Por Jaume Carbonell
En los albores del municipalismo democrático los déficits eran de tal magnitud que lo primero que hubo que hacer fue dotar el territorio de los servicios públicos básicos. En el campo de la educación, el gran reto era hacer efectivo el derecho de la escolarización para toda la población: desde la escuela infantil hasta la enseñanza secundaria. Los esfuerzos fueron ingentes, pero aún hoy es necesario luchar para lograr la extensión de la educación infantil y para cubrir otras necesidades escolares debido a los flujos inmigratorios y a la movilidad social.
Paralelamente, o en una segunda fase según los casos, los ayuntamientos fueron creando una amplia oferta de servicios, programas, recursos y actividades para conocer, vivir y aprender de la ciudad y del entorno natural, tratando de implicar a todos los agentes educativos y sociales del territorio. De aquí nacieron las ciudades educadoras que siguen conectadas en numerosas ciudades del mundo.
Actualmente, a partir del programa Educació 360 –que se está aplicando en Catalunya–, se ha dado un paso significativo, abriendo nuevas ventanas de oportunidades, articulando lo que se aprende en la escuela con lo que puede aprenderse fuera de ella. Ello supone integrar la educación formal y no formal en un solo proyecto, fortaleciendo los aprendizajes personalizados y empoderando las redes territoriales. De esta manera, el derecho a la escolarización se convierte en el derecho a la educación; y el conjunto de ofertas y experiencias formativas, con frecuencia demasiado aisladas, se van trenzando en un ecosistema educativo.
El éxito de este programa, que se fundamenta en la proximidad, la flexibilidad y la corresponsabilidad, depende en buena medida de tres variables: equidad, diversidad y calidad: en cualquier intervención, así como en su conjunto. En cada ecosistema educativo. Y en este punto podemos volver al principio del texto, retomando el hilo por la apuesta por la diversidad interedades e intergeneracional.
Disponemos de suficientes estudios y evidencias que ponen de relieve las ventajas de compartir las diversas visiones, intereses, formaciones recibidas y experiencias vividas. Se ha visto en la escuela a la hora de agrupar el alumnado de diversos grados en un mismo espacio, de manera ocasional o permanente, o en el momento de compartir actividades con personas mayores; y se ha visto también con las iniciativas de aprendizaje-servicio donde se han establecido diversas colaboraciones intergeneracionales; o en escuelas de música donde se organizan conciertos con la participación de gente de todas las edades. Los vínculos que se logran en todos estos casos son de una fuerza extraordinaria, con vivencias emocionales y culturales de gran calado. ¡Llegan a aprender tanto unos de otros!
¿Por qué la escuela no rompe definitivamente con estos espacios tan encorsetados y segregados? ¿Por qué no se construyen una escuela infantil y una residencia de gente mayor, una al lado de la otra, para compartir momentos como la hora del desayuno o del cuentacuentos? ¿Por qué no se crean empresas de economía solidaria colaborativa adheridas a centros educativos, donde estos las aprovechan como espacios de aprendizaje, de orientación vocacional e, incluso, de prácticas en el caso de estudiantes de Formación Profesional? ¿Por qué no se acuerdan alianzas permanentes entre museos o centros de creación artística y escuelas con el objeto de generar nuevos espacios de intercambio y aprendizaje más reales y provechosos? ¿O, por qué, dentro del municipio, no se organizan clubes de lectura, talleres de cocina o sesiones de cine fórum con todo tipo de públicos?
En síntesis: una mayor y mejor convivencia intergeneracional puede contribuir a enriquecer los ecosistemas educativos y a reforzar la cohesión social del territorio.
Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/pedagogiasxxi/2020/01/15/la-diversidad-intergeneracional-tambien-enriquece-los-ecosistemas-educativos/