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Doctorado en Filosofía por la Universidad de Maguncia (Alemania), discípulo de Karl Otto-Apel y presidente de la Asociación Argentina de Investigaciones Eticas, Ricardo Maliandi pasa la mayor parte de sus días en Mar del Plata, ahora coordinando las próximas Jornadas Nacionales de Filosofía Práctica que tendrán lugar muy pronto en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES).
Por Pablo E. Chacón
Maliandi es una de las pocas personas que puede acreditar una titulación como filósofo. Premio Konex 1986 por su especialización en ética, en 2012 obtuvo el Premio Nacional en la categoría Ensayo Filosófico.
Nacido en La Plata en 1930, es el teórico de la ética convergente. Publicó, entre otros libros, dos volúmenes de su especialidad (y un tercero en prensa), Etica: conceptos y problemas, Valores blasfemos y Volver a la razón.
Esta es la conversación que tuvo con Télam.
T : Cuénteme sobre las próximas Jornadas en la UCES.
M : Se trata de unas Jornadas Nacionales de Filosofía Práctica, organizadas por dos instituciones a las que pertenezco: la UCES (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales) y la ANCBA (Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires). En la primera de ellas dirijo la Licenciatura en Filosofía, en la que además dicto la asignatura Ética; en la segunda soy Académico titular y dirijo la Sección de ética del Centro de Estudios Filosóficos. De modo que me he hecho cargo de esto como una actividad de extensión en mi carácter de miembro de ambas instituciones. Las Jornadas tendrán lugar en una de las sedes de la UCES (Paraguay 1338) los días 9 y 10 de octubre próximo. La idea surgió a través de un diálogo con Guillermo Lariguet, amigo y colega de la Universidad Nacional de Córdoba, donde es Profesor de Filosofía del Derecho. Pensamos que vendría bien un debate filosófico en el que se convocara a diversos especialistas sobre cuestiones que constituyen actualmente motivos de preocupación general, como las de género, aborto, contaminación ambiental, política y economía. Pude haber agregado, desde luego, más problemas y más participantes, pero en estas cosas también es necesario establecer algunos límites, sobre todo de espacio y tiempo. Tenía una larga lista de colegas, tanto de Buenos Aires como del interior, a los que hubiese querido invitar, y en razón de los mencionados límites tuve que restringirme a unos pocos. Les he enviado a los demás invitaciones a que se acerquen por lo menos para intervenir en las discusiones, y espero que algunos concurran. En compensación, tampoco yo presentaré esta vez comunicación. Mi labor ha consistido en armar las diversas mesas (cada una con tres expositores y un coordinador) y espero participar en las discusiones.
Las mesas del primer día tratarán temas más bien generales: las diversas orientaciones actuales de la filosofía práctica: la fenomenológica, la kantiana, la hegeliana, la analítica y la latinoamericana. Tampoco son las únicas, pero entre ellas se puede obtener una imagen aproximada de cómo se mueve hoy la filosofía en su consideración de problemas prácticos. El segundo día se abordarán los problemas concretos ya mencionados. Tengo que mencionar especialmente que el cierre se hará con una conferencia del doctor Bernardo Kliksberg, uno de los mayores representantes de los actuales esfuerzos por mostrar las implicaciones éticas de la economía.
T : ¿Cómo definir en pocas palabras la ética convergente de la cual tengo entendido, está por salir un tercer tomo?
M : La ética convergente es una propuesta filosófica programática en la que he venido trabajando durante décadas, desde cuando era investigador del Conicet, cargo en el que obtuve hace ya tiempo mi jubilación. El sentido de convergencia es aquí doble: alude por un lado al intento de articular aportes de dos teorías éticas elaboradas en el siglo XX: la axiológica de Nicolai Hartmann y la discursiva de Karl-Otto Apel. De la primera he tomado su peculiar percepción de la conflictividad en las cuestiones morales, y de la segunda su criterio de fundamentación ética, precisamente en una época proclive al escepticismo en ese ámbito. La convergencia es a mi juicio el modo racional de resolver conflictos.
