México/Repechique: los rarámuri que defienden el bosque y su territorio ancestral

Texto y fotos: Patricia Mayorga / Mongabay

Al norte de México, en la Sierra Tarahumara, una comunidad indígena ha recorrido un largo camino para que se reconozca su territorio ancestral; eso los ha llevado a levantar la voz en contra de un aeropuerto, un gasoducto y la tala que se realiza en los bosques donde ellos han forjado su historia. Un taller de costura comunitario es hoy uno de sus símbolos de lucha.


CHIHUAHUA.- Teresa González Parra defiende su derecho a soñar. Ella es rarámuri y por años ha hecho todo lo posible para que su comunidad, Bosques de San Elías Repechique, logre el reconocimiento de su territorio ancestral. Su otro anhelo está a un paso de hacerse realidad: abrir un taller de costura comunitario.

La construcción del taller, que tiene un avance del 90 por ciento, se detuvo el pasado 13 de agosto. Ese día alrededor de 15 policías del estado de Chihuahua clausuraron la obra e intentaron detener a Teresa González. La indígena rarámuri tiene una demanda en su contra; el empresario Fernando Cuesta la acusa de haberlo despojado del terreno donde se construye el taller.

“No quieren que construyamos aquí nuestra casa (el taller) que es de la comunidad. No quieren porque nos dicen que (el terreno) es de otro señor… Pero nosotros (los rarámuri) somos los primeros que somos de aquí”. Es la voz de Teresa; su vestimenta colorida contrasta con la serenidad y fortaleza que muestra cuando habla de las agresiones que, desde hace décadas, enfrenta su comunidad.

El 13 de agosto de 2020, policías del estado de Chihuahua clausuraron el taller de costura comunitario. Foto: Patricia Mayorga.

Los habitantes de Bosques de San Elías Repechique —municipio de Bocoyna, al norte de la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua— han luchado desde hace décadas para que no les arrebaten las tierras de las que tienen posesión, pero no los documentos que avalen la propiedad.

En su reclamo por el reconocimiento de su territorio ancestral, la comunidad indígena ha enfrentado a empresarios de la región, a “chabochis” —como los rarámuri les dicen a los mestizos— que aseguran ser los dueños de buena parte del territorio y a quienes la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) ha entregado permisos de aprovechamiento maderero, pese a los reclamos y denuncias de los indígenas.

Apropiarse de un bosque ancestral

En 2014, la comunidad ganó un amparo contra el aeropuerto de Creel. Foto: Patricia Mayorga.

En la Sierra Tarahumara, a muchas comunidades originarias no se les reconoció su territorio ancestral durante la Reforma Agraria, explica el biólogo Salvador Anta, del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS) y de la organización Política y Legislación Ambiental (Polea A.C.).

Esa falta de reconocimiento provocó, entre otras cosas, que gente externa a las comunidades originarias se apropiara de los territorios y también aprovechara los recursos naturales de esos lugares.

Al igual que Bosques de San Elías Repechique otras comunidades sostienen luchas históricas por su territorio ancestral y recursos naturales. Algunas de ellas son Choréachi y Coloradas de la Virgen en el municipio de Guadalupe y Calvo, las cuales han sido acompañadas por la organización Alianza Sierra Madre.

Choreachi logró llegar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), organismo que en marzo de 2017 emitió medidas provisionales para toda la comunidad, con el objetivo de salvaguardar la integridad física de sus habitantes. Y Coloradas de la Virgen es la comunidad indígena que más líderes asesinados ha aportado en la lucha por el territorio.

En el municipio de Carichí, comunidades como Baqueachi, acompañadas por la organización Bowerasa, ha ganado ocho juicos agrarios contra caciques. El último fue en mayo de 2018, cuando recuperaron 350 hectáreas de agostadero y 100 hectáreas agrícolas que ya estaban devastadas.

En el caso de Bosques de San Elías Repechique, hace más de cuarenta años, empresarios de la región adquirieron 12 propiedades —poco más de 11 mil 500 hectáreas—, sin importar que esas tierras ya eran habitadas desde mucho tiempo atrás por los rarámuri, explica Diana Villalobos, directora de Consultoría Técnica Comunitaria (Contec), organización que da acompañamiento legal a la comunidad.

