En Venezuela: Movimiento Popular rechaza intento de derogación de la Ley de Semillas por la AN

Movimiento Semillas del Pueblo, investigadores, estudiantes, productores y comuneros se pronunciaron en rueda de prensa para rechazar cualquier intento de derogación de la Ley de Semillas por la Asamblea Nacional.

America del Sur/ Venezuela/ Movimiento Semillas del Pueblo

IMG_20160807_110825 El diputado del Bloque de la Patria por el estado Vargas, Ares Di Fazio; la Bióloga molecular, investigadora del IVIC, Yaheli Fuenmayor; la militante del Movimiento Semillas del Pueblo, Eisamar Ochoa y  la integrante de la Red de Escuelas Agroecológicas, Yetzi Torres,  fueron los voceros encargados de leer el comunicado que respalda plenamente nuestra Ley de Semillas.

Manifestaron que bajo el amparo de esta Ley, es posible producir semillas libres y campesinas, protegerlas y multiplicarlas desde la organización popular. Al mismo tiempo destacaron que permite y promueve la investigación y producción de semillas, así como su certificación. De esta manera, las formas de producir semillas, ahora pueden convivir en justicia bajo sistemas diferenciados.

La Ley de Semillas hoy está amenazada, el movimiento popular venezolano cree firmemente que vienen por la Ley de Tierras, la Ley de Trabajadores y Trabajadoras, la Ley Especial de Protección al Deudor de Vivienda, las Leyes del Poder Popular y otras leyes y conquistas del pueblo.

El diputado Ares Di Fazio destacó “para la burguesía, la alimentación es un negocio, para nosotros un derecho humano, la Ley de Semillas es garantía de soberanía alimentaria, por ello la defenderemos en cualquier espacio”.

Por su parte, Yaheli Fuenmayor, investigadora del IVIC mencionó que el tema de los cultivos transgénicos representan muchos intereses económicos para quienes tienen la capacidad de manipularlos y crearlos.

Fuenmayor enfatizó que “la liberación al ambiente de semillas modificadas genéticamente han dejado consecuencias catastróficas no sólo a nivel socio-económico, pues hacen ricos al 1% de la población, a nivel ecológico han destruido la diversidad biológica, también atentan contra la salud humana”.

La investigadora informó que estudios revelan que en los últimos 20 años en EEUU a partir del uso de Organismos Genéticamente Modificados (OGMIMG_20160807_110848) se ha incrementado de manera exponencial diversos tipos de cáncer, enfermedades gastrointestinales, renales y hepáticas. En ese sentido afirmó que el uso de cultivos transgénicos ha sido tomado a la ligera por entes reguladores y empresas que los promueven.

Por otra parte, Eisamar Ochoa, integrante del Movimiento Semillas del Pueblo dijo que este instrumento legislativo es producto de la construcción popular, el debate diverso y el consenso, además de representar una propuesta inédita para el mundo y la región, cualquier intento de modificación, reforma, o derogación será en vano, “no es una ley de papel, la Ley de Semillas esta territorializada en las comunidades que históricamente luchan por el acceso a la tierra, por su cultura y soberanía”.

Los voceros rechazaron absolutamente los intentos de derogación de la Ley de Semillas por parte de grupos empresariales en conjunto con la Asamblea Nacional.

Para conocer el comunicado completo, descargarlo Comunicado Ley de Semillas 6-8-16

Nota de prensa enviado por el Movimiento Semillas del Pueblo a la redacción de OVE

Comparte este contenido:

¿Es oro todo lo que reluce en el arroz dorado?

Por: Jorge Riechmann
La complejidad de la alimentación humana en un mundo rasgado por la fractura Norte-Sur, dominado por megacorporaciones y enfrentado a una crisis socioecológica global se pone de manifiesto en el caso del “arroz dorado”, una variedad de arroz transgénico creado por investigadores suizos que contiene cierta dosis de betacaroteno (sustancia precursora de la vitamina A). De entrada, hay que reconocer que con esta planta estamos en un terreno de discusión distinto al de otras variedades transgénicas resistentes a herbicidas o productoras de toxinas insecticidas: aquí cabe debatir sobre un auténtico beneficio potencial para gentes desfavorecidas. En efecto, muchos millones de personas en todo el mundo no ingieren suficiente vitamina A (en un contexto general en el que el 40% de la población mundial, al menos, padece deficiencia en micronutrientes); según la OMS, para 2’8 millones de niños menores de cinco años la falta de vitamina A es tan grave que produce ceguera.

