Por: Cecilia Ester Castañeda
Los sucesos recientes registrados a nivel internacional en instituciones educativas nos obligan a revisar los protocolos establecidos para proteger a las generaciones más jóvenes. Porque tenemos protocolos, ¿verdad?
Quizá no sea yo la única en dudarlo. Pero hoy —como nunca— prevenir no está por demás. Ya ni siquiera sorprenden las noticias en torno a ataques perpetrados por personas armadas en lugares públicos: entre pistoleros desequilibrados, asaltantes, miembros del crimen organizado, terroristas y alumnos sintiéndose poderosos, la proliferación de las armas también ha alcanzado a las escuelas de todo nivel.
Ciertamente se trata de datos en varios países y las posibilidades de ser testigo de dichas agresiones continúan siendo mínimas, mientras que las tendencias de peligro varían según la región. Sin embargo, en los últimos meses en la zona fronteriza se han presentado en planteles o las inmediaciones de éstos casos que hacen sonar la alerta. El Diario, por ejemplo, reportó en el municipio de Juárez un alumno armado en una secundaria, un mensaje amenazante a la entrada de una primaria y una doble ejecución junto a un kínder el presente mes, una persecución que culminó en homicidio en el interior una primaria en septiembre y una balacera desde vehículos en movimiento cerca de otra en mayo. (Hasta ahora, las amenazas de bomba registradas en periodo de exámenes en las instituciones de educación superior parecen obra de alumnos que no estudiaron.)
Luego están los desastres naturales y las contingencias provocadas por la actividad humana que, como de nuevo quedó claro este 19 de septiembre, pueden costar vidas de todas las edades. ¿Existe riesgo de sismos en Ciudad Juárez? ¿De tornados? ¿De derrumbes? De acuerdo con el Atlas de Riesgos Naturales y Atlas de Riesgos Antropogénicos 2016 del Instituto Municipal de Investigación y Planeación, a los problemas de seguridad pública se suman las lluvias extraordinarias y los deslizamientos de laderas vinculados con la falta de infraestructura y la marginación, así como los incendios, los derrames químicos y las fugas de gas, como los mayores riesgos para la población juarense. Las zonas más vulnerables, según el mismo documento, se localizan sobre todo al poniente y suroriente de la ciudad.
Eso es del lado mexicano. Porque los fenómenos climatológicos no conocen fronteras, además de que, tristemente, tampoco las influencias culturales como la violencia necesitan pasaporte.
Mi maestro de sexto año decía que, en caso de entrar el vecino país en un conflicto bélico, nuestra cercanía con Fort Bliss nos ponía en peligro. Eso fue hace 40 años. Desde entonces Estados Unidos ha desplegado sus fuerzas militares sin que haya habido siquiera indicios de que alguien planeara atacar El Paso, Texas, o su base militar. Sin embargo, en esta época globalizada de bravatas nacionalistas y pruebas con misiles intercontinentales últimamente recordé aquellas palabras. También vino a mi mente la historia sobre el cohete de prueba V-2 lanzado en 1947 desde White Sands, Nuevo México, que cayó por error cerca del cementerio Tepeyac. Vaya, el argumento de mi profesor de primaria no me suena ahora tan descabellado.
No pretendo ser pesimista. Francamente no creo que Kim Jong-un llegue a apuntar a El Paso teniendo más cerca poblaciones de mucha mayor importancia en la costa oeste norteamericana —y habiendo fallado varios de sus recientes lanzamientos balísticos de prueba—. Pero en Japón, por donde hace casi tres meses cruzó un misil norcoreano, sí se implementaron ya simulacros antimisiles.
“A fin de salvar una vida más, promoveremos medidas preventivas para abordar diversos tipos de desastres y un plan de prevención bien equilibrado basado en la autoayuda, la asistencia pública y la cooperación”, dijo el primer ministro Shinzo Abe tras el simulacro, informó Reuters.
