Debate sobre la subjetividad de la juventud trabajadora

Por: Iñaki Gil de San Vicente/Rebelión

Me habéis planteado que: «El debate general que queremos aclarar es el siguiente: ¿Si el sujeto es la clase trabajadora, qué subjetividades tenemos los jóvenes que también lo integramos?». Me explicáis en vuestra nota que también debatiréis en otra charla sobre qué es la clase obrera en la actualidad, y que estas y otras discusiones son parte de un plan de formación de la juventud militante.

Damos por supuesto que por «clase trabajadora» entendemos esencialmente lo mismo y que vosotros y vosotras asumís que formáis parte ella. También damos por supuesto que estamos de acuerdo en lo que entendemos por «subjetividad» en su sentido básico. Explico lo de «sentido básico» porque el término de «subjetividad» es bastante vago, muy manipulable porque arrastra desde el origen de la filosofía una dificultad que reaparece en momentos de crisis en las prácticas colectivas y/o personales. Hay que decir que lo que oficialmente se entiende por «filosofía» surgió como pensamiento de las clases dominantes para justificar la opresión sobre la que se asentaban sus privilegios. También fue este el origen de la ética, pero no podemos desarrollar este punto ahora.

Ambos, filosofía y ética, o si se quiere, las primeras interpretaciones de lo que es la sociedad y el pensamiento realizadas desde las necesidades de la minoría dominante, toparon de inmediato, al instante, con el problema del sujeto y del objeto y de las relaciones entre ellos. El sujeto era y sigue siendo el hombre dominante, el objeto era la mujer y el hombre esclavizados, los pueblos bárbaros que había que dominar y explotar, o exterminar. El desarrollo del dinero como equivalente universal, y de la mercancía, agravaron la incapacidad para resolver la dialéctica entre el sujeto y su subjetividad, y el objeto al que se le negó la subjetividad porque era eso: un objeto, una cosa sin ideas propias o en todo caso con ideas despreciables, sin civilizar. La burguesía, la patronal siente un profundo desprecio por la clase trabajadora, sobre todo cuando es mujer y más aún cuando es migrante.

Desde entonces y hasta la aparición de la lucha de clases socialista y su síntesis teórica en el marxismo, todo lo relacionado con la subjetividad ha sido dominio exclusivo de las clases dominantes eurocéntricas y masculinas, sobre todo cuando la burguesía en ascenso tenía que explicar la exclusión del proletariado, de la mujer trabajadora y de los pueblos colonizados de los derechos de ciudadanía que ella había creado para sí misma en su lucha contra el feudalismo.

La solución del problema de la subjetividad aparece por primera vez en la Tesis sobre Feuerbach de Marx, aunque ya venía anunciada por otros autores como Goethe cuando dijo que en el principio era la acción y no el verbo. La solución es la praxis, la dialéctica entre la mano y la mente: una vez que las luchas conscientes y organizadas de las clases y de los pueblos habían demostrado que la acción pensada y el pensamiento practicado se imponen sobre la subjetividad totalmente separa de la objetividad de las opresiones, negándola incluso: todo depende del color del cristal con que se mire, asegura la subjetividad solipsista. Frente a este canto extremo a lo subjetivo más reaccionario, debemos decir que lo objetivo es aquello de lo que no podemos escapar entre otras razones porque también es nuestra subjetividad.

Hablamos de praxis social prolongada en el tiempo que aúna lo objetivo con lo subjetivo, no de situaciones individuales y aisladas, o minoritarias, en las que la subjetividad está divorciada y hasta enfrentada a la realidad de los hechos, o sea en las filosofías idealistas, en lo que llaman «enfermedades mentales», etc. Sin entrar por ahora a una crítica del «orden psiquiátrico», y sin explicar por qué frecuentemente es más sano integrarse en una organización revolucionaria y/o sindicato sociopolítico que ir a un psicólogo o a un confesor, existen subjetividades reaccionarias, personalidades psicópatas, sociópatas, etc., y también «normales» en el sentido que veremos dentro de poco, que tienen mucha influencia en la política burguesa para imponer a la juventud subjetividades reaccionarias aunque esté camufladas debajo de celofanes de tolerancia y progresía.

