Latinoamérica en brasas: “El cambio climático se ensañará con el continente”

Por Sergio Ferrari

En 2020 la Amazonia perdió una superficie de selva igual a siete Londres

Si la Tierra arde, América Latina y el Caribe son como brasas: son de las regiones del planeta más afectadas por el cambio climático. Las prevenciones anti-riesgo regionales sufren de insuficiencia crónica.

Solo una semana después de que el Grupo de expertos internacionales (IPCC, en inglés) publicara su informe sobre la dramática situación mundial, el tercer martes de agosto la alarma sonó con decibeles latinoamericanos

La radiografía continental del nuevo estudio de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), publicado el 17 de agosto revela un diagnóstico grave.

2020 fue uno de los tres años más calientes –desde que existen mediciones– en México/América Central y el Caribe. Y el segundo más cálido en América del Sur. Las temperaturas se situaron en 1°C, 0.8°C y 0.6°C, respectivamente, por encima de la media de las décadas 1980-2010.

En el sur de la Amazonia y el Pantanal, donde confluyen las aguas de nueve países de América del Sur y se concentra una décima parte del carbono terrestre, los incendios explotaron exponencialmente como resultado de la intensa sequía que azotó esa región. Sequía que no es inocente, sino el resultado del talado a gran escala de los bosques con el propósito de generar tierras para la cría del ganado y los cultivos de agroexportación. Fue la peor sequía de los últimos 60 años.

Según datos del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciais (INPE), la Amazonia brasileña registró en junio del año en curso 2.308 focos de incendios, su peor cifra desde 2007.  Superó en un 2.6% los del año pasado, los cuales, según el informe de la OMM, ya habían sido récord.

La reducción de la selva amazónica en tan solo un año equivale aproximadamente a un área siete veces el tamaño de la ciudad de Londres. A este ritmo, la Amazonia corre el gran riesgo de no poder jugar más su rol de pulmón del planeta. La pérdida de vegetación selvática podría convertirse, a corto plazo, en una fuente aún mucho más grande e intensa de emisión de carbono. En la actualidad, América Latina y el Caribe reúnen más del 55% de los bosques primarios del mundo, los cuales almacenan unas 104 gigatoneladas de carbono. Entre el 40% y el 50% de la biodiversidad mundial y un tercio de todas las especies botánicas se encuentran allí.

El estudio de la OMM indica que la sequía generalizada en esa región tuvo un impacto considerable en las rutas de navegación interior, el rendimiento de los cultivos y la producción de alimentos, debido a lo cual se agravó la inseguridad alimentaria en muchas zonas. Fenómeno que se visualiza, en particular, en la región del Caribe, con una vulnerabilidad muy alta. Varios de sus países integran la lista de territorios con mayor estrés hídrico del mundo, con menos de 1.000 m3 de recursos de agua dulce per cápita. En el centro de América del Sur, en 2020, los totales de precipitación se aproximaron al 40 % de los valores normales. El período de precipitaciones estacionales de septiembre de 2019 a mayo de 2020 estuvo marcado por un déficit de lluvias que se agravó, particularmente, entre enero y marzo.

En la Argentina, 2020 fue un año seco, con una anomalía nacional estimada del −16.7 % con respecto a la media de 1981-2010. Fue uno de los peores años desde 1961 y el más seco desde 1995. Los totales de precipitación por debajo de lo normal fueron el resultado de la misma sequía que afectó a la región del Pantanal.

Este calentamiento sistemático repercutió en los glaciares andinos de Argentina y Chile. Según el estudio de la OMM, la pérdida de masa ha ido en aumento desde 2010, en consonancia con el incremento de las temperaturas y de la reducción considerable de las precipitaciones.

Cataclismos de un carácter muy diferente, aunque igualmente devastadores, los huracanes Eta e Iota, con una intensidad 4, golpearon en rápida sucesión a Centroamérica. Siguieron trayectorias igualmente destructivas por Nicaragua y Honduras acentuando así los impactos acumulativos de una región tan interconectada. Los daños estimados en ambas naciones y en Guatemala abarcan a casi 1 millón de hectáreas cultivadas.

Los ecosistemas marítimos y litorales, así como las comunidades humanas que dependen de ellos, en particular en los pequeños Estados insulares, se confrontan hoy a las crecientes amenazas derivadas del calentamiento y la acidificación de los océanos, el aumento del nivel del agua y una mayor intensidad y frecuencia de las tormentas tropicales. En la región, el 27% de la población vive en áreas costeras. Y entre un 6 y un 8% habita en zonas amenazadas gravemente por eventuales inundaciones.

