Por: Alberto Rodríguez García
El 4 de agosto de 2020 a las 18:08 el tiempo se paró en Beirut. El almacén doce del principal puerto de Líbano estallaba haciendo desaparecer parte de la ciudad y destruyendo definitivamente toda esperanza para un país que se dirige hacia su colapso. Porque la explosión del puerto de Beirut no es el síntoma de que algo falla, sino la consecuencia de un sistema cleptocrático, sectario, clientelar y disfuncional.
No se pueden entender los problemas actuales del Líbano sin echar la vista atrás; hasta su configuración como estado moderno bajo el mandato francés. El Líbano de hoy lejos de ser el resultado de un proceso de construcción y liberación nacional, es el hijo maldito del colonialismo francés.
Cuando Francia llegó a Siria tras desintegrar el Imperio Otomano con el tratado de Sèvres, se encontró con un pueblo que bajo el liderazgo del rey Faisal, no quería someterse a otro imperio. Y fue tras la batalla de Maysalun de 1920 en la que las tropas francesas masacraron a la revuelta árabe, cuando Henri Gouraud después de escupir sobre la tumba de Saladino entendió la importancia del «divide y vencerás» en la región. Es por ello que en septiembre del mismo año anunció la creación del ‘Gran Líbano’ como campo de prácticas para la cantonalización del resto de la Siria natural.
A falta de una identidad colectiva, la población se ha refugiado durante años en sus líderes espirituales, dividiendo incluso los barrios en base a la confesión, los partidos y las milicias.
Bajo el mandato, los franceses establecieron una élite rentista de cristianos maronitas principalmente. Dedicados al mercadeo, el estado libanés se mantenía dependiente de su vecino sirio, del mismo modo que los sirios (divididos en cantones) dependían de Beirut como el principal puerto de entrada y salida de materias en la zona. Mantener las divisiones en un puzzle étnico y religioso tan complejo como el de la región resultó ser la mejor estrategia para mantenerla débil, sumida en disputas internas y, como ha sucedido con Líbano desde el 75, en guerras fratricidas. De este contexto nacen los actuales problemas de Líbano y su clase dirigente. A falta de una identidad colectiva, la población se ha refugiado durante años en sus líderes espirituales, dividiendo incluso los barrios en base a la confesión, los partidos y las milicias. Cuando el estado no existe, cada uno encuentra refugio en su Fé, tanto espiritual como mundana, materializada en el partido. Si hubiese que simplificar algo tan complejo, no sería desacertado afirmar que Líbano, hasta cierto punto, es la simbiosis entre el sistema tribal y el estado moderno.
Un modelo económico volátil basado en el sistema financiero, en la especulación inmobiliaria y el turismo, puesto en práctica en un país donde la élite corrupta, depredadora, ha arrasado con todo y es incapaz de proveer a sus ciudadanos de los servicios más básicos, como luz y agua de grifo potable, y un sistema que sobrevive gracias a los préstamos, acumulando una deuda que las instituciones ocultan. Así podríamos resumir ahora lo que es Líbano.
Y para entender el contexto en el que se ha dado la explosión en el puerto de Beirut deberíamos sumar todavía más elementos a un cóctel de por sí venenoso: una crisis sin precedentes y la pandemia del covid-19, que ha impedido a muchos trabajar y ha hecho desaparecer el turismo. Desde octubre de 2019, cuando apareció en el vocabulario diario de los libaneses la palabra Thawra (revolución), la Libra Libanesa se ha devaluado un 90 % y la deuda suma 90.000 millones de dólares; alrededor del 170 % del PIB libanés. Y en un escenario de por sí catastrófico, sucedió la peor de las catástrofes, con la desaparición del principal puerto de un Líbano que importa prácticamente todo, con la destrucción del silo que guardaba grano para todo un año, con la muerte de cientos, el dolor de miles y una clase política incapaz de proponer soluciones. 300.000 beirutíes han perdido sus hogares o se han visto obligados a desplazarse.
El sistema es el problema
Entendiendo que la política libanesa no funciona en base al bien colectivo, sino al beneficio de cada bloque político y confesional, es fácil deducir por qué no se pueden solucionar los problemas del país si no se reforma el sistema y se sustituye a la élite política por perfiles que no sean los actuales señores de la guerra civil (Aoun, Berri, Geagea, Gemayel, Joumblatt…). Pero el cambio es complicado, porque la sociedad civil dispuesta a extirpar el tumor, es todavía una minoría.
Una parte nada desdeñable de la sociedad, aunque consciente de los problemas y hastiada del statu quo, sigue pensando en clave sectaria y colonial. Por un lado, el bloque del 14 de Marzo, con una clara tendencia occidental y liberal, no propone más que el sometimiento al mercado. ¿Por qué? Los humildes, generalmente los más empobrecidos del norte (Trípoli), anteponen el acercamiento a Arabia Saudí a un sistema propio y soberano. Los cristianos de Fuerzas Libanesas representan a esa población afrancesada, a esa élite establecida durante el mandato que desde 2006 ha visto cómo sus privilegios cada vez están más amenazados por una población chií reforzada con Hezbolá, que demográficamente no para de crecer mientras que los cristianos en Oriente Medio no dejan de disminuir.
