Opinión | El ritual escolar: Frente a la pandemia, reconstruirnos

Por: Andrés García Barrios

En esta entrega del “Ritual escolar”, Andrés García Barrios propone no olvidar lo que aprendimos en los últimos dos años y realizar un acto comunitario de reconstrucción tras la pandemia.

Escribo estas notas para tratar de comprender (y si es posible ayudar a otros a comprender) en qué consiste este extraño estado de ánimo en que, después de dos años de vicisitudes, nos ha dejado la pandemia de COVID-19 (ciertamente, no podemos dar ésta por terminada, pero sí es posible afirmar que “empieza a vislumbrarse su final”, como hace el Dr. Julio Frenk, rector de la Universidad de Miami y ex-secretario de salud de México, en su libro de divulgación para niños “Lisina, Triptofanito y la Pandemia”, de próxima publicación).

Hablo de “estado de ánimo” en su acepción amplia de “estado del alma”, para incluir además de los aspectos físico, emocional y mental, ese algo que podemos llamar “espiritual” y que también se ha visto afectado en este par de años. Empezaré por hablar de un tipo de experiencia que muchos vivimos en algún momento de la pandemia, al menos de forma pasajera; experiencia que ―por su intensidad― algunos nos apresuramos a arrojar al rincón de los trebejos en cuanto pudimos: me refiero a la sensación de que con el COVID-19 llegaba “el fin del mundo” (la expresión es dramática pero nombra con exactitud lo que quiero describir).

Alguien podría preguntarnos: “¿En algún momento pensaste que se acabaría el mundo?”, y tal vez responderíamos que “no tanto” pero que “sí tuvimos mucho miedo”. Sin embargo, quiero afirmar que en realidad sí es algo que todos vivimos (aunque sólo fuera por un momento, insisto) ya sea de forma consciente o más o menos inconsciente. Si me interesa hablar de ello aquí es porque pienso que esa sensación ―aunque algunos nos hayamos apresurado a echarla de inmediato al olvido―  no se fue del todo de nuestras vidas sino que continúa habitando no sólo dentro de cada uno de nosotros sino entre todos nosotros, motivando una actitud personal y una atmósfera social que nos siguen desafiando.

Intentaré explicarme. La sensación de fin del mundo no sólo tiene que ver con una súbita convicción de que la propia muerte es inminente sino con la de que pronto todos los seres humanos a nuestro alrededor morirán también. En el tiempo que dura esa sensación (su duración puede alargarse o ser fugaz) no existe ningún atenuante que venga a tranquilizarnos: surge de pronto ante nuestras narices la evidencia de que estamos existencialmente solos, no nada más como individuos sino también como colectivo. La historia se detiene: el futuro naufraga: nadie hay que venga a decirnos adiós, no existe nadie a quien legar nada. Vemos cómo los demás se hunden en un destino que pronto será también nuestro. Todos esperamos turno.

Esther García tenía seis años de edad en 1972, cuando un terremoto sacudió su ciudad, Managua, Nicaragua. Ella estaba con su nana cuando la habitación empezó a moverse. Las dos salieron a toda prisa y se encontraron con que, en la calle, comenzaba la devastación: las casas cercanas se mecían hacia un lado, luego hacia otro y finalmente se desplomaban, entre gritos provenientes de adentro. Una tras otra iban cayendo. Esther miraba al fondo un cielo teñido de un rojo infernal. Parada en la acera junto a su nana, sólo pudo decir “Y yo no crecí”, convencida de que moriría pronto. La nana abrazó a la niña con la esperanza de que su destino sería distinto, de que ellas no tenían por qué correr la misma suerte que quienes estaban muriendo. “Y yo no crecí”, sensación de fin del mundo en que el destino de todos también se cumple en nosotros. Sensación de fin del mundo que Esther evoca ahora mientras conversamos, ya convertida en jefa de enfermeras del South Miami Hospital, en donde, durante la pandemia, se vio muchas veces rodeada de seres humanos que morían, sin poder hacer nada más para ayudarlos.

Pienso en la angustia que el filósofo alemán Martin Heidegger describe como la presencia de la Nada en nuestras vidas; angustia que no se desprende de un miedo concreto hacia algo específico sino que llega así, “por nada”, como si de pronto todo lo existente se arrojara sobre nosotros, atravesándonos como lo haría un ente fantasmal y dejándonos vacíos, sin realidad enfrente, sin mundo, de pie ante la nada que nos acosa. En la sensación de fin del mundo, donde la experiencia incluye a lo humano entero, a esa nada se le añade la certeza de que no sólo yo, sino todos, desapareceremos.

