El nuevo asalto al agua y las rutas del capitalismo azul

Se han prendido las alarmas a nivel mundial en la segunda semana de diciembre, cuando CME Group –una compañía internacional especializada en los mercados de derivados financieros– comenzó a cotizar en bolsa derechos de uso del agua en California, específicamente en mercados de futuros. Sí, del agua.

Los mercados de futuros (futures Exchange), que permiten la realización de contratos de compra o venta de commodities para una fecha futura pactando el precio y las condiciones en el presente, son fundamentalmente nuevos ámbitos de enriquecimiento (especulativo y rentista) que crea el capital financiero sobre la base de dos factores muy sensibles que se potencian en la crisis civilizatoria: la inestabilidad y la escasez, vinculadas a las ‘materias primas’. Inestabilidad, que se intensifica con el caos dominante, la profunda crisis económica global, la conflictividad política y factores ambientales y climáticos cada vez más intensos, que ponen en jaque el acceso a cosechas y los bienes comunes en general. Escasez, que tiene que ver no sólo con las desigualdades reinantes y con la dramática degradación de los medios socio-ecológicos de vida, sino principalmente con el desquiciado ritmo de consumo impulsado por el sistema capitalista, a una velocidad que la capacidad de regeneración de los ecosistemas no puede aguantar. Y el agua para el uso humano está claramente insertada en esta dinámica depredadora. Algo verdaderamente muy peligroso.

Los contratos de futuros de derechos de uso del agua, surgen de la previsión de escasez del líquido para los próximos años –sobre todo en zonas geográficas más secas–, algo sobre lo que se han venido generando fuertes alarmas a lo largo del siglo XXI. El capital financiero parece darnos otra señal más de que el ‘futuro’ nos ha alcanzado. Y aunque algunos tratan de minimizar el hecho, sus implicaciones son múltiples: expresa un claro avance para convertir el agua en un indiscutible commodity –y derrocar toda su tradición de bien público y común–, abre la puerta a una clara inserción del vital líquido en la desquiciada lógica del capital financiero –dominada por el lucro de un puñado de grupos–, y revela un escalofriante acelerón hacia el abismo, cuando más bien todas la voces y fuerzas sociales y políticas sensatas en el mundo están clamando por cambios urgentes para evitar un escenario ambientalmente catastrófico.

Este paso reciente en la mercantilización y financiarización del agua no parece ser algo que pueda pasar desapercibido.

La ruta histórica del asalto sobre el agua

La cotización en bolsa de derechos de uso del agua en California no es un hecho aislado. En realidad refleja una continuidad histórica en los procesos de privatización, mercantilización, y más recientemente, financiarización del agua en los sistemas moderno-capitalistas. Su génesis está en los procesos de cercamiento de bienes comunes entre los siglos XVI y XVIII, fundamentales en la emergencia del capitalismo mundial, en los que los sistemas hidrográficos también fueron siendo incorporados a la lógica de acumulación de capital, generando considerables impactos y transformaciones en estos, así como en diversas formas preexistentes de gestión comunitaria del agua. Sin embargo, para entonces el agua seguía siendo una sustancia común, disponible a todos, si se quiere, un recurso abierto.

Es a partir de las Revoluciones Industriales en las que se va a configurar un nuevo metabolismo hídrico intensivo, donde el agua va a ser tratada como un ‘recurso’, y disputada por diferentes ramas de la producción capitalista: para usos requeridos por la manufactura y la industria pesada, para el vertido de desechos, para actividades extractivas fluviales y marítimas, entre otras. Con “La Gran Aceleración”, el nuevo salto del capitalismo de la post-guerra (+1945) que va a desplegar un nivel de consumo de materiales y energía sin precedentes en la historia de la humanidad, entraremos en una desquiciada dinámica de uso del agua –enormes sistemas de riego, expansión de la distribución de aguas hasta otras geografías, dramático crecimiento de la huella hídrica de las industrias y el sector servicios, etc– que va a comenzar a socavar dramáticamente numerosas fuentes aptas para el consumo, llevándonos a una situación muy comprometida hasta nuestros días. A pesar de ello, primordialmente en los siglos XIX y XX, con la consolidación de los proyectos republicanos contemporáneos, se iba estableciendo una masificación del servicio de agua para los ciudadanos, posibilitado por medio de la gestión pública, algo que iba a asentarse después de la Segunda Guerra Mundial, con más claridad en el Norte Global, pero también en otras regiones como América Latina.