De esos 12 predios, ocho han obtenido permisos de aprovechamiento forestal en forma constante. “Desde que era niña veíamos camiones que llevaban bolillos (troncos); que cortaban pinos. Nos quejábamos con los gobernadores (líderes indígenas), pero nunca les hacían caso. Han seguido cortando el bosque, también se llevan las piedras”, explica Teresa González.

Los nombres de quienes aparecen como dueños de esos ocho predios, de acuerdo con datos de la Secretaría de Desarrollo Rural del gobierno de Chihuahua, son: Manuel Navarro Trieste (predio San Javier), Mireya Ayala Torres (predio Rinconcito Lejano o Batuivo), Carlos Aguilar Pérez (predio La Merced), Lorenzo Sandoval Valenzuela (predio Aguizania), Pedro Parra Ramos (predios San Antonio y Gomegó), Laila Miledi Pérez (predio Pino Gordo) y Fernando Higinio Cuesta Miledi (predio El Venado).

Los mismos datos de la Secretaría de Desarrollo Rural muestran que, tan solo en 2019, esos predios registraron volúmenes de aprovechamiento maderable que van de los 326 metros cúbicos de madera (predio La Merced) hasta los 1 213 metros cúbicos (predio San Javier).

Quienes aprovechan la madera de Repechique no viven en el lugar, solo mandan trabajadores a cortar los árboles; tampoco realizan acciones que garanticen la recuperación y el cuidado del bosque.

“Los que talan, ellos no cuidan nada”, dice indignada Teresa González. “Por ejemplo, cuando hay incendio normalmente nosotros, los de la comunidad, somos los que estamos más al pendiente y los que talan nomás lo que buscan son los pinos o donde hay bosque muy cerrado, por ahí entran. Donde está muy escondido, ahí se van a talar”.

Mujeres rarámuri cocinan durante una manifestación para denunciar la tala. Foto: Patricia Mayorga.

Al preguntarle sobre las denuncias de los rarámuri, el delegado de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) en Chihuahua, Gustavo Heredia, respondió que no está autorizado para dar esa información, solo a través de las oficinas centrales. Mongabay Latam solicitó entrevista a la oficina de prensa de Semarnat, pero hasta el momento de la publicación del reportaje no se tuvo respuesta.

“Todos somos Teresa”

El predio Pino Gordo, que comprende poco más de 2 500 hectáreas, está a nombre de Laila Miledi Pérez, de acuerdo con datos de la Secretaría de Desarrollo Rural del gobierno de Chihuahua. Es dentro de la superficie de ese terreno en donde las mujeres de Bosques de San Elías Repechique construyen su taller de costura y por el que Teresa González está demandada por despojo.

El día en que los policías estatales llegaron por ella y colocaron los sellos de clausura, la comunidad la protegió. “Todos somos Teresa”, respondieron. Los agentes advirtieron que los arrestarían a todos; los rarámuri no bajaron la guardia: “Todos somos Teresa”, repitieron.

Alrededor de 50 mujeres, hombres, niñas, niños y adultos mayores caminaron por el sendero de terracería que va de la comunidad a la carretera. Siguieron andando durante cerca de dos horas hasta llegar a la ciudad de Creel, donde se encuentra la oficina del Ministerio Público. Los acompañaron dos abogadas de Contec, entre ellas Diana Villalobos.

Algunos medios locales publicaron lo que ocurría. Cuando la caravana de Repechique entró a Creel, los policías de la Fiscalía General del Estado los dejaron. Los indígenas decidieron ir a la plaza principal; ahí esperaron durante más de media hora al agente del Ministerio Público, quien les dijo que ya no tenía la carpeta de investigación, por lo que tendrían que ir a Cuauthémoc, municipio ubicado a tres horas de Creel.

Hasta mediados de agosto, las abogadas que acompañan a la comunidad no han logrado tener acceso al expediente. La Fiscalía General del Estado informó a Mongabay Latam que Fernando Cuesta Miledi es quien demandó a Teresa González.

