Basil Fouda y su ayudante, Pierre, acaban de cruzar el puente de madera sobre el río Dja, abandonando la reserva de la biosfera del mismo nombree, en el sur de Camerún. En su camión transportan varios troncos enormes de moabi hasta Yaundé, donde serán transformados en tablas en una serrería antes de continuar hasta Duala para ser embarcados rumbo a Europa.
La compañía para la que los camioneros trabajan es francesa y ha conseguido una concesión para talar árboles en el corazón de la reserva. “Es el Gobierno quien las otorga porque ahora él gestiona directamente el parque”, asegura el conductor. “Ya no lo hace Ecofac (el programa de la Unión europea para el establecimiento de una red de áreas protegidas en África)”.
No se sabe hasta qué punto esta afirmación es verdad, pero unos metros más allá del puente se encuentra una edificación abandonada donde hasta hace cuatro años los guardas forestales registraban a todo el que pretendía adentrarse en la reserva. Ahora, los vehículos y las personas entran y salen libremente. A pocos metros de la antigua garita, una decena de camiones esperan a ser cargados y emprender la misma ruta que Basil y Pierre. Además, el Gobierno está arreglando las carreteras del parque para que los camiones puedan pasar más fácilmente.
La excusa del ejecutivo para conceder estos permios en una reserva de la biosfera es la construcción de una presa hidroelectrica en mekim, sobre el río Dja, por parte de una compañía china y con financiación del Banco de China, que inundará parte de las tierras de la misma. Por eso ha permitido que las madereras saquen los árboles que quedarán cubiertos por las aguas dentro de pocos meses. No es solamente la deforestación lo que está poniendo en peligro el rico patrimonio de este parque, también las actividades mineras, la caza ilegal y la presión de la población que vive en ella la amenazan de muerte.
Cercada casi en su totalidad por el río Dja, la reserva es excepcional por su rica biodiversidad y la gran variedad de primates que viven en ella. Alberga 107 especies de mamíferos, de las cuales cinco están en peligro de extinción.
Cualquier reserva de la biosfera debe cumplir tres funciones de manera integrada: conservación de la biodiversidad y la diversidad cultural, desarrollo económico, socio-cultural y ambiental sostenible y apoyo logístico a la investigación, el monitoreo, la educación ambiental y la formación. Por eso, toda reserva necesita de una zonificación adecuada: un núcleo dotado de instrumentos legales de protección que garanticen la función de conservación de aquellos componentes más valiosos o representativos y de la preservación de los servicios ambientales que proporciona. Una zona tapón, donde las actuaciones deben ser compatibles con la conservación del núcleo y contribuir al desarrollo, a la investigación, a la educación y a la conservación de modelos tradicionales de uso. Y finalmente una zona de transición, donde tendrán lugar las actuaciones destinadas específicamente a promover el desarrollo de las poblaciones locales dentro de criterios de sostenibilidad, donde se experimentarán estrategias y modelos de desarrollo sostenible y donde tendrán lugar la mayor parte de las acciones de demostración.
Todo esto está presente, al menos sobre el papel, en la reserva del Dja que,segun la UNESCO, es uno de los bosques húmedos más vastos y mejor conservados de África ya que el 90% de su superficie no ha sido perturbada por la presencia humana. Pero estos datos puede que no sean verdad.
Etienne Mefe Sala, jefe búlu de Mimbil, uno de los pueblos que está dentro de la reserva, tiene claro que la deforestación de la misma no reporta ningún beneficio a la población local: “las madereras vienen porque el Gobierno les ha dado la concesión y nosotros no recibimos nada a cambio de que se lleven los árboles. También tenemos problemas con nuestros campos, a veces caen árboles sobre ellos y destrozan el sembrado. Tendríamos que ser indemnizados por ello y no lo somos”. Tampoco sabe muy bien si las aguas del nuevo embalse inundarán sus tierras. “Si fuera así tendrían que indemnizarnos como han hecho con otros pueblos, pero a nosotros no nos han dado nada, lo único que sabemos es que se están llevando nuestros árboles y nosotros no recibimos nada a cambio”. Esta declaración contradice la afirmación del Gobierno de que solo se concede la explotación de las tierras que serán anegadas tras la conclusión de la presa.
El Gobierno está arreglando las carreteras del parque para que los camiones puedan pasar
En el pueblo de los pigmeos baka del mismo nombre que está pegado al anterior, tampoco ven con buenos ojos la deforestación. Los pigmeos han vivido siempre de la selva, de la que se consideran parte inalienable, no habitantes de la misma. En ella cazan, pescan y recolectan miel, frutos y tubérculos para comer o hojas, cortezas y raíces para su medicina. Jean Pierre Bessala, sentado a la puerta de su mungulu (casa tradicional pigmea hecha de ramas y hojas) comenta que no está bien que talen la selva. «En ella nos buscamos la vida plantando y cazando. Antes era una riqueza para nosotros pero ahora no es tan fácil como antes. La explotación forestal comenzó en esta zona hace seis meses y desde entonces la caza ha descendido. Los animales huyen por el ruido y la destrucción. Todos, no queda casi ninguno”, explica.
