

Bajo el lema «Aprender trabajando», los estudiantes se capacitan con un 30 % de teoría y un 70 % de práctica, realizada primero en modelos a escala y luego, cuando los jóvenes ya han adquirido suficiente destreza, pueden intervenir en trabajos contratados por la alcaldía, la gobernación de Chuquisaca o la Iglesia católica.

En 2012, el Ministerio de Educación reconoció la formación que imparte la Escuela Taller Sucre y le autorizó titular a sus estudiantes en los niveles de técnico básico, auxiliar y medio.

Inicialmente, la escuela tuvo cursos para restauración de pinturas, esculturas e incluso de documentos, pero ahora se centró en los bienes inmuebles porque, según Izquierdo, los jóvenes aprenden sobre construcción y eso les permitirá trabajar no sólo en edificios antiguos, sino también en obras nuevas.

La escuela comenzó a funcionar con un 80 % de financiación de la cooperación española y un 20 % de las autoridades locales.

Como la idea del programa de escuelas patrimoniales es transferir gradualmente el proyecto a las entidades locales, la de Sucre opera ahora con un 60 % de aporte del municipio sucrense, un 30 % de la cooperación española y un 10 % de la Gobernación de Chuquisaca.

La escuela funciona en la que fue una casa de acogida para niñas huérfanas, que con la intervención de los estudiantes ha adquirido un nuevo aire.

No obstante, ahora está riesgo la continuidad de su funcionamiento, pues el convenio que el centro tenía con la Gobernación para ocupar el edificio ha concluido y existe la posibilidad de que en cualquier momento les pidan desalojarlo.

Para Izquierdo, una de las soluciones sería que el ayuntamiento les otorgue otro edificio patrimonial para que puedan establecerse o la gobernación les ceda definitivamente el que ahora ocupan.

Y es que, según el director de la escuela taller, aún «queda mucho por hacer» por la restauración patrimonial de Sucre, una ciudad que vive fundamentalmente del turismo.

Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/boliviana-restaura-juveniles-edificios-patrimoniales_0_583392552.html

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