¿Podría este arroz enriquecido ser una solución? La industria biotecnológica emprendió ya hace lustros una intensa campaña de public relations para convencer al mundo de que sí, y de que por fin llegan los cultivos transgénicos “buenos”. Es cierto que desde el año 2000 “ el arroz dorado ha funcionado como pararrayos en la batalla en torno a los cultivos transgénicos”. Para la industria se trataba sobre todo de una escaramuza de contención de daños que se jugaba en el plano de la aceptabilidad política. No es la primera vez que llaman “asesinos” a los colectivos ciudadanos y ecologistas que se oponen a los cultivos y alimentos transgénicos, pero en esta ocasión el grito ha resultado especialmente estridente: una carta firmada por más de cien premios Nobel que ha sido ampliamente publicitada en el mundo entero.

Sin embargo, e incluso dejando de lado los posibles riesgos ecológicos (aún no investigados), y las incertidumbres sobre si el betacaroteno del “arroz dorado” podrá ser asimilado fácilmente por las personas (especialmente por los niños desnutridos a quienes se supone va dirigido), y si podrán ser transferidos los nuevos e inestables constructos genéticos a las variedades de arroz empleadas en los países pobres, y si las más de setenta patentes sobre pasos del proceso propiedad de multinacionales no supondrán en algún momento obstáculos insalvables para que las semillas estén a disposición de los más pobres, incluso dejando de lado todo eso –que ya es dejar de lado-, las cosas están lejos de ser sencillas. ¿Por qué padece la gente en muchos países malnutrición, con carencias de vitamina A, C, D, hierro, yodo, zinc, selenio, calcio, riboflavina y otros micronutrientes? A causa de las dietas empobrecidas típicas de la agricultura de la “revolución verde”, que ha llevado a que hoy más de dos mil millones de personas tengan una alimentación menos diversificada que hace cuarenta años.

Por ejemplo, una investigación en granjas de Corea del Sur mostró que sólo en el período 1985-1993 se perdió el 25% de las variedades cultivadas en ellas, con el consiguiente empobrecimiento de la dieta. En Filipinas, Bangladesh y otros países se ha observado una mengua constante del consumo por persona de frutas y verduras. La pauta que aparece con la “revolución verde” es pérdida de calidad nutricional a cambio del aumento de cantidad y el incremento de desigualdad con las consiguientes carencias de micronutrientes. Por eso, apostar por una “nueva revolución verde” basada en plantas transgénicas no parece una buena solución al problema:

· la erosión genética y la pérdida de biodiversidad que conduce a la malnutrición continuarán;

· “enriquecer” las variedades transgénicas con uno o dos micronutrientes no resolverá por lo general el problema, ya que las carencias habitualmente son múltiples y cruzadas;

· las fuentes naturales de vitamina A abundan incluso en los países más castigados con esta carencia, lo que remite a soluciones más “culturales” que a cambios tecnológicos;

· sin abordar directamente el problema de la pobreza, lo poco ganado en un terreno se manifestará previsiblemente como nuevo problema en otro.

Se diría que un enfoque racional del problema lleva a aumentar la biodiversidad en los cultivos y la variedad en las dietas, más que a fiar en las seductoras promesas del “arroz dorado”. De hecho, un importante programa internacional se orienta a introducir entre los campesinos del África subsahariana –donde cientos de miles de niños menores de 5 años padecen ceguera por deficiencia en vitamina A— variedades de boniatos adaptadas al clima y los gustos culinarios africanos. Los boniatos son ricos en betacaroteno, y sólo con incorporar pequeñas porciones de estas nuevas variedades a la dieta africana habitual se eliminan las deficiencias en vitamina A. A menudo las soluciones más sencillas son preferibles a la agricultura high-tech: en esto, una noción clave es la de resiliencia.

