La lucha por un «internet feminista»

Por: Tamara Pearson

México debate una nueva legislación para lograr un internet libre de acoso y de sexismo. La Ley Olimpia, una de las pocas iniciativas parlamentarias de origen popular, pone en discusión el poder de las redes, el patriarcado y las relaciones sexistas en un medio que muchos consideran la panacea de la democracia.

Cuando Patricia Azcagorta se presentó como candidata a la alcaldía de Caborca (en el estado de Sonora) en 2018, circuló en las redes sociales un video de una mujer bailando en ropa interior, junto con fotos de Azcagorta. Además, había mensajes acusándola de ser stripper.

El uso de imágenes íntimas -reales o falsas- para atacar la credibilidad de una mujer, avergonzarla o silenciarla, es uno de los diversos tipos de violencia contra las mujeres a través de internet que el gobierno de México formalizará como delito en los próximos meses.

La llamada Ley Olimpia es una modificación de una ley existente sobre el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia. Y es, además, una de las pocas iniciativas jurídicas mexicanas que tiene origen popular. Fue aprobada por unanimidad por el Congreso Nacional en noviembre del año pasado tras una fuerte campaña de Olimpia Coral Melo y varios grupos feministas. Ahora es necesario que sea aprobada por el Senado.

Coral Melo tenía solo 18 años cuando un video de ella desnuda fue difundido en WhatsApp. Como resultado, fue insultada por la prensa local, que utilizó sus imágenes en sus portadas para vender y se la conoció como «la gordibuena de Puebla» (una referencia sexista a la forma de su cuerpo). Recibía numerosas peticiones de sexo por parte de los hombres. Ella contó que se encerró en su casa durante ocho meses e intentó suicidarse tres veces. Cuando intentó finalmente denunciar lo sucedido en la oficina del Fiscal, se le informó que no se trataba de un delito. Así que se organizó con otras mujeres para crear una propuesta de enmienda o una ley. Pero la enmienda que se está aprobando ahora tiene limitaciones y muchos activistas, basados en su experiencia en el sistema legal mexicano, dudan que sea implementada justamente. De hecho, México tiene la tasa de impunidad más alta de América.

En el mundo de internet, los hombres dominan los medios de comunicación (como expertos y periodistas) y la sección de comentarios. Ahora, la pregunta es si esta enmienda es un paso inicial positivo para crear un internet libre de violencia basado en principios de respeto e igualdad para las mexicanas o si es más bien un obstáculo.

Tipos de violencia digital cometidos en México y su impacto

Según la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones de México, más de 9 millones de mujeres del país se han enfrentado a algún tipo de agresión tecnológica. Luchadoras, un colectivo feminista mexicano que pasó dos años acompañando a mujeres que experimentaron violencia en línea, identificó 13 tipos de agresión. Entre ellas se encuentran el acecho y la vigilancia constante, las amenazas, la expresión discriminatoria, la difusión de información personal o íntima, el lucro por explotación sexual a través de imágenes, el acoso y la extorsión.

Un ejemplo común de aprovecharse de las imágenes son las cuentas como la ya borrada @quieromipack, que venden o intercambian «paquetes» de fotos o videos íntimos o sexualmente explícitos. Un tuit de esa cuenta decía: «Cientos de fans están recibiendo sus paquetes. Si tienes packs de tus amigas, ex novias, o tomas packs o tienes los tuyos propios… contáctanos y te lo cambiaremos por un pack de nuestra página o por una membresía». Tenga en cuenta que cuando se refiere a «amigas» y «novias», las palabras son femeninas, y que no se requiere consentimiento en esta página web para enviar fotos de otras personas.

Luchadoras también realizó un estudio sobre la violencia digital contra las mujeres durante las elecciones de 2018 (en las que se disputaron 18.299 cargos desde el nivel nacional hasta el local) y encontró que las agresiones online más comunes contra las mujeres durante el período electoral fueron expresiones discriminatorias, amenazas y campañas de descrédito. Además, demostraron que había cinco patrones clave subyacentes a las agresiones: juzgar el carácter sexual del candidato, la objetivación sexual, los ataques a la familia, los roles de género y la apariencia. Lucía Rojas, por ejemplo, era una joven feminista que se presentó como candidata independiente y ahora es diputada federal. Ella dijo que, durante la campaña, su imagen, los tatuajes y los piercings fueron atacados y que fue injuriada por ser mujer, lesbiana y joven. «Mi credibilidad, conocimiento y experiencia fueron cuestionados», aseguró.