Como hemos dicho, el problema de la dialéctica entre la subjetividad y la objetividad empezó a resolverse cuando la clase proletaria entró en escena con un objetivo cada vez más concreto: la destrucción del Estado del capital, la creación de un Estado o Comuna –para asumir la autocrítica de Engels en 1875 en el sentido de que para él y para Marx era mejor hablar de Comuna que de Estado-, el avance consciente hacia la superación de la ley del valor y de la mercancía y, simultáneamente, la creación de una personalidad multidimensional, polifacética y omnilateral, polícroma.

En 1845 con las Tesis sobre Feuerbach tomó forma básica la solución del problema de las subjetividades. Pero en la medida en que el movimiento revolucionario no había generado aún la suficiente experiencia de praxis, en esa medida existían aún vacíos. Fue muy importante la oleada de luchas de 1830 y la resistencia popular de 1842-43, con la participación de mucha juventud alemana, para recuperar leña y otras materias en los bosques comunes que habían sido privatizados. El Manifiesto Comunista y la revolución de 1848, El Capital de 1867, la Comuna de París de 1871, la revolución de 1905, la guerra de 1914, fueron hitos de praxis que demostraron la veracidad de la solución marxista.

Ya para entonces era incuestionable que la juventud trabajadora formaba un pilar decisivo en esa solución. La matanza de millones de jóvenes en la guerra industrializada de 1914 azuzó el problema al máximo. En diciembre de 1916, Lenin escribió en el exilio lo que sigue:

«Se sobreentiende que aún no hay claridad teórica ni firmeza en el órgano juvenil y quizá nunca la haya, precisamente porque es un órgano de la juventud impetuosa, burbujeante, indagador […] Una cosa son los adultos que confunden al proletariado, que pretenden guiar y enseñar a los demás; contra ellos hay que luchar despiadadamente. Otra cosa son las organizaciones de la juventud, que declaran de forma abierta que aún están aprendiendo, que su tarea fundamental es preparar cuadros de los partidos socialistas. A esta gente hay que ayudarla por todos los medios, encarando con la mayor paciencia sus errores, tratando de corregirlos poco a poco, sobre todo con la persuasión y no con la lucha. No pocas veces sucede que los representantes de las generaciones maduras y viejas no saben acercarse como corresponde a la juventud que, necesariamente, está obligada a aproximarse al socialismo de una manera distinta, no por el mismo camino, ni en la misma forma, ni en las mismas circunstancias en que lo han hecho sus padres. Por lo tanto, entre otras cosas, debemos estar incondicionalmente a favor de la independencia orgánica de la unión juvenil, y no sólo porque esta independencia sea temida por los oportunistas, sino por la esencia misma del asunto. Porque sin una total independencia, la juventud no podrá formar de sí misma buenos socialistas ni prepararse para llevar el socialismo hacia delante». La Internacional de la juventud, Obras Completas. Progreso Moscú, 1984, Tomo 30, p. 233.

Lenin pensaba entonces que no vería la revolución ya que tardaría mucho tiempo en estallar. Se equivocaba porque irrumpió en escena tres meses después. Pero ese error en el cálculo de los tiempos demuestra la importancia de sus palabras porque no respondían a una urgencia táctica ante la inminencia de las sublevaciones, sino que exponían una teoría estratégica de muy largo alcance en un mundo capitalista en la crisis sufrida en su historia. Son tan aplastantes los argumentos de Lenin que no podemos añadir nada que los mejores, sino sólo confirmar que la historia los ha revalidado siempre, y tanto ahora, ciento dos años más tarde en una sociedad burguesa obsesionada por envejecer mentalmente y alienar a la juventud trabajadora, reprimiendo sin piedad a la que adquiere conciencia revolucionaria.

