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Retos éticos de la revolución digital

Por: Leonardo Díaz

Requerimos de una educación centrada en la confianza –lo que es imposible sin el arraigo de una cultura ética- y una racionalidad abierta, caracterizada por la disposición al diálogo y al discernimiento crítico.

En el marco del Seminario de Ética Ciudadana, organizado por el Programa Nacional para la Promoción de la Ética (PROÉTICA), el filósofo Agustín Domingo Moratalla, de la Universidad de Valencia, realizó la conferencia inaugural titulada: “Los retos éticos en la era digital”.

Moratalla subrayó la redefinición del concepto de ciudadanía que ha producido la revolución digital. El viejo ciudadano del espacio público se convierte en el usuario de las redes digitales. Esta transformación replantea la demarcación entre espacio público y privado. A la vez, cuestiona nuestro concepto de sociedad, porque en la medida que muchos individuos disponen de dispositivos para accesar a mundos virtuales diseñados a partir del consumo y los gustos personales, es más probable el socavamiento de un proyecto común como sociedad, tal y como lo muestran las polarizaciones políticas actuales.

Al mismo tiempo, al tratarse de un mundo digitalizado donde la circulación de la información está determinada por sistemas algorítmicos, se conforma una “democracia algorítmica” que amenaza la autonomía del usuario.

Igualmente, se trata de un mundo donde existe una marcada interrelación entre los eventos económicos, sociales y políticos, así como interconectados se encuentran sus implicaciones a largo plazo. Moratalla sostiene que esta situación debería promover una ética del cuidado, una actitud de empatía hacia la profunda interrelación que se da entre todas las personas y el compromiso que dicha interrelación impone.

En este sentido, Moratalla recuerda la necesidad de una educación no limitada al fomento de las competencias relacionadas con la adquisición de las destrezas relacionadas con la tecnología. Requerimos de una educación centrada en la confianza –lo que es imposible sin el arraigo de una cultura ética- y una racionalidad abierta, caracterizada por la disposición al diálogo y al discernimiento crítico, que promueva el reconocimiento de la responsabilidad en la que ya estamos inmersos de modo inconsciente como participes de la red de relaciones que conforman nuestro mundo de la vida

Fuente: https://acento.com.do/opinion/retos-eticos-de-la-revolucion-digital-9194142.html

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Sobre la violencia (II)

Por: Leonardo Díaz

Emergen nuevas formas de pensar y sentir el mundo que terminan normativizándose y convirtiéndose en nuevos referentes de la conducta moral como son los valores de buscar la coexistencia pacífica en un proyecto de ciudadanía común.

La disminución histórica de la violencia, tesis sostenida por el científico Steven Pinker, parece inaceptable. El siglo XX nos dejó el estalinismo y el fascismo, dos grandes guerras mundiales, los genocidios de Camboya y de Ruanda, así como los regímenes sanguinarios de Latinoamérica. El siglo XXI es testigo de un conflicto en Ucrania y de otros menos mediáticos, pero con similar secuelas de víctimas.

Estos escenarios no parecen favorecer la tesis de que seamos más pacíficos que nuestros antepasados. Sin embargo, ¿hasta qué punto, como sostiene Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro, nuestra percepción del problema se encuentra sesgada por la naturaleza de nuestra mente?

El autor afirma que calculamos la posibilidad de un acontecimiento a partir de la facilidad con que somos capaces de recordar casos concretos relacionados con el mismo. Las imágenes de violencia son más fáciles de recordar porque son reforzadas por los medios de difusión masiva, sean estos la televisión o las redes sociales. ¿Acaso el tiroteo de 50 niños en una escuela no recibe más promoción mediática que la implementación de un programa que estimule el aprendizaje en el mismo centro?

En el referido texto, Pinker realiza un análisis detenido de documentos fundamentales de nuestra civilización para mostrar los imaginarios de la violencia de épocas pasadas y defiende su tesis recurriendo a datos cuantitativos que comparan los índices de violencia en sociedades pasadas y actuales.

