La escuela de las segundas oportunidades

Por: Chema Caballero

Una visita a un colegio de Benín poco común. Aprendizaje rápido y formación profesional para que los jóvenes que nunca estuvieron escolarizados tengan más oportunidades

Salen de las aulas de la escuela de oficios de Kpari (Benín) ordenadamente. Se lavan las manos a conciencia en los grifos de los nuevos servicios y se dirigen a la zona reservada para las clases de panadería. Se ayudan unos a otros a atarse los delantales de mil colores que resaltan sobre las camisetas rosas del uniforme. Se dividen en dos grupos alrededor de una mesa. Unos la limpian y otros mezclan la levadura con agua templada y la dejan un rato al sol, bien cubierta, para que fermente. Luego llegan la harina, el agua, la sal, la mantequilla… Forman una bola con la masa. La colocan en un recipiente, la cubren con un paño y la depositan en un lugar seguro y soleado. Toca esperar a que la amalgama suba.

Por suerte es hora del recreo y eso significa que es tiempo de tomar la bouillie, una especie de papilla hecha a partir de harina de maíz o mijo y, en este caso, enriquecida con cacahuetes y aceite. Todos los alumnos, no solo los de panadería se ponen en fila para coger una escudilla en la cocina. Algunos utilizan cucharas, otros prefieren las manos. Es el desayuno para la mayoría de ellos, aunque el sol ya esté alto. Todos regresan a las aulas hasta que la masa está lista y los panaderos vuelven a salir. De nuevo el proceso: se lavan las manos, depositan la masa sobre las mesas, rociadas con harina, y amasan. Estiran, golpean, añaden mantequilla y, finalmente, dan forma a los panes que colocan sobre bandejas.

Todo controlado por la religiosa Lelia Inés Bulacio, quien reparte entre los jóvenes las instrucciones necesarias o demuestra, con un par de movimientos precisos, cómo hay que trabajar. Transportado sobre las cabezas, el resultado de la clase se lleva al horno de la casa de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús. De momento, gracias a la ayuda de la Fundación Salvador Soler, construyen uno tradicional para la propia escuela. Pronto podrán empezar a hornear en él. Ya solo queda recoger y ordenar los ingredientes y utensilios utilizados y limpiar a fondo las mesas sobre las que se ha amasado el pan.

Entre todos los alumnos destaca Barthelemy, que parece conocer a la perfección cada uno de los pasos a dar. El chico dice que cree que tiene 15 o 16 años, aunque a simple vista parece más joven. Nunca pasó del primer curso en la escuela pública de este pueblo donde la orden religiosa abrió una escuela para ayudar a todos las niñas y niños sin escolarizar a conseguir el diploma de la educación primaria junto al aprendizaje de algún oficio que les permita ganarse la vida una vez terminado el ciclo. La familia de Barthelemy le hacía trabajar en el campo, eran pocos los días que podía acudir a la escuela y cuando iba se enteraba de prácticamente nada, “todo era en francés y yo no lo hablaba entonces”, dice. Por eso terminó por abandonar los estudios sin concluir primero de primaria.

Los estudiantes de la escuela de oficios de Kpari (Benín) limpian la escuela cada día antes de comenzar la lección.
Los estudiantes de la escuela de oficios de Kpari (Benín) limpian la escuela cada día antes de comenzar la lección. CHEMA CABALLERO

“Este es un programa de recuperación de niños con más edad y normalmente, en un medio rural como este, difícilmente puedan seguir después una educación superior. Por eso se los inicia en un oficio, que les enseñe también a ganarse la vida, a trabajar y diversificar un poco el trabajo; que no sea solamente el trabajo de campo”, comenta la maestra panadera.

Hace 23 años que las religiosas llegaron a esa remota área del norte de Benín que se extiende entre la ciudad de Parakou, la segunda del país, y la frontera con Nigeria. “Esta es una zona especialmente vulnerable para la infancia y la juventud porque es una zona de frontera y, aunque la etnia originaria es la batonú, está muy poblada por gente que viene de otras regiones del país en busca de tierras cultivables o deseosa de pasarse a Nigeria donde consigue más trabajo y mejor salario. Todos quieren después volverse a su tierra de origen. La realidad es que no siempre es así, porque vienen y están 25 años aquí, se casan, tienen hijos, esos hijos se quedan aquí y a su vez siguen el ciclo y cuando ya están muy viejos, es cuando se vuelven. Se van los viejos y dejan a la generación más joven aquí. Entonces, tenemos una población que está siempre como de tránsito, y aunque no se vayan realmente, la mentalidad de ellos es que están de paso y por eso no invierten en el desarrollo ni en la promoción ni en la educación de los hijos”, explica la hermana.

Los niños trabajan desde muy jóvenes en el campo o ayudan en la cría del ganado. “Luego, está el hecho de que la etnia batonú es mayoritariamente musulmana y opta por las escuelas coránicas antes que las públicas, lo que tampoco ayuda mucho”. El norte de Benín experimenta una fuerte expansión de este tipo de instituciones que solo enseñan el Corán, a diferencias de las escuelas musulmanas que junto a las materias curriculares tienen algunas horas de religión islámica. Estos niños terminan sus estudios sin aprender lengua, literatura, matemáticas o ciencias, solo el libro sagrado. Estas son algunas de las razones por las que muchos menores de la zona no están escolarizados. “La escuela pública tampoco llega a todos y la educación que ofrece es bastante floja. Tiene un alto índice de abandono porque los chicos repiten mucho, se cansan de repetir y no avanzar. La principal razón es que es en francés y en las casas no se habla francés, tienen que aprender una lengua nueva”.

Es verdad que en Benín se han conseguido avances considerables en la matriculación de niñas y niños en la enseñanza primaria desde que se adoptaran los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en el año 2000, y luego los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), pero mantener a los alumnos en la escuela sigue siendo un reto importante, señala Unicef. Aun así, se ha logrado que el 55,8% de los inscritos terminen la primaria, lo que supone ya un gran logro.