Japón es un país acostumbrado a los ejercicios colectivos de prevención, en especial debido a su gran número de terremotos. ¿Se fomenta con estas medidas el miedo entre la población? Eso habría que preguntárselo a los japoneses que, señalaron los medios, al sonar la alarma buscaron ni tardos ni perezosos refugio bajo tierra o en un edificio sólido después de haber visto días antes ir a dar al mar al misil norcoreano.
Lo menciono porque este mes en el Bachilleres 6 se suspendió un simulacro de balacera a raíz de las protestas de varios padres de familia que consideraron contraproducente el ejercicio. En los tiroteos en particular, dicha polémica ha resultado determinante en la falta de continuidad de medidas preventivas de este tipo realizadas con anterioridad en los planteles de Ciudad Juárez.
Lo primero, creo yo, es desarrollar una cultura de prevención, ya sea ante sucesos de violencia o desastres. Saber qué hacer en diversos escenarios contribuye a brindar sensación de control. Esto resulta tranquilizante en un entorno de riesgo, pero puede ser crucial en caso de emergencias.
Mi aplauso para los infaltables maestros que han mantenido la calma y actuado con rapidez en momentos de crisis, ésos gracias a los cuales los alumnos se calmaron oyendo música o se protegieron, a los que han tomado con presteza medidas al detectarse un arma de fuego a algún estudiante. La información y los protocolos, me parece, contribuyen a formar funcionarios escolares capaces de responder con la rapidez necesaria al presentarse emergencias.
Tal vez en los planteles sea imposible instalar detectores metálicos o implementar con regularidad la denominada “Operación Mochila”, pero medidas como cerrar las puertas y mantener un adulto de guardia a la hora de entrada son un principio contra los sucesos de violencia.
Y tener conocimiento sobre los posibles escenarios puede llegar a permitir elegir la respuesta correcta. Por ejemplo, según expertos, a diferencia de los tiradores que van contra alguien especial, en el caso de los pistoleros “masivos” lo mejor es alejarse o mantenerse en movimiento para no presentar un blanco fijo.
Lo importante es hacer de medidas como los simulacros una parte integral de nuestra vida colectiva. Es como vacunarse, al reconocer el peligro nuestras “defensas” entrenadas se activan en automático con las herramientas adecuadas. Y en los planteles educativos es mejor vacunar a todos juntos.
Pero los protocolos se siguen en cualquier lugar.
Trágicamente, a juzgar por las menores agredidas esta semana en Ciudad Juárez, aún no parecemos preparados para salvaguardar la integridad física de nuestros hijos en nuestros propios hogares. De acuerdo con reportes periodísticos, mientras sus padres trabajaban las hermanas de 10, 11 y 12 años fueron ultrajadas sexualmente en su domicilio, perdiendo la mayor de ellas la vida estrangulada. Sin embargo, informaron medios, ni una hermana de 17 años ni una vecina que escucharon ruidos los reportaron.
No podemos juzgar a las mujeres por no intervenir, marcar de inmediato el 911 o buscar ayuda de madrugada en una colonia del Norponiente con antecedentes de inseguridad. Sin embargo, en mayo del 2014 en un fraccionamiento de clase media de Ciudad Juárez se registró un caso de violencia doméstica en el que un hombre asesinó a su esposa, de quien se hallaba separado, y tres hijos en el interior del domicilio familiar. Esa noche varios vecinos oyeron llanto y gritos. ¿Adivine qué? Ninguno llamó a la policía.
Por lo visto, no hemos aprendido algo elemental: todos formamos parte de los protocolos. Todos.
Fuente: http://diario.mx/Opinion/2017-11-25_ea006dfa/protocolos-escolares-y-seguridad/
Imagen: https://i0.wp.com/portaleducativo10.com/wp-content/uploads/2017/01/Manual-Y-Protocolos-De-Seguridad-Escolar.jpg?resize=660%2C374