Al día siguiente, el gobierno estatal emitió un comunicado en donde aseguró que los indígenas de Repechique nunca fueron arrestados y que, por su seguridad, los resguardaron hasta Creel. Sin embargo, cuando los rarámuri regresaron a su comunidad ninguna autoridad los resguardó, pese a que era de noche y caminaron por una zona donde existe una fuerte presencia de grupos de la delincuencia organizada.

Mongabay Latam contactó a Fernando Cuesta Miledi para entrevistarlo sobre la denuncia y la compra de predios en la comunidad de Bosques de San Elías Repechique. En entrevista telefónica aseguró que su familia compró esas tierras en la década de los sesenta y que tienen evidencia de que, desde hace más de 150 años, los terrenos ha pertenecido a particulares.

El predio Pino Gordo, señaló, lo adquirió su tío Salomón Miledi Pérez en 1961; quién se lo dejó a él y a otros sobrinos. Otros dos predios, El Águila y El Venado, los adquirió en esa misma época su papá, Gregorio Cuesta.

Para el empresario, la comunidad Bosques de San Elías Repechique no vivía en el lugar hasta hace pocos años. “El juez no dice que ellos son dueños de las tierras o que sean propietarios de ciertas tierras. No tienen nada que compruebe que ellos son los dueños de esas tierras… A nosotros nadie nos ha quitado la propiedad, nadie nos ha dicho en un juicio que no es nuestra, nadie nos ha dicho que no nos pertenece en ninguna forma”.

Fernando Cuesta acusa a la comunidad indígena de usar la madera, de los árboles que están en los predios que reclama de su propiedad, para construir sus casas. “Nosotros no podemos talar un solo árbol si no están autorizados por la Semarnat, por la Conafor”. Cuesta señala que la denuncia contra Teresa González Parra la interpuso porque ser ella quien promovió el proyecto del taller de costura. “Si tienen algo que comprueben por qué están invadiendo el terreno, que resuelva el juez, y acatamos”.

Denuncias que se quedan en el aire

Luis Enrique Pérez, segundo gobernador de Bosques de San Elías Repechique, recuerda lo que le decían sus abuelos y padres: “La historia cuenta que cuando llegó el tren (a la Tarahumara) comenzaron a tumbar los árboles. También llegaron muchos aserraderos y ponían a trabajar a las personas de una manera muy violenta”.

Los mayores también le contaron que las personas que llegaban de fuera les quitaban su producción de maíz: “Mis ancestros tenían que levantar la cosecha antes de tiempo, antes de que llegaran a quitarles. Otras personas murieron por defender. Ha sido una lucha muy triste. Cuando estaba chiquito, me decían: ‘vamos por la carretera, si ves personas mestizas, escóndete’. Crecimos con ese miedo”, dice el joven rarámuri.

Como segundo gobernador de Bosques de San Elías Repechique, Luis también tiene la responsabilidad de seguir con las demandas que, desde hace décadas, han puesto otras autoridades tradicionales para reclamar el derecho a su territorio ancestral, pero también para denunciar la tala en el bosque donde ellos siempre han vivido.

Las denuncias por la tala se han presentado en diferentes instancias, tanto federales como estatales, pero la gran mayoría no han prosperado.

“Ha sido muy difícil, porque nuestra palabra y exigencia no ha sido respetada. Pero cuando vienen personas de fuera, como el caso que pasó aquí con el taller de costura, llegaron ministeriales y luego luego cerraron. Y nuestras exigencias ahí están, vamos y venimos y pura vuelta. A veces ni siquiera nos hacen un documento, nada. Vamos al Ministerio Público y nada más nos oyen, nunca ha habido una resolución”, resalta Luis.

La extracción de árboles no cesa. El corte de pinos sigue, incluso, durante la temporada de emergencia sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19.

La comunidad, por su parte, hace uso del bosque como les enseñaron sus abuelos: recolectan quelites, hongos y madera para hacer leña. Tienen veredas que utilizan para el pastoreo de animales. Han creado zonas donde se encuentran sus centros ceremoniales, donde hacen sus juegos ancestrales.