El impacto de la violencia en línea para las mujeres, tanto en el nivel individual como colectivo, suele considerarse menos significativo porque tiene lugar en un espacio de naturaleza virtual. Pero «lo que es virtual también es real, y eso significa que los efectos de este tipo de violencia son reales, se sienten en el cuerpo, en el espíritu y en los derechos de la mujer», señaló Lourdes Barrera, de Luchadoras.

La doctora Emma Short, psicóloga e investigadora de psicología cibernética de la universidad de Bedforshire, piensa que el impacto del abuso en línea es mayor «porque su condición de víctima se difunde para que todo el mundo la vea. A menudo se une un tercero por lo que la multitud o la manada va tras de ti. Así que muy rápidamente, se siente como si el mundo entero estuviera detrás de ti». Luchadoras habló con mujeres que habían experimentado violencia en línea e identificaron los impactos que éstas habían tenido, incluyendo náuseas, dolores de cabeza, falta de apetito, estrés, ansiedad, rabia, depresión, paranoia, miedo, confusión e impotencia. También hablaron sobre la autocensura y el abandono de la tecnología.

La violencia pública, como la violencia en línea, es una táctica para ejercer poder sobre las mujeres. Afecta nuestra capacidad de expresarnos libremente, mientras que el discurso de odio y el abuso de los trolls es tolerado.

México hace cambios

La enmienda al artículo 6 de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia define a la violencia digital como «cualquier acto a través de las tecnologías de la información y la comunicación, las plataformas de internet, las redes sociales o el correo electrónico que atente contra la integridad, la dignidad, la intimidad, la libertad o la vida privada de las mujeres, o que cause daños o sufrimientos psicológicos, físicos, económicos o sexuales». Esta enmienda, conocida como la Ley Olimpia, enumera este tipo de violencia incluyendo el acoso, las amenazas, los insultos, la violación de datos y los mensajes de odio.

La sentencia señala la necesidad de campañas de educación, programas de prevención y capacitación. Los delitos pueden ser denunciados a la Fiscalía, que puede ordenar a las empresas que están detrás de las plataformas que bloqueen o eliminen las imágenes o vídeos implicados. Las penas varían según el estado, pero incluyen hasta seis años de prisión o multas de hasta 4.600 dólares.

Hablé sobre la enmienda con Isabel Portillo, una psicóloga que se ha enfocado en la violencia y en la capacitación sobre el acoso cibernético en la fundación En Movimiento. Ella argumentó que la Ley Olimpia era necesaria, y que «los esfuerzos de Olimpia han comenzado a tener un impacto. Sin embargo, es necesario tomar más medidas para eliminar la violencia que hay en las redes sociales». Dijo que era importante dar a conocer la enmienda para que las víctimas puedan denunciar el ciberacoso y que quienes lo practican sean conscientes de las consecuencias.

Sin embargo, también hablé con Martha Tudón, coordinadora de derechos digitales de Articulo 19 México, una organización centrada en la defensa de la libertad de expresión y el derecho a la información. Ella sostuvo que la enmienda era problemática. «Las definiciones son muy generales. Por ejemplo, ¿qué es la intimidad? Podría ser mi cuello, mi cabello. Lo que hemos visto con este tipo de leyes ambiguas es que todo puede caer en su ámbito y se utilizan para atacar a los periodistas. Las personas que más se aprovechan de estas leyes son las autoridades que ven algunas noticias en internet y quieren que las eliminen», apuntó. «Tales leyes terminan siendo usadas para el populismo, para que los políticos puedan lavarse las manos y no mejorar las cosas de raíz. La enmienda es muy cosmética. Además, el árbitro es el Estado. ¿Realmente quieres darle a un Estado patriarcal la capacidad de decir qué contenido debería estar en internet?».

