Por: Jean Verrier. Tráfico de Experiencias. 23/01/2019
Jean Verrier: En el último artículo de la revista Le Français d´aujourd´hui, Laurent Jenny nos pone en guardia: ¿tanto con los análisis lingüísticos de la poesía como con los juegos poéticos no corremos el riesgo de desdeñar lo esencial, el desafío de la poesía? G. Jean dice más o menos la misma cosa a propósito de los juegos poéticos. ¿El discurso poético sería un discurso “sagrado”?
Henri Meschonnic: La sacralización del desafío poético pertenece precisamente al antiguo juego de la antigualla poética. Tomada históricamente, no hay por qué seguir sacralizando la poesía. Porque su desafío es el sujeto de la enunciación, que no es un sujeto privilegiado, sino todo sujeto. Es su figura. El poema lo expone, en todos los sentidos de la palabra. En eso se arriesga. Y hace un test de lo social: decime qué haces con la poesía y te digo qué haces con el sujeto, con lo social, con el individuo y con el Estado. El desafío del poema es el discurso como práctica social, y la teoría del discurso como teoría del lenguaje y teoría política. El yo (je) del poema transforma en sistema de discurso el yo (je) lingüístico. Su historicidad es doble: historicidad radical del lenguaje, de lo social, historicidad de los discursos. Por lo cual la poesía, y más generalmente la literatura, tienen una función de realización de los sujetos y de las sociedades que han hecho justamente la identificación antigua de la poesía con los mitos, y con su propio mito.
JV: El artículo de Nicole Gueunier que subraya los límites de un análisis estrechamente lingüístico de la poesía. ¿Creés que un análisis de tipo semiótico es más satisfactorio?
HM: La semiótica literaria se sitúa en un conjunto semiótico que hereda, en su triunfalismo actual, al triunfalismo estructuralista de los años sesenta. Universal, internacional, es, como dice Sebeok, el “método de los métodos”. Creo que no hay mejor advertencia que las críticas de Benveniste en su artículo “Semiología de la lengua” (1969, en Problemas de lingüística general, t. 2). Lo que da la impresión de ser verdad para el cine, la pintura, no lo es, no lo llegó a ser nunca para la poesía. La poesía sigue siendo por allí, el “escollo” del dualismo, y la semiótica – con la agravación de los formalismos lógicos (Hjelmslev, Greimas) – sigue siendo esencialmente dualista. Es por eso que se siente a sus anchas en la narratología, la gramática de los relatos. Los toma en una super-lengua que ignora para siempre jamás las cuestiones de traducción. Después de la inclusión de la poética en la lingüística, con Jakobson, vino la inclusión de la poética en la semiótica, con Greimas. Se trata siempre de la estructura, y la deshistorización del discurso. En lugar de tomar la poesía, como todo discurso, en tanto que sistema, valor, y modo de significar.
JV: Este número se abre con varios ejercicios de escritura. ¿Qué pensás de ellos? ¿Se puede leer poesía sin escribir? ¿Y, ya que se trata de la escuela, se puede aprender a escribir?
HM: Creo que los ejercicios de escritura están condenados, tal como se los practica actualmente, a ser a la vez pos-surrealistas y pos-estructuralistas. Me parece también que no pueden desprenderse de una sacralización de la escritura, de una fascinación. Que precisamente los lleva a ser miméticos. La valorización misma de la escritura es un obstáculo para la escritura. La escuela aquí no hace más que repetir el efecto de los maestros pensadores, de Barthes en particular: la lectura devino escritura. Es decir que un mixto de psicoanálisis aplicado, de supresión y de denegación del metalenguaje, laxismo y hedonismo, ha programado de la escuela secundaria a la enseñanza superior, el “placer del texto” como deseo de escritura, el fundido encadenado que va del écrivant (el mero escribiente) al écrivain (escritor). El resultado, en mi opinión, es paradójico. Es decir que se olvida entonces que la historicidad está vinculada a una historicidad de la lectura. A una crítica. Para escribir, hay que leer, en el sentido de criticar – lo que no significa “denigrar”, sino situar históricamente, y situarse. De manera un poco brutal diría que si se quiere aprender a escribir, en primer lugar hay que reaprender a leer. No dejar en lo implícito la relación crítica con lo escrito. Única manera de constituirse como sujeto histórico de un discurso. El mimetismo es en efecto la anulación del mimo como sujeto. Los juegos de escritura tienen algo bueno contra la vieja pasividad repetitiva ante los grandes textos. Pero si llevan a hacer creer, algo que también hacen, que la escritura es un juego, son peligrosos: tienen los límites de lo lúdico, y no conocen estos límites. En eso diría que participan de una desmoralización, y de una despolitización actuales de la escritura. Queda la ambigüedad de la noción “aprender a escribir”: ¿es aprender a ser “poeta, “escritor”? ¿Es aprender a expresarse? ¿Qué es “expresarse”? En la primera posición me parece que sigue estando presente la ilusión estetizante, que sacraliza al escritor, al mismo tiempo que el mito de Lautréamont: “la poesía debe ser hecha por todos, no por uno”, mito voluntarista, sin hablar de su relación con la “división del trabajo”. Al contrario, en mi opinión, hay que hacer sujetos que escriban o que hagan otra cosa. Si no, se perpetúa justamente el orden que se creía subvertir. Escribir plantea el problema de la relación entre esta actividad y la escuela, la enseñanza. La idea muy difundida todavía es que hay una oposición irreductible entre las dos: escribir es la aventura, y la escuela es la programación cultural. Me parece que Péguy es a la vez el símbolo de este conflicto, y su límite.