Luis Pérez explica por qué su defensa del territorio es también una defensa del bosque: “Los árboles retienen la tierra. De otra forma, sería pura laja y no tendríamos ni dónde sembrar. Los árboles detienen la humedad, que no haya deslave. Ya hay partes que están secas por los incendios o por la tala indiscriminada. Hay lugares donde casi no hay tierra para sembrar. Ya hay una zona que mucho tiempo talaron, ahora casi no hay tierra, hay muchas manchas ya en la comunidad”.

Mujeres de Repechique esperan que pueda continuar la construcción del taller de costura comunitario. Foto: Patricia Mayorga.

A los rarámuri que viven en Bosques de San Elías Repechique les preocupa la deforestación que hacen los mestizos, porque cada vez hay menos agua.

En varias ocasiones han solicitado a la Semarnat que cancele los permisos de aprovechamiento forestal que se han otrogado en el área. Solo en una ocasión la dependencia federal canceló los permisos, pero fue de manera provisional. Eso sucedió cuando la comunidad consiguió una victoria en la lucha por la defensa de su territorio.

Reconocimiento del territorio comunitario

En abril de 2014, el juez Octavo de Distrito, Ignacio Cuenca Zamora, falló a favor de la comunidad de Bosque de San Elías Repechique porque no fueron consultados para la construcción del aeropuerto de Creel. El amparo favoreció a 33 rancherías de la región.

En la sentencia, el juez reconoció la posesión ancestral del territorio de la comunidad demandante y ordenó al gobierno estatal la creación de un fideicomiso, por 65 millones de pesos (alrededor de 2 millones de dólares), como reparación por el daño causado. Un comité técnico revisa y da seguimiento a ese fideicomiso que comenzó a ser efectivo hasta 2017.

El juez también ordenó que la comunidad tenía que presentar una serie de proyectos comunitarios en los que se invertiría el dinero. El plan primero fue aprobado por la asamblea rarámuri y después por el comité técnico, del que forman parte cuatro secretarías del gobierno estatal: Hacienda, Desarrollo Municipal, Innovación y Desarrollo Económico y la Secretaría General. Los funcionarios que están al frente de esas cuatro dependencias conocen la sentencia del juez Cuenca Zamora, donde se reconoce que la comunidad tiene posesión ancestral del territorio.

En 2019, la comunidad recibió los primeros recursos del fideicomiso: 1 300 000 pesos (alrededor de 59 mil dólares). Primero, construyeron un salón de usos múltiples. El taller de costura es otro de los proyectos aprobados y su realización está a cargo de Teresa González, quien cuenta con apoyo contable externo para que todas las facturas que debe entregar estén a tiempo y, además, para tener transparencia en el uso del dinero.

Otros de los proyectos contemplados es un programa de apoyo mensual para personas con discapacidad y adultos mayores. Durante la pandemia, lograron que se apoyara a 220 personas. Además, avanzan en la construcción de una casa comunal, así como en la instalación de una huerta de manzana para la ranchería Ratuivo, en el que trabajarán 20 personas.

En 2018, la comunidad de Bosques de San Elías Repechique interpuso otra demanda de amparo, ante el Juzgado Décimo de Distrito. En esa ocasión fue para exigir la cancelación de las escrituras de los 12 predios; además, solicitan la titulación de esas tierras.

La jueza les negó el amparo. La comunidad impugnó. El caso estaba a punto de entrar a un Tribunal Colegiado, pero llegó la pandemia y paralizó la actividad judicial. El caso podría llegar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, señala Diana Villalobos, de Contec, organización que acompaña legalmente a Bosque de San Elías Repechique.

Seguir en el camino

La comunidad ha exigido el reconocimiento del territorio ancestral ante diferentes instancias. En 2014 acudieron al Senado de la República y denunciaron el aprovechamiento que hacían los “chabochis” de su bosque, pero también denunciaron que, sin consultarles, se pretendía instalar un gasoducto en su territorio. Con marchas y otras acciones legales, Repechique consiguió que el gasoducto no pasara por su comunidad.