La juventud obrera fue clave en la victoria de la revolución bolchevique de 1917 y en la oleada de luchas desatada por ella. La juventud pequeño burguesa, campesina media y alta, y alto burguesa, así como la gran mayoría de la cristiana, también fue importante en el ascenso del nazifascismo desde 1923 en adelante. Pero la dogmatización del marxismo oficial precisamente desde esos años anuló el potencial teórico latente en las palabras de Lenin, en las conquistas de 1919-23 del bolchevismo en lo concerniente a la libertad juvenil, deterioro que sería retroceso desde 1933.

En este contexto, W. Reich escribió en 1933 y 1934 las dos citas que trascribimos por su importancia. En noviembre de 1932 el nazismo subió al poder al ganar las elecciones generales y para febrero de 1933 desató la caza, captura y asesinato de la izquierda. La juventud proletaria se había enfrentado al nazismo pero el marxismo oficializado y dogmatizado ya para entonces no podía entender la naturaleza compleja del nazifascismo, y menos sus las raíces inconscientes, lo que reducía a nada su lucha contra tanta irracionalidad. El mismo W. Reich había sido expulsado del Partido Comunista Alemán en 1932 por plantear abiertamente tales limitaciones suicidas.

Una de las soluciones que propuso para romper las cadenas psicopolíticas que frenaban la expansión del partido entre la juventud trabajadora fue la realización de asambleas militantes en las que padres y madres del partido debatieran con sus hijas e hijos también militantes los problemas a los que se enfrentaban haciendo especial hincapié en los familiares, afectivos y sexuales, dado que, para Reich y con razón, eran pesadas anclas profundamente incrustadas en el fondo de estructura psíquica. La burocracia adulta boicoteó estas y otra propuestas. Por tanto, las dos citas han de leerse e interpretarse como una sola:

«La psicología burguesa tiene por costumbre en estos casos querer explicar mediante la psicología por qué motivos, llamados irracionales, se ha ido a la huelga o se ha robado, lo que conduce siempre a explicaciones reaccionarias. Para la psicología materialista dialéctica la cuestión es exactamente lo contrario: lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o el que el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la huelga […] La economía ha ignorado hasta el momento que la cuestión esencial no reside en saber que la conciencia de clase existe, y de qué modo, entre los trabajadores (esto es una cuestión evidente) sino en averiguar qué es lo que impide el desarrollo de la conciencia de clase.» Psicología de masas del fascismo. Ayuso. Madrid 1972, pp. 32-33.

«En todo joven actúa una tendencia hacia la rebelión contra la represión autoritaria, especialmente contra los padres, que son los órganos ejecutivos corrientes de la autoridad estatal. Es esta rebelión, en primer lugar, la que suele atraer a los jóvenes hacia las corrientes izquierdistas. Va siempre ligada, con una necesidad más o menos consciente y urgente, a la realización de la vida sexual […] Ha de ponerse así mismo claramente de manifiesto que la juventud, que aspira a pasar de las trabas del hogar paterno a la libertad y la autodeterminación, con lo que estamos de acuerdo y nos proponemos realizarlo, cae, en realidad, en otra relación de autoridad, esto es, en la del campamento del servicio social o de la unión fascista, donde hay que callarse nuevamente […] No se trataba solamente de las trabajadoras a las que la labor en la fábrica había madurado, orientadas más inequívocamente hacia la izquierda, sino de la enorme mayoría de las amas de casa, trabajadoras domésticas, tenderas, empleadas de grandes almacenes, etc. Según nuestra experiencia, la relación sexual extramatrimonial, o la tendencia hacia la misma, constituye un elemento susceptible de desplegar una gran eficacia contra influencias reaccionarias […] Revolucionaria en la fábrica, más de una mujer es reaccionaria en la casa». Materialismo dialéctico y psicoanálisis. Siglo XXI, Madrid 1974, pp. 100-107.