Proceso de amasado de pan por parte de los alumnos.
Proceso de amasado de pan por parte de los alumnos. CHEMA CABALLERO

Sin embargo, preocupa la gran cantidad de jóvenes que están fuera del sistema educativo. Sobre todo a partir de los 10 años el abandono escolar empieza a ser importante, según datos de Unesco. En los últimos años se consiguió reducir la tasa en 13 puntos, pero todavía son muchos, especialmente chicas, los que no reciben educación. Esto tiene como consecuencia directa que más de la mitad de las mujeres del país (56.1%) no sepa leer ni escribir. Entre los hombres jóvenes la tasa también es alta, aunque algo menor, el 40,1%.

Todos estos elementos llevaron a las hermanas a buscar la manera de ofrecer una segunda oportunidad a estos jóvenes. “Dijimos: vamos a armar una centro que recupere esta franja de chicos que quedó excluida del sistema escolar, que ya no pueden ir a la escuela pública normal porque tienen más edad que el sistema permite. Entonces buscamos distintas opciones y nos dimos cuenta de que esto no es algo que podamos hacer solas. Esto hay que hacerlo en red y encontramos que la Agencia suiza para el Desarrollo y la Cooperación junto con una ONG local que se llama Sia N’son, que en lengua batonú quiere decir ‘Una oportunidad para el mañana’, tenían un programa para recuperar a estos chicos que nosotros queríamos recoger”, afirma Bulacio.

Dijimos: vamos a armar una centro que recupere esta franja de chicos que quedó excluida del sistema escolar, que ya no pueden ir a la escuela pública normal porque tienen más edad que el sistema permite

El programa acelera y concentra la enseñanza primaria en cuatro cursos para niños de entre 9 y 15 años que quedaron excluidos del sistema formal. El primer año es en lengua local, en este caso en batonú, y poco a poco se introduce el francés. Al final del cuarto año, los alumnos acceden al certificado de educación primaria y podrían proceder a la secundaria. Pero como esto es bastante improbable, por el medio en el que se encuentran y el poco apoyo de las familias, desde un primer momento se introduce el aprendizaje de oficios. “El primer año es común para todos. Se intenta que el niño conozca el saber hacer artesano tradicional del lugar. Se invita a artesanos locales para que muestren los oficios tradicionales: el trabajo del hierro, de la madera, de la caña, cocina tradicional y también se introduce un poco de arte y de habilidades artísticas. Luego se elige, según la inclinación de los niños y las necesidades del medio, qué oficios enseñar en segundo, tercero y cuarto de manera más sistemática. Nosotras hemos elegido cocina, albañilería y tejido al ganchillo, porque son oficios que no había en la zona, porque costura y peluquería hay miles. Todas las niñas que no van a secundaria o que no vienen a la escuela terminan estudiando peluquería o costura. Todas cosen, todas trenzan, pero no sé a quién”, comenta la religiosa.

Bulacio y sus cuatro compañeras, todas argentinas, tienen el sueño de poder acompañar a los jóvenes que terminan la escuela para que puedan perfeccionar el oficio elegido y luego ayudarles a iniciar su propio negocio. Barthelemy ya se ha anticipado, se ha construido un pequeño horno en su casa y los fines de semana hace pan para lo que utiliza latas de conservas como bandeja para hornear. Dice que ya sabe a lo que se quiere dedicar cuando termine la escuela.

Una de las hermanas anuncia que el pan está listo. Los jóvenes van a por él. Están satisfechos del trabajo realizado, la maestra no tanto, pero todavía les queda tiempo para adquirir más destreza antes de terminar sus estudios. Lo cierto es que los panes son partidos y repartidos entre todos los alumnos, que aprueban con sobresaliente el trabajo de sus compañeros.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/05/04/planeta_futuro/1588588970_710498.html

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“Es muy distinto África narrada por un africano que descrita por un europeo”

Por: Chema Caballero

Assane Sosseh habla de las imágenes con las que capta la cotidianidad de Dakar y su incursión en los retratos de la sociedad madrileña

“Es muy importante que los africanos contemos África”, afirma tajantemente el fotógrafo senegalés Assane Sosseh. “Es muy distinto África narrada por un africano que descrito por un europeo. El africano está inmerso en su propia cultura, en su propia vida. Tienes que estar en el corazón de un barrio para comprender los problemas de sus gentes, de esa sociedad. Son cosas que tienes que vivir desde dentro para poder explicarlas en su propio contexto, sin falsificarlas. Sin embargo, muchas veces las fotos son descritas de tal forma que no tienen nada que ver con la realidad de donde han sido tomadas», decribe Sosseh, que considera que por eso los africanos están mejor situados para contar lo que sucede en África. «Llevo en Madrid ocho meses y todavía no llego a comprender ni a conocer muy bien esta sociedad. En cambio, muchas personas que vienen a África muy poco tiempo, con sus imágenes dan la impresión de que la conocen a fondo”, añade.

Sosseh no presume de conocer África. Él nació en Dakar y conoce su país. “Soy un senegalés que cuenta Senegal, o mejor, Dakar, que es la realidad donde he crecido y madurado”. Si algo caracteriza sus fotografías es que siempre muestran la dignidad de la persona en mitad de la situación en la que vive, sus sacrificios por salir adelante y su capacidad de esfuerzo y trabajo. “Los senegaleses son muy trabajadores. Todo el mundo está en la calle buscándose la vida y yo quiero mostrar esta faceta de la sociedad senegalesa. A pesar de que no hay mucho trabajo en el país, la gente hace lo que puede con lo que tiene. Cuando ves mis fotos dirías que son el paradigma de la pobreza, pero la persona fotografiada muestra siempre una sonrisa o un brillo en sus ojos que son el distintivo de su dignidad”.