El 2018, los particulares que tienen a su nombre los 12 predios presentaron dos denuncias en contra de los rarámuri, por “falsedad de declaraciones”. Cuando se hizo el peritaje y se comprobó que la comunidad indígena sí existe y está en el territorio, las denuncias se archivaron.

Después vino la demanda en contra de Teresa González. Agentes de la Fiscalía Zona Occidente han acudido en tres ocasiones al taller de costura para clausurar la construcción que está a cargo de la misma comunidad.

Teresa no entiende por qué la acusan de despojo: “Nosotros somos los primeros que somos aquí. Nosotros vivimos cuidando todo el bosque, trabajando la tierra y haciendo quehaceres, cuidando nuestro hogar y no nomás como dicen (…) nosotros no compramos un terreno para estarnos nada más ahí. Nosotros cuidamos alrededor del territorio. Ellos compraron según el territorio, cuando ya existíamos aquí, pero ellos quiénes son o qué”.

Por un momento, Teresa González reconoce que “a veces quisiera una tirar la toalla”. Pero esas palabras se desvanecen cuando recuerda las agresiones que ha recibido por defender su territorio y sus sueños. Y entonces cuenta sus planes con entusiasmo:

“El taller de costura lo soñamos muy bonito. Las señoras dicen: ‘qué bueno que esta vez va a existir este taller’. Las personas van a aprender mucho, van a aprender a usar máquinas. Es un espacio para las señoras”.

La comunidad ya eligió el nombre que tendrá el taller de costura. Lo llamaran “Najativo”, palabra rarámuri que significa “seguir el camino”. Un vocablo que representa, también, lo que ha sido su lucha: “Es un camino largo y a pesar de todo —dice Teresa—, estamos con la esperanza de que se respete el territorio”.

Mientras las demandas siguen su curso—o se archivan en alguna dependencia pública— la gente de Bosques de San Elías sigue con su vida cotidiana, con la milpa, con el cuidado de sus animales, con la recolección de leña, haciendo sus artesanías y, también, mirando cómo los que llegan de fuera “empiezan a tumbar madera, a prohibir a la gente de la comunidad que no tire árboles, como si nosotros fuéramos los extraños —reclama Teresa—, como si nosotros viniéramos de fuera. Eso sí causa tristeza”.

Actualización:

Después de la publicación del texto, Fernando Cuesta Miledi respondió a la solicitud de entrevista que se le había hecho con anterioridad; por lo que se agregó su versión al texto.

Fuente e imagen: Mongabay

 

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México: La hazaña de ser niña indígena y estudiar en la Tarahumara

América del Norte/Mexico/elpais.com

En la sierra de Chihuahua, en México, 96 niñas rarámuri viven en el ‘tewecado’, su escuela. En esta pobre y aislada región, los internados son la única forma de estudiar y comer tres veces al día encuentran en el camino. Los pequeños siguen en lo suyo, los sicarios también. A mitad de enero, el sol de la sierra Tarahumara calienta el pequeño pueblo de Cerocahui, perteneciente al municipio de Urique. La localidad, de 1.600 habitantes, se extiende con sus casas de techos de lámina entre montañas y cerros. Recién terminó la jornada en el tewecado Santa María de Guadalupe, una de las dos escuelas primarias del pueblo. No todos los alumnos vuelven a casa esta tarde: 96 niñas permanecen dentro; la escuela también es su hogar.

En la Tarahumara habitan los rarámuri, el pueblo indígena más numeroso en el estado de Chihuahua. Según los últimos datos oficiales, de 2015, en México hay alrededor de 74.000 personas de esta etnia. En los indicadores de bienestar, este grupo resulta desfavorecido, y la educación es uno de los aspectos más alarmantes. El 43% de esta población es analfabeta y uno de cada tres niños entre seis y 14 años no asiste a la escuela. En un territorio escasamente poblado, muchos caminan durante horas para llegar al centro de estudio más cercano. Para facilitar la asistencia académica, existen en la sierra escuelas internado en las que los alumnos viven.

