La médica ugandesa Irene Kyamummi recibió este jueves 5 de marzo de 2020 en Madrid el Premio Harambee 2020 a la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana por su participación en el programa ‘Children Health Project’ (CHEP), que tiene como objetivo disminuir la mortalidad y la malnutrición infantil en Kenia y que ahora quiere trasladar a su país.
«En los asentamientos de Nairobi donde nació el programa CHEP, la mortalidad infantil alcanza los 150 niños fallecidos menores de un año por cada 1 000 nacidos vivos», señaló la galardonada durante la rueda de prensa organizada por la ONG internacional Harambee, que otorga el premio.
Kyamummi, doctora en anestesia y cuidados intensivos, trabajó durante dos años en el proyecto y ahora, tras los buenos resultados logrados en Kenia, donde han logrado atender a más de 5 000 niños, quiere afrontar el «inmenso reto» de llevar esa iniciativa a su país natal.
En Uganda, con una población de más de 42 millones, «más de la mitad de la población son niños» (23 millones) y en las zonas rurales «tres de cada diez menores de cinco años sufren desnutrición y dos millones tienen retrasos en el crecimiento», señaló la premiada, que quiso recalcar también la importancia de fomentar «una cultura de la sanidad» en África.
Según Kyamummi, la cuarta de ocho hermanos y que desde pequeña quiso ser médica, se trata de atender no solo a los niños sino a los padres, lo que provoca un «efecto multiplicador» porque de esta manera «pueden cuidar mejor de sus hijos».
«Somos muchos los africanos que dedicamos nuestras vidas a promover la igualdad básica de niñas y niños. Mi deseo es que puedan vivir sanos y tengan la oportunidad de continuar una cadena de servicio al ciudadano», dijo la doctora, perteneciente a la tribu Baganda, el grupo étnico más grande de su país.
El presidente de Harambee en España, Antonio Hernández, destacó el «valor especial» del proyecto CHEP porque «nace de una realidad local» y no de «un despacho». https://twitter.com/i/status/1235482793049653248
Irene Kyamummi, que siempre se ha involucrado en proyectos para ayudar a personas con pocos recursos, quiso compartir el galardón con las «miles de mujeres del África subsahariana» que «comienzan pequeñas empresas familiares».
«Los países de mi entorno, según el Banco Mundial, tienen la tasa de emprendimiento más alta del mundo, y es la única región en la que las mujeres están más dispuestas a emprender que los hombres. No quería dejar de compartir esta alegría, y este premio, con todas esas mujeres», aseguró.
Su proyecto “Child Health Project” proporcionará asistencia sanitaria a la población infantil más desfavorecida de Uganda.
Un nuevo informe de UNICEF revela que 200 millones de menores de 5 años están malnutridos o son obesos debido a una mala alimentación exacerbada por factores como la pobreza, la urbanización o el cambio climático.
Un tercio de los menores de 5 años, es decir 200 millones de niños, sufre las consecuencias de una mala dieta y de un sistema alimentario que no sirve a toda la población por igual. Además, cerca de dos terceras partes de los niños entre seis meses y 2 años no reciben los nutrientes que necesitan para su crecimiento.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) advirtió este martes que esta mala nutrición provoca retrasos o daños al desarrollo cerebral, debilita la capacidad de aprendizaje, reduce el sistema inmunológico y coloca a los niños en un alto riesgo de contraer infecciones que a menudo les causan la muerte.
La pobreza es la causa principal del mal estado de la nutrición, según palabras de la directora ejecutiva de UNICEF, Henrietta Fore: “Pese a todos los progresos tecnológicos, culturales y sociales de las últimas décadas, hemos perdido de vista el hecho más básico: si los niños tienen una dieta pobre es porque su vida es pobre. Millones subsisten con dietas malsanas simplemente porque no tienen una mejor opción”, apuntó.
En este sentido, Fore consideró que se debe cambiar la manera de entender y responder a la malnutrición. “No se trata de solamente de dar a los niños suficiente comida, se trata de darles los alimentos adecuados. Ese es nuestro gran reto.”
Máscara del hambre
El informe indica que el sobrepeso y la obesidad ganan terreno en todos los continentes a un ritmo acelerado y subraya que este fenómeno puede llegar a enmascarar el hambre y la falta de nutrientes esenciales para el desarrollo de los niños hasta que es demasiado tarde para remediarlo.