A partir de la década de los 70 y 80, a la par que comienza a crecer la preocupación mundial por la conservación del agua, el modelo de la posguerra va a entrar en crisis dando paso al neoliberalismo. Este es quizás el hito más importante y reciente de esta ruta histórica del asalto sobre el agua: con la expansión de la globalización, comienza un proceso de mercantilización de todos los ámbitos de la vida, que va a tener un impacto sin precedentes en los sistemas de gestión del líquido. El empuje global privatizador y mercantilizador, principalmente desde los años 90, va a intentar desplazar los derechos colectivos o públicos preexistentes en relación al agua. Van surgiendo procesos de privatización de sistemas públicos locales y municipales, de represas, acueductos, entre otros; compras de derechos de acceso de aguas subterráneas y cuencas hidrográficas; aumento del control privado de sistemas de riego; emprendimientos económicos de sistemas de purificación de agua, plantas de desalinización y otras tecnologías para ampliar el acceso al líquido; expansión de la industria del agua embotellada; y el posterior surgimiento de fondos e índices bursátiles y comerciales orientados exclusivamente al “negocio” del líquido, tales como el Summit Water Equity Fund. Todo esto, en el marco de un proceso de intensificación aún mayor de la huella hídrica y la degradación de las cuencas hidrográficas y fuentes de esta vital sustancia.

El impulso de este tipo de políticas se generó desde gobiernos bajo la influencia del Consenso de Washington, el crecimiento de empresas privadas encargadas del asunto del agua, pero también de organismos multilaterales como el Banco Mundial o Cepal, que estimularon la idea de que el creciente problema hídrico era un problema de ‘eficiencia’, y que el mercado y el sector privado eran los que podrían mejorar esa gestión. Existen casos donde los formatos de privatización y mercantilización del vital líquido avanzaron considerablemente, como en Chile, donde bajo la dictadura de Augusto Pinochet, la entrega de derechos de agua a perpetuidad superó la propia disponibilidad hídrica y benefició a empresas agrícolas, forestales y mineras, en detrimento de la gente. En países que suelen caracterizarse por tener grandes regiones secas, se fueron desarrollando mercados para la compra y venta de derechos de uso del agua, tales como Australia, Estados Unidos, España, Sudáfrica, Reino Unido, Irán, y otros del sur de Asia. En países de América Latina, como Bolivia o Argentina, políticas de privatización del servicio de agua no lograron sostenerse debido a protestas y estallidos sociales que rechazaron que el suministro se hubiese vuelto tan costoso, sobre todo para los sectores más empobrecidos de la sociedad.

Todos estos procesos de neoliberalización hídrica han estado en permanente búsqueda de avance y posicionamiento en numerosos países en el siglo XXI. La creación del índice ‘Nasdaq Veles California Water’ en octubre de 2018 por parte del mencionado CME Group, con el fin de colocar un marcador bursátil de futuros del agua en California, tiene como antecedente próximo la formación de mercados de futuros que involucraron perversamente a los alimentos desde 2008, como pasó con el trigo, el cacao o el arroz. Esto provocaría que la gran banca privada transnacional destinara enormes cifras a la compra de dichos títulos, mientras se especulaba con los mismos, disparando los precios de los alimentos y aumentando la cantidad de hambrientos en el mundo.

Mientras estos mecanismos de privatización, mercantilización y financiarización del agua han buscado avanzar como supuestas soluciones a este problema mundial, en el planeta tenemos alrededor de 2.200 millones de personas que no cuentan con servicio de agua potable seguro, 4.200 millones de personas que no cuentan con servicio de saneamiento adecuado y unas 3.000 millones que carecen de instalaciones básicas para el lavado de manos. Las cifras son dramáticas y más bien revelan el trasfondo de un modelo civilizatorio que destruye aceleradamente los medios de vida en el planeta, al tiempo que funciona para el enriquecimiento de unos pocos, a costa de crear enormes desigualdades en el acceso a la riqueza y los bienes comunes.

