Por: Francisco Cortés Rodas
En las últimas semanas se discuten en el mundo universitario viejos problemas que resultan de las equivocadas políticas estatales frente a las universidades públicas. Con aire triunfal el rector de la Universidad de los Andes, afirmó que esta es la más pública de las universidades colombianas.
Pero esto que dijo el rector Navas -declarado enemigo de la libertad de opinión- es la consecuencia de un proceso que se inició en este gobierno con la propuesta de privatización de la educación superior de la ministra Campo, con el estímulo económico indirecto a las universidades privadas de Parody -Ser Pilo Paga, destinación de dineros provenientes de regalías para ciencia y tecnología con prioridad para universidades privadas-, y con la pasividad del gobierno y de la actual ministra, Yaneth Giha, ante el desfinanciamiento de las universidades públicas. Teniendo en cuenta estos hechos se puede afirmar que estamos ante una política estatal que inclina la balanza de la educación superior a favor de algunas universidades privadas. ¿Es un nuevo modelo de universidad que rompe la distinción entre universidades públicas y privadas?
Este es un problema serio que debemos resistir con crítica y lucha política. Pero afrontarlo, no debe conducir a dejar de lado otra cuestión en la que la universidad está implicada: el fracaso de la educación en enseñar a argumentar y a pensar de manera crítica a sus estudiantes.
La universidad cambia al ritmo de los transformaciones de nuestra época. La tendencia en la educación actual es poner más énfasis en los procesos de adiestramiento, en la preparación de los estudiantes de acuerdo a las oportunidades de empleo, descuidando la educación crítica, social y humanista. Se forma así un tipo de profesional inculto, técnica y científicamente capacitado para actuar en su campo específico, pero sin habilidades para participar en la vida social y en la democracia. La base humana de la universidad “será la de universitarios económicamente racionales, pero cultural y cívicamente embrutecidos” (Villacañas).
Kant lo señaló hace más de dos siglos: para poder superar la situación del embrutecimiento, que denominó “un estado de culpable incapacidad por no actuar de manera autónoma“, se requiere del programa ilustrado: hacer uso público de la razón en todos los ámbitos de la vida.
Pero la educación no es solamente un proceso cognitivo y la autonomía no depende exclusivamente de argumentar racionalmente. Las emociones, la imaginación y las pasiones son también determinantes en la formación de las personas. En la educación en general se debe mejorar el modelo cognitivo e ilustrado, e implementar una estrategia educativa centrada en el cultivo de las emociones, que inspire a los ciudadanos para que tengan en sus corazones sentimientos fuertes que los impulsen a luchar por los objetivos de su sociedad: la justicia, la paz, la inclusión, la solidaridad. En esto la universidad pública tiene una ventaja porque tiene una vinculación histórica con las luchas sociales y porque está menos determinada por las exigencias del mercado y la competencia. Pero, el desfinanciamiento nos ahoga.
Fuente: http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/una-educacion-para-la-ilustracion-y-las-emociones-BB6535434