Caminando a la escuela

Conforme terminan las clases, las niñas se dirigen al guardarropa y cambian el uniforme por sus faldas o vestidos de colores, propios de su vestimenta tradicional. La madre superiora Begonia Sáenz, directora del tewecado, recorre el patio. Tencha corre a abrazarla. Con apenas cuatro años, es la más pequeña y, al igual que sus compañeras, es rarámuri. Rarámuris significa “los de los pies ligeros”, y en México son conocidos por recorrer largas distancias caminando, calzados con sandalias fabricadas con neumáticos usados.

Parte de la población rarámuri vive alejada de centros urbanos y el transporte público es casi inexistente en sus territorios. Además, al ser un área de siembra y trasiego de marihuana y amapola, hay una importante presencia de narcotraficantes que vigilan y controlan la región. En este contexto de violencia y pobreza, las opciones son vivir en la escuela o no acudir a ella. “Si algunas de ellas no estudiaran en el internado, no estudiarían. Sería ideal que las niñas estuvieran con su familia, pero al no tener los medios para salir adelante, el internado se convierte en un ayudante” explica la directora.

Doña Eustolia, de 87 años, pertenece a la primera generación de niñas del tewecado. Es la persona más vieja en Cerocahui.
Doña Eustolia, de 87 años, pertenece a la primera generación de niñas del tewecado. Es la persona más vieja en Cerocahui. PAU GONZÁLEZ
Desde el patio se ve un cerro, con una pequeña casa frente a la cual está parada una anciana. La madre Begonia la saluda con un ademán: “Es la señora Eustolia, la primera interna del tewecado”.

Recuerdos de Cerocahui

Si alguien conserva recuerdos de los primeros días del internado, que se remontan a los años cuarenta del siglo pasado, es doña Eustolia, que con 88 años es la persona más vieja del pueblo. De madre indígena y padre mestizo, formó parte de la primera generación de niñas educadas en Cerocahui. Sobre aquellos años, rememora: “era una pobreza espantosa. El rico estaba re-pobre también, andaban hasta en calzoncillos, imagínense a los ricos en puro calzón de manta”.

En 1940, el padre jesuita Andrés Lara fundó el tewecado, que en rarámuri significa hogar de niñas. Doña Eustolia recuerda que los religiosos llegaron cuando ella tenía ocho años. “El padre Lara hizo una casa, o la arregló. Allí fue el primer lugar donde fuimos a la escuela”. Eustolia piensa que la situación ha cambiado poco. “Este pueblo no se ha levantado en riqueza. Yo lo veo más o menos al mismo nivel”. El 86% de la población del municipio de Urique vive en pobreza extrema o moderada. Según el Coneval, organismo público que evalúa las políticas de desarrollo social, dos de cada tres viviendas del municipio carecen de drenaje y cuatro de cada 10 no cuentan con electricidad.

Comer tres veces al día y estar seguras

El almuerzo del día consiste en pasta y ensalada con pollo. La alimentación es otra de las razones por las que los padres y madres mantienen a sus hijas en el tewecado. “Es difícil que todas las niñas coman tres veces al día en sus casas, algunas hacen una o dos comidas. Aquí se alimentan las tres veces”, explica la directora. Al terminar, las internas dan gracias por los víveres, se dirigen a los fregaderos y una a una lavan sus platos y cubiertos. Es difícil que todas las niñas coman tres veces al día en sus casas

Otro motivo es porque allí están más seguras que en casa. “Cuando tienen fiestas, se bebe demasiado y ellas están expuestas a una situación de violencia física; golpes, quemaduras e incluso violaciones”, explica la madre Begonia. “Si no existiera el tewecado, muchas de ellas estudiarían dos o tres años. Pienso que la mayoría se casaría o quedaría embarazada a muy temprana edad”. A nivel nacional, Chihuahua es uno de los tres estados con la mayor tasa de embarazo adolescente.