El agua y los nuevos ‘enclosures’: capitalismo azul y neoliberalismo extremo

A nuestro juicio, la cotización en bolsa de valores de derechos de uso del agua –algo que además abre la puerta para financiarizar directamente al líquido–, es la expresión de un potencial neoliberalismo de tercera generación, uno de carácter extremo que se acomoda a este actual tiempo de umbrales, de ‘eventos extremos’, de capitalismo del desastre permanente y que nos presenta variados y perturbadores dispositivos para avanzar hacia las últimas fronteras de vida –geográficas, de bienes comunes, de cuerpos, de ámbitos vitales, de marcos de pensamiento– y de los sistemas de derechos sociales y ambientales, seriamente amenazados por lógicas de estado de excepción y regímenes de guerra permanente.

Jugar con el agua es una medida extrema, pero el capital financiero ante un sistema económico en crisis, ha catalogado la “industria del agua” como uno de los negocios más estables y predecibles, una de las inversiones más seguras y rentables a largo plazo, que precisamente podrían proteger el dinero de los inversores cuando otros mercados se tambaleen. Misma lógica podría aplicarse con el oxígeno –o con más exactitud, el aire limpio–, ante ciudades como Zaozhuang, Karachi, Delhi, Ciudad de México o Pekín en las cuales se levantan ‘alertas rojas’ o ‘alertas ambientales’ por la terrible contaminación atmosférica. Difícil no asociar estos hechos con literatura y cinematografía distópica y de ciencia ficción; lamentablemente en ocasiones la realidad supera la ficción.

En la encrucijada existencial en la que nos encontramos, antes que tomar medidas urgentes ante la situación hídrica y ambiental global, el capitalismo y la política sin ningún escrúpulo, desde un nihilismo puro, abren caminos para que buitres financieros ronden desde sus alturas al agua, algo absolutamente abominable.

El marco más amplio de estos procesos de despojo hídrico, de estos nuevos ‘enclosures’, es lo que podríamos llamar un capitalismo azul, una estrategia de largo plazo de asalto de este neoliberalismo extremo, orientado a la acumulación de capital, materiales y energía, a partir del mundo marino y los ecosistemas de agua dulce –el denominado ‘Mundo Azul’. En diversos planes económicos de organismos como la Unión Europea o la FAO, se explicita la extrapolación de la lógica del crecimiento al mundo acuático: biotecnología marina, energía del océano, minería en los lechos marinos, turismo de costa, acuacultura, entre otros. Todo esto, planteado en nombre de la ‘sostenibilidad’, la innovación y el crecimiento ‘inteligente’ e inclusivo. No hay frontera que la expansión capitalista no haya imaginado.

Somos uno con el agua, somos de agua. El ineludible cambio civilizatorio

El delicado problema del agua en la actualidad no está basado únicamente en las dificultades para lograr una más eficiente gestión del “recurso”; en realidad, nos expresa con claridad el nivel de maduración que ha alcanzado la crisis civilizatoria, en la cual lo que está hoy en entredicho es la posibilidad de la vida en planeta, tal y como la hemos conocido hasta ahora.

La crisis del agua es la crisis del ser humano. La condición patológica, el umbral epidemiológico que hemos cruzado en la actualidad no tiene sólo que ver con la aparición de la pandemia de la COVID19, o incluso de la cadena de pandemias de menor nivel que hemos vivido en las últimas décadas (Mers, ébola, zika, etc); estamos colectivamente enfermos en la medida en la que los elementos vitales que nos constituyen se han venido enfermando (sistemas hidrográficos, ecosistemas, aire, cadenas tróficas). Esto es una realidad ineludible sobre la que no podemos sólo voltear la mirada: la degradación de la Tierra es, directamente, nuestra propia degradación.

El agua no es meramente un ‘recurso’, no es un elemento externo a nosotros; muy al contrario, somos uno con el agua, somos de agua. Comprender esta fundamentación ecológica y ontológica del humano, nos permitiría dar cuenta que lo que está en amenaza es nuestra posibilidad de ser/estar en la Tierra.

Ante esta profunda crisis, nada haremos con reformas. Necesitamos de un cambio de todo el orden civilizatorio imperante y el cambio exige de acciones inmediatas. Las falsas soluciones, que promueven mercados de agua, privatizaciones, soluciones de capital, fe extrema en la tecnología, y gestiones muy centralizadas, no sólo han fallado en resolver los problemas de acceso, calidad y sostenibilidad de las fuentes de agua, sino que en realidad han sido parte del problema, al concebir este elemento vital como un mero ‘recurso’, y colocar el lucro de unos pocos y la apropiación del líquido primordialmente para la gran industria, como los factores centrales de la gestión hídrica.

