Saltar al contenido principal

Un grito desesperado de cambio, al borde del precipicio

Por Aram Aharonian

Tras las elecciones primarias del domingo 13 con la victoria parcial del ultraderechista Javier Milei, Argentina transita semanas de incertidumbre: el hartazgo del electorado con los políticos parece acercar al país al borde del precipicio. El 22 de octubre se sabrá si se da un paso al frente o no. No hubo estallido social, pero sí un grito desesperado de cambio, de que no va más.

Sus primeras declaraciones tras el triunfo primario sacudieron a muchos, al plantear que sus “máximos referentes” son Estados Unidos e Israel. Afirmó que el plan es no promover la relación con comunistas: “Ni con Cuba, ni con Venezuela, ni con Corea del Norte, ni con Nicaragua, ni con China”, aseguró el precandidato. “Nosotros no hacemos pacto con comunistas, no aceptamos transacciones con comunistas».

Afirmó que rompería relaciones con Brasil y China, de llegar a la presidencia. “En China la gente no es libre, no puede hacer lo que quiere. Y cuando hacen lo que quieren, los matan”, aseveró. China es el principal socio comercial de Argentina, por encima de EEUU y Brasil. En 2022 se llegó a la cifra récord de 17.500 millones de dólares en  importaciones de China y  7.900 millones de exportaciones.

Y, para sorpresa de uruguayos, brasileños y paraguayos, dijo que“ hay que eliminar el Mercosur porque es una unión aduanera defectuosa que perjudica a los argentinos de bien”.

Milei y Black Rock

Milei canalizó con mensajes ultraderechistas, el hartazgo y la frustración con el desastre que afronta el país. La misma tendencia se verifica en numerosos países, pero Milei es más impredecible. Fue fabricado por los medios de comunicación y llegó a la política sin ninguna trayectoria. No se asienta en un partido tradicional como Trump, ni en la base ideológico-social de Kast o el sostén evangélico-militar de Bolsonaro. Esa singularidad puede erosionarlo o catapultarlo, señala Claudio Katz

Tiene un discurso ultra reaccionario, pero capturó seguidores con poses y exabruptos. Muchos de sus propios votantes respondieron encuestas aprobando la educación pública y rechazando la privatización de Aerolíneas Argentinas, que él propuso. Ha creado la ilusión de cobrar altos sueldos con la aventura de la dolarización, añade el economista

Milei defiende la institucionalidad mundial del capital financiero, sobre todo cuando está en juego una operación como el financiamiento de una fuga de capitales contra la Argentina. Si Adam Smith y Carlos Marx elevaron a la economía política a la condición de ciencia, Milei la convierte en misticismo y religión y quiere “disolver” el Banco Central y prohibir el uso de los depósitos en los bancos con fines crediticios.

Un régimen monetario sin garantía ni supervisión del Banco Central reforzaría la actuación de los fondos internacionales que casi quiebran el sistema bancario estadounidense en el 2000 y que se desarrollaron ampliamente después de la gran crisis de 2008. “Avance Libertad”, es el grito de BlackRock, Templeton y otros fondos de inversión, que vaciaron a Argentina bajo el gobierno de Mauricio Macri.

BlackRock -y similares- han lucrado largamente con los fondos privados de jubilaciones, que en Argentina volverán a ser presentados como complemento o alternativa ante la miseria previsional. El otro pilar mileinista es una reforma laboral, dirigida a convertir a los trabajadores en una legión de monotributistas sin beneficios sociales, claro.

También BlackRock es uno de los fondos de inversión acreedores de Argentina. La cercanía de su CEO, Larry Fink, con el expresidente Mauricio Macri, en cuyo gobierno  compró miles de millones de dólares. En Argentina, esos brokers no están obligados a declarar sus tenencias (de hecho, el Gobierno debió contratar a la firma internacional Morrow Sodali para saber quienes son los principales titulares de deuda argentina).