Su vecino, Francis Libendji, es de la misma opinión: “necesitamos los árboles que se llevan para nuestras medicinas. La caza desaparece, la vida es más complicada. Todo esto nos plantea buscar una selva nueva porque la que ahora nos rodea está desapareciendo. Ahora mismo están ampliando un mungulu en el pueblo. Antes eso se hacía en un par de días, ahora se tarda semanas porque cuesta mucho encontrar las hojas”.
Robert Okale, al que todo el mundo conoce como Petit Robert, es uno de los guardas forestales de la reserva; nació en ella, en un pueblo llamado Ndjibot. Es también voluntario de cerca y lejos, la única ONG que trabaja en la zona, principalmente por el desarrollo de los bakas. Él no está de acuerdo con que se haya abierto el parque a las madereras, piensa que todo lo que no es el núcleo del mismo tendría que haberse transformado en bosque comunal para beneficio de la población que allí habita. “La gente que vive en la reserva es de la más pobre del país. Solo se benefician de ella unos pocos, gente importante del país: el presidente y sus amigos.”
El presidente camerunés, Paul Biya, tiene en la actualidad una gran plantación de piñas junto al río Dja. Según Robert, los informes de impacto no la permiten, como tampoco la presa de Mekin, “pero las autoridades pasan por alto las normas internacionales”.
Robert está seguro de que con la inundación de tierras provocada por la nueva presa se creará una fuerte presión sobre el núcleo de la reserva, ya que la gente entrará en él para plantar.
El guarda forestal comenta también que el presidente y sus amigos se han apoderado de “miles de hectáreas” en la zonas aledaña a la reserva para plantar palmeras de aceite, árboles de caucho y cacao. “Hay tanto beneficio que tienen su propio aparcamiento, enorme, y han construido pueblos para los trabajadores”, añade. “Eso está provocando que mucha gente que se queda sin tierras por la expropiación esté entrando en el interior de la reserva para cultivar”.
Robert también denuncia que son los amigos del presidente y los ministros los que practican la caza ilegal dentro de la reserva. Comenta la frustración de querer perseguir a cazadores ilegales y encontrarse con que no se puede hacer nada “contra estos hombres importantes”, que incluso se permiten dejar a los agentes forestales “notas con amenazas si intentamos perseguirlos sobre, por ejemplo, un elefante al que le han quitado los colmillos. Los tribunales solo condenan a pequeños cazadores furtivos, en su mayoría pigmeos. Es una injusticia”.
El Gobierno dice que solo se concede la explotación de las tierras que serán anegadas tras la conclusión de la presa
Moise Kwanbe es uno de los cazadores bakas más famosos de la reserva del Dja. Como la mayoría de los pigmeos, practica la caza tradicional que está permitida fuera del núcleo de la reserva, pero sabe que la gente con dinero de la capital contrata a los bakas para que rastreen a los grandes animales: “si llegas con dinero se puede organizar la caza del elefante y sacar el marfil fácilmente de aquí”.
Robert añade que no solo se cazan ilegalmente elefantes. “También el pangolín y el cuerno de rinoceronte tienen mucho mercado, principalmente en Asia”. Pierre, el ayudante del camión, asegura que gran parte del marfil sale entre los grandes troncos que transportan los vehículos madereros hasta Yaundé o Duala.
Es difícil controlar toda la reserva, “es enorme”, asegura Robert. “Tiene 526 hectáreas en el núcleo y un millón en los alrededores. Tiene más de 40.000 habitantes y solo somos 80 guardas forestales para todo eso”. Añade: “no tenemos vehículos ni medios de comunicación, tenemos que hacer todo el trabajo a pie, o depender de las empresas madereras que nos presten vehículos para perseguir a los furtivos”. Además, están muy mal pagados, él mismo no llega ni a los 100.000 francos CFA al mes (unos 150 euros). “No puedes pedirle a un funcionario que no puede ni pagar el colegio de su hijo que defienda la reserva”, comenta.
Según Robert, varias ONG han escrito informes denunciando el deterioro de la reserva de la biosfera del Dja y la UNESCO amenaza con clasificarla como sitio en peligro. “Pero el Gobierno utiliza esos informes para decir que es verdad que la reserva está sometida a mucha presión pero que no tiene dinero, así consigue fondos que luego nunca se invierten en el parque”.
Cuando habla como persona nacida en la reserva, Petit Robert también se indigna; piensa que “sin reserva, la gente que vive aquí tendría mucho más dinero. No entiendo por qué aquí la población es tan pobre y en Djoum, que no tienen reserva, es rica: tienen luz, teléfono… Explotan la selva y sacan riqueza de ella. Nosotros no recibimos nada por conservar la reserva”. Según él los habitantes de la reserva del Dja deberían recibir dinero por conservarla: “nosotros guardamos la reserva para beneficio de todo el planeta, pero sus habitantes no reciben ningún beneficio. Cada árbol contribuye oxígeno al planeta, pero la gente que vive aquí no recibe nada porque el planeta respire”.
En definitiva, concluye Petit Robert, con mucha amargura: “Unos pocos se están haciendo ricos a costa de explotar en su propio beneficio la reserva de la biosfera del Dja, mientras que la población que la habita es de la más pobre y marginada del país. Una injusticia”.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/06/10/planeta_futuro/1465567296_724634.html
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