En la pandemia, la experiencia de fin del mundo no se cumplió, gracias a Dios. Vivimos la angustia pero no el hecho (trágicamente, muchas personas tuvieron que añadir a esa angustia el dolor por la muerte de seres amados). Pero el que no se haya cumplido no significa que la hayamos superado: se quedó con nosotros y en uno de nuestros rincones internos seguimos como desasidos de la realidad, buscando ésta como a una especie de fantasma. Algunos han empezado a acercársele tímida pero decididamente, con la intención de regresarla a su sitio. Pero creo que la mayoría de nosotros estamos optando por aceptar la inercia y acostumbrarnos a su ser espectral. Es peligroso que esto ocurra y que nos quedemos como flotando en el aire, con esa angustia anquilosada dentro.

El filósofo alemán Karl Jaspers, que tras la segunda Guerra mundial participó en la reconstrucción de Alemania, prevenía a su pueblo contra la tentación de dejar los hechos simplemente atrás, como si no hubieran ocurrido, e insistía en la necesidad de sanar a la sociedad a fondo para seguir adelante, en busca de un crecimiento sin el lastre de la culpa. En el caso de la pandemia ―donde el culpable más evidente es un virus que ni siquiera llega a estar vivo― el lastre puede radicar en culpar a los científicos, a los gobiernos, a esos otros seres humanos que con sus acciones anti-ecológicas favorecieron la proliferación de virus y bacterias, e incluso a la naturaleza o a la vida misma… y tapiar la angustia dentro, sin posibilidad de expresarse y sanar.

Pero la amnesia no es, de ninguna manera, sano olvido: es cero superación. No es mi interés meterme a médico o neurólogo, pero me parece que no voy demasiado lejos al suponer que, como en todo tipo de amnesia y estrés post-traumáticos, las consecuencias de olvidar sin sanar se expanden por toda nuestra psique, afectando al conjunto de nuestras sensaciones e ideas: entramos en confusión y perplejidad, tenemos problemas de concentración, sufrimos extrema laxitud o tensión corporal, llegamos a sentirnos como ajenos a nuestros propios procesos mentales y corporales, nos embargan sentimientos de desapego o extrañamiento hacia los demás, e incluso experimentamos cambios en nuestra percepción del tiempo, del espacio y de los objetos del mundo.

A lo anterior se añade el temor de que aparezca un nuevo brote, el miedo a nuestros semejantes, la desconfianza y el deseo irracional y continuamente frustrado de culpar a otros, y en casos extremos a todo el mundo. Y sin embargo, simultáneamente, dado que se trata de una súbita sensación de muerte colectiva (en la que peligra no sólo nuestro “yo” sino también nuestro “nosotros”), llega acompañada de esa soledad en la que de pronto vimos sumida a la humanidad entera: así pues, nos vemos embargados de compasión hacia nuestros semejantes y sentimos una identificación profunda, una nostalgia de hermandad: nos inunda el deseo de acercarnos y confiar, de romper barreras y superar todos los obstáculos que nos separan…

Angustia, miedo, compasión. Ante esa extrañeza que nos ha quedado, a todos nos anima la idea de revitalizarnos y revitalizar la comunidad en la que vivimos. Para mí, este texto es una oportunidad de hablar del tema con un lector que imagino ahí, oyéndome. Sí, escribir y hablar son poderosas opciones: comunicarnos. Todos podemos hacerlo, charlar sobre lo que nos pasa con alguien que quiera y pueda oírnos.

En el ámbito escolar ¿también podemos alentar ese diálogo? ¿Es posible, a través de grupos guiados de manera informada y cuidadosa, platicar sobre nuestras experiencias, hablarnos y escucharnos, estremecernos juntos para recuperar un modo de vibrar común? ¿Será conveniente alentar la comunicación de ideas de recuperación y reconstrucción personal y colectiva, y realizar actos comunitarios, especie de rituales que nos permitan compartir con los demás nuestro compromiso y esperanza, confiando en que no sólo la enfermedad se propaga sino también la salud?