BlackRock tendría más de mil 600 millones de dólares en veinte bonos distintos según una lista que publicó la agencia Bloomberg. Otras fuentes dicen más de dos mil millones. Hay más: el jefe de BlackRock fue designado para gerenciar las operaciones con títulos públicos y obligaciones privadas de la Reserva Federal de EEUU (el Banco Central estadounidense), un mercado de 20 billones de dólares.

Con su verborragia Milei y sus ‘anarcocapitalistas’ fingen ignorar la grave crisis capitalista, esa que los bancos centrales jamás podrán evitar, pero que salen al rescate del capital después que estallan. Milei incluso rechazó la “estigmatización” a los paraísos fiscales, desde donde operan los fondos internacionales y los fugados, los mismos que vaciaron a la Argentina bajo la gestión macrista.

Sus planes

En entrevista con la agencia financiera  Bloomberg, Milei criticó a China y a los líderes izquierdistas latinoamericanos a los que considera “socialistas”, dijo que intentaría abandonar el Mercado Común del Sur (Mercosur) y que actuaría rápidamente para desregular los mercados de materias primas.

Asimismo, se comprometió a cerrar el Banco Central -“no tiene razón de existir”, dijo- y dolarizar la economía de 640.000 millones de dólares. Añadió que haría todo lo posible para evitar un impago de la deuda soberana del país si gana la votación de octubre, y que su audaz ajuste fiscal mejorará la reputación y el perfil crediticio de Argentina, haciendo innecesario un default.

Su plan incluye recortar el gasto en al menos un 13% del producto bruto interno (PBI) antes de mediados de 2025, reduciendo drásticamente las obras públicas, el número de ministerios, los subsidios y las restricciones de capital que permitirían a las empresas realizar transacciones en dólares estadounidenses.

También prometió terminar rápidamente con las políticas que este siglo han frenado las inversiones agrícolas; unificaría las tasas de cambio, eliminaría los impuestos y cuotas de exportación, y terminaría la intromisión directa en los precios de los alimentos.

Milei detalló su plan de desguazar el peso argentino por el dólar estadounidense como forma de bajar la inflación y redobló sus críticas al Banco Central, “la peor basura que existe en esta Tierra”. Planea entregar las llaves del Banco Central al economista Emilio Ocampo, su asesor informal en el programa de dolarización, para que pueda cerrarlo.

Dijo que ya ha desarrollado un plan para dolarizar la economía, siguiendo el modelo de El Salvador. Una vez convertidos dos tercios de la base monetaria, la economía estaría totalmente dolarizada, afirmó. “Nadie quiere tener pesos en Argentina, no estamos hablando de agua en medio del desierto. Estamos hablando de algo que nadie quiere”, dijo Milei.

Uno de los principales temores de los mercados es que Milei no consiga respaldar sus planes. Dijo que convocaría referendos si no lograba el consenso legislativo para aprobar sus medidas.

Mientras el peronismo aún gobernante se reagrupa en silencio y la derecha tradicional reescribe su guión, a Javier Milei los principales canales de televisión argentinos lo han recibido estos días con aires de presidente electo. “No descarto asumir antes de tiempo”, lanzó envalentonado en una entrevista.

En otra, contó que ya ha sido contactado por el Fondo Monetario Internacional y que planea una reunión; y descartó unir fuerzas con Patricia Bullrich. “Es menos que mi segunda marca”, dijo. El tercio de los votantes que lo eligieron celebra  cada una de sus osadías: “Están en juego nuestros derechos”, “Es cambiar todo ahora o nunca”, repiten.

Las primarias

Milei y Juntos por el Cambio (JXC) sumaron el 60 por ciento de los votos apelando al «cambio». Casi el 48% (Milei más Patricia Bullrich), votó por un cambio a «todo o nada». Las PASO -elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias- dejaron muchas preguntas pero una certeza: se terminó una época en el país, y fueron la oportunidad para que el profundo malestar que se acumula en la sociedad se expresara con toda su fuerza de corrosión.