Sostengo que los principios éticos son criterios racionales para resolver o evitar conflictos concretos; pero el problema subsiste porque hay al menos cuatro principios, y dado que una actitud moral no puede prescindir de ninguno de ellos, la única alternativa racional es el intento de maximizar la convergencia, que a su vez resulta posible debido a la complejidad de cada principio. Si las exigencias emanadas de ellos fuesen monolíticas, la convergencia quedaría excluida. Pero como son polisémicas (ambiguas), siempre se puede alcanzar algún grado de conciliación. La ética convergente es un intento de mostrar que la moralidad es más compleja de lo que suele creerse, y que no es razonable optar por el cumplimiento óptimo de algún principio determinado, porque ello implica la transgresión de otro u otros. Compárese con el famoso chiste de Groucho Marx: Estos son mis principios; si no les gusta, tengo otros. Es un modo irónico de aludir a la falta de principios. Pero en ética convergente puede decirse, muy en serio: Cumpliré estrictamente con este principio; por lo tanto, transgrediré los demás. Hartmann vio muy bien que el principal problema ético no es el de la contraposición entre lo bueno y lo malo, sino la que se da entre lo bueno y lo bueno, o entre lo malo y lo malo. Y Apel demostró que hay exigencias normativas necesariamente presupuestas en cada acto de argumentación, pero también que ellas no pueden cumplirse siempre. La ética convergente tiene en cuenta y reelabora ambos aportes.
T : ¿Cómo y cuándo conoció a Karl Otto-Apel, y qué fue lo fundamental de aquel encuentro?
M : Cuando yo trabajaba (hace ya más de 50 años: de1960 a 1964 ) en mi tesis doctoral, sobre Hartmann, en la Universidad de Maguncia, en Alemania, Apel estaba haciendo su tesis de Habilitación con Gerhard Funke, quien era a la vez mi co-director de tesis doctoral (mi director era Fritz-Joachim von Rintelen), y de quien tuve las primeras noticias de Apel. Pero no conocí personalmente a éste sino mucho después, en 1975 (cuando era ya investigador del Conicet y profesor de Ética en la UBA) en un congreso que había organizado en Grecia la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía. El encuentro decisivo, sin embargo, fue en 1981, cuando lo visité en su casa en el Taunus y tuvimos un largo diálogo de unas ocho horas.
Por primera vez entendí bien su pragmática trascendental (a su vez un sorprendente modo de articular el trascendentalismo kantiano con la filosofía lingüística) y la ética del discursoque de ella deriva. Lo fundamental fue que me presentó algo que yo buscaba desde hacía años: una fundamentación apriorística de la ética que fuera real y racionalmente sustentable. Era también una prueba de que en filosofía siempre puede aprenderse algo nuevo. Yo tenía ya 51 años y había vuelto a encontrar un maestro. Puedo decir que a partir de aquel diálogo comencé a elaborar mi idea de una ética convergente. Entablamos con Apel una amistad que se mantiene desde entonces, y nos hemos encontrado muchas veces, en Alemania, en Argentina, o en otros lugares en ocasión de congresos, como en Boston y en Moscú. Con dos colegas argentinos, y también viejos amigos, Julio De Zan, de Santa Fe, y Dorando Michelini, de Rio Cuarto, hemos difundido el pensamiento de Apel en nuestro país. Luego fueron sumándose otros, ex discípulos como Alberto Damiani, Andrés Crelier, Gustavo Salerno o Leandro Paolicchi.
T : Leyendo algunas de sus cosas, me entero de sus reflexiones sobre la técnica. Al respecto, dos cuestiones. ¿Qué piensa de su desarrollo respecto de la ética? ¿Está la ética atrasada respecto a la técnica? Y la segunda: su opinión sobre la idea de obsolescencia humana, de Günther Anders.
M : Desde mis reflexiones sobre la técnica, que estuvieron vinculadas a mi interés por la antropología filosófica, ha pasado mucho tiempo. No es que el tema haya dejado de interesarme, sino que la cuestión de la ética convergente logró absorberme con más fuerza. Es cierto que entre la ética y la técnica hay diversas relaciones, y de alguna de ellas he seguido ocupándome. No tanto de la comparación entre los desarrollos de ambas, ni de la influencia que lo técnico ejerce sobre las concepciones morales, sino más bien del tipo de ética aplicada que se ocupa de la técnica. En mi caso, especialmente en el caso de la biotecnología.