Ciertamente ―como me ha hecho ver la directora de primaria de la escuela de mi hijo― planear un acto comunitario de memoria y reconstrucción tras la pandemia, exige sumo cuidado para no invadir la intimidad y la susceptibilidad de las personas y las familias: cualquier tinte religioso puede malinterpretarse; asimismo, una acción que contenga un simbolismo demasiado confrontador puede hacer surgir sentimientos desbordados, y resultar contraproducente. Sin embargo, estoy seguro de que todos los miembros de la comunidad educativa podemos pensar juntos cuál o cuáles actividades pueden resultar adecuadas para nuestras aulas o nuestra escuela.

Advertencia

Como parte de mis reflexiones anteriores, recurrí a la lectura del I Ching, libro oracular de la antigua china. Mi consulta me llevó primero a un texto conmovedor, el que corresponde al símbolo Tai, La Paz. En su imagen, El Cielo y La Tierra (seres originarios de todo lo existente) se colocan uno sobre otro y “unen sus virtudes en una armonía íntima”. De esa concordia surgen las condiciones para que la naturaleza brote y prospere, siempre y cuando ―el I Ching lo subraya― reciba la ayuda humana. “Esta actividad humana sobre la naturaleza, devuelve lo bueno al ser humano.”

Lo anterior concluye con una cruda advertencia (yo la interpreto no tanto como una alerta ante la pandemia de COVID-19 sino frente a eventos futuros). Todos sabemos que la naturaleza a nuestro alrededor ha sido afectada de formas atroces y que la aparición de pandemias y otras catástrofes sólo se puede frenar con nuestra acción decidida. Tal vez pensemos que no es momento de recordar cosas como ésta, y sin embargo tal conciencia no tiene por qué abatir nuestra esperanza actual ni la voluntad de hacer memoria y reconstruirnos; al contrario, puede ser el elemento crucial para no perder nuestra paz naciente.

Así es como lo dice el I Ching:

Todo lo terrenal está sometido al cambio. El ascenso es seguido por el descenso. Tal es la ley eterna sobre la Tierra. Esta convicción permite no ilusionarnos cuando llegan las épocas favorables, ni quedar deslumbrados por la buena fortuna pensando que es duradera. Si seguimos atentos al peligro, evitaremos los errores. Mientras que el ser humano se mantenga interiormente superior al destino, permaneciendo más fuerte y rico que la felicidad exterior, la fortuna no lo abandonará.

Estas palabras se reiteran en el otro símbolo que el I Ching añadió a mi consulta: Lin, El Acercamiento: “Si uno se enfrenta con el peligro antes de que se manifieste como fenómeno, más aún, antes de que haya comenzado a dar señales, llegará a dominarlo”. Lin ―cuya composición contiene el ícono de El Lago― concluye dando un papel primordial en todo esto a los maestros: “El noble no tiene límite en su intención de enseñar”, dice, y explica: “Así como aparece inagotable la profundidad del lago, así también es inagotable la disposición del sabio para instruir a los demás seres humanos”. Convertido en soporte, el maestro es también protector de la humanidad, “sin excluir parte alguna de ésta”.

En una situación como la actual, describir al maestro como protector de los seres humanos no me parece mera exaltación poética. Quieran o no admitir el papel que les asigna el I Ching, los maestros tienen quizás la mayor responsabilidad en ese “trabajo” sobre la naturaleza que ya todos reconocemos como necesario; más responsabilidad incluso que los gobiernos y las industrias, quienes, al parecer, también necesitan ser educados. Y aunque la verdadera y más profunda educación está en manos de todos los ciudadanos, la comunidad escolar es uno de sus principales ámbitos: reconstruirse como maestro puede muy bien apuntar hacia ocupar ese papel de Protector.


Andrés García Barrios es escritor y comunicador. Su obra reúne la experiencia en numerosas disciplinas, casi siempre con un enfoque educativo: teatro, novela, cuento, ensayo, series de televisión y exposiciones museográficas. Es colaborador de las revistas Ciencias de la Facultad de Ciencias de la UNAM; Casa del Tiempo, de la Universidad Autónoma Metropolitana, y Tierra Adentro, de la Secretaría de Cultura.

Fuente de la información e imagen: https://observatorio.tec.mx

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Lecciones del COVID-19 en el sector educativo

Por: Paulette Delgado

El coronavirus tomó al mundo educativo por sorpresa y lo obligó a ajustarse a una enseñanza en línea en poco tiempo. ¿Qué lecciones podemos aprender al respecto?