Indicaba con sensatez Pedro Prieto en alguna ocasión que “si en algún momento nuestra orgullosa civilización colapsase (debería decir con más seguridad: cuando nuestra civilización actual inevitablemente colapse) los productos transgénicos que ahora se hacen prevalecer frente a las variedades tradicionales, sin el apoyo de la agroindustria, terminarán perdiendo la batalla de la supervivencia frente a éstas. Las vacas cuyos vientres llegan al suelo para optimizar la producción de carne caerán, frente a las reses bravas si quedan o las de alta montaña. Lo mismo para todas o prácticamente todas las especies vegetales amañadas por aprendices de brujo de universidades, laboratorios y centros de investigación de grandes corporaciones, que no podrán ganar la batalla a campo abierto de las especies cuyo experto manipulador ha sido la naturaleza durante milenios”. Un sistema agroalimentario demencialmente dependiente de los combustibles fósiles ¿puede ser considerado viable en la era del peak oil? ¿Una elemental sensatez no aconseja más bien orientarse hacia la agroecología, la producción local, la soberanía alimentaria –en definitiva, la resiliencia en el terreno de los productos del campo?

En las turbulencias del Siglo de la Gran Prueba, poner nuestra alimentación bajo el control oligopólico de megaempresas es todo menos una buena idea. En el mundo de calentamiento global, descenso energético y conflicto humano acrecentado que es nuestro mundo real del siglo XXI –no el fantaseado en ensoñaciones tecnolátricas-, nada más disfuncional que el capitalismo. Cuanto más tardemos en entenderlo y en poner fuera de juego a las elites nihilistas que están al mando, peor será el desastre.

  • Articulo tomado de: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=214431
Comparte este contenido:

El David de la ciencia ecologista frente al Goliat transgénico

Por: Marga Mediavilla

El debate sobre los transgénicos se ha querido vestir como una lucha entre ecologistas “sentimentales” y “anticientíficos” contra la Ciencia con mayúsculas, pero la realidad es muy diferente.

Si la agricultura ecológica está consiguiendo resultados tan interesantes con tan pocos medios ¿qué hacen los brillantes premios Nobel, tan preocupados como dicen estar por la alimentación mundial, que no dejan sus transgénicos y se ponen a investigar en ella?

Hace unos días, 109 premios nobel firmaron una carta en la cual acusaban a la organización ecologista Greenpeace de “crímenes contra la humanidad” por oponerse a los transgénicos y ser, supuestamente, responsable de que el arroz dorado rico en vitamina A no pueda salvar a millones de niños de África y Asia de las enfermedades derivadas de su carencia.

Esta carta ha sido contestada por Greenpeace en una extensa nota que contrasta con la escueta declaración de los premios Nobel. Así como los científicos básicamente usan el argumento –simplista- del arroz dorado y la necesidad de producir más alimentos, Greenpeace hace un repaso a todos los aspectos del problema: argumenta que el arroz dorado no es más que un prototipo; que el problema del hambre es de origen socioeconómico y está muy lejos de solucionarse con tecnología; que los transgénicos no han conseguido en veinte años aumentar sus rendimiento, lo que hace difícil que sean útiles para luchar contra la desnutrición; que los mismos resultados o mejores se obtienen con técnicas convencionales de mejora y variedades tradicionales; que no se sabe si son o no peligrosos porque no existen estudios independientes pero, en el caso que lo fueran, su control sería imposible porque el polen viaja cientos de kilómetros; que su principal ventaja es la facilidad que dan a las compañías para patentar las semillas; que sus logros en reducción del uso de herbicidas son ridículos comparadas con los de las técnicas ecológicas que lo reducen a cero y consiguen productividades similares; que los transgénicos son la punta de lanza de un modelo agrícola que es acusado por numerosas ONG, sindicatos agrarios y organizaciones internacionales como la propia causa de la desnutrición, etc.