El autor agrega un interesante argumento para explicar la disminución de la violencia: la emergencia de una actitud más sensible hacia las prácticas agresivas normativizadas en el pasado, producto de nuestro proceso de pacificación. De la misma manera en que nuestros estándares educativos son más altos en la medida en que estamos más educados, nuestros criterios de vida pacífica son más exigentes en la medida en que nos hacemos menos violentos. Por ello, no aceptamos hoy prácticas agresivas que en el pasado eran institucionales: esclavizar a individuos de etnias distintas, violar a las niñas y a las mujeres, encerrar a personas con problemas cognitivos, o golpear con instrumentos a los niños.

Pinker muestra como nuestro razonamiento abstracto ha progresado históricamente, nuestra capacidad para razonar abstrayéndonos de los detalles concretos de la experiencia inmediata (efecto Flynn), lo que ha potenciado la posibilidad de trascender los localismos y comprender con mayor claridad valores universales.

En este sentido, apuntamos a un progreso moral al ser capaces de comprender relaciones y valores que eran ajenos a formas de conceptualización del pasado típicas de las moralidades tribales. Esto no significa un progreso moral rectilíneo -es obvio que hoy existen dichas moralidades y tienen gran influencia- sino un proceso mediante el cual emergen nuevas formas de pensar y sentir el mundo que terminan normativizándose y convirtiéndose en nuevos referentes de la conducta moral como son los valores de buscar la coexistencia pacífica en un proyecto de ciudadanía común, no maltratar a los animales o cuidar el medioambiente.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/sobre-la-violencia-ii-9073050.html

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Sobre la violencia (I)

Por: Leonardo Díaz

Si bien los instintos agresivos están arraigados en nuestra herencia evolutiva, la violencia no constituye un condena a las que estemos destinados de modo inevitable.

Cuando vivimos episodios dramáticos de violencia -usualmente relacionados con figuras públicas- o cuando percibimos que existe un incremento de la violencia generalizada, especialmente aquella relacionada con la delincuencia, podemos escuchar la expresión de que en nuestro país se requiere “mano dura”, una idea arraigada en la tradición del pensamiento autoritario dominicano.

A dicha perspectiva subyace el supuesto de que existe una especie de esencia antropológica inherente a nuestra ciudadanía que le impide cumplir las leyes o respetar principios y valores de coexistencia pacífica exigidos por la ética ciudadana.

La idea tiene mucho recorrido en la historia de la filosofía occidental. El filósofo Thomas Hobbes (1588-1679) afirmó que el “hombre es el lobo del hombre” (Leviatán).  Esta expresión significa que la condición humana es agresiva, desconfiada y egoísta por naturaleza; por consiguiente, necesita el control autoritario de un soberano para obligarla a cumplir un pacto de no agresión para su sobrevivencia.

En El ensayo sobre el gobierno civil, el filósofo John Locke (1632-1704) afirmó que la tesis de Hobbes se asemeja a pensar que los seres humanos son tan insensatos que están dispuestos a realizar un pacto que los proteja de los zorros descuidando salvaguardarse de los leones. En decir, es absurdo pensar que, si los seres humanos son por naturaleza agresivos y desconfiados los unos de los otros, puedan depositar su confianza en un soberano para proteger sus intereses comunes.

Al debate subyace la confrontación entre dos paradigmas sobre la naturaleza humana: por un lado, una perspectiva pesimista sobre la capacidad de domesticar los instintos agresivos de los seres humanos y, por tanto, pretende domesticar la violencia mediante la violencia; y una postura optimista que defiende la posibilidad de que nuestros instintos agresivos puedan moldearse gracias a la cultura.

La historiografía y la investigación social muestran evidencia de que, si bien los instintos agresivos están arraigados en nuestra herencia evolutiva, la violencia no constituye una condena a las que estemos destinados de modo inevitable y de que pueden ser corregidos de modo significativo por los procesos socioculturales.

En su libro Los ángeles que llevamos dentro, el científico cognitivo Steven Pinker argumenta que la evolución social ha modificado nuestras tendencias agresivas a través de una transformación de la sensibilidad moderna. Entre los motivos que aduce se encuentra el hecho de que la especie humana ha experimentado un desarrollo progresivo de su inteligencia y del pensamiento crítico. Este desarrollo ha provocado la creación de una ética secular (Moderna, no religiosa, y racional) que ha contribuido a lograr mayores niveles generales de bondad. Esta idea será el tema de mi próximo artículo.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/sobre-la-violencia-2-9070801.html

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Libertad, educación y equidad

Por: Leonardo Díaz

La libertad es un proceso continuo de trabajo colectivo en la realización de las potencialidades de sus integrantes y que debemos cuidar permanentemente.