Requerimos en cambio declarar el agua como un bien común universal y un derecho humano y ecológico (también de otras especies), así como garantizar, sin titubeos, su acceso general para la reproducción de la vida; transitar la ruta del decrecimiento y el post-extractivismo, a través de cambios económicos (agro-ecología, ecoturismo, etc) que podrían ser graduales pero que deben comenzar a materializarse ahora, y así iniciar la urgente modificación de la huella hídrica hasta adaptarla a los ritmos y ciclos de la naturaleza; abordar la problemática del agua desde la gestión de las cuencas hidrográficas, partiendo de restauraciones de las mismas y de la participación más activa del ámbito social y comunitario; promover soluciones locales y municipales de uso, re-uso y separación de aguas, así como diferentes tecnologías (modernas y tradicionales) adaptadas a las condiciones territoriales, como sistemas de recolección de agua de lluvia, recarga de acuíferos, entre otros; y la defensa y promoción de diversas concepciones y cosmovisiones tradicionales sobre el agua, que contribuyen a una concepción más integral, histórica, ecológica y espiritual sobre este vital elemento.

La otra ruta, la de los mercados, fondos bursátiles, industrias, buitres del agua, es sencillamente la ruta hacia el abismo. Necesitamos elegir la ruta de la vida.

Fuente: https://rebelion.org/el-nuevo-asalto-al-agua-y-las-rutas-del-capitalismo-azul/

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Covid-19, nueva normalidad, viejas dudas,falsas ilusiones

Por: Eduardo Camín*

En esta época marcada por la Covid- 19 nuestro gran reto es encontrar la forma de protegernos del virus, a nosotros, a nuestras familias, y a la vez conservar nuestros empleos. Para los responsables políticos, esto se traduce en superar la pandemia sin causar, paralelamente, daños irreversibles a la economía. Mientras tanto, en búsqueda de las mejores soluciones, los gobiernos continúan escuchando a la ciencia, sin contemplar las evidentes ventajas de una mayor cooperación internacional podría dar una respuesta más adecuada, a la crisis.

Con la batalla contra la Covid-19 sin ganar aún, se ha instalado la idea de que lo que nos espera tras la victoria es una “nueva normalidad” en la forma de organizar la sociedad y en la forma de trabajar. Aunque esta noción no es nada tranquilizadora. Y no lo es porque nadie sabe explicar a ciencia cierta en qué consistirá esta nueva normalidad, que parece que será dictada por las limitaciones impuestas por la pandemia y no por nuestras elecciones y preferencias.La nueva normalidad: un viaje de cambios sociales | RTVE

Pero ya hemos oído esto antes. Lo oímos en la crisis de 2008-2009 cuando nos dijeron que, una vez inoculada la vacuna contra el virus de los excesos financieros, la economía mundial sería más segura, más justa y más sostenible. Y no fue así. Se restableció la antigua normalidad, castigando duramente a la población más desfavorecida, y dejándola en peor situación.

Los símbolos de la ineficacia

 Este es el momento de examinar más de cerca esta nueva normalidad, y para comenzar la tarea de forjar una normalidad mejor, no tanto para los que ya tienen mucho sino para los que tienen demasiado poco. Esta pandemia ha revelado de la manera más cruel la extraordinaria precariedad y las injusticias de nuestro mundo laboral. Se trata de la destrucción de los medios de vida de la economía informal –en la que según la OIT, se ganan la vida seis de cada diez trabajadores– la que ha provocado las advertencias del Programa Mundial de Alimentos sobre la pandemia de hambre que se avecina.

Se trata de los agujeros enormes de los sistemas de protección social, incluso de los países más ricos, que han dejado a millones de personas en situación muy precaria. Se trata de la falta de garantías de seguridad en el trabajo, que cada año condena a casi tres millones de personas a morir debido al trabajo que realizan. Y se trata de la dinámica incontrolada de la creciente desigualdad que hace que, si bien en términos médicos el virus no discrimina entre sus víctimas, en su impacto social y económico, discrimina brutalmente a los más pobres y vulnerables.

