Política visceral (2)

Por:  Leonardo Díaz

Como sabemos, el cerebro tiene un carácter proyectivo, anticipa situaciones que le permiten evitar el peligro . Sin esta característica, seríamos víctimas de constantes caídas en entornos dañinos para nuestra sobrevivencia.

La tradición racionalista de Occidente ha infuido en nuestra mirada intelectualista de los fenómenos sociales, obviando históricamente el rol de las emociones y el modo de orientarlas.

Es una de las razones por las que subestimamos la atracción de los tiranos, el poder electoral de los líderes autoritarios, el voto de muchas mujeres por  candidatos misóginos, o el de muchos extranjeros por individuos xenófobos.

Y con frecuencia, nuestras expectativas intelectualistas son objetadas constantemente por el devenir de los acontecimientos. Por tanto, es razonable reorientar la mirada intelectualista de estos problemas. Siguiendo al psicólogo Manos Tsakiris, deberíamos transitar de una política intelectualista a una política visceral.

El concepto de Tsakiris implica el reconocimiento de una tradición filosófica marginada. Filósofos como Thomas Hobbes o David Hume se habían referido al problema de las emociones. De hecho, Hobbes fundamenta su noción del contrato social a partir del reconocimiento de unos instintos primarios que amenazan cualquier proyecto de coexistencia pacífica y civilizada.

Desde la perspectiva de Hobbes, el Estado emerge como una necesidad de regular los instintos y el contrato social responde al imperativo de conciliar la tensión entre seguridad y libertad.  Cedemos parte de nuestra libertad a fin de garantizar la seguridad colectiva, pues podemos perder ambas si todos nos entregamos a la batalla instintiva de satisfacer nuestros deseos.

Tsakiris retoma la perspectiva Hobbesiana sobre el rol desempeñado por nuestra búsqueda de sobrevivencia en las acciones políticas integrándola a una lectura contemporánea sobre el funcionamiento de nuestra fisiología y psicología. Asume que somos organismos en constante homeostasis, procesos fisiológicos -interactuando con procesos psicológicos- de estabilización que garantizan márgenes razonables de seguridad para el mantenimiento de la vida. Entre estos procesos se encuentra, por ejemplo, la frecuencia cardíaca.

Como sabemos, el cerebro tiene un carácter proyectivo, anticipa situaciones que le permiten evitar el peligro . Sin esta característica, seríamos víctimas de constantes caídas en entornos dañinos para nuestra sobrevivencia. Tsakiris subraya que el cerebro también anticipa los estados del cuerpo para autorregularse, como por ejemplo, alterar la presión arterial para ajustarla a una inminente situación angustiante. Este proceso de autoregulación o autoestabilización mediante el cambio se conoce como alostasis.

Como Tsakiris entiende las emociones en términos de “representaciones mentales de estados corporales” con el propósito de autoregularnos, es evidente que en su modelo explicativo las mismas juegan un papel fundamental. En sus propios términos, desempeñan la función de conjetura o predicción sobre el modo en que las situaciones concretas nos afectan. Imaginemos el gesto facial de una persona y cómo la misma puede estimularnos corporalmente y, a la vez, provocar un sentimiento de sorpresa, miedo, rechazo, alerta, u otras emociones que nos incitan para actuar de un modo determinado con el propósito de volver a obtener un sentimiento de seguridad.

Estas conjeturas operan con rapidez y, en muchos casos, con mayor eficacia que cualquier proceso intelectual, pues requiere de menos tiempo para operar, siendo más factible para nuestra sobrevivencia ante las repentinas situaciones de peligro y de incertidumbre.

Este mecanismo tan eficiente para nuestra sobrevivencia biológica opera también en el espacio público, en el mundo de la acción política. Más que agentes racionales que calculan todo el tiempo sus decisiones y acciones en función de principios asumidos conscientemente, los ciudadanos operan autoregulados por esa búsqueda de seguridad. Entonces, desde esta perspectiva, ¿nos resulta extraño que las personas tomen decisiones políticas “irracionales”, pero acordes con dicha búsqueda?

Fuente: https://acento.com.do/opinion/politica-visceral-2-8889435.html

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Política visceral

Por: Leonardo Díaz

Tsakiris acuña el concepto de “política visceral” para referirse al fenómeno de la conducta humana como resultado de la experiencia emocional emergente de la interacción entre nuestra fisiología y un entorno cambiante, que afecta nuestras elecciones y acciones políticas, mientras estas afectan también a nuestras emociones.

“¿Qué significa ser un animal político en el siglo XXI?” La pregunta es formulada por el psicólogo cognitivo de la Universidad de Londres, Manos Tsakiris. Con esta interrogante, nos estimula a replantearnos la mirada intelectualista de la acción política realizada desde una interpretación de la tradición aristotélica.

Desde esa influyente interpretación, hemos entendido la conducta ética y política regida por una racionalidad en permanente conflicto con las emociones, a las que debe enfrentar y someter para organizar la sociedad con el propósito de lograr “la buena vida”.

Sin embargo, desde el pasado siglo, el desarrollo de la investigación cognitiva ha recuperado una tradición filosófica marginada en Occidente que, recuperando el rol de las emociones en nuestra condición antropológica, invierte el modelo racionalista de la ética y la política. En las palabras de Hume, recordadas por Tsakiris: “la razón es, y solo debe ser esclava de las pasiones, y nunca puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas”. (https://aeon.co/essays/politics-is-in-peril-if-it-ignores-how-humans-regulate-the-body).

¿Significa esta mirada una apología de la irracionalidad, entregar la acción ética y política al capricho desenfrenado de la naturaleza? En modo alguno. Significa entender que nuestras acciones, aún aquellas que atribuimos al cálculo de la razón, están cargadas de emociones. Por tanto, si no le otorgamos a las mismas la jerarquía que poseen, nuestro marco comprensivo de los actos éticos y políticos quedará sensiblemente empobrecido.

Desde esta óptica, las emociones no juegan un papel marginal o excepcional en la vida política, sino que constituyen su epicentro. Tsakiris acuña el concepto de “política visceral” para referirse al fenómeno de la conducta humana como resultado de la experiencia emocional emergente de la interacción entre nuestra fisiología y un entorno cambiante, que afecta nuestras elecciones y acciones políticas, mientras estas afectan también a nuestras emociones.

Desde esta perspectiva, la comprensión de la vida política implica la asunción de nuestra corporalidad como fundamento de nuestras acciones. Con ello, nuestra mirada se encauza hacia los estados fisiológicos y psicológicos que condicionan la vida pública, y hacia cómo los mismos pueden favorecer determinados procesos sociales en función de su orientación.

Se trata de un enfoque transdiciplinar y naturalista, con importantes precedentes en la filosofía contemporánea. De este modelo teórico derivaremos consecuencias para la filosofía y las ciencias políticas en los próximos artículos de esta columna. Incorporaremos su perspectiva biológica, psicológica y humanística para un análisis integral de nuestras acciones en el espacio público y los móviles que las incitan

Fuente: https://acento.com.do/opinion/politica-visceral-8887184.html

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