Hubo perdedores: el oficialismo y la oposición neoliberal. Inesperada victoria de un supuesto outsider de la política pero no así de los medios del establishment, de los que lleva al menos dos años siendo un asiduo visitante encargado de traccionar, con sus desplantes y su histrionismo, todo el espectro político de la Argentina hacia la derecha, señala Atilio Borón.

Lo extraño es que algunos crean que se dio de manera sorpresiva. Y para ellos tenía razón cuando Rubén Blades cantaba “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Decía el siempre vigente Antonio Gramsci que “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”.

La “apatía electoral” tiene grado de general y esta anemia es un fenónemo que seguramente se instalará también en las elecciones generales del 22 de octubre. No cabe duda: para las fuerzas populares y progresistas esta elección primaria ha sido un golpe durísimo donde la ultraderecha extrajo su potencial de los votantes jóvenes, los sectores empobrecidos y desesperanzados: consigue representar la rebeldía contra el orden existente.

Lo cierto es que casi la tercera parte de los 35 millones de ciudadanos habiltados se abstuvo de votar y otra 30 por ciento se decantó por un candidato “libertario” que prometió un ajuste fiscal durísimo, propuso privatizar la salud y la educación, dolarizar la economía, liberar la venta de órganos, poner fin a programas sociales, reducir salarios y cerrar el Banco Central. Además, se opone a la educación sexual y al aborto, niega el cambio climático, y espera resolver la inseguridad con la libre portación de armas.

La situación es novedosa. En los últimos 20 años la ciudadanía vivió dividida por la grieta entre la peronista Cristina Fernández de Kirchner y el neoliberal Mauricio Macri, y la irrupción de una ultraderecha que cautivó el hartazgo de los votantes con la política hoy la acerca al precipicio. El bipartidismo de los últimos cuarenta años está debilitado y nació una nueva fuerza ultraliberal.

El peronismo se refundará… o desaparecerá diluido en lav“minoría intensa progresista”, o con dirigentes migrando a Juntos por el Cambio, donde se pueden sentir cómodos. La tarea será revisar sus bases programáticas, elaborar un nuevo plan de desarrollo, deshacerse de dirigentes que han sido el lastre de estas elecciones y volver a enamorar el pueblo, como lo hizo Juan Domingo Perón en 1945.vPero ya no existe ni Perón ni el pueblo trabajador…

Lo del peronismo oficialista fue dramático: pasó de 12 millones 200 mil votos en 2019 (47.79%) a obtener 7.058.830 (32.43%) en 2021, para tocar fondo ahora con menos de seis millones y medio de seguidores (27,27%), con una caída de casi la mitad del electorado en apenas cuatro años. Y, para peor, estando en el poder.

Sin duda, el peronismo atraviesa la peor crisis de su historia: perdió San Luis, San Juan, Chubut y Santa Cruz y tiene posibilidades de perder Santa Fe, Entre Ríos, Chaco y Buenos Aires.  Con estos números, pareciera que la única garantía real del triunfo oficialista es la división de la oposición y no el caudal electoral y político propio.

Pero la irrupción de La Libertad Avanza dejó en terapia intensiva también a la tradicional coalición opositora Juntos por el Cambio, que pese a lograr el segundo puesto, su lugar en un eventual balotaje en noviembre sigue amenazado. Dentro de JxC también hubo ganadores y perdedore. Entre los primeros, el expresidente Mauricio Macri, quien logró que su primo triunfara en la capital y que la candidata presidencial más cercana, Patricia Bullrich, ganara la interna presidencial.

El triunfo de Bullrich contra la maquinaria electoral de su contrincante, Horacio Rodríguez Larreta, la convirtió en una de las figuras con más proyección en el escenario político venidero, pero sin tener allanado el camino a la presidencia: puede  terminar convirtiéndose en una aliada de Milei en la tarea de demoler lo que queda del gobierno peronista. Rodríguez Larreta, al que la mayoría de los analistas daban como casi seguro próximo presidente, sacó apenas el 11% de los votos.

