Lo que realmente ha hecho daño a Siria en una década de guerra


Por: Alberto Rodríguez García


Aunque diez años puedan parecer poco y la sensación sea de que pasaron en un parpadeo, la última década ha cambiado el mundo completamente. Ha cambiado Oriente Próximo y ha cambiado Siria. De la república que con Abdallah Dardari quiso abrirse a una economía de mercado con importante inversión social ya solo queda un recuerdo, y es que el fragor de la guerra y la agresión exterior han forzado al joven Estado a volver a viejos modelos menos experimentales, a reinventar constantemente su economía y, con ello, su forma de hacer la guerra.

Si bien la guerra en Siria es un drama que ha arrasado con una generación, a menudo despoblando localidades enteras –medio millón de muertos es una cifra triste y dolorosa porque son medio millón de historias silenciadas a golpe de bala, cuchillo y artillería–, lo que realmente ha hecho daño al Estado sirio no son los muertos, sino la fuga de capitales y el expolio de sus infraestructuras y sus recursos.

La auténtica guerra a la que todavía tiene que hacer frente Siria –aunque la mayoría de los frentes hayan desaparecido o se hayan calmado–, es a la de la supervivencia económica. De ser un país que exportaba producto agrícola, en el primer lustro de la guerra Siria llegó a tener un déficit de casi un millón de toneladas en la producción de grano. Las rutas de suministro interno estaban tan amenazadas, cuando no destruidas, por los frentes que resultaba más barato importar del Mar Negro que llevar grano de Hasaka a Damasco. Del mismo modo, la capacidad de guardar cereales cayó de siete millones de toneladas a poco más de tres. Esta problemática se dio también con la fruta e incluso con la escasez de carne, hasta tal punto que en Siria ya prácticamente no quedan camellos. Y así llegó la inseguridad alimentaria que en 2021 se ha agravado aun más, fruto de las sanciones que impiden el desarrollo de Siria para que las zonas pacificadas puedan volver al estándar de vida pre-2011.

La guerra moderna es salvaje, es cruel, y el daño ya no se hace masacrando a ejércitos con soldados que se cuentan por miles, sino destruyendo la economía y el abastecimiento del enemigo.

Además de los alimentos, otro objetivo de quienes querían destruir el Estado sirio han sido las infraestructuras en general y la industria en concreto. Por todos es conocido que EE.UU. y Turquía se están enriqueciendo con el petróleo sirio aun y cuando las sanciones impuestas por la Unión Europea deberían impedirlo –pero como no son el Estado sirio se les perdona– ya que se impusieron sobre el petróleo en general; sin que se tenga en cuenta quién lo vende. Menos conocida es la desmantelación de la industria siria e incluso de talleres de manufactura por parte de los grupos rebelde-yihadistas. Con ello también se ha perdido a la clase media y su capital, que han huido del país hacia naciones vecinas, países del golfo o Europa. Siria no puede pagar la totalidad de la reconstrucción del país, ni siquiera de ciudades como Kobane o Raqqa destruidas por otros, y para complicarlo aún más, la población está sufriendo cada día más porque también se agotaron los subsidios, además de que las sanciones impuestas contra la república árabe se encargan de impedir que el país pueda prosperar de nuevo.

La guerra económica contra Siria ha sido la más dura de todas las que ha sufrido: militar, propagandística, geopolítica… Pero la víctima no solo está aprendiendo a sobrevivir, sino que también ha interiorizado las claves para atacar. Y en este contexto, en apenas unos días de marzo, Rusia y Siria han hecho a los rebeldes proturcos más daño que la suma de todos los meses anteriores. No ha hecho falta un despliegue militar grandioso, ni una destrucción bíblica. Tampoco han hecho falta ríos de sangre y es que apenas ha habido violencia. Rusia y Siria han decidido destruir la economía y las rutas de suministros de los grupos yihadistas de línea más dura. Para ello, solo han hecho falta aviones.

En apenas unos días, con bombardeos muy concretos, Rusia y Siria han destruido una compañía de gas, varios almacenes, un mercado de petróleo de estraperlo y el lugar en el que se preparaban los camiones que cruzaban el paso fronterizo con Turquía. Han sido pocos ataques, pero estos ataques han liquidado una parte importante de la financiación de Hayat Tahrir al-Sham; el grupo surgido a partir de la primera matriz de al-Qaeda en Siria.

Las operaciones de este tipo, relativamente baratas, relativamente seguras y apenas letales, han logrado romper meses de estancamiento en el conflicto sirio entorno a Idlib. Ha devuelvo al gobierno sirio y aliados una posición favorable que no lo era tanto tras la última campaña de drones turcos en el norte. Así pues, Turquía mediante, a los pocos días se han abierto corredores humanitarios en Idlib y Afrín para permitir el movimiento de personas y el comercio entre territorio rebelde y territorio gubernamental; ignorando las protestas de los sectores más radicales de la oposición integrista en Idlib. Porque aunque grupos abiertamente yihadistas y otros más tímidos, como el Frente de Liberación Nacional, se hayan opuesto abiertamente a la apertura de estos corredores, su acción apenas pasa de publicaciones en redes sociales, ya que saben que no les quedan más opciones para sobrevivir.

La guerra ha cambiado. Si alguna vez tuvieron algo de cierto las historias de heroicidad y batallas épicas, ya no queda nada de aquello. La guerra moderna es salvaje, es cruel, y el daño ya no se hace masacrando a ejércitos con soldados que se cuentan por miles, sino destruyendo la economía y el abastecimiento del enemigo. El campo de batalla se ha tornado un asedio a gran escala.

Fuente e imagen: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/387831-siria-decada-guerra-economica

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