JV: Péguy, el poeta, luchó contra la Sorbona, en efecto. ¿Y hoy, Henry Meschonnic poeta y profesor, se siente más cómodo en la Universidad? ¿Qué podés decirnos de las relaciones entre su práctica de escritor y su práctica de profesor?
HM: Es un hecho sociológico que en el siglo XX hay cada vez más escritores profesores, profesores escritores, poetas. Sin embargo, al profesor le sigue tocando el papel del malo. Me parece que es a la vez un error y un arcaísmo, que obedece a la concepción que se tiene de la Universidad y que el profesor vergonzante muestra. Basta con indicar la situación estratégica capital de la Universidad en la transformación, y no solamente en la reproducción cultural. Es un laboratorio de historicidad. Como la escritura. Ambos específicos. En este sentido no solo estoy cómodo, sino que es solamente en la Universidad donde puedo llegar a demostrar la libertad que tengo aquí. Personalmente, mi trabajo teórico y mi enseñanza son consustanciales. También porque soy traductor es que trabajo en la teoría de la traducción, y la enseño. Mismo efecto, de los poemas a la poética. Pero en cuanto a los poemas mismos, ellos son mi historia. Están en otra parte. Pero esta otra parte no es contradictoria con la Universidad como tampoco hay contradicción entre leer y escribir.
JV: Durante mucho tiempo la poesía estuvo vinculada al recitado. ¿Qué lugar le otorga hoy a la memorización en el trabajo poético?
HM: También se pensaba que la poesía estaba escrita en verso por razones nemotécnicas. Algo que no es tan ajeno quizás a la idea reciente de la poesía como “memoria de la lengua”, precisamente por la métrica. Más bien tiendo a tomar la poesía como una memoria de los discursos, de los sujetos. No de la lengua. De ahí, por razones diferentes, un lugar importante a la memorización. No como registro pasivo, admirativo, sino como ejercicio de oralidad. Si vemos allí otro sentido, desprendemos otra estrategia.
JV: En resumen, ¿la poesía tiene su lugar en la escuela?
HM: Allí también, diría que más que nunca, pero su lugar no será el mismo según la estrategia en la que entre, es decir según la concepción misma que se tendrá de la relación entre literatura y sociedad, y finalmente, según la concepción de la sociedad y del individuo. Para mí, la poesía pone a prueba lo social y el sujeto en lo social, así como pone en aprietos a la metafísica del signo, el dualismo del significante y del significado. Pero cuando la poesía es encerrada en formalismos, ya sea el de la tradición literaria, ya sea el del estructuralismo y de la semiótica, por esa misma razón está fuera de juego, reproduce la estética, su deshistorización. Su despolitización. Incluso a través de estas grillas la poesía es siempre un signo del sujeto, para cada sujeto de enunciación. En eso es indispensable, incluso a través de estas ideologizaciones, que hacen de ella un lujo. Los surrealistas también hicieron de la poesía un producto de lujo. La poesía postula una teoría del discurso, del sistema, del valor, del funcionamiento del lenguaje como radicalmente histórico. Al impugnar radicalmente el signo, la poesía impugna su pragmática y su política. Es el lugar que le doy. Lo que, al mismo tiempo, le da su lugar en la escuela, y le da lugar a la escuela, a su función más bien, no solo reproductiva, sino activa.
*Fuente: https://t-d-x.com.ar/nro7/entrevista-a-henri-meschonnic/
*Fotografía: Tráfico de Experiencias