Sosseh proviene de una familia de artistas. Es hijo de Laba Sosseh, pionero de la fusión afrocubana y primer disco de oro del continente. Su madre, Madeleine Tall, fue directora de escena del Teatro Nacional de Dakar. Él tocó el bajo en la orquesta de su barrio y tiene dos hermanos músicos. Empezó a hacer fotografía muy joven porque el padre de un amigo trabajaba en Air France y les traía cámaras no profesionales. Cuando en el barrio había una fiesta o una celebración iban al mercado de la Medina y compraban un carrete de 36 exposiciones. Él se encargaba de hacer las fotografías y, si les sobraba algún disparo, al día siguiente retrataban a sus amigos en sus casas. Fue así como empezó a interesarse por la fotografía callejera. Más tarde, entró en la Escuela de Bellas Artes de Dakar donde era necesario tener una cámara para captar escenas antes de dibujarlas. Después estudió infografía donde también tenía que hacer fotos y vídeos. A partir de ahí se incorporó en un colectivo de fotógrafos llamado Regards sur la ville, con el que expuso en la Bienal de Dakar de 2016. Dentro de este grupo, el artista Boubacar Touré diseñó un proyecto para fotografiar y mostrar la insalubridad y el abandono de la comuna de Rufisque, en Dakar, que también cuajó en una exposición.Mercado de pescado de Tiléne, Medina, Dakar.

Mercado de pescado de Tiléne, Medina, Dakar. ASSANE SOSSEH

Desde entonces ha seguido haciendo su trabajo individualmente y captando imágenes tanto en Dakar como en sus viajes por el país, buscando mostrar lo cotidiano, las escenas insólitas que llaman su atención, sobre todo de lo que ocurre en su ciudad. «Es esta mirada la que he querido enseñar aquí en Madrid y es por lo que hice una primera exposición en enero en la que mostré la cotidianidad de Dakar: la playa, los mercados, las calles, la actividad, los vendedores ambulantes…” cuenta el fotógrafo.

“Mi mirada ha evolucionado mucho desde que comencé a hacer fotografía”, confiesa Sosseh. “Me he vuelto mucho más curioso, incluso cuando camino sin la cámara de fotos la mirada se ha vuelto mucho más atenta, hay cosas y personas que me interrogan. Quizás antes las veía y no me cuestionaban, por eso siempre camino con mi cámara. Esta es la clave de la fotografía callejera. En la foto de calle las escenas son espontáneas, inmediatas, y hay que estar preparado para capturarlas. La escena va a desaparecer rápidamente y siempre puede darse delante de ti, en cualquier ocasión», prosigue el artista. «Aquí, en Madrid, hay un gran cambio de escena, pero sigue dándose la misma situación con imágenes que cuestionan: las personas mayores con sus perros, que no verás nunca en Senegal, por ejemplo. Aquí hay muchas más reglas, más condiciones. En Dakar hay mucha más locura que en Madrid. En wólof decimos mbéd mi mbédou bour leu, la calle no pertenece a nadie, pertenece a todo el mundo y esto conforma un modo de vivir la ciudad. Pero yo puedo hacer fotos allí donde esté porque la fotografía callejera está en todas partes”, añade.

Cada vez que sale con su cámara por las calles de Madrid, Sosseh es cuestionado. Muchas personas le preguntan qué hace, qué si ese es su trabajo… porque a muchos les llama la atención ver a “un africano en Madrid con una cámara”. Confiesa que en esta ciudad hace las fotos con mucha timidez porque la actitud de la gente es muy distinta de la de los senegaleses. “En Dakar la gente te puede pedir que les hagas una foto, o si le preguntas a alguien si puedes hacerle una, se prepara, se peina para ella, también puede ser al contrario, que la gente salga corriendo como si la cámara fuese un arma. Pero aquí no ocurre ninguna de las dos cosas, nadie te pide que le hagas una foto, les es indiferente”. Sosseh vive ahora entre Madrid y Dakar y sus planes de futuro pasan por continuar con lo que más le gusta: hacer fotos en las dos ciudades con la intención de preparar próximas exposiciones.

Vendedor ambulante, Medina, Dakar.
Vendedor ambulante, Medina, Dakar. ASSANE SOSSEH

Fuente e imagen: https://elpais.com/elpais/2019/06/27/africa_no_es_un_pais/1561647976_199548.html

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Oro, uranio y violencia en Burkina Faso

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Desde hace tiempo, se rumorea que en Burkina Faso hay petróleo y uranio. No hace mucho la agencia de noticias Reuters se hacía eco de ello y afirmaba que aunque no había nada confirmado, los indicios encontrados eran bastantes prometedores. La zona de Nouna, en el oeste, y Essakane, en el norte, serían los lugares donde se habrían descubierto las pruebas de estos recursos, respectivamente.

Además, el pasado mes de febrero, tras una investigación geológica el Consejo de Ministros burkinés confirmó la presencia de petróleo y uranio en la zona de Bumigeb. Ahora, con fondos del Banco Mundial, la compañía canadiense Geotech Aero, ha realizado un mapeo aéreo y señalado varias áreas identificadas como lugares con «un alto grado» de minerales. Si esto se materializase podría suponer un fuerte empujón para la deteriorada economía del país. El problema radicará, como tantas otras veces, en la explotación de estos recursos

Siempre se consideró a Burkina Faso como un Estado pobre en materias primas. Lejos quedan los tiempos en los que el siempre recordado presidente Thomas Sankara, llamaba al algodón el oro blanco de país. Entonces, las exportaciones de ese producto representaban el 57% de todas las de Burkina Faso. Pero de repente se descubrió oro y las cosas empezaron a cambiar. A partir de 2009, el oro amarillo tomó el relevo. En la actualidad, este metal representa algo más del 5% del PIB burkninés. Y a pesar de ello, todavía es uno de los países más pobres de África (puesto 183, de 189, en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas 2018).

La explotación del oro es un ejemplo de cómo los recursos naturales no contribuyen realmente a la mejora económica de Burkina Faso. En el país existen unas 200 unidades mineras artesanas reconocidas oficialmente. En una unidad operan varios mineros a título individual. Junto a ellas hay otras 27 unidades semimecanizadas. Todas juntas producen alrededor de 500 kilos de oro al año. Pero la mayoría del oro que se extrae en el país se hace de forma ilegal, de forma artesanal. Se estima que en toda Burkina existen más de 600 unidades clandestinas. Algunas fuentes calculan que en estas explotaciones se extraen más de 20 toneladas de oro al año. Evidentemente, las perdidas son enormes para la economía nacional.