Con un promedio de 3.6 milímetros de incremento anual en los últimos treinta años, el nivel del mar en la región del Caribe ha superado el promedio mundial, que fue de 3.3 milímetros. El estudio recuerda que el océano absorbe cerca del 23 % de las emisiones antropogénicas anuales del CO2 presente en la atmósfera, y es, por lo tanto, un elemento esencial que contribuye a mitigar los efectos del aumento de las emisiones en el clima de la Tierra. Sin embargo, el CO2 reacciona con el agua aumentado su acidez. Este proceso en paulatino incremento afecta a muchos organismos y ecosistemas marinos y amenaza la seguridad alimentaria al poner en peligro la pesca y la acuicultura.

Doble condena: clima y deuda

El Informe El estado del clima en América Latina y el Caribe elaborado por la Organización Meteorológica Mundial (https://library.wmo.int/doc_num.php?explnum_id=10765), reúne los aportes multidisciplinarios de 40 expertos. Sus conclusiones se basan en una metodología estándar que evalúa los aspectos físicos del sistema climático a partir de datos de 1.700 estaciones meteorológicas de toda la región.

Sus conclusiones preliminares crean alarma y producen escalofríos. Las medidas de adaptación — en particular los sistemas de alerta temprana multirriesgo– no están lo suficientemente preparadas para hacer frente a los cataclismos. El apoyo de los gobiernos, así como de la comunidad científica y tecnológica, sería fundamental para reforzarlas y también para mejorar la recopilación y el almacenamiento de datos. De este modo, podría integrarse mejor la información sobre el riesgo de desastres en la planificación del desarrollo. No se puede subestimar el costo de la prevención: es fundamental contar con un apoyo financiero sólido para lograr esos objetivos.

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) anticipa malas noticias. El cambio climático se ensañará con América Latina, donde se batirán récords en concepto de huracanes, se sufrirán sequías severas, seguirá aumentando el nivel del mar y habrá más incendios. Todo podría empeorar si no se logra detener urgentemente la emisión de gases de efecto invernadero.

El futuro ya es presente. Las peores sequías en 50 años en el sur de la Amazonia y el récord de huracanes e inundaciones en Centroamérica durante 2020, constituyen la nueva normalidad que le espera a América Latina. El continente se proyecta como una de las zonas donde los efectos e impactos del cambio climático serán más pronunciados: olas de calor, disminución del rendimiento de los cultivos, incendios forestales, agotamiento de los arrecifes de coral y eventos extremos relacionados con el aumento del nivel del mar.

Los expertos son contundentes. Aseguran que es de vida o muerte poner límites al calentamiento global por debajo de 2 grados centígrados en una región que ya enfrenta asimetrías económicas y sociales para su desarrollo sostenible.

Y algunos ejemplos hablan por sí mismos: en el Caribe, los desastres naturales se triplicaron en los últimos 30 años y las pérdidas económicas asociadas se quintuplicaron. La destrucción causada por los huracanes Irma y María en 2017 produjo pérdidas equivalentes al 250% del Producto Interno Bruto (PIB) en países como Dominica (https://www.cepal.org/es).

Adicionalmente, en el terreno financiero internacional, entre los efectos inesperados del cambio climático se encuentra la actitud nefasta de las agencias calificadoras dedicadas a evaluar los riesgos de inversiones. Las mismas consideran que la vulnerabilidad climática es un criterio para rebajar la calificación de seguridad y beneficio. Lo que produce, según la CEPAL, consecuencias gravísimas porque aumenta, injustamente, el costo de la deuda soberana y el pago de intereses para aquellos países en desarrollo altamente vulnerables ante el cambio climático. Según el organismo continental, esto agrava, por ejemplo, las capacidades del Caribe, de Argentina y de Ecuador los cuales ya tienen una “carga muy pesada por los altos niveles de deuda enraizada en los shocks externos agravados por el impacto de los desastres y las debilidades estructurales, sociales y económicas”.

La protesta se consolida

América Latina y el Caribe se confrontan con un laberinto casi sin salida. A pesar de ser responsables solamente del 8.3% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, pagan uno de los precios más altos por el deterioro climático global. Y lo pagan con su vulnerabilidad cotidiana, que incluye la fragilidad de sus sistemas de prevención de riesgos.