El debate sobre los transgénicos se ha querido vestir como una lucha entre ecologistas “sentimentales” y “anticientíficos” contra la Ciencia con mayúsculas, pero la realidad es muy diferente. Muchos científicos nos oponemos a los cultivos transgénicos y denunciamos que la supuesta preocupación de sus defensores por la alimentación mundial tiene mucho de hipocresía e intento de salvar su negocio. Porque el problema principal de los transgénicos no es que sean peligrosos, su principal problema es que son inútiles. Sirven a las compañías que los desarrollan (ya que permiten patentar los genes y monopolizar los mercados) pero son inútiles para todo el resto de la humanidad.

La aureola de alta tecnología que rodea a estos cultivos y los millones de dólares invertidos en ella contrasta fuertemente con los pobres resultados conseguidos: sólo se ha aplicado a gran escala al maíz y la soja, no ha conseguido mejorar los rendimientos, tienen un largo historial de experimentos fallidos, etc. Mientras tanto, en esos veinte años, la modesta investigación en agricultura ecológica, que apenas recibe fondos de investigación, está consiguiendo resultados mucho mejores y, sobre todo, está desarrollando una agricultura sostenible, algo que en estos momentos es vital.

La introducción de agroquímicos consiguió doblar los rendimientos de la agricultura tradicional, pero el precio que hemos pagado por ello ha sido muy alto: contaminación de ríos y acuíferos, pérdida alarmante de biodiversidad, pérdida de minerales y vitaminas de los alimentos, problemas de erosión en más de la mitad de los suelos del planeta, grandes consumos energéticos, etc. Frente a todas estas nefastas consecuencias, la agricultura ecológica propone alternativas que atajan todos esos problemas y, además, está consiguiendo rendimientos que se pueden equiparar a los de la agricultura química (y en algunos casos los superan).

Los últimos informes de las Naciones Unidas son tajantes a la hora de afirmar que debemos alejarnos urgentemente de la agricultura química. El relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación Olivier De Schutter lo decía hace unos años: “Un viraje urgente hacia la “ecoagricultura” es la única manera de poner fin al hambre y de enfrentar los desafíos del cambio climático y la pobreza rural. […] Los rendimientos aumentaron un 214 por ciento en 44 proyectos en 20 países de África subsahariana usando técnicas de agricultura ecológica durante un periodo de tres a diez años, mucho más que lo que jamás logró ningún cultivo genéticamente modificado”.

Si la agricultura ecológica está consiguiendo resultados tan interesantes con tan pocos medios ¿qué hacen los brillantes premios Nobel, tan preocupados como dicen estar por la alimentación mundial, que no dejan sus transgénicos y se ponen a investigar en ella? ¿No será que esta agricultura ecológica no produce dividendos ni tampoco permite conceder becas de investigación? ¿No será que exige que estos investigadores cambien su mentalidad reduccionista, centrada en el gen, para estudiar también organismos, ecosistemas, suelos y sociedades humanas?

La investigación en transgénicos es como un poderoso Goliat que mueve miles de millones dólares, pero no olvidemos que en la historia bíblica es David el que gana y el Goliat transgénico tiene un enorme talón de Aquiles que lo está haciendo caer. Y es que tanto los transgénicos como toda la agricultura química requieren ingentes cantidades de petróleo para la elaboración de abonos químicos y plaguicidas. Sin la energía del petróleo toda la agricultura química se viene abajo; y ya llevamos diez años viviendo un preocupante estancamiento en la producción mundial de petróleo. Esto lo están notando los agricultores, que ven cómo el precio de los insumos se lleva sus beneficios y, por ello, se interesan cada vez más por la agricultura ecológica.

A medida que el declive del petróleo se haga más evidente va a ser más importante desarrollar una agricultura sin insumos químicos de síntesis, y serán los marginales científicos ecológicos los únicos capaces de evitar que la alimentación mundial colapse. Probablemente el siglo XXII recuerde mucho más a Restrepo, Holmgren, Fukuoka o Voisin que a todos los premios Nobel que han firmado la carta a favor de los transgénicos. Al fin y al cabo, la historia de la ciencia siempre ha estado más ligada a los científicos condenados a la hoguera que a los que recibían los premios de la Academia.

Tomado de: http://www.eldiario.es/ultima-llamada/Greenpeace-transgenicos_6_534456550.html

Comparte este contenido: