Por: Hector G. Barnés
La historia de cómo descubrió Isaac Newton la teoría de la gravedad es bien conocida: el físico se encontraba descansando al aire libre, en su casa de campo cuando vio caer una manzana. No, no aterrizó en su cabeza, como aseguran las versiones apócrifas de la historia. Así pues, no fue la casualidad la que condujo al inglés a uno de los hallazgos más importantes de la historia del hombre, sino la contemplación. De no haber estado ocioso una tarde del verano de 1665, y por ejemplo, se hubiese encontrado en su laboratorio, afanado en su trabajo, quizá no se habría preguntado por qué la fruta caía siempre de la misma manera.
No ha sido el único que ha cambiado la historia sin pretenderlo. Algo semejante ocurrió con Arquímedes cuando, en el siglo tres ante de Cristo, descubrió al meterse en la bañera el célebre principio que hoy lleva su nombre. En una entrada publicada en ‘Medium’, Zat Rana aporta otros ejemplos: Albert Einstein, que arrastraba una merecida fama de soñador, o el filósofo Friedrich Nietzsche, que acostumbraba a caminar varias horas todos los días porque consideraba que los mejores pensamientos eran los paseados; algo que también hacía Kant. O Darwin, que tenía su “camino de pensar”.
Cuando estamos estresados y vamos con el piloto automático, nuestro cerebro se bloquea ante las nuevas ideas
¿Necesitan más nombres? Bob Dylan aseguraba que si más gente viajase en autobús, y pudiese observar el paisaje a través de la ventanilla, habría más compositores. En otro sentido, Edward Munch ‘vio’ ‘El grito’ mientras caminaba por un sendero y contempló cómo “el cielo se tiñó de rojo sangre”. Está claro que el paseo y el ocio contribuyen a la inspiración y, sin embargo, son dos valores a la baja en una sociedad obsesionada por la productividad, la continua medición de todos los aspectos de nuestra vida y el orden. Sin embargo, esto nos puede hacer estar perdiendo muchas cosas.
No hay como dejar nuestra mente vagar para abandonar los caminos trillados y realizar “conexiones no lineales”, como si fuésemos surrealistas. Pensemos en nuestra propia experiencia. Cuando estamos estresados y vamos con el piloto automático puesto, somos capaces de hacer todo aquello que hemos repetido cientos de veces (levantarnos, vestirnos, lavarnos los dientes, desayunar) pero nuestro cerebro parece bloqueado a las nuevas ideas. Como explica en el artículo la profesora Fiona Kerr de la Universidad de Alemania, “soñar despierto es mucho más productivo a la hora de lidiar con problemas complejos o descubrir soluciones creativas y nuevas ideas”.
La rutina de los 120 minutos
Es fácil de decir y entender, pero difícil de aplicar. No podemos detenernos en mitad de nuestra jornada laboral y decirle a nuestro jefe que vamos a parar para pensar –aunque debería facilitárnoslo si nuestro trabajo es creativo–, así que debemos buscar otra estrategia. Para ello, Rana propone la “regla de las dos horas”, que a él le funciona. ¿En qué consiste? Básicamente, en dejar su mente vagar durante un período de 120 minutos todos los jueves.
No importa lo liados que estemos, la mayoría malgastamos mucho tiempo en asuntos triviales que no aportan nada a nuestra vida
Es necesario eliminar todas las distracciones, sobre todo, apagar el teléfono móvil, y tener solo a mano una libreta y un bolígrafo. Aunque puede parecer mucho tiempo, el periodista recuerda que no todo será productivo (¡faltaría más!) y que es posible que tengamos la sensación de que la mayor parte lo hemos malgastado. No pasa nada: es una condición necesaria para que las buenas ideas que de otra forma no se nos habrían ocurrido, comiencen a brotar.
“Puedo decir con toda sinceridad que es la actividad más rentable de mi vida”, explica en la entrada. “Me ayuda a equilibrar el corto plazo con el largo. Identifico los problemas antes de que lo sean, y me he topado con ideas o formas de optimización que no se me habrían ocurrido de otra manera”. Ello lo consigue a partir de un cuestionario con varias preguntas, entre las que se encuentran “¿me gusta lo que hago o simplemente sigo adelante?”, “¿qué oportunidades podría aprovechar y no lo estoy haciendo?” o “¿qué tiene más probabilidades de ir mal en los siguientes seis meses de mi vida?”
Lo importante no son tanto estas cuestiones como lo que ocurre una vez hemos reflexionado sobre ello y nuestra mente empieza a ver las cosas con perspectiva: es entonces cuando empieza a vagar y las buenas ideas (las que marcan la diferencia, la que nos guían en nuestro día a día) comienzan a surgir. “No importa lo liados que estemos, la mayoría de nosotros malgastamos mucho tiempo en cosas triviales que no aportan nada a nuestra vidas”, concluye el autor. “Si una persona media gasta dos horas al día en redes sociales, unas pocas a la semana para organizar tu vida no es pedir demasiado. Es un precio muy pequeño para una recompensa tan grande”
Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-08-21/regla-dos-horas-einstein-darwin-nietzsche_1429982/