UNICEF prevé que esta tendencia continuará y refiere que ningún país ha reducido los niveles de sobrepeso y obesidad en los últimos 20 años.
El estudio recuerda que los malos hábitos alimenticios empiezan desde los primeros días de vida. Como ejemplo refiere que si bien la leche maternal puede salvar vidas, sólo el 42% de los bebés menores de seis meses son alimentados exclusivamente por amamantamiento y que cada vez más infantes se alimentan con fórmula. De 2008 a 2013, las ventas de leche en fórmula para bebés se incrementaron un 72% en los países de renta media alta como Brasil, China y Turquía, sobre todo debido la desinformación y a políticas inadecuadas para promover la lactancia materna.
También es común que cuando los niños pasan de la leche a los alimentos sólidos, se les proporcionen alimentos inapropiados. El resultado es que casi el 45% de los menores de 2 años no come frutas ni verduras y cerca del 60% no come huevo, lácteos, pescado o carne.
UNICEF señala que a medida que crecen, los niños están cada vez más expuestos a alimentos poco saludables, principalmente a causa de la publicidad, y consumen alimentos ultra procesados, comida rápida y bebidas azucaradas.
La obesidad y el sobrepeso son consecuencia de este fenómeno. Los datos de UNICEF reportan que de 2000 a 2016, la proporción de sobrepeso en los menores entre 5 y 19 años aumentó de 10 a 20%.
Causas y soluciones
El informe destaca que las comunidades más pobres y marginadas son las que sufren mayor malnutrición infantil.
Los desastres relacionados con el clima también tienen peso en la mala nutrición ya que causan crisis alimentarias graves y encarecen los precios de la comida, además de perjudicar la calidad de los productos agrícolas.
Para buscar una solución a todas las formas de malnutrición, UNICEF llamó a los Gobiernos, el sector privado, los donantes, las familias y los negocios a ayudar a que los niños crezcan sanos informando y alentando a las familias, los niños y los jóvenes a consumir alimentos nutritivos
Abogó asimismo por la utilización de las legislaciones que han tenido éxito para disminuir la demanda de alimentos, como ha ocurrido con los impuestos a las bebidas azucaradas.
Llamó también a los proveedores de alimentos a incentivar la comida sana a precios asequibles y pugnó por un etiquetado claro y preciso, así como por controles estrictos de la comercialización de los alimentos no saludables.
Los números
149 millones de niños están retrasados en el crecimiento o son muy pequeños para su edad
50 millones de niños padecen emaciación, es decir, son muy delgados para su estatura
340 millones de niños -o la mitad de ellos- sufren deficiencias de vitaminas y nutrientes esenciales, como la vitamina A y el hierro
40 millones de niños tienen sobrepeso o son obesos
Meritxell Relaño, representante de UNICEF en Yemen, nos cuenta su experiencia en la mayor crisis humanitaria del mundo.
Han pasado cuatro años desde que comenzó la guerra de Yemen; cuatro años de bombardeos y ataques sobre la población civil que apenas aparecen en los medios de comunicación y han provocado la mayor crisis humanitaria del mundo. Las cifras son demoledoras: más de 70.200 víctimas directas han muerto por un conflicto interno que se ha internacionalizado con la coalición liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes, que cuenta con apoyo indirecto de otras potencias internacionales. Además, según datos del «contador de la vergüenza» que han puesto en marcha ONG como Save the Children, Amnistía Internacional y Oxfam, se han realizado más de 19.000 ataques aéreos (uno cada dos horas de media) y 24 millones de personas necesitan ayuda para sobrevivir (un 80% de la población). Además, 85.000 menores de cinco años podrían haber muerto por hambre u otras enfermedades.
En octubre de 2015, Meritxell Relaño (Durango, Vizcaya, 1972), doctora en Ciencias Políticas y Sociología, llegó a Yemen como representante de Unicef. Había trabajado en países como Timor Oriental, Colombia, Mozambique o Gambia, pero era su primer destino en un país en guerra. «Nada te prepara para esta experiencia -explica-. Es imposible transmitir lo que es una guerra. Tal vez solo los ancianos que vivieron la Guerra Civil puedan entenderlo».