El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador opinó sobre lo sucedido: “La crisis ayuda a la derecha, es un poco lo que pasa en Argentina. Hitler se consolidó después de la inflación que se padeció. No comparo a Milei con Hitler, es una referencia histórica”, expresó. La respuesta fue de la actriz, exmodelo, conductora y empresaria argentina Susana Giménez: “López Obrador es un zurdo de mierda”. Si bien borró el tuit, usuarios capturaron su “análisis” y lo compartieron en redes sociales.

Una de las preocupaciones del sistema político argentino era la fragmentación y por ello intentó generar mayor estabilidad  a través de la concentración de la oferta política en pocas opciones, e inventó las PASO, que encierra al electorado en rediles de los que no pueden escapar de cara a las elecciones nacionales.

A los políticos argentinos se les presenta la opción de silenciar el grito popular de cambio en su intento de controlar o reducir los daños, o -por una vez por todas- tratar de comprender el mensaje que los aterroriza, horroriza. Hay pánico: muchos ven que trastabillan sus interese personales. ¿Será cierto eso de que el pueblo nunca se equivoca?

Podemos hablar de apatía, de desinterés, pero la desafección ciudadana va mucho más allá del descontento, más allá del voto castigo al gobierno o del voto rabia por disconformidad con todos y con el sistema. Es cuando los políticos vuelven a hablar de defensa de la democracia, que ellos creen que se limita a la acción ciudadana de ejercer el voto para que ellos sigan en el poder.

¿Cómo se puede explicar que en apenas dos años la fuerza libertaria, ultraderechista, se haya convertido en la más votada? El establishment no lo puede explicar, porque se trata de un discurso que promete un futuro distinto capaz de ilusionar, en un país donde más del 40 por ciento pasa hambre.

Algunos hablan de la proeza del gobierno de Alberto Fertnández y Sergio Massa de haber logrado matar al peronismo, que cuatro años atrás aún arañaba la mitad de los votos y ahora apenas el 20 por ciento. Desde 1945, cuando nació, jamás había sido tercero en unas elecciones. De todas formas, su derrota es inapelable. La derecha  está exultante: «Gracias Alberto, gracias Massa por los servicios prestados».

Dada la crisis de representación y la imagen negativa de los candidatos que ejercieron el gobierno los últimos 12 años, los tres principales mandatarios y figuras políticas no pudieron presentarse a las elecciones. Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández se bajaron (o los bajaron) de la competencia. La primera, acechada por el lawfare y el intento de magnicidio. Macri derrotó a su adversario interno, Rodríguez Larreta, y conservó el gobierno capitalino. El presente de Alberto Fernández no es promisorio y de su futuro, mejor no especular.

Si bien JxC redujo su volumen electoral nacional, mantuvo con una importante cantidad de votos las provincias que administraban la Unión Cívica Radical (Corrientes, Jujuy y Mendoza) y el PRO macrista (Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Además, sumó varias provincias más, cuestión que augura el protagonismo de esa fuerza en los próximos años.

A dos meses

«Argentina es una sociedad astillada, golpeada por la crisis económica y la pandemia, que manifiesta su bronca pero que también expresa un deseo de reseteo profundo, una necesidad de shock», señala José Natanson.

La única certeza, mientras tanto, es que los argentinos son todos un poco más pobres que el domingo: el Banco Central devaluó el peso un 18,3% el lunes, el dólar paralelo trepó a 800 pesos frente a los 350 del oficial, y el índice de precios al consumidor trepó otro 6%, hasta el 113% de inflación interanual. Faltan dos meses para las elecciones del próximo 22 de octubre.

El drama social de la pobreza estructural, hoy convertida en marginalidad, violencia y ámbito para el desarrollo del narcotráfico, requiere de nuevas y enérgicas acciones. Sin duda, la tendencia que marca un descenso en la participación electoral y el crecimiento del voto en blanco como previsible consecuencia del descontento generalizado por los problemas económicos y el malestar por otras demandas  insatisfechas en la última década, son algunos de los motivos de esta anemia electoral.