La búsqueda por recursos

El tewecado está constituido como un centro de enseñanza privado, por lo que recibe de organismos gubernamentales apoyos mínimos. De la Secretaría de Educación Pública obtiene únicamente los libros de texto gratuitos y del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (IMPI) recibe algunos alimentos y artículos de aseo. La madre Begoña explica que aunque tiene 96 internas, en el proyecto del IMPI solo le permiten inscribir a 74. “No podemos aumentarlo. Ese apoyo es para dar de comer a las niñas de lunes a viernes, y estamos toda la semana”. El alimento proporcionado es insuficiente: “si es para un mes, nos dura 15 días. Por eso tenemos la necesidad de meternos en diferentes proyectos”.

La madre Begonia busca apoyo en particulares, instituciones religiosas y organizaciones civiles. “Si no tuviéramos personas generosas sería muy difícil mantenernos. Las niñas no solo necesitan alimento. Necesitan limpieza, aseo, ropa, medicamentos, un lugar donde vivir bien, amor y cariño.” Los padres de familia de las internas también aportan. El internado establece una cuota simbólica de 100 pesos al mes por interna (aproximadamente unos 4,6 euros). No todas las familias realizan esta aportación en efectivo: “muchos no pueden dar estos 100 pesos, entonces cooperan trayendo guares [cesta tejida] o alguna fruta que damos en el recreo”.

El tewecado se ha construido lentamente a lo largo de décadas. Actualmente, parte importante de los recursos se utiliza en la ampliación de la casa principal, donde se construyen sanitarios y regaderas para que las pequeñas no tengan que atravesar el patio en la época de frío. En este edificio hay cuatro cuartos con camas y literas. Luz Elena, de seis años, comparte cochón con su hermana Rosita, dos años menor, pues hay menos lechos que internas. Esto no es un problema para Luz Elena, que con una orgullosa sonrisa afirma que su hermana “es pequeñita pero no se hace pipí en las noches”.

Desigualdad y discriminación

En la pared del aula cuelga un cartel con palabras en rarámuri y en castellano. Una de las frases es “Kuira ganiriba kuchi”, que tiene a un lado su equivalente, “Buenos días niños”. Es el aula de la maestra Sofía, la única de las docentes de etnia rarámuri. Como sus alumnas, estudió la Primaria en el tewecado y cuenta que algunas ingresan sin saber castellano, por lo que ella les explica los significados en rarámuri. “Yo también fui niña, hablé en tarahumara, quería aprender y no me entendían cuando hablaba en mi idioma”, recuerda la maestra.

La música retumba en el patio durante el recreo, los estudiantes corren, gritan y juegan. En la escuela estudian alrededor de 240 niños y niñas, entre ellos las 96 internas. Aquí, la norma es la convivencia armoniosa entre indígenas y mestizos. Se entablan amistades con facilidad y las muestras de discriminación son escasas, aunque existen.

Según la Encuesta Nacional de Discriminación 2017, uno de cada tres mexicanos está de acuerdo con la frase “la pobreza de las personas indígenas se debe a su cultura”, mientras que el 49,2% de la población indígena opina que sus derechos se respetan poco o nada. La discriminación se traduce en desigualdad. En Chihuahua, el porcentaje de la población infantil y adolescente que carece de energía eléctrica en la vivienda es del 2,1% en el caso de la población no indígena, mientras que en la indígena es del 66%, indica Unicef.

En el tewecado, las hermanas y las docentes realizan un esfuerzo continuo por erradicar muestras de discriminación. “En la escuela, a veces el mestizo quiere hacer menos al indígena, por ejemplo en el idioma. Nosotras hacemos que los niños mestizos aprendan algunas palabras en rarámuri para que estemos en igualdad de circunstancias”, explica la madre Begonia.

Después del tewecado

Terminan las clases, los alumnos externos vuelven a casa y las internas regresan al patio del albergue. Belén se lleva una grata sorpresa: su madre ha ido a por ella para pasar el fin de semana en casa. Entre 15 y 20 niñas, no siempre las mismas, dejan el internado los viernes para regresar el domingo. Felipa, madre de Belén, ha caminado tres horas para llegar; al no parecerle seguro prefiere no aceptar rides (como se le conoce al autostop) pero afirma que le gusta caminar.