Con un sistema impuesto desde fuera pero apuntalado por las élites de dentro, dan igual las promesas, porque ni el gobierno va a ser justo, ni la comunidad internacional va a ser justa.
El bloque del 8 de Marzo, por su propia unión forzada y artificial, no puede articular una estrategia de éxito. El Movimiento Patriótico Libre intenta jugar a varias bandas, con un modelo liberal, mientras se encuentra con fuerzas socialistas que tienen objetivos muy distintos. Por otro lado, Amal, la principal fuerza chií en el gobierno, está dentro del 8 de Marzo, pero bien podría ser parte del 14 de Marzo; con una agenda propia y un Nabih Berri que ha negociado la disolución de su propio gobierno con Walid Jumblatt como representante de los intereses del 14 de Marzo (y sus redes clientelares dentro de la comunidad drusa).
En estos tira y aflojas, en estos tejemanejes donde se disuelven gobiernos, se crean otros nuevos de rostro tecnócrata para volver a disolverlos… no se cuestiona el problema esencial del sistema, porque todos los partidos son el problema. Para la élite no es más que un juego. Lo que hoy quiere uno, mañana lo quiere el otro y donde diije digo… digo Diego; lo que da fuerza a una de las consignas más políticas de los manifestantes antigubernamentales: «Todos es todos». Sin excepción.
Ahora que la población está al borde del abismo de nuevo, es cuando se abren las heridas más profundas de Líbano. De un país creado desde la segregación y el individualismo colectivo (por comunidades ). De un Gran Líbano que nunca fue tal. Con una clase dirigente incapaz de aportar soluciones, cada vez más ciudadanos se refugian en la resistencia islámica en el sur, en Francia en el centro y en Turquía en el norte.
El gobierno se ha desmoronado con dimisiones en bloque, forzando la disolución del mismo, cara a forzar unas nuevas elecciones bajo la ley sectaria de siempre, abriendo un abanico de escenarios inciertos fruto de la improvisación. Ya se intentó crear algo nuevo con Hassan Diab –un perfil tecnócrata– a la cabeza, pero bajo las viejas dinámicas, es imposible. Con un sistema impuesto desde fuera pero apuntalado por las élites de dentro, dan igual las promesas, porque ni el gobierno va a ser justo, ni la comunidad internacional va a ser justa.
Líbano no puede permitirse volver a apostar por su viejo sistema, como tampoco puede permitirse apostar por los amigos lejanos de fuera. La única solución para el país debe ser entorno a dos claves: identidad y comunidad.
La mafia sectaria se ha beneficiado durante un siglo de las redes clientelares para servir a ‘los suyos’. Mientras la comunidad fuese bien, no había problema… pero el estado poco a poco iba muriendo. Nunca se rompió realmente con el mandato, y Líbano nunca perteneció a los libaneses. Incluso tras la guerra civil, no se rompió con el sistema sectario en pos de la unidad para evitar la repetición de los errores del pasado. En 1989 se firmó el acuerdo de Taif, que apuntalaba el Líbano desigual, en el que los ciudadanos no valen lo mismo, en el que la gente vota en base a sus intereses religiosos; en el que el voto cristiano vale dos tercios y el del resto un tercio.
Ni Irán, ni el Golfo, ni Francia, ni EE.UU.; Líbano pertenece al Levante. Y frente al divide y vencerás, no hay más fuerza que la unidad: la social y la regional
Sin una identidad colectiva, nacional, es imposible que haya políticas colectivas, nacionales. El libanés no es el chií que porta las banderas de Amal y Hezbolá. No es el cristiano que se envuelve en las banderas de las Fuerzas Libanesas o, si es más de izquierda, en las del Movimiento Patriótico Libre. No es el suní que apoya al Movimiento Futuro de Hariri. No es un tonto útil de los partidos corruptos; es algo más. Es mucho más.
Líbano no es «la Suiza de Oriente Medio». Tampoco es «la pequeña París». Líbano es Líbano, punto. Y un libanés tiene muchas más opciones de prosperar si en lugar de creerse cercano a París, asume que sus vecinos están en Damasco y en Amán. El mandato francés quiso convertir el Líbano en un territorio aislado, escondido entre el mar y la montaña, ajeno a Oriente Medio. Líbano no puede dar la espalda a los hechos, y es que el 28 % de todos los dólares de sus bancos, son dólares de sirios. Integrar la economía de ambos países, es volver a introducir al Líbano en su espacio natural.
Las limosnas francesas que ahora recauda Macron no son nada en comparación con lo que podría resultar de integrar al país en la Nueva Ruta de la Seda de China. Ni Irán, ni el Golfo, ni Francia, ni EE.UU.; Líbano pertenece al Levante. Y frente al divide y vencerás, no hay más fuerza que la unidad: la social y la regional. Esa fue siempre la pesadilla de Gouraud.
Fuente e imagen: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/362777-problemas-profundos-libano-explosion-puerto-beirut