El voto en blanco fue la cuarta opción más elegida. Alejandro Kaufman dice que se presenta como una solución mágica de lo que se alega como descontento, inmoralidad o injusticia, sirve de botón antipánico. Eso es el voto a Milei, un botón antipánico, un señuelo que abre una trampa letal, pero que para el votante es una salida salvadora.

Para las fuerzas populares y progresistas esta elección ha sido un golpe durísimo. Los peores temores se han confirmado: la ultraderecha extrae su potencial de los votantes jóvenes, también entre los sectores empobrecidos, incluso en los territorios periféricos, porque consigue representar la rebeldía contra el orden existente, a todas luces injusto.

Esta vez van por todo e intentarán liquidar el Mercosur, convenios colectivos, indemnizaciones, van con indultos a los militares y anulación del aborto. Hay algo que (me) preocupa más; ¿es posible imponer los planes de Milei y la ultraderecha sin una fuerte represión, sin el uso de la fuerza, sin los militares? No está en sus libretos, quizá, pero deberán lidiar con la resistencia social.

*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

Fuente: https://estrategia.la/2023/08/18/argentina-un-grito-desesperado-de-cambio-un-pais-al-borde-del-precipicio/

Comparte este contenido:

El video de Bolsonaro desató un escándalo en Brasil

Por:  Eric Nepomuceno

La divulgación del video de la reunión ministerial del pasado 22 de abril expuso ante todo el país las manifestaciones groseras e incriminatorias del presidente, más las de algunos de sus ministros. Todo en el día que Brasil quedó como el segundo país con más contagiados de coronavirus a nivel mundial.

Un juez pidió que el presidente entregue su celular a la Justicia.

Desde Rio de Janeiro.

Brasil vivió el viernes una avalancha de tensiones. Autorizada por Celso de Mello, el más antiguo integrante del Supremo Tribunal Federal, la divulgación del registro en video de la reunión ministerial del pasado 22 de abril expuso manifestaciones tanto del ultraderechista presidente Jair Bolsonaro como de algunos de sus ministros que sacudieron los pilares del ya muy polémica crisis vivida por el gobierno.

A raíz de la divulgación integral de lo ocurrido, se profundizaron en Brasil nuevas grietas institucionales, cuyas consecuencias se harán ver en breve.

Por si fuera poco, también el viernes el ministro-jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, general reformado Augusto Heleno, emitió una nota oficial criticando duramente la decisión de Celso de Mello de encaminar a la fiscalía general de la República un pedido de aprehensión del celular presidencial y el de su hijo Carlos.

Acorde a lo que determina la legislación, es responsabilidad precisamente del fiscal general de la República atender o no al pedido, y Mello no hizo otra cosa que cumplir con su obligación.

La nota extemporánea de Heleno, conocido por sus posiciones extremadamente reaccionarias, dice que pedir la entrega del celular de Bolsonaro podría provocar «consecuencias imprevisibles para el equilibrio institucional». Bolsonaro, a su vez, adelantó que no entregará su celular en el caso de que sea esa la determinación judicial.

Al ser conocido lo ocurrido en la conturbada reunión de gabinete de hace un mes, quedaron claras las posiciones de varios de sus ministros que, pese a no ser desconocidas, por primera vez aparecen documentadas.

Si en el campo jurídico es muy difícil prever cuáles serán los próximos pasos, en términos institucionales lo que se reveló al país es puro desastre.

De lo que dijeron al menos tres de sus ministros, lo que se oyó revela hasta qué punto se llegó, en términos de bajeza y manipulación, en la actuación de este gobierno. Y de lo que dijo Bolsonaro, ni hablar.

El centro de interés jurídico estaba en lo que denunció Sergio Moro, el ex juez que condenó a Lula da Silva sin pruebas, abriendo camino para la elección del ultraderechista, que lo compensó con el ministerio de Justicia.