El aula de la maestra Sofía, única docente rarámuri del tewecado, que afirma que es importante que las niñas aprendan, porque ellas quieren seguir adelante, quieren estudiar y tienen el mismo derecho a aprender.
El aula de la maestra Sofía, única docente rarámuri del tewecado, que afirma que es importante que las niñas aprendan, porque ellas quieren seguir adelante, quieren estudiar y tienen el mismo derecho a aprender. PAU GONZÁLEZ
Hoy Belén llegará a su hogar poco antes de que anochezca y verá a sus dos hermanas mayores. Ambas fueron alumnas del tewecado, después cursaron la secundaria en Chihuahua y actualmente estudian en Creel, una población a unos cien kilómetros de Cerocahui. Esta ruta académica es común entre las graduadas del tewecado, pues la congregación a la que pertenece dirige varios internados en el estado, en los que les es posible continuar sus estudios de secundaria, bachillerato e incluso realizar la licenciatura en Educación Primaria.

La madre Begonia calcula que siete de cada diez niñas que concluyen la primaria estudian la secundaria, y dos o tres continúan en el bachillerato. Esto contrasta positivamente con estadísticas nacionales, que indican que las mujeres indígenas son uno de los grupos poblacionales con mayor rezago educativo. En la actualidad, solo una de cada cinco mujeres indígenas ha terminado la secundaria.

El sábado al mediodía, los gritos y las risas de las niñas que pasarán el fin de semana en el tewecado se escuchan en las calles cercanas. La plaza principal está vacía y silenciosa. Ninguna bandera ondea sobre el kiosco, no hay decoración que adorne las modestas casas aledañas. Solo es posible ver a un grupo de perros esqueléticos tomando el sol y a tres hombres armados que se comunican por radio con su comandante.

Fuente; https://elpais.com/elpais/2019/05/10/planeta_futuro/1557499009_807568.html

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México: Distinguen a mujer rarámuri por liderazgo en educación comunitaria

América del Norte/México/14 Mayo 2017/Fuente: imparcialoaxaca/Autor: Excelsior

Adilene Silva recibirá la Medalla Chihuahuense al Mérito Educativo por su trabajo ‘Haciendo un gran sueño para un futuro mejor’

La líder para la Educación Comunitaria del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) en Chihuahua, la mujer rarámuri, Adilene Silva Bustillos, fue ganadora de la convocatoria Medalla Chihuahuense al Mérito Educativo 2017, por su trabajo: “Haciendo un gran sueño para un futuro mejor”.

En un boletín, el Consejo señaló que, ante el pleno del Congreso del Estado, la presidenta de la Comisión de Educación y Cultura, María Antonieta Mendoza Mendoza, destacó la participación de 47 trabajos en el certamen: 31 en la categoría individual y 16 en equipo, procedentes de 18 municipios.

Adilene Silva, de origen rarámuri, ha desarrollado un intenso trabajo comunitario desde su ingreso, en 2013, al consejo, donde su principal objetivo es trabajar en elevar la calidad de vida de la comunidad indígena El Tigre, Municipio de Balleza.

«Trabajo que me ayudó a estar más cerca de las personas y ser partícipe de necesidades y dificultados que se viven en la comunidad tanto en lo social, educativo, económico”, apuntó.

«Pertenezco orgullosamente al grupo rarámuri; conozco perfectamente las carencias que, dentro de nuestro contexto existen y es lo que me motiva a gestionar que mi comunidad tenga mejor calidad de vida, más posibilidades para nosotros los indígenas para aspirar a una igualdad de oportunidades”, enfatizó Silva Bustillos.

Por su parte, el delegado federal del Conafe, Felipe González Bermúdez, se congratuló por el reconocimiento que el Poder Ejecutivo del Estado de Chihuahua, por conducto de la Secretaría de Educación y Deporte, y el Congreso local compromete a cada uno de los Líderes para la Educación Comunitaria, con la comunidad.

Fuente de la noticia: http://imparcialoaxaca.mx/nacional/j0m/distinguen-a-mujer-rar%C3%A1muri-por-liderazgo-en-educaci%C3%B3n-comunitaria

Fuente de la imagen: http://media.imparcialoaxaca.mx/imagenes/large/5915ffdda20541210bffb3ad.jpg

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