Por: Renán Vega Cantor. La Haine. 04/07/2018
Un nuevo celular consume más energía eléctrica que una nevera de tamaño medio.
La construcción de represas, como la de Hidroituango, tiene por objeto generar electricidad con el fin de satisfacer el consumo de energía en grandes cantidades, sin la cual no podría funcionar la economía capitalista contemporánea. La producción de teléfonos celulares alcanza niveles escalofriantes, hasta el punto que ya en 2014 había más celulares que seres humanos, tanto a escala global, como en Colombia. Eso puede observarse diariamente, con la esquizofrénica utilización del celular desde que las personas se levantan de la cama, hasta que se acuestan, puesto que gran parte de ellas no puede despegarse ni un segundo de ese invasivo artefacto, una prótesis permanente que acompaña a los seres humanos hasta en los momentos más íntimos: cuando satisfacen sus necesidades fisiológicas o cuando tienen relaciones sexuales.
El ‘smartphone’, el celular más avanzado, es una mercancía de consumo masivo a la que se le atribuye vida propia como si funcionara por sí misma en forma milagrosa, sin necesidad de recurrir a ninguna fuerza externa que lo active. Ese fetichismo se basa en la creencia de que esos aparatos son autosuficientes, máxime que pueden prenderse y apagarse en cualquier lugar, conectarse con el mundo exterior, hablar a través de ellos, enviar mensajes, utilizar aplicaciones, escuchar música, rebasando fronteras y superando los límites territoriales.
Esa sensación de autonomía es un espejismo, puesto que el celular funciona con energía, más concretamente con su forma más común: la electricidad. El ‘smartphone’, por más “inteligente” que sea, opera con una batería recargable que se abastece de electricidad. De ahí que las baterías tengan que cargarse de electricidad en una forma esquizofrénica, como lo apreciamos en los aeropuertos, hospitales, universidades, viviendas, en las que todo el tiempo se enchufan los cargadores del ‘smartphone’ para alimentarlos con electricidad, sin la cual no pueden funcionar.
Puede suponerse que el gasto de electricidad de un celular o un ‘smartphone’ es mínimo, porque es un pequeño dispositivo microelectrónico que, se nos dice, entre más inteligente menos electricidad consume. Esto ni siquiera es cierto para un aparato individual, porque diversas investigaciones han comprobado que un nuevo celular consume más energía eléctrica que una nevera de tamaño medio. Así, el refrigerador común y corriente consume 322 Kilovatios hora (kWH) al año, mientras que el nuevo celular consume 388 kWh en el mismo período de tiempo, en lo que se incluyen sus conexiones inalámbricas, utilización de datos, la carga de la batería y el almacenamiento de información. Una diferencia notable radica en que un hogar cuenta en el mejor de los casos con un refrigerador, mientras que en ese mismo hogar puede haber 5 o más celulares, puesto que se ha vuelto casi normal que una persona tenga dos o tres celulares. El problema adquiere una dimensión crítica si tenemos en cuenta que en el mundo hay unos 9 mil millones de celulares, incluyendo viejos y nuevos modelos, y en Colombia hay más de 50 millones. En pocas palabras, existen más celulares que seres humanos. Y eso origina el problema de cómo garantizar el abastecimiento de electricidad para que funcionen esos aparatejos, en apariencia mágicos.
Y aquí es donde viene el nexo con las represas que generan electricidad, porque están son indispensables para suministrar una creciente oferta de energía, que se usa de muchas formas, pero es cada vez mayor la cantidad que se destina a los ‘smartphone’, cuya producción es un fabuloso negocio para empresas multinacionales. Si se quiere alimentar el crecimiento exponencial en el consumo de ‘smartphone’ (del que se dice que se venden 3.7 millones de unidades por día en el mundo entero) es obvio que debe garantizarse la producción de energía eléctrica. Para hacerlo posible se construyen represas, como la de Hidroituango, las cuales suministran electricidad, una parte de la cual se destina al funcionamiento de los artefactos microelectrónicos, que en conjunto ya consumen el 10% de la generación de electricidad mundial. Y dentro de esos cacharros microelectrónicos es el ‘smartphone’ el que más consume electricidad, por la sencilla razón que se utiliza frenéticamente durante el día y la noche por sus poseedores, en la medida en que el celular ya no se emplea solo para llamar por teléfono y hablar, sino que ahora existen múltiples aplicaciones. Eso requiere que los usuarios tengan que conectar sus equipos dos o hasta tres veces al día, con el notable incremento del consumo de electricidad. El paroxismo en el despilfarro de electricidad con el abuso de los ‘smartphone’ se encuentra en la artificial necesidad de mantener siempre cargados los aparatos, porque su descarga es considerada como una tragedia, que genera pánico entre sus usuarios.
Por otro lado, debe recordarse que estos aparatos están untados de sangre por varias vías: por los materiales y minerales necesarios para su producción, que generan esclavitud y guerras por los recursos como la del Congo, con millones de muertos en los últimos años, pero también los asesinados (campesinos y pescadores) en los lugares donde se construyen las represas. Y ese es el caso de Hidroituango. De manera, que cada vez que el lector de este artículo utilice su ‘smartphone’ debería pensar en la sangre virtual contenida en el pequeño aparato que opera hábilmente con sus manos, porque esa sangre ha sido necesaria para impulsar los faraónicos proyectos de “desarrollo” que como el localizado en el Bajo Cauca antioqueño, finalmente se hacen para generar suficiente electricidad para que el ‘smartphone’ suene y suene en forma ininterrumpida, aunque su uso enfermizo también contribuya a recalentar nuestro sufrido planeta.
Fuente: https://www.lahaine.org/mundo.php/colombia-hidroituango-y-el-smartphone
Fotografía: La Haine