Desde Luchadoras dicen que la Ley Olimpia corre el riesgo de quedarse solo en el papel. Reclaman procesos de denuncia adecuados que sean sensibles a las necesidades de las mujeres y que las protejan en lugar de revictimizarlas. Dicen que más allá de multas o la prisión, son importantes las acciones que ayuden a las mujeres a recuperarse, así como las garantías de que los delitos no se repitan.

La desigualdad es inherente a la arquitectura de internet

Internet está jugando un papel en «la estructuración de nuestras identidades y la organización de nuestras interacciones sociales», dijo la doctora Charlotte Webb, cofundadora del «internet feminista». Además, aseguró que internet también se basa en las mismas estructuras económicas y de poder que el mundo real.

La dominación de los hombres sobre el sector tecnológico se expresa en tanto usuarios y en tanto propietarios. Sus prejuicios de género se reproducen en la tecnología como Alexa y Siri -asistentes personales con voces femeninas-. El contenido de internet, desde el porno hasta los medios de comunicación, también está dirigido en gran medida por hombres. En Wikipedia, por ejemplo, más del 80% de los editores son hombres. Esa falta de diversidad se traduce en el hecho de que sólo el 17,7% de las biografías en la Wikipedia en inglés son sobre mujeres.

En México, «a menudo los hombres son los que (en su familia) son dueños de los aparatos electrónicos». Es un mecanismo de poder. Le prestan el suyo a su pareja por un tiempo. «Así que controlan cómo accedemos a él y eso significa nuestro acceso a la educación, a la cultura, a la información sobre temas como la salud», afirmó Tudón.

Además, internet está «colonizado por hombres de Estados Unidos», argumenta. «Y cuando hay mujeres, son blancas y privilegiadas. Creo que internet será más inclusivo cuando las comunidades tengan sus propias herramientas de información y difusión. En México, utilizamos principalmente Facebook, Twitter, Google, WhatsApp, lo que significa que estamos utilizando herramientas hechas en los Estados Unidos que responden a un contexto diferente».

Tudón afirma que espera que llegue el momento en que las comunidades puedan crear su propio contenido en sus propios idiomas, en sus propios términos. Isabel Portillo tiene una apuesta similar. Alienta a las mujeres de México a que presten apoyo mutuo a otras mujeres en internet que estén siendo atacadas. «Tenemos muchas posibilidades de mostrar solidaridad», concluyó.

Fuente e imagen: https://nuso.org/articulo/el-internet-feminista-por-el-que-luchan-en-mexico/

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De los usos disruptivos a la infraestructura feminista autónoma

¿Podemos usar los medios de comunicación (analógicos, electrónicos, o digitales) para “hacer la revolución” y emanciparnos? En pleno siglo XX Hans-Magnus Enzensberger (1970) y Jean Baudrillard (1972) discutieron sobre esa cuestión. Enzensberger, pensando principalmente en los medios electrónicos, creía que no, que los medios pertenecían a unas pocas personas, que operaban bajo una lógica unidireccional, y que tenían inscrita una lógica capitalista excluyente. Baudrillard, por el contrario, creía que los medios de comunicación eran un canal útil para unir a productores y consumidores.

Las radios comunitarias nos enseñaron que era posible, aun con una infraestructura de una vía, sumergirse en una serie de estrategias participativas que permitieran superar las limitaciones tecnológicas propias del medio. Hoy podríamos pensar en esa discusión está saldada: Internet nos permite establecer conversaciones múltiples, desde diferentes lugares y a la vez, colectivas, multidireccionales. En primera instancia podríamos pensar en un rasgo democratizador que nos abrieron la web participativa, las redes sociales, los teléfonos celulares, las computadoras que van abaratándose (con sus impactos ecológicos incluidos, claro), etc. Tenemos la posibilidad de ampliar la esfera pública y participar en ella, instalar nuestros temas, interactuar con cientos de personas, u organizarnos en red. Hoy tenemos que pensar como esa discusión entre Enzensberger y Baudrillardse se traslada a este nuevo sistema de medios.