En los últimos años grandes compañías transnacionales han conseguido los derechos de explotación de los yacimientos auríferos de Burkina Faso. La última en entrar en este campo ha sido la australiana Arrow Minerals, que ha llegado a un acuerdo para adquirir Boromo Gold, una compañía privada que posee diez concesiones para explotar yacimientos de oro por todo Burkina, informaba la Agencia Ecofin.

Las compañías extranjeras pocas veces invierten en el país del que extraen las materias primas y repatrian la mayoría de sus ganancias. En definitiva, aportan pocos beneficios a la economía local y no generan riqueza.

Los estudios geológicos y aéreos también han identificado otras zonas que podrían ser ricas en vanadio, titanio, hierro o kimberlita. Además, señalan dos nuevas localizaciones donde podría encontrarse uranio: Sebba (noreste) y Touandeni (noreste), ambas en el Sahel.

Curiosamente, estas noticias coinciden con un gran deterioro de la situación de seguridad en el país. Grupos armados controlan parte del territorio y son frecuentes los atentados, especialmente en el norte y el centro del país. Ya se sabe que en África no es extraño que recursos naturales y violencia vayan de la mano.

Fuente: http://mundonegro.es/oro-uranio-y-violencia-en-burkina-faso/

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Cosmética con superpoderes a base de karité

Por: Chema Caballero

Un proyecto en Benín hace de la manteca de karité el elemento clave para el desarrollo de varios pueblos gracias a la comercialización de sus productos en España

“Esta es la crema. Probadla”. Unas mujeres, sentadas en un banco, hacen como se les dice. Cogen un poco del recipiente que se les muestra, lo huelen, cuchichean algo, se untan las manos, hacen signos de aprobación con la cabeza. “Y este es el cacao para los labios. Probadlo también”. La operación se repite. Ahora ríen, aplauden, comentan en voz alta, en definitiva, celebran. Lamotou Sero Mama Lafia y Abdel-Kader Modougou han llegado hasta la aldea de Sansi-Gando, en el distrito de Ouenou, comuna de Nikki, en el norte de Benín, muy cerca de la frontera con Nigeria, para mostrar a las mujeres los productos elaborados a partir de la manteca de karité que ellas fabrican año tras año.

Los envases de crema son el último eslabón de un proceso que comienza en esta aldea y otras dos vecinas: Monnon y Besan-Gourou. En ellas, las mujeres recogen el fruto del karité y lo transforman en manteca refinada que, luego, es exportada a España. Allí, en los laboratorios Naáy Botanicals de Valladolid es transformada en los productos que las vecinas de Sansi-Gando han visto ahora por primera vez y que se comercializan bajo la marca Nikarit.

Nikarit es un proyecto de la ONG española OAN International que intenta empoderar a las mujeres productoras de karité a través del fomento del comercio justo y sostenible de la manteca. En las zonas empobrecidas del Sahel, muchas mujeres buscan en la elaboración de este producto una fuente de ingresos que les permita ser económicamente independientes. El problema es la falta de medios para acceder a los mercados internacionales donde hay mayor demanda de este producto. Con este proyecto se ha conseguido conectar la demanda que había en España con la oferta de Benín. Ahora, esas mujeres venden los frutos de su trabajo a un precio justo.

“Hay tres productos: la manteca de karité, a la que solo se le añade vitamina E para que se conserve mejor, la crema de manos y el cacao de labios”, comenta Beatriz Vázquez de Miguel, coordinadora del Comité de política social de OAN y fundadora de Nikarit. Las fórmulas utilizadas fueron desarrolladas por dos voluntarias de la organización que estudiaron un máster en cosmética.

Este proyecto está muy vinculado a un hilo creado en la universidad. Comenzó con el trabajo fin de grado (TFG) de Vázquez, que estudió derecho y administración de empresas, y consistió en un plan de negocios. “Luego, fui a Nikki con José María Elola y Pablo Jordán y allí hicimos una investigación sobre el terreno que nos permitió conocer cómo funcionaba el mercado del karité. Más tarde, otro compañero hizo otro TFG con un nuevo plan de negocios que contenía la información actualizada. Luego otra estudiante presentó como trabajo fin de máster (TFM) un plan de evaluación de todo el proyecto. Le siguió otro voluntario con otro sobre las bases sostenibles del karité; ahora un alumno está realizando uno sobre cómo hacer un sello de comercio justo para este proyecto, y una voluntaria ha desarrollado un plan de marca…”.

El proyecto también ha conseguido un impacto indirecto, que en un primer momento no se buscaba, la protección de una planta que es un tesoro de la naturaleza y que se ve muy amenazada. El árbol de karité (Vitellaria paradoxa) llega a medir hasta 15 metros de altura. Puede vivir hasta tres siglos. Tarda entre 15 y 20 años en producir frutos: unas nueces carnosas. Tras cocerlas y triturarlas se obtiene una grasa vegetal conocida como manteca de karité; una sustancia comestible que tradicionalmente se utilizaba para cocinar. Sin embargo, desde hace años existe una gran demanda de este producto para la cosmética. Como tarda tanto tiempo en producir beneficios económicos, es normal que los campesinos lo corten o quemen para tener más tierra cultivable o lo sustituyan por cultivos más rentables, como el anacardo. El hecho de que ahora genere ingresos hace que empiece a estar protegido.

En pocos años, se ha conseguido que en Benín más de 200.000 mujeres vivan directamente de actividades relacionadas con el karité, según el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca beninés. Desde hace tiempo, este organismo impulsa y promociona la mejora y exportación de estos productos. Tanto es así que se ha convertido en la tercera gran exportación del país después del algodón y el anacardo y, por tanto, constituye una importante fuente de divisas. Esto coloca a Benín como el cuarto productor mundial de karité, tras Malí, Burkina Faso y Nigeria, con un volumen de producción de alrededor de 30.000 toneladas de nueces secas. Pero son muchas las mujeres que se quejan de no poder vender la manteca que elaboran.

Normalmente, “las empresas cosméticas importan la nuez de karité, no el producto procesado. Se utiliza a África como materia prima y no se la incluye en los procesos productivos. El mensaje que nosotros queremos dar es el contrario”, comenta Daniel Alfaro Posada, presidente de OAN. La nuez de karité se compra a 80 céntimos de euro el kilo, mientras que la manteca cuesta 2.50 euros el kilo y además genera trabajo e ingresos mayores para muchas mujeres. En la actualidad, el proyecto compra 650 kilos de manteca al año.

“A nosotros nos gustaría que todo el proceso, de principio a fin, se realizara en Benín”, explica Vázquez. “El problema es que la importación de cosméticos a la Unión Europea tiene unos controles de calidad muy exigentes y en el país no hay laboratorios que puedan certificarlos. Pero trabajamos para que cada vez más parte del proceso se haga en terreno, incluso para que laboratorios españoles puedan compartir conocimientos con los benineses”.

El proyecto tiene un claro impacto social. “El que se hace con los beneficios”, explica Alfaro. “Somos una empresa social en los dos sentidos: el producto genera impacto y los beneficios generan impacto”. “Nuestra filosofía es que el impacto fuerte sea la compra de la manteca”, añade Vázquez. “Si mejoran su producción podrán vender a más gente, no solo a nosotros”.

Un porcentaje de lo que genera el proyecto se reinvierte en los tres pueblos. “El primer año decidimos devolver todo a las comunidades en dinero. En uno de los pueblos construyeron una escuela, una cabaña realmente, en los otros compraron semillas de soja. Pero nos dimos cuenta de que reinvertir directamente no era sostenible. Además, genera dependencia porque, al final, el beneficio es mayor que el que realmente corresponde, por lo que corríamos el peligro de que las mujeres no quisieran vender su producto a otras personas, ya que con nosotros conseguían más, por lo que nos convertíamos en imprescindibles. Nada más lejos de nuestro deseo”.

Por eso, este año la reinversión ha sido en la formación de las mujeres para mejorar sus técnicas de extracción del karité. Así se ha conseguido una manteca más refinada con la calidad suficiente para la exportación. Con esta mejora se ha conseguido que la Asociación de Karité de Benín (AKB) admita en su seno a los grupos de estos tres pueblos. Esta organización da apoyo a las distintas cooperativas de mujeres para promover el comercio económicamente viable de los productos del karité. Además, también facilita que los distintos miembros compartan buenas prácticas y experiencias. Una vez al año organiza una conferencia y así “las mujeres salen de sus aldeas y pueden ver lo que se hace en otros sitios lo que les da más conocimiento y mayor amplitud de miras”, explica la fundadora de Nikarit.

Otras de las reinversiones de este proyecto se materializa en la construcción de pozos en las aldeas de la zona para garantizar el acceso al agua limpia a toda la población. Tal es el caso del construido en un claro entre las casas de Sansi-Gando en el que se concentran mujeres y niños que por turno aprietan el pedal que hace brotar el agua que llena los recipientes depositados bajo el caño. En este caso concreto, OAN ha contado con la ayuda y financiación de AUARA y la Fundación Salvador Soler. Junto a Lamotou y Abdel-Kader han viajado hasta la aldea un mecánico y Daniel Alfaro. Van a inspeccionar si la bomba está en buenas condiciones. Miden el caudal de agua por minuto que sale por la tubería y ven que está por debajo de lo normal, lo que indica que la bomba tiene algún problema. La abren y observan que el pistón del pedal está desgastado. Hay que cambiarlo y así se lo explican a las mujeres.

OAN ha previsto que las bombas de los pozos no son eternas y necesitan mantenimiento. Por eso, ha formado a varios mecánicos y ha creado una tienda donde las comunidades pueden comprar los repuestos que necesitan. Gracias al dinero que las mujeres consiguen con la venta de la manteca de karité les es fácil asumir las reparaciones. El agua es cosa de ellas y por tanto están dispuestas a hacer cualquier sacrificio para facilitar al máximo esta tarea. Quedan con el mecánico para que traiga de Nikki las piezas necesarias y ajustan el pago de su trabajo.

La intervención abarca además un proyecto complementario en materia de salud y agua potable, que pretende reducir las altas tasas de diarrea y mortalidad infantil que prevalecen en la zona, debido a la mala calidad del agua. Para alcanzar ese objetivo, OAN diseñó unos filtros de bioarena que son fabricados por técnicos locales entrenados para ello. Se trata de unos recipientes altos de cemento en los que se vierte el agua. Esta pasa por distintas capas de arena y sale filtrada y apta para el consumo humano. Gracias a los beneficios generados por la venta de la manteca de karité, la mayoría de las familias ha adquirido uno y consume agua en buenas condiciones, lo que ha mejorado notablemente la salud de toda la población.

Imagen tomada de: https://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2019/04/25/planeta_futuro/1556200859_207718_1556203698_noticia_normal.jpg

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/04/25/planeta_futuro/1556200859_207718.html

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Sacar a los niños de la cantera

Por: Chema Caballero

Un proyecto español busca ayudar a los niños que trabajan en las minas de Benín y escolarizarlos, además de favorecer el acceso al agua limpia de la población

Tic, tic, tic, toc, tic, tic, tic, toc… Es la música de fondo que se escucha, desde antes de que salga el sol hasta su puesta, en Tchachegou, una ciudad en el centro de Benín, a unos 250 kilómetros al norte de Cotonú. El ruido procede de las canteras donde cientos de mujeres y niños, refugiados bajo la sombra que ofrecen los pocos árboles que allí quedan, rompen diariamente enormes piedras de granito hasta convertirlas en grava que luego, lejos de allí, será utilizada para hacer hormigón. ¿Y los hombres? Están arriba en la montaña, donde intentan desgajar las grandes rocas. Para ello aplican fuego y meten cuñas de madera entre las rendijas para hacer saltar trozos que puedan ser trasladados hasta donde se encuentra el resto de la familia. Es un trabajo peligroso, porque muchas veces las piedras saltan sin avisar hiriendo a los que están cerca.

