El informe PISA, la segregación escolar y la luna

Por Jesús Roguero García

Como se esperaba, la publicación del Informe PISA 2015 hace unos meses abrió un intenso debate sobre la enseñanza en nuestro país. La mayor parte de reacciones giró en torno a la puntuación de los estudiantes en estas pruebas, que se utilizaron para evaluar el funcionamiento del sistema educativo. Como consecuencia, para muchos, el único poso que dejó este informe fue que España había mejorado su posición en relación con otros países. Sin embargo, tanto los propios autores del informe como un buen número de expertos han repetido hasta la saciedad que PISA tiene grandes limitaciones para evaluar los sistemas educativos (esas limitaciones se describen, por ejemplo, aquí, aquí o aquí). Mi impresión es que PISA es más fiable para mostrar la situación de los diferentes agentes del sistema (centros, docentes, estudiantes y familias), sus relaciones mutuas y sus recursos. Podemos decir, acudiendo al viejo proverbio, que mientras PISA señala a la Luna, nosotros miramos al dedo. Y PISA 2015 muestra que nuestro sistema educativo tiene problemas graves.

Uno de los datos más preocupantes del último informe es el significativo descenso del índice de inclusión social, que mide el grado con el que los centros educativos acogen estudiantes de diferentes perfiles socioeconómicos. Dicho de otro modo, cuanto menor sea el índice de inclusión social, mayor será la segregación del alumnado en los centros. España ha pasado de 74 puntos en 2012 a 69 en 2015 y ocupa ya la antepenúltima posición entre los países europeos de la OCDE y la quinta por la cola de toda la OCDE. PISA nos está diciendo que los alumnos españoles están entre los que tienen menos probabilidades de todo el mundo de compartir centro con compañeros de un origen social distinto al suyo.

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La segregación escolar tiene un efecto negativo evidente en la cohesión social. Muchos de los valores de respeto, tolerancia e inclusión solo pueden aprenderse a través de la relación entre personas de orígenes diversos. En este sentido, la calidad de la educación tiene una vertiente cívica y convivencial fundamental, que depende del grado en que el sistema educativo es capaz de proporcionar un espacio de socialización positiva. La segregación supone un freno claro a estos objetivos.

Por si esto no fuera suficiente, la segregación tiene también consecuencias perniciosas en la trayectoria académica de muchos estudiantes. La realidad educativa española está sembrada de colegios e institutos a los que se les han puesto diferentes apellidos: “gueto”, “de especial dificultad”, etc., pero que, básicamente, se caracterizan por contener una excesiva proporción de estudiantes con dificultades económicas y/o académicas. Estos contextos educativos reducen el bienestar y la motivación de los estudiantes, lo que perjudica su desempeño escolar. A su vez, estas condiciones dificultan el trabajo del profesorado, disminuyen la motivación de los equipos docentes y aumentan la rotación de las plantillas, lo que supone una dificultad añadida para dar una respuesta educativa de calidad. Es así como los estudiantes que más atención necesitan quedan encuadrados en contextos escolares que ofrecen escasas posibilidades de éxito académico.

¿Por qué está España entre los líderes mundiales en segregación escolar? Si bien la segregación depende también de procesos ajenos al sistema educativo, como la distribución en el territorio de los diferentes grupos sociales, las políticas educativas son claves para configurar este fenómeno. Aunque hay más, yo destacaría dos rasgos específicos del sistema español que potencian la segregación social.

En primer lugar, parte de los centros concertados seleccionan a sus estudiantes a través de, por un lado, barreras económicas (aportes voluntarios, cuotas u otros pagos cuasi-obligatorios) que impiden el acceso de las familias con menos recursos económicos; y, por otro lado, mediante prácticas de discriminación cultural, como la ausencia de alternativa a la asignatura de Religión Católica o los rezos en horario lectivo, que no respetan las creencias de los alumnos no católicos.

En segundo lugar, la segregación social aumenta por la creciente separación de los estudiantes según su nivel académico, especialmente en Educación Secundaria. Dos ejemplos son el programa bilingüe en inglés y el Bachillerato de excelencia, ambos en la Comunidad de Madrid, en los que los estudiantes son agrupados en clases según sus calificaciones académicas o sus resultados en pruebas específicas. Esta segregación genera, en muchos institutos, grupos poco propicios para el aprendizaje que aumentan las probabilidades de repetición y expulsión del sistema; unas probabilidades que, en el caso español, son injustificadamente elevadas, especialmente para quienes provienen de familias desfavorecidas.

Tras la desbocada segregación social del alumnado subyace no solo un modelo educativo, sino también un modelo de sociedad. El debate de fondo, por tanto, reside en si deseamos una educación excluyente e injusta, que avance hacia una sociedad fragmentada, o si preferimos un sistema inclusivo y equitativo, que contribuya a crear una sociedad cohesionada. La evidencia empírica demuestra que es posible hacer compatibles altos niveles de equidad, excelencia y cohesión social. En el camino hacia ese sistema educativo, estudios como PISA pueden ser muy útiles para identificar debilidades y áreas de mejora. Pero eso solo será posible si los utilizamos de modo riguroso y prudente; y si miramos a la Luna.