En un artículo publicado para el Diario El País, la científica Marta Fraile, titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), retoma el problema de la libertad, uno de los temas clásicos en la historia del pensamiento occidental, relacionándolo con el problema de la educación.

(https://elpais.com/opinion/2022-02-25/el-binomio-educacion-libertad.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR0mc-cauQ0L34BoIFU0TKVEEgmb_jxfIJ2MK5otWXFCI0huZRnl8mKdad8).

Apoyándose en el texto de la académica albanesa Lea Ypi, Free: Coming of Age at the End of History, donde se muestran parte de las experiencias personales de la autora como una niña en la Albania del dictador Enver Hoxha, Fraile cuestiona el uso interesado del término libertad trivializado desde posturas políticas conservadoras.

Existe, en esa concepción trivializada, la noción de que la libertad es la ausencia absoluta de límites, desconociendo que son estos límites los que nos permiten comprenderla y hacerla factible, no el capricho arbitrario que se opone al Estado.

La libertad es un problema social. Una sociedad puede ser no solo el espacio para su realización, sino también un serio obstáculo si tiene problemas estructurales de inequidad.

En este sentido, la libertad es un proceso continuo de trabajo colectivo en la realización de las potencialidades de sus integrantes y que debemos cuidar permanentemente.

Y en este cuidado constante Fraile recuerda el rol que debe jugar la educación en la realización progresiva de la libertad. El problema es qué tipo de modelo educativo se ha ido generalizando en las sociedades occidentales y si el mismo sirve a dicho propósito. Este será el tema de nuestro próximo artículo.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/libertad-educacion-y-equidad-9041375.html

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Silenciamiento hermenéutico

Por: Leonardo Díaz

 

Cuando los discursos de un grupo determinado son ignorados, sus integrantes son degradados como sujetos de conocimiento al excluirlos de la producción colectiva de significados. Estamos ante un acto de “silenciamiento hermenéutico”.

Una comunidad democrática es una confluencia de voces que expresan sus puntos de vista en el espacio público, pero con frecuencia, las voces de determinados grupos son acalladas o marginadas en sociedades formalmente plurales.

Cuando los discursos de un grupo determinado son ignorados, sus integrantes son degradados como sujetos de conocimiento al excluirlos de la producción colectiva de significados. Estamos ante un acto de “silenciamiento hermenéutico”.

Ángeles Eraña, del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), abordará este problema en el seminario virtual sobre injusticia hermenéutica que organizaremos el próximo 10 de septiembre desde el Instituto Especializado de Estudios Superiores para Humanidades, Ciencias Sociales y Filosofía Pedro Francisco Bonó.

Un ejemplo de silenciamiento hermenéutico es cuando un determinado gobierno o grupo de poder pretende imponer una determinada reforma o proyecto acallando, excluyendo o mostrando indiferencia hacia las objeciones de grupos marginados a pesar de que pueden ser los más perjudicados de las mencionadas iniciativas.

En muchos casos, se asume un falso paternalismo donde a segmentos importantes de la ciudadanía se les concibe como menores de edad incapaces de pensar, tomar decisiones y ser responsables sobre problemas que atañen a su comunidad.

Las consecuencias de esto es que los grupos excluidos no se hacen partícipes, y más bien se hacen reacios ante los cambios, especialmente en sociedades con una tradición ancestral de autoritarismo, engaño y corrupción.

El silenciamiento hermenéutico agudiza el círculo vicioso de una democracia no participativa. Sin el ejercicio cotidiano del diálogo con la mayor cantidad posible de actores, intentando evitar el conflicto de voces en el espacio público, no podemos construir una ciudadanía crítica y activa, fundamento de una sociedad democrática saludable.

Fuente de la información:  https://acento.com.do/opinion

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Injusticia hermenéutica y responsabilidad

Por: Leonardo Díaz

Toda sociedad está caracterizada por “luchas hermenéuticas” donde nuevas interpretaciones de las experiencias sociales surgen y son expuestas a la mirada y a la comprensión de los otros.