La familia Madougou trabaja sin descanso bajo un grupo de mangos. El hijo mayor, de 15 años, y su hermana de 13 levantan pesadas mazas por encima de sus cabezas y las dejan caer, con gran precisión, sobre un montón de piedras contenido dentro de un viejo neumático de camión para evitar, dentro de lo posible, que salten lascas y puedan lastimar a algunos de los que allí se encuentran. De vez en cuando, para que descasen, alguno de los hermanos más pequeños les da el relevo. La madre y una tía transportan sobre sus cabezas capazos metálicos con la grava y la depositan cerca de alguno de los caminos por donde los camiones que vienen a comprarla acceden. Pagan el equivalente a 150 euros por 10.000 metros cúbicos de grava. Ninguna familia puede, por sí sola, llenar uno. Tres o cuatro familias, si son grandes como la de los Madougou, ponen en común el trabajo de todo un mes y se reparten la ganancia. También son muchas las mujeres solas, a veces ayudadas por niños de no más de siete u ocho años, con el hijo más pequeño atado a la espalda o acostado sobre unos trapos junto a ella, que sentadas en el suelo, con un martillo pequeño rompen las grandes piedras. Pasan todo un día de trabajo para conseguir uno o dos capazos de grava solamente.

Las personas que se mueven por esta cantera a cielo abierto están expuestas a diversas enfermedades. La más peligrosa es posiblemente la silicosis, afección pulmonar incurable causada por la inhalación de polvo que contiene sílice cristalino. A pesar de todos los esfuerzos de prevención de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la silicosis todavía afecta a decenas de millones de trabajadores y mata a miles de personas cada año en todo el mundo. Esta enfermedad, con su potencial de causar discapacidad física progresiva y permanente, todavía es una de las dolencias profesionales más importantes del planeta, según la OMS.

Suministro de agua limpia a las clases de la escuela de Tchatchegou.ver fotogalería
Suministro de agua limpia a las clases de la escuela de Tchatchegou. C. C.

Con el auge de la construcción que experimenta la inmensa mayoría de las ciudades africanas, la demanda de grava ha crecido y las minas a cielo abierto se multiplican por todos los países y, también, en Benín.

Las mujeres y los niños son los más afectados por este problema en este pequeño país, según un estudio llevado a cabo en 2014 y publicado en el Bulletin de la Recherche Agronomique du Bénin (BRAB). También especifica que la población que sufre este problema es relativamente joven, en torno a los 25 años. Estas personas son, en su mayoría, analfabetas o con muy bajo nivel de educación, que han encontrado en las canteras su único medio de subsistencia. Además, no utilizan ninguna medida de prevención laboral por lo que los accidentes son también muy frecuentes.

Cuidar a los más pequeños

Los niños son los que más sufren esta situación. Además de aquellos que desde muy jóvenes se ven forzados a trabajar en las canteras picando piedras para ayudar a sus familias, están los más pequeños, los bebés, muchos de ellos cuidados por hermanos un poco más mayores o atados a la espaldas de sus madres o que descansan cerca de ellas. Ellos también inhalan las partículas de sílice que surgen de la ruptura de las rocas y que llegan a sus pulmones, lo que provoca la muerte de muchos de ellos.

El centro de salud del pueblo no cuenta con estadísticas precisas, pero su encargado precisa que la mortalidad infantil por enfermedades relacionadas con las vías respiratorias y los pulmones es inmensamente más alta que en otras partes del país.

Fue esta realidad de los niños forzados a trabajar en la cantera y la de aquellos más jóvenes obligados a respirar el polvo maligno, lo que movió a la ONG española Mensajeros de la Paz a desarrollar un programa integral en la zona que, en una primera fase, tiene que ver con la protección de los menores, su escolarización y el acceso a agua limpia.

Uno de sus mayores logros ha sido conseguir la escolarización de 280 niñas y niños en la escuela de Tchachegou. No están todos los que deberían, todavía muchos menores pican piedra. Por eso la sensibilización de las familias es muy importante. “Hay que hacerles entender que el lugar de los niños es la escuela y mostrarles los peligros a los que exponen a sus hijos al obligarles a trabajar en las canteras. Pero se requiere mucha paciencia y tiempo para que poco a poco cambie la mentalidad”, comenta Florent Rama Yao Koudoro, director de los proyectos en Benín. Es difícil determinar el porcentaje de niños no escolarizados en la zona, pero “es muy bajo, basta con ver que hay más niños en la cantera que en la escuela”, añade.

“Va a ser mucho más complicado convencer a las madres para que lleven a sus hijos a la guardería”, afirma Koudoro. No muy lejos de la escuela primaria un grupo de obreros trabaja en el nuevo edificio que acogerá a los más pequeños a partir del próximo septiembre. “La idea es que las madres dejen aquí a sus hijos para evitar la exposición al polvo de la cantera. Los niños estarán cuidados y, además comenzarán sus estudios”. Piensa Koudoro que va a ser una labor muy difícil conseguir este objetivo, pero no ceja en su intento de impedir que los menores respiren el silicio. “Hemos empezado la campaña de sensibilización para que cuando llegue septiembre las madres estén concienciadas. Tenemos muchas ilusiones puestas en este proyecto. Será un paso muy importante para mejorar la salud de los más pequeños”, explica el director del programas.

El otro problema al que hacer frente es el de la escasez de agua limpia en la zona debido a la degeneración medioambiental que significa la destrucción de la montaña y sus bosques por los canteros. Además, las aguas están contaminadas porque el polvo de silicio también llega hasta ellas, y no son aptas para el consumo humano. Muchas mujeres y niñas tenían que ir lejos en busca de la que se consumía en sus casas. Eso implicaba cruzar la carretera nacional por donde coches, camiones y motos circulan a gran velocidad. “Eran muchos los que morían atropellados cuando iban a buscar el agua”, comenta Mousa Akougbe jefe del pueblo.

Se han construido dos redes de distribución de agua con dos depósitos en altura, en las colinas. Hasta ellos se bombea el agua desde pozos limpios. Desde allí se envía a las diferentes fuentes distribuidas por las distintas localidades de la zona. Se han constituido unos comités de gestión, un grupo de personas que se encarga de su buen uso y mantenimiento. También abren y cierran las fuentes en horarios determinados, y las mantienen limpias. Además cobran la pequeña contribución monetaria que los ciudadanos hacen para el funcionamiento de todo el sistema. “Entre Tchachegou y la ciudad vecina de Sokponta, más los pueblos que dependen de ellas, el agua limpia llega a más de 15.000 personas”, asegura Koudoro.

Este año, gracias a la carrera solidaria organizada en los Colegios Valle de Madrid dentro de su Semana de la Solidaridad y con el apoyo de la Fundación Salvador Soler, la organización ha ampliado el proyecto para garantizar que la escuela de Tchatchegou se convierta en una escuela saludable con del acceso a agua limpia a través de fuentes y un saneamiento básico y digno mediante la construcción de unas letrinas en el propio recinto.

La cantera es una fuente de enfermedades y de deterioro del medioambiente, pero es la forma de subsistencia que han encontrado los habitantes de estos pueblos, por lo que la solución no pasa por cerrarla de golpe. “Habría que encontrar alternativas a ese trabajo para que las familias pudieran abandonarlo sin que sus ingresos desciendan, pero no es fácil por ahora. Así que nos centramos, en un primer momento, en la educación, la salud y el agua limpia. Luego, poco a poco, veremos qué otras programas podemos implementar para mejorar la vida de estas personas”, comenta Koudoro.

Imagen tomada de: https://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2019/04/23/planeta_futuro/1556020053_492467_1556020696_noticia_normal.jpg

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/04/23/planeta_futuro/1556020053_492467.html

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Camerún: La reserva de la biosfera del Dja se muere.

Los intereses económicos de los poderosos de Camerún están matando uno de los espacios naturales más importantes del mundo.

África/Camerún/14.06.2016/Autor:Chema Caballero/Fuente:http://elpais.com/

Basil Fouda y su ayudante, Pierre, acaban de cruzar el puente de madera sobre el río Dja, abandonando la reserva de la biosfera del mismo nombree, en el sur de Camerún. En su camión transportan varios troncos enormes de moabi hasta Yaundé, donde serán transformados en tablas en una serrería antes de continuar hasta Duala para ser embarcados rumbo a Europa.

La compañía para la que los camioneros trabajan es francesa y ha conseguido una concesión para talar árboles en el corazón de la reserva. “Es el Gobierno quien las otorga porque ahora él gestiona directamente el parque”, asegura el conductor. “Ya no lo hace Ecofac (el programa de la Unión europea para el establecimiento de una red de áreas protegidas en África)”.

No se sabe hasta qué punto esta afirmación es verdad, pero unos metros más allá del puente se encuentra una edificación abandonada donde hasta hace cuatro años los guardas forestales registraban a todo el que pretendía adentrarse en la reserva. Ahora, los vehículos y las personas entran y salen libremente. A pocos metros de la antigua garita, una decena de camiones esperan a ser cargados y emprender la misma ruta que Basil y Pierre. Además, el Gobierno está arreglando las carreteras del parque para que los camiones puedan pasar más fácilmente.

La excusa del ejecutivo para conceder estos permios en una reserva de la biosfera es la construcción de una presa hidroelectrica en mekim, sobre el río Dja, por parte de una compañía china y con financiación del Banco de China, que inundará parte de las tierras de la misma. Por eso ha permitido que las madereras saquen los árboles que quedarán cubiertos por las aguas dentro de pocos meses. No es solamente la deforestación lo que está poniendo en peligro el rico patrimonio de este parque, también las actividades mineras, la caza ilegal y la presión de la población que vive en ella la amenazan de muerte.

Cercada casi en su totalidad por el río Dja, la reserva es excepcional por su rica biodiversidad y la gran variedad de primates que viven en ella. Alberga 107 especies de mamíferos, de las cuales cinco están en peligro de extinción.

Cualquier reserva de la biosfera debe cumplir tres funciones de manera integrada: conservación de la biodiversidad y la diversidad cultural, desarrollo económico, socio-cultural y ambiental sostenible y apoyo logístico a la investigación, el monitoreo, la educación ambiental y la formación. Por eso, toda reserva necesita de una zonificación adecuada: un núcleo dotado de instrumentos legales de protección que garanticen la función de conservación de aquellos componentes más valiosos o representativos y de la preservación de los servicios ambientales que proporciona. Una zona tapón, donde las actuaciones deben ser compatibles con la conservación del núcleo y contribuir al desarrollo, a la investigación, a la educación y a la conservación de modelos tradicionales de uso. Y finalmente una zona de transición, donde tendrán lugar las actuaciones destinadas específicamente a promover el desarrollo de las poblaciones locales dentro de criterios de sostenibilidad, donde se experimentarán estrategias y modelos de desarrollo sostenible y donde tendrán lugar la mayor parte de las acciones de demostración.

Todo esto está presente, al menos sobre el papel, en la reserva del Dja que,segun la UNESCO, es uno de los bosques húmedos más vastos y mejor conservados de África ya que el 90% de su superficie no ha sido perturbada por la presencia humana. Pero estos datos puede que no sean verdad.

Etienne Mefe Sala, jefe búlu de Mimbil, uno de los pueblos que está dentro de la reserva, tiene claro que la deforestación de la misma no reporta ningún beneficio a la población local: “las madereras vienen porque el Gobierno les ha dado la concesión y nosotros no recibimos nada a cambio de que se lleven los árboles. También tenemos problemas con nuestros campos, a veces caen árboles sobre ellos y destrozan el sembrado. Tendríamos que ser indemnizados por ello y no lo somos”. Tampoco sabe muy bien si las aguas del nuevo embalse inundarán sus tierras. “Si fuera así tendrían que indemnizarnos como han hecho con otros pueblos, pero a nosotros no nos han dado nada, lo único que sabemos es que se están llevando nuestros árboles y nosotros no recibimos nada a cambio”. Esta declaración contradice la afirmación del Gobierno de que solo se concede la explotación de las tierras que serán anegadas tras la conclusión de la presa.