Realidad planetaria compleja, donde la descripción fáctica del drama climático esconde, muchas veces, los diferentes niveles de responsabilidad por continentes, regiones y países, así como por sectores de actividades y formas y lógicas de producción. De ahí que sean cada vez más potentes las voces sociales que se escuchan a lo largo y a lo ancho del mundo entero, especialmente las juveniles, que no se contentan de constatar la crisis climática mundial. Y que exigen que se hable también de la necesidad de una verdadera justicia climática planetaria.

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El clima grita ¡Auxilio!

Las temperaturas récord durante los últimos tres meses en el Ártico pasaron desapercibidas ante la marea informativa de la pandemia. Sin embargo, el clima lanza un desesperado S.O.S. Un sector de la juventud se moviliza para salvarlo.

Las fuerzas ambientalistas retoman la iniciativa. El pasado viernes 4 de septiembre, se realizaron movilizaciones en 18 cantones suizos convocadas por la Huelga del Clima, reactivando una dinámica que desde marzo se vivía en cámara lenta.

Por su parte, las Naciones Unidas anticipan para la 2da semana de septiembre un informe sobre el impacto del cambio climático en la criosfera. Hay creciente preocupación por el estado de las regiones de la Tierra cubiertas por hielo. Lo que explica que el documento sea presentado, en manera conjunta, por el propio secretario general desde Nueva York y el director de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en Ginebra.

Cuando el Ártico transpira

El verano del norte, entre junio y septiembre, está trayendo malas noticias en estas latitudes.  Los registros “explosivos” en el Ártico -con días de hasta 38 ° en Siberia- produjeron el desprendimiento de 81 kilómetros cuadrados de la plataforma de Milne en Canadá. Era la última de este tipo que quedaba todavía íntegra.

Las autoridades canadienses argumentaron que ese fenómeno se produjo debido a las temperaturas del aire por encima de lo normal, el impacto de vientos marinos y costeros, la falta de hielo marino y la existencia de fracturas preexistentes.

Un reciente estudio de la OMM (https://news.un.org/es/story/2020/09/1479842)  asegura que “las temperaturas en el Ártico están aumentando más rápidamente que el promedio mundial. Su impacto repercute ya en todo el hemisferio norte.

En 20 de junio, por ejemplo, la ciudad siberiana de Verkhoyansk, en el círculo polar, registró por primera vez 38° C. Durante los diez días previos el termómetro había marcado 30° C como máxima. En el archipiélago de Svalbard, aún más al norte, el 25 de julio, se rompió el récord de las últimas cuatro décadas con 21,7°. Y aún más al norte, en la Estación Eureka en Nunavut, a fines de junio, se llegó a los 21,4°.

El “sauna” alpino

Aunque este verano no se han batido récords de temperaturas en los Alpes, se registró una ola de calor sostenida este verano. En Francia, se contabilizaron 40,4° C a inicios de julio en Ayze, una pequeña ciudad en el corazón del macizo del Mont Blanc. Y el termómetro marcó 5° C a una altitud de 4000 m sobre Courmayeur, en la vertiente italiana del Mont Blanc, a principios de agosto.

Víctimas principales del calentamiento: los glaciares. En la región alpina sufren enormemente con las temperaturas de verano por encima de lo normal. En Suiza, por ejemplo, el Turtmann, en el cantón del Valais, se partió en dos y perdió 300 000 metros cúbicos en un colapso dramático que tuvo lugar el 6 de agosto, fenómeno filmado en video por un excursionista.

“El retroceso de los glaciares en los Alpes no solo afecta nuestros paisajes, sino también nuestros recursos hídricos y parte de nuestra economía. Los eventos abruptos de pérdida de masa como el observado en el Turtmanngletscher son raros, pero son ilustrativos de cómo los mismos sufren veranos anormalmente cálidos”, asegura la agencia meteorológica internacional en un boletín.

Por su parte, el glaciar Planpincieux ubicado en la vertiente oriental de las Grandes Jorasses, Valle de Aosta, en el macizo del Mont Blanc, ha estado al borde del colapso durante más de 2 años.

Vigilado de cerca por investigadores italianos en colaboración con la Fondazione Montagna Sicura, el glaciar aceleró este verano hasta alcanzar velocidades superiores a un metro por día a principios de agosto, lo que provocó la evacuación de hoteles y casas cercanos. Más de 500.000 metros cúbicos de hielo se desprendieron gradualmente del cuerpo principal.