Al renunciar de manera estrepitosa dos días después de la tumultuosa reunión, Moro acusó a Bolsonaro de pretender intervenir en la Policía Federal en Río de Janeiro para impedir que se profundizasen investigaciones que podrían involucrar a sus hijos y a personas cercanas a la familia presidencial. Y eso ahora se confirmó, al menos de manera indirecta, acorde a lo que dice la mayoría de los juristas.

Al quejarse duramente de la falta de información de parte de los órganos de seguridad, el ultraderechista confesó que confía solamente en las informaciones que le son transmitidas por su «sistema particular». Con eso, admitió que viola la legislación; está vedado a los presidentes armar esquemas de inteligencia paralelos al oficial.

Otro punto que llamó la atención fue la manera en que el ultraderechista trata a sus adversarios políticos.

Bolsonaro se refirió al gobernador de San Pablo, el derechista João Doria (que lo respaldó en las presidenciales de 2018), como «una bosta». Al de Río, Wilson Witzel, igualmente derechista y ex aliado, lo llamó «estiércol». Y al alcalde de Manaos, «una mierda».

No es difícil prever cuáles serán a partir de ahora las relaciones entre el presidente y los gobernadores de los estados más ricos y poblados del país.

Otro punto que podría, y seguramente lo hará, llevar a abrir nuevas denuncias contra Bolsonaro en la Corte Suprema, fue el énfasis con que defendió su política armamentista. Mezclando el derecho a la defensa personal con distintos llamados a la desobediencia judicial, defendió que cualquier ciudadano salga de casa armado para romper las medidas de aislamiento determinadas por alcaldes y gobernadores. «Si está armado podrá defenderse de quien pretenda esposarlo para impedir que ejerza su derecho de ir y venir», dijo.

Ya Abraham Weintraub, el ministro de Educación que comete errores de concordancia verbal cuando habla y de ortografía cuando escribe, responderá judicialmente por haber ofendido a integrantes de la Corte Suprema: pidió a sus pares y a Bolsonaro que «actuemos con más fuerza, empezando por detener a los once vagos del Supremo Tribunal Federal».

Ricardo Salles, de Medio ambiente, dio una clase magistral de cinismo: «Aprovechemos que los medios de comunicación están centrados en el coronavirus para cambiar las reglas de protección ambiental».

Paulo Guedes, de Economía, dijo que, si dependiese de él, «privatizaría esa mierda que es el Banco do Brasil».

Brasil se enteró de todo eso el mismo día en que se transformó en el segundo país con más infectados por el coronavirus en todo el mundo: casi 331 mil personas.

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/267657-el-video-de-bolsonaro-desato-un-escandalo-en-brasil

Comparte este contenido:

Bolsonaro: amenaza ultra en Brasil

Por: Tom C. Avendaño.

Nostálgico de la dictadura, racista, machista, homófobo. El líder de la derecha brasileña apela al voto de la desesperación en un país en crisis

El candidato a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro ha pasado las tres últimas semanas de su campaña sin pisar la calle, recuperándose en el hospital de la puñalada que un perturbado le propició en el abdomen durante un acto electoral el pasado 6 de septiembre. Ha publicado algún vídeo en sus redes sociales desde aquel penoso ataque y hasta concedió una entrevista corta a una radio. Pero por lo demás ha estado desaparecido.

En la calle, sin embargo, no se ha dejado de hablar de él. Al contrario, según se acerca la votación de la primera vuelta el 7 de octubre, en Brasil se habla de Bolsonaro más que nunca. Cada rato alguien recuerda que este ultraderechista, que parecía el peor candidato imaginable para presidir Brasil, se ha convertido en líder de las encuestas. Como apenas hay imágenes nuevas, los medios muestran la silueta que sus seguidores llevan en banderas y pegatinas, una que es todo cejas angulosas y peinado de raya a un lado. Sin declaraciones recientes, sus muchos enemigos refrescan una y otra vez la grotesca hemeroteca de este candidato: 27 años de barbaridades en el Congreso, tan repetidas y uniformemente ofensivas que cuesta saber cuál es de hace dos décadas y cuál es reciente. “Yo a usted no la violaría porque no se lo merece” (dicho a una diputada en televisión en 2003); “La dictadura debería haber matado a 30.000 personas más, comenzando por el Congreso y el presidente Fernando Henrique Cardoso” (1999); “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual, prefiero que muera en un accidente de coche” (2001), o “Un policía que no mata no es policía” (2017).

Y así, entre que es ubicuo, atemporal y capaz de infundir pavor entre buena parte de la población, casi se diría que, más que un hombre, Jair Bolsonaro es un fantasma.

No siempre fue así. Jair Messias Bolsonaro (São Paulo, 1955) solía ser considerado un payaso. Hijo de un dentista rural, durante el final de la dictadura militar, en 1985, intentó refugiarse en el Ejército, pero fue expulsado a la reserva por conflictivo. De ahí pasó a la política, donde se le tomaba por un paria. Autoritario, antidemocrático, machista, racista, homófobo, defensor de la tortura; un bufón, en fin, para los cuatro nostálgicos de la dictadura. En el próspero Brasil de Lula (2003-2011) había pocos perjudicados por el establishment democrático y, como todo iba a mejor cada año, con suerte dentro de poco no quedaría ninguno. Bolsonaro y sus cejas picudas y su peinado con raya al lado estaban condenados a ser poco más que una anécdota histórica.

Aferrado a la estética militar, no le gusta que se llame golpe de Estado a la asonada militar de 1964

Pero en lugar de seguir adelante, Brasil se vino abajo. La economía colapsó. Empezaron a desvelarse casos de corrupción: miles de millones de reales robados de los fondos públicos por políticos. El país se llenó de protestas de izquierda y de derecha. Y en vez de responder, la vieja élite usó las instituciones para salvar el pescuezo. El Congreso, el Senado, el Supremo Tribunal Federal, el Electoral…, todas acabaron enfangadas con procesos que buscaban retrasar, si no las investigaciones de corrupción, al menos sus consecuencias. Todos moviéndose a velocidades distintas según el interés. “Nunca nos recuperamos de la desestabilización que ha producido ese mal uso de las instituciones: nos metió en los tiempos difíciles”, lamenta Oscar Vilhena, profesor de Derecho Constitucional de la Fundación Getúlio Vargas.

La violencia se disparó. En 2017 Brasil batió por tercer año consecutivo su propio récord de homicidios: 63.880. Más que algunos países en guerra. Y mientras la nación entera parecía arder, aquel payaso del Congreso empezó a parecer más listo. Él, que siempre había criticado al statu quo; él, que nunca dejó de recordar que en la dictadura se vivía mejor; él, que desconfiaba de la izquierda de Lula. Él era el nuevo hombre con las respuestas. En 2014 fue el diputado más votado del Estado de Río. Ya no era tan payaso.

“Bolsonaro representa una cosa profunda que él ni imagina”, reflexionaba en un mitin en agosto Ciro Gomes, un candidato de centroizquierda de los 12 que van por detrás de él en las encuestas. “Representa la negación de la política y de la democracia, el deseo de prender fuego para ver si vuelve a nacer algo”.

Si solo fuese cuestión de rechazar al establishment actual, a Bolsonaro le habría salido más de un imitador. Pero al igual que Donald Trump no llegó a la Casa Blanca solo por exprimir el descontento con las élites estadounidenses, sino también tonteando con el racismo oculto de muchos votantes, Bolsonaro tiene también algo más.

Aferrado a la estética militar, no le gusta que se llame golpe de Estado a la asonada militar de 1964 en el que las Fuerzas Armadas echaron al presidente electo y se instalaron en el poder. “Teníamos democracia, lo único que no teníamos eran elecciones”, argumentó a la revista Piauí en 2016. Aquella dictadura duró 20 años. Hubo torturas y asesinatos de disidentes, muertos, desaparecidos y vivos llenos de cicatrices. “El error fue torturar y no haber matado más”, opinó Bolsonaro en televisión.