La crítica de W. Reich aporta aspectos centrales al debate sobre la subjetividad de la juventud trabajadora; el papel autoritario del poder adulto, de la familia patriarcal que es muy correctamente definida como órgano ejecutivo del Estado y, por tanto, la urgencia de que la juventud se autoorganice para conquistar la independencia vivencial; la necesidad de unir la revolución sexual con la revolución social en la praxis independiente del poder adulto y del Estado, y sobre todo en la liberación de la mujer trabajadora en la que el matrimonio es una cárcel que destruye la conciencia libre; el papel reaccionario de la psicología oficial, y la crítica del dogmatismo economicista que reduce la conciencia de clase a un mero problema de pacífica negociación salarial; el poder de alienación de la juventud obrera de los aparatos asistenciales del Estado y del fascismo, la necesidad de combatir toda relación de autoridad….

Siempre dentro del capitalismo occidental, imperialista, la expansión posterior a 1945 buscó también integrar –mejor decir, desintegrar- a la juventud trabajadora no mediante el fascismo desde luego, sino mediante el llamado Estado del Bienestar (¿?) y su asistencia integradora, mediante la muy correctamente denominada «desublimación represiva», denunciada por Marcuse y sectores de izquierda de la Escuela de Frankfurt, en la que el consumismo era ya un medio de alienación. Marcuse se adelantó a su tiempo y acertó de pleno porque medio siglo más tarde el capitalismo ofrece en especial a la juventud una ficción de libertad plena porque, según D. Rushkoff; «Se trata de utilizar la tecnología para estimular conductas obsesivas y compulsivas en la medida en que nuestros deseos son repetidamente amplificados para luego darnos la oportunidad de satisfacerlos. La velocidad y la especificidad son las características que diferencian al futuro individualizado del marketing tradicional al que estamos acostumbrados» (Coerción. Por qué hacemos caso a lo que nos dicen. La Liebre de Marzo. Barcelona 2001, p. 293).

Este logro es cierto pero las dificultades que ha de vencer el poder adulto son más graves y estructurales ya que el consumismo depende en última instancia de las fases de crisis capitalista. Es por esto que, por debajo de la manipulación del consumismo, el poder tomara medidas más profundas de manipulación desde la infancia. G. Jervis fue un militante comunista que junto con otras personas estudió el llamado «orden psiquiátrico» que integrado en la totalidad del sistema de control social reforzaba la alienación de masas justo en los momentos más álgidos de la lucha de clases en la Europa capitalista de comienzos de la década de 1970:

«Somos exhortados a ser normales obedeciendo a las leyes, honrando al padre y a la madre, vistiéndonos como requiere nuestra condición social, teniendo las distracciones y las costumbres de nuestro propio ambiente, comportándonos de modo tranquilo y sensato, así sucesivamente. La normalidad viene prescrita como una serie variable (según las clases) de códigos de comportamiento; si ésta es violada intervienen la represión judicial y la psiquiátrica, en particular si el sujeto pertenece a clases sociales subordinadas». Manual crítico de psiquiatría. Anagrama. Barcelona, 1977, p. 207.

G. Jervis criticó también cómo la introducción de la droga destrozaba la juventud obrera y revolucionaria, cómo la flamante democracia burguesa del momento recurría a la tortura para ampliar esa destrucción; cómo el Partido Comunista Italiano cometía un error irreparable en 1977 al ayudar a reprimir a la izquierda revolucionaria, porque desconocía la compleja dialéctica entre lo racional y lo irracional (G. Jervis Psiquiatría y sociedad. Fundamentos, Madrid 1981, pp. 147-156). Junto con otros colectivos que analizaban los medios de manipulación inconsciente y subconsciente de masas, llegaron a escribir por esos años obras premonitorias, que incluso ahora son más válidas que entonces.