Sin duda alguna, también para algunas las mujeres, Internet ha significado una gran oportunidad que podemos identificar de manera más tangible en nuestra vida cotidiana: acceso a la cultura, a la posibilidad de generar y fortalecer redes e intercambios de experiencias, de impulsar campañas de defensa de derechos, apoyarnos y acompañarnos, construir identidades diversas, la posibilidad de organizarnos e impulsar nuestras agendas, etc.

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Además podemos (¡y debemos!) impulsar los usos disruptivos en las plataformas. Pero si esas plataformas están diseñadas, administradas y gestionadas por los grandes capitales mundiales concentrados; si están diseñadas, gestionadas y administradas por hombres heterosexuales; si están vigiladas por gobiernos y empresas; si proponen un modelo de acumulación infinita de datos para diseñar su modelo de negocio y que implica un alto impacto sobre nuestra privacidad y sobre el medio ambiente; si propone un modelo fetichista de consumo crónico de dispositivos; si anteponen el interés de lucro por sobre los derechos humanos; pues, creo que esa disrupción tiene un límite. Porque mientras siga siendo lucrativa y no genere demasiada incomodidad (¡ay dios nos permita ver sangre menstrual en Instagram!), un grado prácticas disruptivas son admisibles y hasta deseadas con tal de generar tendencias y tráfico.

Aunque la red no es solo hardware nos dice Sadie Plant (1995). La componen los datos, nuestros cuerpos y emociones, nuestras relaciones e intercambios. Pero la red también es hardware. Por eso, si “[l]as luchas feministas contemporáneas incluyen diversos (…) esfuerzos por comprender y abordar las diferentes dinámicas configuran la era de Internet, y sus dimensiones de género” (Youngs, 2006: 192), la lucha por la infraestructura debe ser parte de nuestra emancipación.

Pero entonces, ¿a qué nos referimos con infraestructura? Hace nos meses nos reunimos un grupo de personas para pensar juntas y debatir sobre la necesidad de contar con un soporte físico para nuestro activismo. Infraestructura, esa “estructura que está por debajo” de nuestras prácticas, puede ser entendida como toda esa dimensión técnica que hace posible nuestro activismo. Son nuestros aparatos, nuestras máquinas y el código que posibilita nuestra interacción con ellas: desde nuestros teléfonos celulares y antenas, hasta las radios, las servidoras y su software; los dispositivos de almacenamiento donde guardamos las fotos que conforman parte de nuestra memoria histórica, hasta las listas de correo que nos permiten articularnos y compartir en red. También lo son esas redes que construimos, el sentirnos parte de un movimiento que comparte una idea de futuro y encontrar contención y una mano amiga.

Pero pongamos el foco en las máquinas. Esas máquinas que Spideralex propone que volvamos a querer. Y ojo, que hablar de las máquinas no significa exclusivamente centrarnos en discusiones sobre bits, capacitores y protocolos. También tenemos que hablar de “los costes psicológicos, sociales, políticos, ecológicos y económicos de estas tecnologías” (Hache, 2018:21). Queremos redes realmente distribuidas para compartir y organizarnos horizontalmente; queremos servidoras en donde nuestras memorias puedan descansar tranquilas, sabiendo que la transgresión no es una amenaza para sus administradores sino una posibilidad de imaginarnos de nuevas maneras; queremos consensuar las reglas de uso de nuestras redes de telefonía; queremos radios comunitarias que hablen y nos hablen de lo que nos pasa; queremos ser nosotras quienes digitemos los designios técnicos de nuestros movimiento, de una manera que reconozca y respete todas las dimensiones de nuestras vidas.

Comenzarán siendo precarias, quizás, o difíciles de sostener, probablemente. Pero serán nuestras, de todas. Las ganas de trabajar y la capacidad de esfuerzo los tenemos, el hambre de libertad y autonomía, también. Nos lo enseñaron quienes vinieron antes que nosotras, lo aprendimos junto a las demás.

Fuente: https://radioslibres.net/de-los-usos-disruptivos-a-la-infraestructura-feminista-autonoma/

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