Noticias coronavirus | Cepal pide una 'normalidad mejor' en cambio de una 'nueva normalidad' | Internacional | PortafolioLo único que debería sorprendernos en todo esto es que estamos sorprendidos. Antes de la pandemia, la falta de trabajo decente se manifestaba principalmente en episodios individuales de desesperación silenciosa. Ha sido necesaria la irrupción de la Covid-19 para sumarlos al cataclismo social colectivo que el mundo afronta hoy. Pero siempre se supo, siempre estuvo presente, sencillamente, optamos por no preocuparnos.

En general, las decisiones políticas, por acción u omisión, más que aliviar el problema, lo agravaron. Hace 52 años, en un discurso a los trabajadores sanitarios en huelga, y en vísperas de su asesinato, Martin Luther King recordó al mundo la dignidad inherente a todo trabajo.

En la actualidad, el virus ha vuelto a poner de manifiesto la función siempre esencial, y en ocasiones épica, de los héroes que trabajan en primera linea de esta pandemia. Son personas por lo general invisibles, ignoradas, infravaloradas, incluso ninguneadas, que con demasiada frecuencia figuran en la categoría de trabajadores pobres y en situación de inseguridad: los trabajadores de la salud y de los servicios de prestación de cuidados, el personal de limpieza, las cajeras y cajeros de supermercados, el personal del transporte.

Hoy, negar la dignidad a estas y a otros tantos millones de personas, es el símbolo del desprecio de la clase política y de nuestras responsabilidades futuras. Pero tendremos ante nosotros la tarea de forjar un futuro del trabajo que resuelva las injusticias que la pandemia ha dejado al descubierto, junto con otros retos permanentes, imposibles de postergar: la transición climática, digital y demográfica. Esto es lo que define “una normalidad mejor” que ha de ser el legado perdurable de la emergencia sanitaria mundial de 2020.

Mercados: pagar para vivir

Mientras tanto se nos repite hasta el cansancio que los ‘mercados’ son el mejor regulador de la economía. Una mentira interesada, un fake ideológico. En realidad cabria preguntarse  ¿Qué han hechos los mercados con la pandemia? Subir los precios de los materiales imprescindibles para hacerle frente y multiplicar los beneficios de las empresas/élites.Desempleo y EU presionan a México para regresar a la "nueva normalidad"....

El ‘regulador’ ha decidido enriquecerse antes que salvar vidas. El mercado internacional de materiales médicos está controlado por pocas empresas, que ponen condiciones draconianas ante la demanda, eso si,  bajo el manto legal de la libre empresa promovido por la Organización Internacional del Comercio (OMC ). A la vez, los estados, sometidos a los mercados, no se atreven ni a confiscar unos stocks imprescindibles para la vida, ni mucho menos a nacionalizar unas empresas que especulan con el precio de la muerte.

Los precios de los respiradores imprescindibles para evitar la muerte de pacientes, en especial los mayores, se han multiplicado por ocho en algunos casos. Se trata de convertir la enfermedad  en un negocio, de hacer crecer el capital a costa de vidas humanas, ahora y siempre. El lucro, la especulación, la economía en negro, obligar a pagar las deudas antes de invertir en bienestar, las necropolíticas que ya están aquí,son los males mortales del capitalismo.

Debe ser la atención primaria –que no sólo se debe mantener abierta sino que debería reforzarse incluso ahora para contener a los enfermos que están en casa, controlarlos y evitar, si es posible, que lleguen al hospital-, la medicina preventiva, la clave del sistema sanitario y no los hospitales, caros, peligrosos e insostenibles. Y menos aún, los hospitales privados, creados para dar beneficios a sus accionistas y corporaciones propietarias.

Había y hay que prevenir. Y no son mayoría los profesionales que han recibido la formación suficiente para detectar a tiempo estas enfermedades emergentes. Alguien pensará: ¿cómo se puede prevenir algo de lo que no se sabe nada? No es exactamente así.

En septiembre de 2019, la Junta de Vigilancia Mundial y Prevención, integrada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Banco Mundial ,en un dictamen para Naciones Unidas (El mundo en peligro Informe anual para la preparación de las emergencias sanitarias), advertía: Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio».