Fuente: http://agendapublica.es/el-informe-pisa-la-segregacion-escolar-y-la-luna/

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Estonia, Portugal y Uruguay

Por Ricardo Peirano

Estancamiento es quizá la palabra más adecuada para describir la situación en la que está Uruguay en la educación.

Seguirán por algunos días las repercusiones de las pruebas PISA 2015, de las idas y venidas, de las mejoras y de los retrocesos, y sobre todo del estancamiento, quizá la palabra más adecuada para describir la situación en que se encuentra Uruguay respecto de sí mismo y de los demás países que participan del examen.

Algunos dirán que nos conviene retirarnos de las pruebas PISA y evitarnos así el bochorno trianual. Otros minimizan su importancia. Lo cierto es que, tomado a lo largo del tiempo, es un buen instrumento para comparar la evolución de nuestra educación con otros países y con nosotros mismos, y para determinar caminos futuros de acción.

Según un estudio del BID, para Uruguay es «inalcanzable» llegar al promedio de los países de OCDE en las pruebas PISA (lo mismo dice para Chile, Brasil, Costa Rica y México).

El dato tiene una nota de pesimismo, pues en 2012 el BID había dicho que a Uruguay le llevarían «20 años alcanzar el promedio PISA». Ahora ya no tenemos ni chance. Y ello debido a que casi la mitad de los jóvenes escolarizados no cuentan con las capacidades para vivir en el siglo XXI o, por decirlo de otra manera, en la sociedad moderna.

Sin embargo, el estancamiento no puede ser considerado como una condena a la desesperanza. El ranking de los líderes en las pruebas PISA suele variar muy poco y siempre están países asiáticos (Singapur, Hong Kong) o nórdicos como la llevada y traída Finlandia. Pero en el medio de la tabla sí hay movimiento y hay dos países que merecen que se les preste atención: Estonia y Portugal.

Estonia ya comienza a jugar en las grandes ligas y compite con Japón, Canadá y supera a Finlandia en ciencias, área tradicionalmente dominada por los finlandeses. ¿Será que a los países nórdicos se les da bien el estudio porque hace frío y los chicos se quedan en casa o será porque tienen políticas públicas de largo plazo que incentivan la mejora? Los países bálticos hace 30 años no eran ejemplares y se debatían por conseguir su independencia. Ahora se centran en mantener la excelencia educativa.

Quizá más llamativo sea el caso de Portugal. En 2015, supera claramente la media de la OCDE cuando 10 años atrás estaba claramente por debajo. Ejemplo claro de que «sí, se puede». Y en ciencias, supera a potencias como Francia, Austria, Italia o España, y se compara con países avanzados como Dinamarca y Bélgica. Y más llamativo aún es que ese progreso se hizo en una época de enormes dificultades económicas por la crisis financiera del 2008 y sus secuelas de ajuste del gasto público.

De hecho, en Portugal la mejoría se consiguió pese a que se redujo el gasto público por estudiante como consecuencia de las políticas de ajuste que tuvo que llevar a cabo la nación lusitana para no hundirse financieramente y continuar dentro de la UE.
Estonia no ha reducido su gasto educativo pero tiene los mismos resultados que Dinamarca, cuyo gasto por estudiante es el triple.

De ahí la insistencia del informe PISA: el aumento del gasto en educación es importante para alcanzar un nivel mínimo de exigencia, pero por encima de ese nivel no hay relación clara entre aumento de gasto y desempeño educativo.
Estos ejemplos son buenos para que no tiremos la toalla y sepamos que llegar al promedio PISA no es una utopía ni algo inalcanzable, como sostiene el BID extrapolando los resultados en los últimos tres o seis años.

Es algo que está a nuestro alcance. Depende sobre todo de la voluntad política de mejorar la educación pública, algo que en los últimos tres gobiernos ha estado presente en las palabras pero no en los hechos.

Y que está a nuestro alcance es algo que han demostrado los liceos privados que trabajan en la cuenca de Casavalle y en otros lugares de contexto social crítico.
Ahora, esa meta sí es imposible de lograr si seguimos jugando a las escondidas, a que no se puede mejorar por algún factor genético desconocido, o si seguimos haciendo trampas al solitario como ocurrió con el Codicen a la hora de comparar los resultados y echar campanas al vuelo para marcar una mejora que no existió.

Lo que existió y seguirá existiendo, hasta que alguien se anime a poner a la educación como prioridad nacional, es la mediocridad. Estamos mal, vamos empeorando, pero igual somos con Chile los mejores de América Latina.

Razonamiento nefasto que solo conduce al retroceso. Algo que ya no se puede tolerar más, como la violencia en el fútbol. Pero si no tomamos el tren de las reformas con rapidez, seguro que la proyección del BID será una triste realidad que afectará a quienes vienen detrás de nosotros. Y ello no tendría perdón.

Fuente:http://www.elobservador.com.uy/estonia-portugal-y-uruguay-n1010306

Imagen: media.elobservador.com.uy/adjuntos/181/imagenes/014/112/0014112117.jpg

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