El planteamiento de que la injusticia hermenéutica es estructural e impersonal puede hacernos pensar que la misma excluye la responsabilidad de agentes. Parece depender de la situación azarosa de una época, de la carencia de sus recursos hermenéuticos.

El filósofo José Medina, invitado especial del seminario de hermenéutica que organizaremos desde el Instituto Especializado de Estudios Superiores para Humanidades, Ciencias Sociales y Filosofía Pedro Francisco Bonó, el próximo 10 de septiembre, objeta esta perspectiva y afirma que la responsabilidad es un aspecto intrínseco de la injusticia hermenéutica.

Tendemos a pensar la responsabilidad en términos básicamente individuales, pero Medina señala que debemos replantearnos el problema de la responsabilidad sobre las injusticias hermenéuticas en términos compartidos. (“Varieties of hermeneutical injustice”, en The Routledge Handbook of Epistemic Injustice,2017). En el contexto de una sociedad, los integrantes de un determinado grupo pueden ser responsables de acciones, compromisos o negligencias que posibilitan las distintas expresiones de la injusticia hermenéutica.

Es el caso de las resistencias que ofrecen determinados grupos a comprender las interpretaciones de las personas que construyen significados desde experiencias sociales que han sido marginalizadas, estigmatizadas y criminalizadas.

Al mismo tiempo, como señala Medina, la existencia de acciones y prejuicios en una cultura no exonera de responsabilidades individuales. Hay grados de complicidad en la responsabilidad de los individuos con respecto a las prácticas de su cultura, del mismo modo en que hay grados de responsabilidad individual de la ciudadanía con respecto a las prácticas políticas de su comunidad.

Otro aspecto destacado por Medina para comprender el problema es que una cultura no es un bloque monolítico desde el cual una experiencia social se haga absolutamente ininteligible. Está constituida por una diversidad de subculturas y subgrupos en interacción que construyen significados y disponen de una variedad de recursos interpretativos y de capacidades, así como de una diversidad de actitudes hacia los significados emergentes.

Así, toda sociedad está caracterizada por “luchas hermenéuticas” donde nuevas interpretaciones de las experiencias sociales surgen y son expuestas a la mirada y a la comprensión de los otros; y donde cada uno de nosotros es responsable en mayor o menor medida de la actitud, la apertura y la disposición a comprender esas nuevas formas de experimentar el mundo.

Fuente e Imagen: https://acento.com.do/opinion/injusticia-hermeneutica-y-responsabilidad-8979158.html

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La muerte hermenéutica

Por: Leonardo Díaz

Una persona puede disponer de los recursos hermenéuticos proporcionados por su época, pero su interpretación quedar silenciada o marginada ante las interpretaciones sustentadas por colectivos más poderosos desde el punto de vista político.

En la definición clásica de la filósofa Miranda Fricker (Injusticia epistémica, Herder, 2007), la incapacidad para interpretar los significados de las propias experiencias sociales se debe a un déficit en los recursos hermenéuticos de una época (injusticia hermenéutica).

No obstante, desde la publicación de la obra de Fricker, un intenso debate se ha ido desarrollando mostrando otras modalidades de la injusticia hermenéutica.

Por ejemplo, una persona puede disponer de los recursos hermenéuticos proporcionados por su época, pero su interpretación quedar silenciada o marginada ante las interpretaciones sustentadas por colectivos más poderosos desde el punto de vista político.

Uno de los principales filósofos en desarrollar la línea de investigación de Fricker, José Medina, afirma que hay formas de injusticia hermenéutica que pueden desembocar en una “muerte hermenéutica”, esto es, “en fenómenos que restringen radicalmente las capacidades hermenéuticas y la agencia” (“Varieties of hermeneutical injustice”, en The Routledge Handbook of Epistemic Injustice,2017).

Medina coloca como ejemplo, la reducción radical de la propia voz, de la condición de participante en las actividades de construcción e intercambio de significado.  Se trata de una experiencia conocida por los grupos tradicionalmente subyugados por razones de etnia o de orientación sexual.

Se trata de una situación estructural y, por tanto, impersonal. ¿Significa entonces, que no hay agentes responsables de perpetrar la injusticia hermenéutica? Este es el problema central de mi próximo artículo.

Fuente de la información: https://acento.com.do/opinion/la-muerte-hermeneutica-8976660.html

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