Por ejemplo, D. Sibony demostró cómo en la Italia y en la Europa capitalista tensa al extremo por la lucha de clases, la burguesía sin embargo estaba logrando introducir en la sociedad la creciente indiferencia por la política mediante, entre otros métodos, reforzar la «figura del Amo» en la estructura psíquica de masas («De la indiferencia en materia de política». Locura y sociedad segregativa. Anagrama. Barcelona 1976, p. 108). Debemos recordar que al cabo de pocos años el PCI se había autodisuelto, desapareciendo de la lucha sociopolítica tras haber ayudado a encarcelar a la izquierda; recordemos que sobre ese desierto social la «figura del Amo» se encarnó en el neofascista Berlusconi, dando fuerza a la fascistización en curso.

El PCI y el eurocomunismo en cuanto tal fueron un muy efectivo instrumento para imponer la «normalización social» a la juventud trabajadora. En Euskal Herria esa tarea fue desarrollada en un primer momento por el PC de Euskadi y por Euskadiko Eskerra y luego por el reformismo abertzale. Desde luego que la ofensiva contra la juventud abarca a todas las áreas de su vida, en especial cuando ésta desborda la legalidad del Estado que oprime nacionalmente a su pueblo: tal fue y es la constante que sufre, por ejemplo, la juventud abertzale vasca. Recordemos el bodrio reaccionario llamado Subcultura de la violencia en la juventud vasca de 1995. Formaba parte de una larga ofensiva que, en su fase actual, se inició con el Plan Zen de 1982-83, dio un paso en 1987 con en el gobiernillo vascongado de PNV-PSOE y de ahí hasta las encarcelaciones inacabables de militancia joven en un contexto de recentralización político-cultural y administrativa española.

Además de estos métodos político-policiales y en lo que concierne a otras las estrategias del poder para impedir que crezca la subjetividad revolucionaria en la juventud debemos prestar también atención, por un lado, al control social que tiene el objetivo de, según O. Daza Díaz: «el estudio de los individuos para la selección y vigilancia; la eficacia y rapidez de la producción industrial; la reforma de los individuos para adaptarlos a esa tecnología y el progreso ilimitado de nadie sabe quién» («El paradigma del control social en los orígenes de la psicología», Antipsy-Chologicum. Virus. Barcelona 2006, p. 42).

Y por otro lado, también tenemos que combatir lo que E. Acosta Matos define como «neolenguaje» (Imperialismo del siglo XXI: Las Guerras Culturales. Ciencias Sociales. La Habana, 2009, pp. 323-335), una terminología borrosa, grandilocuente, aparentemente nueva y original que ha creado el neoconservadurismo para erradicar conceptos científico-críticos que aludían a la objetividad de la explotación, de la injustica, del saqueo, de los crímenes imperialistas, de los terrorismo patronal y patriarcal, de los crímenes racistas: si la juventud desconoce esos conceptos desconocerá lo que expresan y cómo interactúan las contradicciones objetivas que analizan. Logrado esto, la juventud tendrá una subjetividad analfabeta, ignara, pasiva.

La letalidad psicopolítica y ética del neolenguaje es muy alta, por eso voy a volver a citar aun a costa de repetitivo y cansino, unas palabras siempre necesarias de J. P. Garnier que nunca debemos olvidar: «“Capitalismo”, “imperialismo”, “explotación”, “dominación”, “desposesión”, “opresión”, “alienación”… Estas palabras, antaño elevadas al rango de conceptos y vinculadas a la existencia de una “guerra civil larvada”, no tienen cabida en la “democracia pacificada”. Consideradas casi como palabrotas, han sido suprimidas del vocabulario que se emplea tanto en los tribunales como en las redacciones, en los anfiteatros universitarios o los platós de televisión. Y lo mismo les ha ocurrido a otros conceptos, cuyo origen beligerante les ha valido el calificativo de “no operativos”, como es el caso de “clase”, “luchas”, “antagonismo”, “contradicciones”, “intereses”, “burguesía”, “proletariado”, “trabajadores”…¡Y qué decir tiene de aquellos vocablos que nos remiten a utopías quiméricas, como “emancipación”, “socialismo”, “comunismo” o “anarquismo”! Todo el mundo sabe, y los investigadores los primeros, que recurrir a ese antiguo glosario es sinónimo de expresarse en una “lengua muerta”» (Contra los territorios del poder. Virus, Barcelona 2006, p. 22).