Debido a la pandemia, tanto alumnos como educadores se vieron en la necesidad de adaptarse a las clases en línea rápidamente. Ahora, meses después, es momento de reflexionar qué impactos ha tenido el COVID-19 en la educación y qué lecciones se pueden aprender.

En primer lugar, es importante observar la curva de aprendizaje de China al ser los primeros en entrar en cuarentena.

¿Qué podemos aprender de China? 

El caso de China ha demostrado que es claro que ha aumentado el número de horas que los maestros y alumnos pasan frente a la pantalla, lo que no es lo ideal. Según investigadores de la Universidad de Pekín, 15 a 30 minutos son más que suficientes para tener una sesión efectiva, ya que las sesiones en línea necesitan mucha concentración durante las clases y esto puede agotar tanto al educador como al alumno. Sin embargo, el número de horas promedio que pasan en línea tanto alumnos como docentes en China es de tres horas.

El Departamento de Educación de Guangdong liberó una guía sobre cómo hacer que los cursos duren 20 minutos. Ellos recomiendan no sólo enfocarse en la pantalla, sino también encargar actividades prácticas para reducir la fatiga.

Otro problema que se ha acentuado en este país durante la pandemia es la brecha de acceso digital. No todos los alumnos tienen acceso a la tecnología necesaria para conectarse a las clases en línea, por lo que en el mes de febrero, el Ministerio de Educación de China prohibió introducir un currículo nuevo hasta el final del semestre. Al mismo tiempo, animó a los maestros a enfocarse en la salud mental, física y entretenimiento. Se dictaminó que para el 13 de abril, las escuelas podían empezar con un nuevo plan de estudios en línea.

La tercera lección que se puede aprender de China es el apoyo a sus maestros. La Escuela Internacional de Educación Yew Wah de Guangzhou, por ejemplo, se centró en apoyar la colaboración entre docentes y permitirles experimentar. Sus educadores trabajaron en equipo para abrir una plataforma de aprendizaje en línea en sólo una semana y están en constante comunicación compartiendo ideas y resolviendo dudas, lo cual los estudiantes tomaron como ejemplo de colaboración.

La siguiente lección de China es la importancia de comunicarse con las familias. El aprendizaje en línea es una ventana al aula, por lo cual es importante dejar que ellos opinen al respecto y se sientan escuchados. Siguiendo con el ejemplo de la escuela de Yew Wah, la institución encuestó a las familias después de 10 días de clases online, para conocer la opinión y el sentimiento general de madres y padres. La encuesta resultó en ideas útiles y sugerencias que se tomaron en cuenta, como por ejemplo, la duración de las sesiones en línea las cuales, tras la encuesta, fueron ajustadas a 10 minutos frente a la pantalla y 20 minutos con actividades asincrónicas.

Pero, ¿qué hay del resto del mundo? ¿Qué otras lecciones se pueden aprender de esta pandemia?

Lecciones durante la pandemia

Involucrar a las familias

Katy Farber, educadora con más de  20 años de experiencia y autora de tres libros sobre educación opina que las familias deben ser incluidas en el proceso educativo. Debido a que ahora están más involucradas en la educación de sus hijos, tienen mucho que aportar y los educadores y personal educativo deberían valorar su opinión y aportaciones.

Farber comenta que otra lección importante de esta pandemia es que la enseñanza debe ser más flexible y adaptarse a lo que el estudiante necesita. Cada día, tanto adultos como niños y adolescentes en todo el mundo se sienten afectados física y emocionalmente por la pandemia, por lo que el proceso de aprendizaje puede verse afectado por estos factores.

Es importante tomar en cuenta que estamos viviendo una crisis sanitaria global, que nos impacta en todos los aspectos de nuestras vidas. Por lo tanto, establecer horarios inflexibles para la enseñanza no es el enfoque más práctico, los estudiantes deben tener la oportunidad de acceder al material en diferentes momentos y maneras que mejor se adapten a su situación particular.