Esperando una paz que parece encallada tras las conversaciones de Estocolmo -de las que ha salido una frágil tregua-, Relaño ha pasado a ser directora de la Oficina de Programas de Emergencia en Ginebra, pero tiene muy presente el conflicto yemení. Cuando llevaba tres meses en el país, se quedó impresionada al ver a los niños y niñas por primera vez en la calle. Fue en Saná, la capital. «Un día de sol, salimos a la calle para ver cómo se repartía el agua. Parecía una jornada tranquila, sin ruido de aviones. Me llamó la atención la palidez de los niños que salieron por fin de sus casas a intentar recoger agua con unos cubos». Esos pequeños, «de tez blanquecina, con ojeras, muy delgados», vivían encerrados en sus pequeñas casas. Verlos en la calle le produjo una mezcla de emociones: «Era una escena bonita porque estaban jugando con el agua; y, a la vez, resultaba impactante por la expresión de sus rostros. Esos niños rompían su encierro durante unos minutos, los que permanecía abierto el grifo en aquel barrio». Desde aquel día, en todas sus comparecencias públicas, entrevistas en medios o reuniones de altas instancias, Meritxell repite una frase: «Que paren ya la guerra«.
En los cinco meses posteriores a los acuerdos de Estocolmo al menos 80 menores han muerto o resultado heridos. Relaño ha colaborado con distintas ONG desde que era muy joven, pero, afirma, la misión de Unicef es única. «Me motiva el mandato de la organización. Que todas las niñas y niños vean sus derechos cumplidos. El derecho a la vida, a la educación, a la protección…», reconoce.
¿Sin esperanza?
«La situación empeora por momentos. Cuando llegué aún había esperanza. Luego se perdió por muchos meses. Ahora, con la tregua, vuelve a haber una pequeña luz en el horizonte». Las cifras, aun así, son aterradoras: «Mientras estuve allí murieron más de 2.500 niños por las bombas o las minas antipersona y más de 3.000 fueron heridos o mutilados. Yemen es ya la mayor catástrofe humanitaria del siglo, con 24 millones de personas que necesitan ayuda humanitaria». El verano de 2018 fue particularmente sangriento: más de 100 niñas y niños murieron como consecuencia directa del conflicto. Además, muchos menores fallecen por enfermedades como diarreas, neumonías, malnutrición… «Estos niños no saben si podrán ir a la escuela este mes, o si les van a reclutar y a llevar al frente. Todo está peor, a pesar de los esfuerzos de la ayuda humanitaria, que impide que mueran muchos más. Imagina la situación de millones de familias, que llevan ya casi cuatro años sin ingresos, sin trabajo, que han vendido ya todo lo que tenían para alimentar a sus hijos, que se han endeudado para pagar los gastos mas básicos».
En el país, 11 millones de menores necesitan ayuda humanitaria para sobrevivir. Unos dos millones de niños en edad escolar no asisten a la escuela. Otros tantos sufren malnutrición y hay 400.000 con desnutrición aguda severa, lo que les sitúa al borde de la muerte. Al menos 56.000 menores de cinco años fallecen cada año por causas totalmente prevenibles. Hoy, además de pálidos, sus rostros están demacrados. Se les ven los huesos, apenas recubiertos de piel. Si se les da un juguete, lo miran sin saber qué hacer porque nunca habían visto uno.
Mujerhoy Usted que ha sido representante de Unicef, ¿qué les diría a los gobiernos?
Meritxell Relaño Que paren la guerra. Y si no pueden, que las partes en conflicto respeten el Derecho Internacional Humanitario y las reglas de la guerra. Que no mueran más civiles, que no ataquen escuelas ni hospitales, que no usen a los niños como soldados.
M.H. ¿Cómo ha podido resistirlo?
M.R. Precisas de paciencia infinita, cabeza fría y resiliencia, saber cómo decir las cosas para que no se ofenda nadie y la fortaleza mental. Aprendes a negociar con Dios y con el diablo.
M.H. ¿Cómo es el trabajo de Unicef allí?
M.R. No hay un Estado que invierta en salud, alimentación o educación, así que tenemos cinco programas. A través del de salud, el más importante, tratamos a más de 400.000 niños con malnutrición severa aguda. También traemos medicinas para los menores de cinco años y pagamos todos los gastos de los hospitales, desde el combustible hasta los salarios. Igual rehabilitamos un colegio destruido por las bombas que entregamos material escolar o imprimimos libros. Distribuimos agua potable y combustible para que se pueda bombear agua a las ciudades. Trabajamos en la prevención de matrimonios prematuros, la denuncia de los casos de niños reclutados para el frente… El país está al borde del colapso.