Las temperaturas en los Alpes han aumentado 2° C durante el siglo XX. El incremento se atribuye a la disminución de la capa de hielo sobre rocas más oscuras que absorben, así, más radiación solar.

Tipo de alimentación y clima

Una nueva estrategia basada en dietas sostenibles y en la reducción de los desperdicios alimenticios podría tener un impacto significativo en el clima, señala otro informe de la ONU presentado el 1ro de septiembre.

Y anticipa que introducir cambios en esos dos aspectos – por el momento no contemplados en los planes nacionales de acción climática-, podría reducir hasta 12,5 giga toneladas de emisiones anuales de Co2. Sería como sacar de las carreteras 2700 millones de automóviles.

El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) subraya que una alimentación sostenible y botar menos alimentos reducirían las emisiones de gases de efecto invernadero hasta en un 25% (https://www.unenvironment.org/es/noticias-y-reportajes/comunicado-de-prensa/la-accion-climatica-en-los-sistemas-alimentarios-puede)

El informe elaborado en conjunto con el Fondo Mundial para la Vida Silvestre (WWF), EAT y Climate Focus, afirma que el cambio de ciertos hábitos puede generar reducciones en las emisiones de dióxido de carbono y metano. Y subraya que la reducción de los cambios de uso del suelo y la conversión de hábitats naturales puede disminuir las emisiones en 4,6 giga toneladas de CO2 por año.

Una disminución en la pérdida y el desperdicio de alimentos, que representa el 8 por ciento de todas las emisiones mundiales, significaría disminuir las emisiones en 4,5 giga toneladas de CO2 por año. En tanto que si se mejorara los métodos de producción y se disminuyeran las emisiones de metano del ganado podría limitar las mismas hasta en 1,44 giga toneladas anualmente. Aunque esa cifra sería mucho mayor (hasta de 8 giga toneladas de CO2) si se lograra cambiar el paradigma alimenticio, pasando a dietas más saludables y sostenibles, con una mayor proporción de productos de origen vegetal que de origen animal.

Rediseñar planes nacionales

La tesis principal de los cuatro organismos internacionales que elaboraron el estudio es que sin una acción sobre la producción y el consumo de alimentos no se lograrán los objetivos climáticos o de biodiversidad previstos. Los que constituyen la base para lograr la seguridad alimentaria, prevenir la aparición de enfermedades y, en última instancia, para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Y recuerda que “hasta el momento, ningún plan de acción climática nacional menciona explícitamente las dietas más sostenibles”. Solo once países hacen referencia a la pérdida de alimentos en sus planes. Y ninguno considera, realmente, el tema del desperdicio de los mismos.

Según el Acuerdo de París de 2015, se espera que los países revisen o vuelvan a enviar sus Contribuciones Nacionales Determinadas cada cinco años.

En ese marco, este año, los parlamentarios de cada nación tendrían la oportunidad de adoptar soluciones de sistemas alimentarios y establecer metas y medidas más ambiciosas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y, a su vez, mejorar la biodiversidad, la seguridad alimentaria y la salud pública, aseguran. “Se necesitan compromisos ambiciosos, con plazos concretos y cuantificables para la transformación de los sistemas alimentarios si queremos lograr un futuro de 1,5 ° C”, puntualizan.

Según las Naciones Unidas, el año próximo tendrá una particular importancia en lo que respecta esta temática. En 2021, en el contexto de la Conferencia de las Partes del Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (COP 15), los líderes mundiales podrían llegar a un nuevo acuerdo para la naturaleza y las personas, y de esta forma detener y revertir la pérdida de biodiversidad. Así mismo, la primera Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU que se llevará a cabo en 2021 podría, también, reforzar este enfoque.

Emergencia: la protesta en las calles

El primer viernes de septiembre se realizaron manifestaciones en dieciocho ciudades de Suiza. Significaron el reinicio de la actividad masiva en las calles. Desde febrero pasado no se vivía una jornada tan activa, masiva y nacional.

Los jóvenes ganaron las calles en Berna y en otras 17 ciudades suizas por el clima. Foto Sergio Ferrari

Y esas mismas organizaciones juveniles llaman, en forma unitaria, a una semana de movilización, entre el 20 y el 25 del mes en curso, bajo la consigna “de pie para el cambio”. Lo convocan Extinction Rebellion, el Colectivo por la Justicia Climática, la Huelga por el Clima y el Colectivo Breack Free.