La importancia de la salud mental

Otra enseñanza que nos ha dejado la cuarentena es la importancia de enfocarse en la salud mental. Debido a que el mundo está pasando por un momento caótico y traumático de manera colectiva, es más sencillo hablar sobre aislamiento, las emociones que esto ha provocado y cómo cada persona sobrelleva la situación de diferente manera. Esta apertura debería permanecer más allá de la pandemia, independientemente de cómo se vea la eduación en el futuro. En cada nuevo modelo o política educativa, debería tomarse en cuenta la salud mental no sólo de los estudiantes, sino también la del profesorado, personal no académico y de apoyo, así como también desarrollar estrategias que beneficien su bienestar mental.

Según Farber, es importante comprender que somos una comunidad, lo que significa que cada persona es responsable del otro. La cuarentena ha hecho que muchas personas sacrifiquen eventos importantes, su vida social, trabajo y demás, para evitar contagios. Este tipo de actitudes demuestran que todos estamos conectados y que las acciones colectivas son importantes y tienen una gran influencia sobre la salud y el bienestar de toda la comunidad. La educación del futuro debe aprender de esto y enfocarse en fomentar en los alumnos la responsabilidad, de manera que sean  miembros comprometidos con su comunidad que saben, además, trabajar de manera colectiva..

Por otro lado, el Foro Económico Mundial también dio a conocer las lecciones por aprender de la pandemia. El organismo reconoce que el sistema educativo global se remonta a más de 200 años y muchas veces no se enfoca en el bienestar emocional de los alumnos.

A consecuencia de la pandemia, la ansiedad, incertidumbre, miedo y sentimientos de aislamiento han aumentado, por lo que es importante enfocarse en brindar apoyo a los estudiantes y permitir que se conecten entre sí de manera informal, ya sea por chat o por videoconferencia durante las clases en línea, señala el Foro Económico Mundial.

Además, reconocen que existe una gran brecha tecnológica ya que no todos los estudiantes tienen acceso a la tecnología necesaria para tomar sus clases en línea. Esta desigualdad se ha exacerbado por la pandemia, por lo que gobiernos y escuelas deberían de unir fuerzas para garantizar una infraestructura que ayude a minimizar esta brecha.

Lecciones para la educación superior

Según Quacquarelli Symonds (QS), compañía británica que se especializa en educación y estudios en el extranjero, hay cinco lecciones clave que el coronavirus ha dejado a la educación superior:

  1. Las plataformas en línea son clave: Debido a la pandemia, muchas instituciones se vieron forzadas a trasladar sus lecciones al entorno en línea, utilizando plataformas o administradores  de aprendizaje como BlackBoard o Canvas. Esta tecnología permite al maestro subir recursos, impartir clases virtuales y darle seguimiento a sus alumnos. El CEO de Perlego, una biblioteca digital, señala que hubo un aumento del 300 % en los acercamientos de la educación superior y las instituciones de educación superior que buscan pasar al aprendizaje en línea.

    Este aumento repentino de demanda refleja la importancia de las instituciones por mantenerse al día sobre las plataformas en línea y estar constantemente capacitando a sus maestros para saber aprovecharlas. Según QS, varios países árabes habían rechazado la educación en línea en el pasado por preferir los métodos tradicionales, lo cual resultó en muchos problemas al inicio de la pandemia por su falta de preparación.

  2. El valor de la  movilidad internacional y las asociaciones: Ahora, las instituciones educativas se han percatando de la importancia de estar interconectados internacionalmente. En el caso de los estudiantes de intercambio, muchos se enfrentaron a la lucha de regresar a sus países en medio de fronteras cerradas para detener la propagación del virus.

    Esto resultó en que diversas universidades, como la Universidad de Melbourne, tuvieron que ir al rescate de sus alumnos internacionales para apoyarlos a regresar a sus países de origen. Y no sólo los programas internacionales se han visto afectados, los proyectos de investigación también. Muchos investigadores se han visto obligados a detener sus investigaciones, como es el caso de Richard Lenski, que llevaba 32 años investigando el crecimiento de poblaciones de bacterias Escherichia coli (E. coli).

    Por su parte, QS señala  que aquellas universidades con buenas conexiones internacionales se les hará más fácil el regreso a la nueva normalidad, incluyendo el ámbito de la investigación.

  3. La importancia de tomar en cuenta  la naturaleza: Debido a la cuarentena, el acceso a la naturaleza y al aire libre es limitado, lo cual ha resultado en que muchas personas aprendan a valorarla. Es importante que las universidades fomenten en la comunidad universitaria el vínculo entre productividad, consumo y naturaleza.