«Se transmitiría a través de gotas procedentes de la respiración. Podría infectar a un gran número de personas y en poco tiempo matar a entre 50 y 80 millones, dado que con 36 horas se puede viajar a cualquier lugar. Y sería capaz de destruir casi el 5% de la economía mundial. Una pandemia mundial de esta escala sería una catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad, e inseguridad en todas partes. Sería el resultado de una convergencia sin precedentes”, añadía.

El informe dice que sería una crisis de carácter ecológico, político, económico y social, como el crecimiento demográfico, la progresiva urbanización, la integración mundial de la economía, la aceleración y generalización de los desplazamientos, los conflictos, las migraciones y el cambio climático.

El mundo, aseguran, cada vez sufre más brotes de enfermedades infecciosas.Se parece demasiado a lo que está pasando. Sabían que podía pasar y describen las posibles causas. No se ha hecho nada efectivo para prevenirlo y hacerle frente. Vivimos al día, Carpe Diem, como enseñaba el poeta Horacio “ aprovecha el dia de hoy confía lo menos posible de mañana”

Así estamos ahora mismo. Con la pandemia atacando con más dureza los lugares y los barrios más pobres, donde la población vive en pisos con más gente por metro cuadrado, a veces amontonados, mal alimentados y con peores estándares de salud. Con la Covid-19 haciendo más daño donde encuentra más desigualdades y precariedad y la atención primaria está más debilitada.

Con el aislamiento, que es más duro para las personas que viven en pisos más reducidos, sin terrazas. Y con menos capacidad de acceder a internet, la única puerta abierta, aunque sea virtual, a la cultura y el ocio. Con las niñas y los niños que viven en estos inmuebles sufriendo una prisión, que por mucho que sea por su bien, no deja de ser una radical restricción de sus necesidades de moverse y relacionarse.EL TRABAJO INFORMAL. | regencia

Con trabajadores manteniendo los servicios esenciales a cara descubierta, sin los equipos necesarios porque no se ha hecho prevención. Sin haber preparado los y las profesionales de la salud para que dispusieran de datos para poder entender el futuro que se acercaba.

Al fin y al cabo, sólo era una posibilidad expresada por científicos.No lo decían ni las élites, ni los economistas ortodoxos, que, incompetentes, nos maltratan con falsas verdades. Y los políticos que gobiernan y los que dicen controlar, y nunca han sentido la obligación de informarse ni de actuar. Ni a mirar el futuro, preocupados como están por los tiempos electorales. Y si alguien lo advierte, le marginan, le tapan la boca.

Y no son ajenos los medios de comunicación, públicos y privados, sometidos a la corriente del pensamiento dominante. No hablamos de los periodistas, que bastante tienen con mantener el trabajo. Lo hacemos de la propiedad y de sus lacayos. Así se descompone la sociedad. Así se pierde la confianza. El sistema está tocado, pero sigue siendo el terrible monstruo mitológico de la quimera como ilusión.

*Periodista uruguayo miembro de la ONU en Ginebra Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

Fuente e imagen:  http://estrategia.la/2020/11/23/covid-19-nueva-normalidad-viejas-dudasfalsas-ilusiones/

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Entrevista a Alejandro Horowicz: La pregunta es qué se hace con el virus del capitalismo

Por: Eliezer Budasoff

El sociólogo argentino Alejandro Horowicz, profesor de Los cambios en el sistema político mundial, explica por qué las crisis de los mercados han superado los límites de lo real

A comienzos de este año, cuando Alejandro Horowicz volvió a Buenos Aires después de celebrar su cumpleaños 70 en Nueva York, el nuevo coronavirus era apenas una “misteriosa neumonía china” y el adjetivo “histórico” recién empezaba a saltar de los titulares sobre los incendios en Australia a las noticias sobre la decisión del príncipe Harry y Meghan Markle de ser normales. En febrero estalló el contagio en Europa, pero las noticias sobre el virus tardaron casi un mes en volverse algo “histórico”: el 28 de febrero, después de siete días en picada, los mercados bursátiles de todo el mundo informaron sus mayores caídas en una semana desde la crisis financiera de 2008. Una caída histórica, la primera de varias en la carrera descendente de los mercados, seguida por otro récord histórico en Estados Unidos, en este caso ascendente: el de los números de desempleo.

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