M.H. ¿Cómo lo viven los yemeníes?
M.R. Con resignación, esperando que acabe todo. Yemen era uno de los países más pobres de la región pero este conflicto ha hecho retroceder sus indicadores más de 10 años, sobre todo en mortalidad infantil.
M.H. ¿Hasta qué punto es dura la situación?
M.R. Hay historias terribles. Alí, de ocho años, llegó, en los huesos y con cólera, al hospital en Aden. Estuvo a punto de morir porque su madre no lograba reunir los 10 euros que necesitaba para llegar al hospital. Ahmed tiene terror al ruido de los aviones y las bombas. Solo puede dormir abrazado a su padre. A Fatouma la casaron con 13 años; su familia necesitaba la dote para alimentar a sus hermanos. Y he oído historias de padres que se han suicidado por no poder alimentar a sus hijos, de familias que comen hierbas porque no hay nada más, de embarazadas tan desnutridas que pierden a sus hijos, de niños de 13 y 14 años que se alistan para traer dinero a casa y mueren en el frente o vuelven heridos en cuerpo y alma… Demasiadas historias, demasiado horror.
M.H. ¿Hay también historias de esperanza?
M.R. Trabajando con niños siempre las hay. En Saná organizamos una sesión TEDx con jóvenes de todo el país. Fue emocionante oír sus historias de superación. Niñas y niños que, a pesar de todo, acababan sus estudios, tocaban música, publicaban blogs y se reían de la vida como solo los jóvenes pueden hacer. El que más me impresionó fue Abdulrahman, que con medio cuerpo casi paralizado corre maratones.
M.H. ¿Cuál es la situación de las mujeres y niñas?
M.R. De mayor vulnerabilidad, si cabe. La mayoría de las mujeres no tiene ingresos propios; se dedican al cuidado de los hijos, unos seis por cada una. Está aumentado la violencia contra las mujeres y las niñas y a muchas pequeñas las casan cuanto antes para tener una boca menos que alimentar y ganar la dote.
M.H. ¿Cómo salen adelante los yemeníes?
M.R. Más de ocho millones de personas dependen de la ayuda alimentaria. Su pensamiento principal es sobrevivir un día más. Luego están los que no cobran un sueldo desde hace meses: maestros, enfermeros… Y los que han perdido su trabajo: los comercios han cerrado, no se cultiva por falta de agua, no hay pesca porque se han militarizado los puertos… Las mujeres que trabajan en nuestras oficinas, médicas o ingenieras, mantienen con su sueldo, a veces, a más de 40 personas.
M.H. ¿Cómo es vivir en estado de guerra?
M.R. En Yemen hay bombardeos continuos en muchas partes del país, sobre todo en la zona de Hodeida y en Saada, al norte. En Saná me tocó dormir muchas veces en el pasillo, lejos de las ventanas. En diciembre, cuando mataron al presidente Ali Abdullah Saleh, hubo un conflicto muy cerca de donde vivía y estuve 10 días sin poder salir del apartamento. No te puedes imaginar cómo es el sonido que hacen las bombas, tremendo. Oyes el avión y luego llega el misil. Nunca sabes cuándo va a ser, no hay avisos… Si escuchas un avión, ya entras en tensión.
M.H. ¿Qué hace la población civil cuando hay bombardeos?
M.R. Las instrucciones son bajar al primer piso y si tienen sótano, mejor. No hay refugios en las ciudades. Imagina el estrés. Para los niños es aún peor, porque no entienden qué pasa. Algunos iban andando por la calle con un amiguito y lo han visto morir en una explosión. Hay muchísimos niños con traumas. Por eso también tenemos un programa de apoyo psicosocial.
M.H. ¿Qué ha aprendido allí?
M.R. Muchas cosas, pero solo hablaré de las buenas: la solidaridad entre la gente que tiene poco y la sonrisa de las niñas y niños cuando van a la escuela, que es su tabla de salvación. Sin educación no hay futuro y ellos lo saben.
M.H. ¿Y qué es lo que más le ha marcado?
M.R. Los niños que llegan al hospital a punto de morir por malnutrición.