El Gobierno está arreglando las carreteras del parque para que los camiones puedan pasar 

En el pueblo de los pigmeos baka del mismo nombre que está pegado al anterior, tampoco ven con buenos ojos la deforestación. Los pigmeos han vivido siempre de la selva, de la que se consideran parte inalienable, no habitantes de la misma. En ella cazan, pescan y recolectan miel, frutos y tubérculos para comer o hojas, cortezas y raíces para su medicina. Jean Pierre Bessala, sentado a la puerta de su mungulu (casa tradicional pigmea hecha de ramas y hojas) comenta que no está bien que talen la selva. «En ella nos buscamos la vida plantando y cazando. Antes era una riqueza para nosotros pero ahora no es tan fácil como antes. La explotación forestal comenzó en esta zona hace seis meses y desde entonces la caza ha descendido. Los animales huyen por el ruido y la destrucción. Todos, no queda casi ninguno”, explica.

Su vecino, Francis Libendji, es de la misma opinión: “necesitamos los árboles que se llevan para nuestras medicinas. La caza desaparece, la vida es más complicada. Todo esto nos plantea buscar una selva nueva porque la que ahora nos rodea está desapareciendo. Ahora mismo están ampliando un mungulu en el pueblo. Antes eso se hacía en un par de días, ahora se tarda semanas porque cuesta mucho encontrar las hojas”.

Robert Okale, al que todo el mundo conoce como Petit Robert, es uno de los guardas forestales de la reserva; nació en ella, en un pueblo llamado Ndjibot. Es también voluntario de cerca y lejos, la única ONG que trabaja en la zona, principalmente por el desarrollo de los bakas. Él no está de acuerdo con que se haya abierto el parque a las madereras, piensa que todo lo que no es el núcleo del mismo tendría que haberse transformado en bosque comunal para beneficio de la población que allí habita. “La gente que vive en la reserva es de la más pobre del país. Solo se benefician de ella unos pocos, gente importante del país: el presidente y sus amigos.”

El presidente camerunés, Paul Biya, tiene en la actualidad una gran plantación de piñas junto al río Dja. Según Robert, los informes de impacto no la permiten, como tampoco la presa de Mekin, “pero las autoridades pasan por alto las normas internacionales”.

Robert está seguro de que con la inundación de tierras provocada por la nueva presa se creará una fuerte presión sobre el núcleo de la reserva, ya que la gente entrará en él para plantar.

El guarda forestal comenta también que el presidente y sus amigos se han apoderado de “miles de hectáreas” en la zonas aledaña a la reserva para plantar palmeras de aceite, árboles de caucho y cacao. “Hay tanto beneficio que tienen su propio aparcamiento, enorme, y han construido pueblos para los trabajadores”, añade. “Eso está provocando que mucha gente que se queda sin tierras por la expropiación esté entrando en el interior de la reserva para cultivar”.

Robert también denuncia que son los amigos del presidente y los ministros los que practican la caza ilegal dentro de la reserva. Comenta la frustración de querer perseguir a cazadores ilegales y encontrarse con que no se puede hacer nada “contra estos hombres importantes”, que incluso se permiten dejar a los agentes forestales “notas con amenazas si intentamos perseguirlos sobre, por ejemplo, un elefante al que le han quitado los colmillos. Los tribunales solo condenan a pequeños cazadores furtivos, en su mayoría pigmeos. Es una injusticia”.

El Gobierno dice que solo se concede la explotación de las tierras que serán anegadas tras la conclusión de la presa

Moise Kwanbe es uno de los cazadores bakas más famosos de la reserva del Dja. Como la mayoría de los pigmeos, practica la caza tradicional que está permitida fuera del núcleo de la reserva, pero sabe que la gente con dinero de la capital contrata a los bakas para que rastreen a los grandes animales: “si llegas con dinero se puede organizar la caza del elefante y sacar el marfil fácilmente de aquí”.

Robert añade que no solo se cazan ilegalmente elefantes. “También el pangolín y el cuerno de rinoceronte tienen mucho mercado, principalmente en Asia”. Pierre, el ayudante del camión, asegura que gran parte del marfil sale entre los grandes troncos que transportan los vehículos madereros hasta Yaundé o Duala.

Es difícil controlar toda la reserva, “es enorme”, asegura Robert. “Tiene 526 hectáreas en el núcleo y un millón en los alrededores. Tiene más de 40.000 habitantes y solo somos 80 guardas forestales para todo eso”. Añade: “no tenemos vehículos ni medios de comunicación, tenemos que hacer todo el trabajo a pie, o depender de las empresas madereras que nos presten vehículos para perseguir a los furtivos”. Además, están muy mal pagados, él mismo no llega ni a los 100.000 francos CFA al mes (unos 150 euros). “No puedes pedirle a un funcionario que no puede ni pagar el colegio de su hijo que defienda la reserva”, comenta.

Según Robert, varias ONG han escrito informes denunciando el deterioro de la reserva de la biosfera del Dja y la UNESCO amenaza con clasificarla como sitio en peligro. “Pero el Gobierno utiliza esos informes para decir que es verdad que la reserva está sometida a mucha presión pero que no tiene dinero, así consigue fondos que luego nunca se invierten en el parque”.

Cuando habla como persona nacida en la reserva, Petit Robert también se indigna; piensa que “sin reserva, la gente que vive aquí tendría mucho más dinero. No entiendo por qué aquí la población es tan pobre y en Djoum, que no tienen reserva, es rica: tienen luz, teléfono… Explotan la selva y sacan riqueza de ella. Nosotros no recibimos nada por conservar la reserva”. Según él los habitantes de la reserva del Dja deberían recibir dinero por conservarla: “nosotros guardamos la reserva para beneficio de todo el planeta, pero sus habitantes no reciben ningún beneficio. Cada árbol contribuye oxígeno al planeta, pero la gente que vive aquí no recibe nada porque el planeta respire”.

En definitiva, concluye Petit Robert, con mucha amargura: “Unos pocos se están haciendo ricos a costa de explotar en su propio beneficio la reserva de la biosfera del Dja, mientras que la población que la habita es de la más pobre y marginada del país. Una injusticia”.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/06/10/planeta_futuro/1465567296_724634.html

Imagen: http://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2016/06/10/planeta_futuro/1465567296_724634_1465568615_noticia_normal_recorte1.jpg

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