Por: Leonardo Díaz
Si bien los instintos agresivos están arraigados en nuestra herencia evolutiva, la violencia no constituye un condena a las que estemos destinados de modo inevitable.
Cuando vivimos episodios dramáticos de violencia -usualmente relacionados con figuras públicas- o cuando percibimos que existe un incremento de la violencia generalizada, especialmente aquella relacionada con la delincuencia, podemos escuchar la expresión de que en nuestro país se requiere “mano dura”, una idea arraigada en la tradición del pensamiento autoritario dominicano.
A dicha perspectiva subyace el supuesto de que existe una especie de esencia antropológica inherente a nuestra ciudadanía que le impide cumplir las leyes o respetar principios y valores de coexistencia pacífica exigidos por la ética ciudadana.
La idea tiene mucho recorrido en la historia de la filosofía occidental. El filósofo Thomas Hobbes (1588-1679) afirmó que el “hombre es el lobo del hombre” (Leviatán). Esta expresión significa que la condición humana es agresiva, desconfiada y egoísta por naturaleza; por consiguiente, necesita el control autoritario de un soberano para obligarla a cumplir un pacto de no agresión para su sobrevivencia.
En El ensayo sobre el gobierno civil, el filósofo John Locke (1632-1704) afirmó que la tesis de Hobbes se asemeja a pensar que los seres humanos son tan insensatos que están dispuestos a realizar un pacto que los proteja de los zorros descuidando salvaguardarse de los leones. En decir, es absurdo pensar que, si los seres humanos son por naturaleza agresivos y desconfiados los unos de los otros, puedan depositar su confianza en un soberano para proteger sus intereses comunes.
Al debate subyace la confrontación entre dos paradigmas sobre la naturaleza humana: por un lado, una perspectiva pesimista sobre la capacidad de domesticar los instintos agresivos de los seres humanos y, por tanto, pretende domesticar la violencia mediante la violencia; y una postura optimista que defiende la posibilidad de que nuestros instintos agresivos puedan moldearse gracias a la cultura.
La historiografía y la investigación social muestran evidencia de que, si bien los instintos agresivos están arraigados en nuestra herencia evolutiva, la violencia no constituye una condena a las que estemos destinados de modo inevitable y de que pueden ser corregidos de modo significativo por los procesos socioculturales.
En su libro Los ángeles que llevamos dentro, el científico cognitivo Steven Pinker argumenta que la evolución social ha modificado nuestras tendencias agresivas a través de una transformación de la sensibilidad moderna. Entre los motivos que aduce se encuentra el hecho de que la especie humana ha experimentado un desarrollo progresivo de su inteligencia y del pensamiento crítico. Este desarrollo ha provocado la creación de una ética secular (Moderna, no religiosa, y racional) que ha contribuido a lograr mayores niveles generales de bondad. Esta idea será el tema de mi próximo artículo.
Fuente: https://acento.com.do/opinion/sobre-la-violencia-2-9070801.html