Bien, para ir terminando a modo de propuesta en diez tesis para el debate que nos reúne:

1. Dado que la subjetividad dominante en la juventud trabajadora alienada es la burgueso-patriarcal con mayores o menores dosis de opio religioso en sus tres formas –española, francesa y vasca-, lo primero que debe lograrse es desarrollar la subjetividad euskaldun con conciencia nacional de clase en el contexto presente: precarización, empobrecimiento, represiones múltiples, restricciones de derechos y libertades… La subjetividad crítica en desarrollo ha de asumir que su campo de batalla es toda la sociedad porque no existe ninguna zona de ella libre de la lógica capitalista. Tanto en su conjunto como en cada una de esas injusticias concretas ha de explicarse mediante la pedagogía del ejemplo que existen alternativas particulares y generales integradas en una estrategia en la que el joven proletariado tiene un papel protagónico.

2. Dado que la subjetividad dominante se sostiene en el miedo a la libertad y en la dependencia hacia el poder adulto, lo primero que ha de desarrollar la subjetividad crítica es la suficiente independencia vivencial en cada caso, pero tendiendo siempre a que sea por fin libertad real autoorganizada mediante la autogestión colectiva, decidida mediante la autodeterminación asamblearia, y que asuma la autodefensa de lo conquistado. Esta liberación es tanto más fácil cuanto mayor sean las tareas conjuntas con los movimientos vecinales, populares, culturales, sindicales, políticos, etc., de la zona de militancia.

3. Dado que la subjetividad de la juventud alienada es reforzada por el sistema educativo, por la industria cultural, etc., la subjetividad crítica debe llevar la opresión de la juventud trabajadora al interior de la educación y crear su prensa independiente. La industria universitaria también es un batustán de paro juvenil y un potro de resignación pasiva: criticarla desde dentro para hacer de ella un espacio más de lucha integrada en la liberación nacional de clase es una tarea básica para reforzar la subjetividad libre.

4. Dado que la subjetividad alienada acepta la objetividad de la dictadura del salariado, dado que el sindicalismo y el reformismo aceptan el salariado, dado que la ideología reformista rechaza la crítica marxista de la explotación de la fuerza de trabajo y la objetividad de la ley del valor, dado que…, entonces el desarrollo de la subjetividad revolucionaria debe basarse en la tarea doble de luchar por mejorar lo más posible las condiciones de vida y trabajo pero, y dentro de una lucha implacable aunque pedagógicamente explicada con el sistema salarial, enseñando que es objetivamente imposible de que existan esas ficciones reaccionarias llamadas «salario justo», «reparto de la riqueza», «justicia social». No habrá subjetiva obrera alguna, y menos juvenil, mientras no asuma la necesidad histórica de acabar además de con la propiedad privada sobre todo con la ley del valor, con el valor y con el trabajo abstracto.

5. Dado que la subjetividad de la clase obrera adulta acepta medidas de austeridad, subcontrataciones, deslocalizaciones y descentralizaciones, nuevos ritmos y horarios, prejubilaciones, etc., que precarizan, subemplean o desemplean a la juventud trabajadora y sobre todo a las mujeres jóvenes; dado que el reformismo político-sindical no moviliza frontalmente al pueblo trabajador contra estas agresiones en el ahora, en el presente, que generará luego, en el mañana, verdadera penuria de masas, sino que negocia a la baja cuando la burguesía accede, y cuando no accede termina aceptando sus condiciones…, la subjetividad de la juventud revolucionaria ha de lleva la concienciación no sólo a las fábricas y centros de trabajo, no sólo a los sindicatos y partidos, a la prensa, etc., sino también al interior de la familia obrera, de la cotidianeidad alienada de la familia, al núcleo del poder adulto.