Pero vayamos por partes. Actualmente la reflexión sobre la técnica ha llegado a erigirse como una nueva disciplina, la filosofía de la técnica, que exige dedicación especial. Un ex-alumno marplatense, Diego Parente, lo ha hecho, y ahora me discute mi vieja concepción protésica de la técnica, en la que, no obstante, sigo creyendo. Pero tengo que recurrir ahora a él cuando quiero actualizar mi información sobre algún aspecto particular de ese tema. En lo que sí, en cambio, he seguido trabajando (al menos parcialmente) en relación con la técnica, es en la propuesta de lo que he llamado principios bio-tecno-éticos, que son una especificación de los principios cardinales expuestos en mi Ética convergente y de los llamados principios de ética biomédica, de Beauchamp y Childress y ya clásicos en la Bioética.
De Günther Anders había oído hablar ya cuando estudiaba en Alemania, en una época en que aún proseguía el largo proceso de desnazificación. Pero aunque sus ideas (conocidas más a través de comentaristas) me interesaban y me siguen interesando, nunca las estudié sistemáticamente. Me alegra saber que su libro sobre la obsolescencia del hombre se ha traducido al castellano, y trataré de conseguirlo. Sólo leí de él, parcialmente, sus cartas a Klaus Eichmann. En líneas generales, le digo que actualmente en la técnica advierto ante todo los aspectos conflictivos: la técnica se nos ha vuelto imprescindible y peligrosa a la vez. Es tan malo padecer tecnofilia como tecnofobia. Nuevamente, lo razonable tiene que ser alguna forma de convergencia.
T : ¿Cómo pensar al cachorro humano respecto de otros animales superiores y cómo articular su deducción con la ética convergente?
M : En la actualidad, la cuestión de los derechos de los animales ha comenzado a tomarse en serio, y esto implica una ampliación de la tematización ética. Pero creo que hay aún mucho camino que andar todavía antes de arribar a concepciones suficientemente claras. En la ética convergente no he introducido el tema hasta ahora, pero pienso que es algo posible. Por de pronto, la duda acerca de si tenemos derecho a comer animales, y la consecuente asunción del vegetarianismo, abre la puerta a un tema menos frecuente pero asimismo legítimo: el del derecho de los vegetales. Es cierto que hacer diferencias entre la especie humana y las especies animales equivale a incurrir, como dice Peter Singer, en especismo, algo similar al racismo. Pero creo que el vegetarianismo podría considerarse una forma de reinismo, es decir, de dar privilegio al reino animal sobre el vegetal. Lo que en el fondo ocurre es que la vida misma es esencialmente conflictiva: los seres vivientes viven a expensas de otros seres vivientes. Dicho muy escuetamente, se me ocurre que la única convergencia posible tiene que combinar el respeto a la vida con el reconocimiento de que ese respeto nunca puede ser óptimo.
T : ¿Es usted optimista, pesimista sobre el futuro de la humanidad bajo el despiadado régimen del capital-parlamentarismo extractivo?
M : Ser optimista o pesimista es optar por extremos. Pienso que la actual situación mundial provocada por el neoliberalismo es muy grave, pero también que hay una serie de acontecimientos y signos de que, sin dejar de estar alerta frente a la probabilidad de grandes desastres, aún es posible guardar alguna esperanza. No una esperanza utópica o ingenua, en el sentido de creer que sea posible alguna vez la conciliación y el bienestar generalizados; pero sí la de que las cosas puedan mejorar. O de que, por ejemplo, como dice Galeano, la libertad y la justicia, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, vuelvan algún día a unirse, espalda contra espalda. Ese tema ilustrará la tapa y será mencionado en la contratapa del tomo III de mi Ética convergente, que está en imprenta y espero ver aparecer muy pronto. Para la ética convergente es posible resolver o evitar conflictos concretos, pero no es posible eliminar la conflictividad, y esto significa que siempre habrá conflictos, porque la solución de cada conflicto es la fuente de algún conflicto nuevo. Es lo que distingue también a los regímenes totalitarios de los democráticos. En aquellos se cree que es posible eliminar la conflictividad, mientras que la democracia tiene como fundamental condición la de reconocer la estructura conflictiva de las interrelaciones sociales.
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