La no violencia, la participación ciudadana amplia y la acción urgente son pilares conceptuales del movimiento juvenil en marcha. Que no ahorra críticas a los gobiernos y a los Estados en general -y a las autoridades suizas en particular- por la pasividad en las decisiones y la lentitud para ejecutar medidas concretas contra el calentamiento global. Y que anticipa una «radicalización» de sus acciones, consecuente con la gravedad de la situación climática a nivel mundial.

Fuente: https://rebelion.org/el-clima-grita-auxilio/
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Incendios forestales: el cambio climático y la deforestación aumentan el riesgo global

Por: Tim Schauenberg

Enormes incendios forestales han estado ardiendo en Australia durante meses. Pero el riesgo de incendios está aumentando en todas partes. Una mirada al vínculo entre el cambio climático y esta tendencia devastadora.

Después de meses de calor extremo y sequía en Australia, finalmente llegaron los incendios. Australia experimenta incendios forestales cada año. Pero este año son particularmente extremos, y el verano en el hemisferio sur acaba de comenzar.

Según la evaluación preliminar de los incendios, ocho millones de hectáreas han sido destruidas por las llamas hasta el momento. Veinticinco personas y millones de animales han muerto. Regiones enteras se han quedado sin energía y las nubes de humo ahora cubren la mitad del continente.

Docenas de incendios arrasan el paisaje australiano. Millones de animales y 25 personas han muerto hasta ahora.

Docenas de incendios arrasan el paisaje australiano. Millones de animales y 25 personas han muerto hasta ahora.

Pero Australia no es el único lugar en llamas. En 2019, la plataforma en línea Global Forest Watch Fires (GFW Fires) contó más de 4,5 millones de incendios en todo el mundo que fueron mayores de un kilómetro cuadrado. Eso es un total de 400.000 incendios más que en 2018.

«El número de incendios y su tamaño varían de año en año, pero la gran tendencia es que el riesgo de incendio aumenta a nivel mundial», dijo a DW Susanne Winter, gerente del Programa Forestal de WWF en Alemania.

Las razones por las cuales los incendios comienzan y se establecen en principio son complejas. Pero los expertos ahora apuntan a una conexión entre el creciente número de incendios y las temperaturas oceánicas más cálidas como resultado del cambio climático.

Los mares más cálidos actúan como aceleradores de fuego

Los gases de efecto invernadero producidos por el hombre han elevado la temperatura promedio de la Tierra en un grado Celsius estimado desde el siglo XIX. La superficie del mar también se ha calentado 0,8 grados centígrados. Cuanto más cálido se vuelve el océano, menos energía y CO2 de la atmósfera es capaz de absorber y almacenar el agua.

«El océano es como el aire acondicionado del planeta», explica Karen Wiltshire, subdirectora del Instituto Alfred Wegener de Investigación Marina y Polar.

Los fuertes vientos conducen el fuego cada vez más profundamente en el monte. Es casi imposible extinguir los incendios en este punto.

Los fuertes vientos conducen el fuego cada vez más profundamente en el monte. Es casi imposible extinguir los incendios en este punto.

Las consecuencias de esto podrían ser devastadoras. Si el mar continúa calentándose, tendrá un enorme impacto en el clima, desde temperaturas extremas, tormentas y sequías hasta inundaciones y temporadas de lluvias tardías que perturban los ecosistemas.

Cuando fuertes vientos desgarran paisajes cálidos y secos como Australia, el riesgo de incendios forestales aumenta significativamente. Pero el riesgo también está creciendo en regiones que alguna vez fueron templadas y frescas.

Incluso el Ártico está ardiendo

Además de los grandes incendios en Europa y California, en 2019 también se produjeron incendios forestales en el Ártico. «El tipo de incendios que nunca habíamos visto antes», dice Clare Nullis de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

El fuego se encuentra con el hielo. La cicatriz de la quemadura claramente visible de uno de los muchos incendios forestales en Siberia en 2019.

El fuego se encuentra con el hielo. La cicatriz de la quemadura claramente visible de uno de los muchos incendios forestales en Siberia en 2019.

Alaska experimentó temperaturas récord de hasta 32 grados centígrados, creando condiciones para los incendios. Según la OMM, podemos esperar ver arder los bosques en el hemisferio norte como nunca lo han hecho en los últimos 10.000 años.