6. Dado que la subjetividad alienada sostiene que la clase obrera o ya no existe o ya no es revolucionaria; dado que una gran parte cree que es «clase media» o desea fervientemente serlo; dado que cree que ha pasado para siempre la época de la lucha revolucionaria existiendo sólo la posibilidad de la acción reformista en lo salarial y en lo parlamentario, sabiéndolo así, la subjetividad crítica ha de enseñar que sin clase obrera no existiría capitalismo, ha de enseñar la historia real de la lucha de clases, y sobre todo ha de mostrar que el sistema capitalista sólo tolera algunas reformas insustanciales que las intenta destruir nada más apreciar desunión, cansancio y dudas en el proletariado.

7. Dado que la subjetividad dominante es patriarcal, racista, autoritaria…; dado que admite las enormes diferencias salariales y de derechos entre la aristocracia obrera y las franjas más golpeadas del pueblo trabajador; dado que tiende a aislar la lucha de la fábrica de las luchas vecinales, populares y sociales…; sabiéndolo así, la subjetividad de la juventud trabajadora ha de defender a estos sectores dentro y fuera del lugar de trabajo, buscando la integración sociopolítica y geográfica de la clase, organizando además de debates concienciadores y actos prácticos con sectores juveniles no aun no concienciados en especial con mujeres.

8. Dado que la subjetividad dominante en la clase obrera acepta el desarrollismo capitalista a ultranza; acepta la destrucción de la naturaleza para mantener los puestos de trabajo sacrificando la salud por el salario; acepta producir armas para los crímenes imperialistas contra pueblos y clases hermanas a cambio de salarios…; sabiéndolo así, la subjetividad crítica ha de movilizarse contra el desarrollismo, por la introducción de energías limpias, no contaminantes y por la emisión 0, por el reciclaje…; dado que la socioecología empieza por la salud de la especie humana y de la naturaleza, la subjetividad juvenil ha de luchar por la salud laboral y social y por la reintegración de la sociedad en la naturaleza.

9. Dado que la subjetividad reaccionaria niega el marxismo asumiendo en un caótico eclecticismo las modas post, el idealismo, versiones positivistas, etc., todo ello justificado con el «neolenguaje» arriba visto, entonces la subjetividad revolucionaria ha de recuperar en las condiciones actuales la validez de los conceptos científico-críticos, la doctrina o teoría del concepto como elemento central para la destrucción del capitalismo: pensamos con conceptos que nos revelan la esencia de las contradicciones objetivas, usarlos es requisito previo pasa saber cómo acabar con la malvivencia que padecemos. Sin teoría revolucionaria no hay ni praxis ni subjetividad revolucionaria.

10. Dado que la subjetividad alienada cree que el Estado es neutral servidor de la «justicia», que no es opresor, sino que a lo sumo comete algunos errores y abusos corregibles desde sus propias leyes «democráticas», sabiendo esto, la subjetividad de la juventud trabajadora ha de mostrar cómo la teoría marxista del Estado queda confirmada una vez más mediante la opresión nacional de clase que sufre Euskal Herria. La subjetividad crítica es eminentemente política, es decir, sabe que debe destruir el Estado burgués nacionalmente opresor porque, además de otras razones, es ese Estado el que impone la subjetividad reaccionaria mientras oprime a la revolucionaria, de modo que si la juventud obrera quiere ser libre ha de destruir el Estado. Pero también sabe que la independencia socialista exige un poder propio, una Comuna o Estado obrero vasco que garantice la autodefensa, la propiedad colectiva de las fuerzas productivas, la democracia consejista, la solidaridad internacional…mientras se avanza al socialismo y esa misma Comuna se autodisuelve conforme desaparece la lucha de clases.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=248537

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