    La luz del sol, por ejemplo, tiene un impacto significativo en la capacidad de trabajar eficazmente, según estudios. Además de mejorar el estado mental, de sueño, fortalecer su sistema inmunológico y estar más alerta, lo cual hace a las personas más felices y productivas.

  4. Valorar la comunidad: Es normal sentirse aislados al estar lejos de familiares, amigos, compañeros y maestros. Aún así, es importante recordar que pasar tiempo con otras personas está relacionado con la felicidad.

    La pandemia ha ayudado a la gente a recordar que son parte de una comunidad y la importancia de mantenerse en contacto. Las universidades deben de enfocarse en mantener una comunicación constante con sus educadores, colaboradores y alumnos, actualizándonos constantemente sobre lo que sucede y alentándolos a aprovechar las herramientas tecnológicas para conectarse con otras personas.

  5. Contar con tecnología actualizada: Contar con plataformas digitales y equipo técnico necesario no sólo ayudará a trasladarlos al entorno en línea, sino también pueden apoyar en el aspecto administrativo. Es importante que las instituciones educativas revisen constantemente si sus plataformas o tecnologías no se han vuelto obsoletas o los detiene de responder eficazmente en caso de crisis, como lo ha sido el coronavirus.

¿Cómo será el regreso a clases en la “nueva normalidad”? 

Aunque el ciclo escolar está terminando en muchas partes del mundo, es importante comenzar a cuestionarse qué pasará en agosto o septiembre, meses en los que diversos países alrededor del mundo plantean reabrir los centros educativos.

Ante la posibilidad de un regreso a clases presenciales, los líderes educativos deben formular diversas preguntas antes de abrir sus planteles. El Foro Económico Mundial indica que es necesario cuestionarse si están dispuestos a modificar el plan de estudios, el modelo educativo, e incluso, el tiempo de las lecciones para asegurar que los alumnos se puedan adaptar a la “nueva normalidad” en el aula, de manera que se puedan concentrar y participar en clase sin temor de contagiarse.

Por otro lado, la  pandemia ha desatado una crisis de ansiedad, miedo y sentimientos de aislamiento en los alumnos, por lo que se necesita que educadores y personal académico colaboren en la construcción de un sentido de comunidad a través del aprendizaje remoto. Este esfuerzo debería de permanecer una vez que se regrese a clases presenciales. El Foro Económico Mundial incluso invita a los educadores a cuestionarse si están dispuestos a darles las oportunidades para conocerse y conectarse mejor el uno con el otro y compartir sus sentimientos en un ambiente seguro. Esto puede ser creando espacios o tiempos específicos para hablar de su salud mental y capacitando a los docentes en este tema.

De acuerdo con datos de la OCDE, la mayoría de los gobiernos invierten solamente entre el 2 % y el 4.5 % de su PIB en educación. Será importante que se aumente la inversión en educación ya que los salarios de los docentes en muchos países son ínfimos y la inversión en programas de desarrollo profesional para personal docente. En este último aspecto, la capacitación de los maestros será esencial para que cuenten con los conocimientos y herramientas necesarias que les permitan adaptarse a los cambios que están por venir.

También será de suma importancia garantizar que todos los alumnos tengan acceso a la tecnología que se ha vuelto vital para el aprendizaje en línea durante la pandemia, esto no será fácil.  “Será difícil nivelar el campo de juego absolutamente, pero ¿cuánto esfuerzo se hará para nivelarlo más?”, señala el reporte del Foro Económico Mundial.

Sin duda, el COVID-19 ha venido a sacudir al mundo, ahora será cuestión de analizar las lecciones que se han aprendido durante este tiempo, y que deberá cambiar a partir de ahora. Es tiempo de invertir más en educación. Es  momento de hablar de manera más abierta sobre la importancia de la salud mental y el bienestar de alumnos, docentes y personal no académico. Es momento de replantearnos si los sistemas de evaluación que usábamos hasta ahora siguen vigentes para garantizar el aprendizaje efectivo.

Por último, aunque la pandemia y cuarentena llegaron sin previo aviso y las instituciones educativas tuvieron que  adaptarse rápidamente para asegurar la continuidad académica, debemos aprovechar esta crisis para hacer una pausa que nos permita analizar, reflexionar y replantearse la educación como la conocíamos hasta ahora.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/lecciones-covid-19-educacion

Imagen: Alexandra_Koch en Pixabay

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