M.H. ¿Cómo lograba mantener el optimismo en esta situación?
M.R. Era muy difícil y había días muy complicados, pero hay un día siguiente y hay que salir adelante. Si no hubiera podido liderar a mi equipo con optimismo, imagínate. Debes liderar con el ejemplo, no se te puede ver decaída o con moral baja, es mucha responsabilidad. Eso me lo guardaba para mí para por la noche. También hablaba con mi familia a diario. Y cada seis semanas pasaba en España una semana. Es algo obligatorio, además de necesario por tu propia salud mental.
M.H. ¿Qué ha sentido al tener que dejar Yemen, qué vínculo le queda con la gente con la que ha trabajado allí
M.R. Fue doloroso dejar el país porque la experiencia ha sido intensa. Yemen y su gente estarán siempre conmigo, no solo porque sigo trabajando en emergencias y Yemen es una de las mas grandes y complejas del mundo, sino también porque una vivencia tan enriquecedora no se olvida fácilmente y sigo en contacto con mucha gente que sigue allí.
La Ley de Alimentación Escolar, aprobada el martes recién pasado por el Congreso de la República, levantó muchas expectativas porque supuestamente buscaba asegurar la calidad de la refacción que reciben los estudiantes de entre 6 y 12 años de edad.
Pese a que en su paso por el Legislativo la ley había perdido fuerza a causa de varias enmiendas presentadas por diputados, finalmente fue aprobada, pero obvió aspectos como restringir que la refacción contenga alimentos altos en azúcar, grasa y sal.
El decreto sí incluye un incremento del aporte estatal para la refacción a los niños de escuelas públicas, el cual es actualmente de Q1.11 por estudiante y el próximo año debe ser de Q3, y en el 2019, de Q4, cuyo financiamiento no está claro.
Al principio, el espíritu de la iniciativa era brindar una dieta más saludable a los niños en edad escolar, para reducir enfermedades crónicas.
Países como Chile y Perú han aprobado en los últimos años leyes para prevenir el sobrepeso y la malnutrición en los infantes, para lo cual buscan limitar el acceso de los niños a alimentos considerados poco saludables.
En esos países se prohíbe, por ejemplo, la venta de productos altos en azúcar, grasa y sodio en las tiendas escolares, así como la publicidad de este tipo de alimentos dirigida a menores de 14 años.
Aunque la iniciativa 4944 original incluía la limitación de publicidad que induzca al consumo de productos poco saludables, fue eliminada del decreto que fue aprobado, el 16-2017, y se sustituyó por un punto que quedó de la siguiente manera: “El Ministerio de Educación podrá regular la disponibilidad de alimentos saludables, bajo la dirección y administración de los centros educativos públicos y privados”.
La recién aprobada normativa obliga al Ministerio de Educación a crear una comisión nacional de escuelas saludables, la cual deberá crear una base de datos sobre los alimentos que se pueden vender en los establecimientos educativos, tanto públicos como privados.
población sensible
La alimentación durante la infancia tiene repercusiones para toda la vida, afirma la nutricionista Rosa Mendoza, quien advierte de que una dieta desbalanceada durante la edad escolar está ligada al desarrollo de afecciones como diabetes, hipertensión y otras en la vida adulta.
“Los niños son una población sensible al consumo de alimentos preparados que, usualmente, tienen un alto contenido calórico, grasas de mala calidad y exceso de sodio”, explica Mendoza.
Los menores pueden padecer sobrepeso o malnutrición al comer en exceso productos como galletas, pasteles, dulces, frituras e incluso algunos tipos de yogures y embutidos que comúnmente se consumen durante el recreo.
“El problema es que los niños reciben clases sentados y todas las calorías que consumieron durante el recreo no son utilizadas por el cuerpo, entonces son convertidas en grasa”, señala la nutricionista.
Ambiente escolar Sano
Los niños pasan gran cantidad de tiempo en los establecimientos educativos, por lo que en estos espacios es donde se puede promover la adopción de estilos de vida saludable, indica Fernanda Kroker-Lobos, investigadora en Nutrición Poblacional del Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (Incap).
De acuerdo con Kroker-Lobos, un ambiente alimentario saludable en un centro escolar es aquel que incentiva el consumo de frutas y verduras, y desincentiva la venta, distribución y publicidad de todo tipo de bebidas o alimentos no saludables.
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