En Alberta, en el norte de Canadá, cientos de incendios quemaron durante meses más de 800.000 hectáreas de tierra en el verano de 2019. Según las estimaciones de las autoridades rusas, se quemaron alrededor de 9 millones de hectáreas de bosque en Siberia, un área más grande que todo Portugal. El humo tóxico se asentó sobre pueblos y ciudades.

 Waldbrände in Sibirien im Juli 2019 (NASA/J. Stevens)

Columnas de humo de incendios siberianos en julio de 2019 a la deriva a cientos de kilómetros hacia el oeste desde el este

Los humanos tienen la culpa del incendio de los bosques

Los incendios son en realidad un proceso natural en la regeneración y renovación de los ecosistemas. Sin embargo, el 96 por ciento de los incendios del mundo ahora están siendo provocados deliberadamente o causados involuntariamente por humanos. Solo el 4 por ciento de los incendios se dan naturalmente, por ejemplo, debido a la caída de rayos, según un informe de WWF.

Muchas áreas se limpian utilizando el método de tala y quema para dar paso a la agricultura, la ganadería o la industria, particularmente en la región amazónica. También en Indonesia, más de 27 millones de hectáreas de bosque han sido destruidas desde 1990 para las industrias del papel y el aceite de palma.

Infografik Karte Waldbrände weltweit ES

África

Los datos de Global Forest Watch Fires muestran que muchos incendios afectan a África, desde Sudán del Sur hasta África Occidental. Los expertos dicen que la alta densidad de población ha llevado a un uso cada vez más intensivo de los recursos naturales, lo que significa que los ecosistemas tienen cada vez menos tiempo para recuperarse. Y los incendios también se están volviendo más comunes.

«La razón principal de esto es el uso generalizado de los cultivos itinerantes», explica Winter. «Los propietarios de tierras y los agricultores usan el fuego para limpiar sus campos, a fin de deshacerse rápidamente de la vegetación y hacer que el suelo sea fértil a corto plazo». Algunos de estos incendios pueden salirse de control y provocar incendios forestales más grandes.

El Amazonas

El año pasado hubo más incendios en Sudamérica que en 2010. Grandes áreas de bosques fueron taladas para la agricultura en la región amazónica en 2019. «Estas no fueron causas naturales», dice Nullis. «Los incendios forestales en Brasil tienen motivaciones políticas. Por supuesto, no podemos compararlos con los incendios en África», agregó Winter.

Entre enero y noviembre de 2019, más del 80 por ciento de los bosques fueron destruidos en comparación con el año anterior. Hace treinta años, el Amazonas todavía estaba tan húmedo que incendios como los que vemos hoy no hubieran sido posibles, dice Winter. Sin embargo, el Amazonas se está volviendo cada vez más seco gracias a la tala cada vez mayor.

Más incendios forestales crean un ciclo de retroalimentación: el CO2 liberado alimenta el cambio climático, lo que a su vez aumenta el riesgo de más incendios.

Más incendios forestales crean un ciclo de retroalimentación: el CO2 liberado alimenta el cambio climático, lo que a su vez aumenta el riesgo de más incendios.

El cambio climático y el ciclo del fuego

La deforestación, el cambio climático y el riesgo de incendios forestales están directamente relacionados. «Estamos lidiando con un efecto de retroalimentación», dice Winter. «Más deforestación significa un aumento en el cambio climático, lo que aumenta las posibilidades de que la vegetación se seque, lo que a su vez aumenta el riesgo de incendio».

Los incendios de 2019 en el Amazonas fueron devastadores. En toda América del Sur se han dado más incendios en comparación con 2010.

Los incendios de 2019 en el Amazonas fueron devastadores. En toda América del Sur se han dado más incendios en comparación con 2010.

Y los incendios continúan aumentando los gases de efecto invernadero en la atmósfera. Según Greenpeace, cada año se liberan alrededor de 8 mil millones de toneladas de CO2. Esto es aproximadamente la mitad de las emisiones causadas por la quema de carbón en todo el mundo.

Los incendios forestales en Australia ya han liberado la mitad de la cantidad de CO2 que el continente produciría normalmente durante un año. Y el humo ahora se está extendiendo a través del Pacífico hacia Argentina y Chile.

Fuente e Imagen: https://www.dw.com/es/incendios-forestales-el-cambio-clim%C3%A1tico-y-la-deforestaci%C3%B3n-aumentan-el-riesgo-global/a-51946276

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