Por: UNICEF
Pasan los días, las semanas, los meses y los años y la guerra en Siria no pierde ni un ápice de crueldad. Los niños son víctimas directas de un conflicto que la gran mayoría no entiende, pero que les obliga a madurar de golpe.
Las cifras no ocultan esta dura realidad: ni algo tan básico y esencial en la infancia como es ir al colegio se les permite con normalidad. De hecho sus vidas peligran incluso ahí, cuando acuden a los colegios a aprender. Tal y como denuncia Unicef hoy la mitad de los niños sirios no irá a la escuela, lo que significa que 2,8 millones de niños y niñas en un país que sufre desde hace 5 años las consecuencias de una guerra aterradora no pueden acceder a su derecho a la educación.
En un país absolutamente desagarrado y destruido por la guerra, los niños viven y mueren entre ruinas y bombardeos. Crecen entre escombros y miedo. Uno de cada tres colegios en Siria está demasiado dañado para poder dar clases, o está totalmente destrozado, o se usa como refugio para personas desplazadas internamente, según denuncia la organización.
Durante este año Naciones Unidas ha registrado 84 ataques a colegios de toda Siria, dejando al menos 69 niños muertos y muchos más heridos. La violencia que aumenta sin cesar, los desplazamientos y el continuo deterioro de las condiciones económicas fuerzan a los niños a abandonar el colegio, negándoles el derecho a la educación
La semana pasada el ataque contra 2 colegios en Alepo dejaron 8 niños muertos. En otro colegio de al-Qarma, cerca de Damasco, un impacto directo ha dejado una niña muerta y otros 15 heridos. Estaban en clase de matemáticas. En ciudades de toda Siria los niños y niñas superan peligros todos los días para poder seguir aprendiendo. Muchos arriesgan sus vidas cada día para, simplemente, ir de su casa al colegio.
Por todo eso desde UNICEF piden a todas las partes en el conflicto que protejan a los niños y a todos los civiles, respetando sus obligaciones de acuerdo con el Derecho Internacional Humanitario.
Estas imágenes muestran cómo es el día a día de los más pequeños, esos a los que en cualquier país del mundo habría que proteger por encima de todas las cosas, haciendo de sus infancias un sueño. En Siria, al menos por ahora, esa es una realidad que está más que lejos.