Encontró una mina. “A diferencia de la dictadura argentina, que se toma como modelo de dictadura latinoamericana, la brasileña tuvo una propaganda y una censura muy eficaces”, alerta Carlos Fico, historiador especializado. “La censura ocultaba la violencia. Y la propaganda vendía una idea de milagro, la imagen de un país donde todo el mundo era feliz”.

La transición, en 1985, no se atrevió a cuestionarla. “En 1979 se había firmado una ley de amnistía que exculpaba a los agentes del Estado de cualquier delito contra los derechos humanos. Esa ley fue la cláusula principal de la transición. Y ahora una parcela de la población tiene un recuerdo que no es traumático de la dictadura; de que no fue para tanto, de que fue una dictablanda”, añade Fico.

Bolsonaro —que goza de la inmunidad que la Constitución da a los parlamentarios para opinar de casi todo— siempre había hablado de los militares con cariño. Empezó a jugar con la idea de que ellos podrían contribuir a crear un lugar sin la corrupción, la violencia ni la pobreza del presente. Prometió legalizar las armas y dar más control de la seguridad nacional al Ejército. Eligió a otro exmilitar radical como candidato a vicepresidente. No fue una decisión al azar: en estas elecciones hay 117 militares buscando puestos en política. Ese fue el gran descubrimiento de Bolsonaro. Que, como dijo el periodista Demetrio Magnoli, “la idea de que la sociedad civil es una enfermedad degenerativa recurrente y que la salud nacional depende de intervenciones quirúrgicas militares está grabada en mármol en la historia de Brasil”.

Bolsonaro nunca fue un diputado muy productivo, pero sí tuvo un momento de gloria en 2011. El Ministerio de Educación quería distribuir en 6.000 escuelas un kit antihomofobia con cuadernos, libros y vídeos sobre relaciones homoafectivas. Consiguió que se retirasen los vídeos y que la iniciativa se considerase un fracaso. Pero la verdadera victoria fue otra. Logró la simpatía de uno de los grupos más poderosos del primer país latinoamericano: los evangélicos.

“Todos los partidos brasileños están en manos de las grandes Iglesias evangélicas”, alerta Bernardo Carvalho, escritor que retrató la vida evangélica brasileña en su libro Reprodução. “Algunas Iglesias están abiertamente en contra de Bolsonaro porque es imposible de conciliar con la ética cristiana. Pero hay otras que ya habían atacado los derechos individuales, los prejuicios de género, la violencia o las armas, que Bolsonaro quiere legalizar”.

En 2016, y pensando ya en su carrera presidencial, el exmilitar, católico de toda la vida, se llevó a sus hijos al río Jordán, en Israel, y allí un pastor le bautizó. Fue otra de sus grandes transformaciones: de ultranacionalista nostálgico a fanático liberal (lo que le ganó el favor de los mercados) a evangélico. Hoy, esa es la fe de un 26% de los votantes que le apoyan. No siguen con tanta devoción a nadie más.

Hace tiempo que Bolsonaro no crece en las encuestas y sus rivales sí. Sigue siendo el favorito para la primera vuelta, con un 28% de intención de voto, y nada impide pensar que así llegará a las elecciones. La segunda vuelta, el 28 de octubre, ya es otra cosa. El rechazo que produce se ha disparado al 46%. El antibolsonarismo es el mayor fenómeno político del momento y esa mayoría se está organizando. Especialmente las mujeres, que le llaman, para evitar nombrarloO Coiso (masculino de “la cosa”). Hay campañas contra él, marchas multitudinarias. Él sigue sin poder salir del hospital. del

Todo es posible en este país y más en esta campaña. Pero pocos descartan que llegue más lejos el viaje de este hijo de dentista por el reverso oscuro de Brasil. A los fantasmas no se les puede atrapar, pero sí se les puede perder el miedo.

Fuente del artículo: https://elpais.com/internacional/2018/09/28/actualidad/1538153452_095290.html

Comparte este contenido:
OtrasVocesenEducacion.org