Por: Enric Llopis
A veces la portada de un libro condensa en el título y alguna imagen muchas páginas de contenido. Lo primero que advierte el lector del libro “Liberación animal más allá del veganismo”, publicado en 2014 por el colectivo editorial Dskntrl, es la ilustración de un ritual caníbal, en el que no hay vacas, caballos ni cerdos. Sólo seres humanos. “No estamos de acuerdo con el canibalismo, pero sí ingerimos otros animales”, advierte el autor, Roberto Lemes. El activista plantea una crítica radical (desde la raíz) a la ideología “especista”, que considera a la especie humana como superior al resto de los seres vivos. Algo así como la especie “elegida”. Y no se trata de una formulación teórica, escondida en manuales y fanzines. Existe un especismo cotidiano. “En las ciudades pueden verse numerosos anuncios de Burger King, McDonald’s o Kentucky Fried Chicken, que se suman a todas las ideas que propaga la educación familiar e institucional”. Lemes ha presentado el texto de 112 páginas en el Centro Social Okupado y Anarquista La Fustería del barrio del Cabanyal, dentro de la XVII Mostra del Llibre Anarquista de València que se celebra entre el uno y el nueve de abril.
Los artículos que componen el libro se publicaron en el blog “rebelionanimal”, en el que también se difundía un programa radiofónico de igual título; durante más de una década “rebelionanimal” se emitió –de manera intermitente- en radios libres de diferentes ciudades. Lemes se muestra crítico con organizaciones que hace una década defendían la alimentación vegana y denunciaban el “especismo”, pero que hoy “obvian la opresión de los animales y hablan casi de gallinas felices, aunque también se hallen explotadas”. También alerta de las modas y de presuntos aliados. Como la ONG supuestamente conservacionista Sea Sepherd, que tiene como a una de sus marcas de referencia a la exactriz Brigitte Bardot. “Es conocida por su ‘amor’ a los animales, no sé si esta persona es vegana o qué es lo que come; es algo que no interesa, ya que ha manifestado su apoyo a Le Pen, así como su odio a inmigrantes y homosexuales”, explica Roberto Lemes. Extiende su crítica a esnobismos y fetichismos. En la organización Sea Sepherd actuan, sostiene el activista, como una especie de “piratas modernos”, donde prima el espectáculo (aunque “no es esto lo que más critico”, matiza), al atacar barcos que no cumplen la legislación sobre captura de ballenas o atunes. Pero al tiempo, denominan a sus embarcaciones “Brigitte Bardot”, o las bautizan con el nombre de un domesticador de cocodrilos, Stewe Irwin.
La batalla por el veganismo y la liberación animal no es mayoritaria entre los movimientos “alternativos”. El autor se fija en una consigna conocida: “Ama la música, odia el fascismo”. No florecen las bandas musicales anti-especistas y por la liberación animal en movimientos contraculturales como el punk o el hardcore, ni en muchos colectivos libertarios. En ocasiones grupos de activistas han tratado de introducir panfletos contra el “especismo” en huelgas generales, “para hacer visible esta lucha dentro del anarquismo”, explica Roberto Lemes. Se han buscado mensajes rotundos, como el siguiente: “Hoy no estamos todos en la huelga, faltan otros que están igual de explotados o más que nosotros”. O, en plena contienda por los derechos laborales, “Nos han enseñado que los animales son cosas, reemplazables y descartables, pero el capital nos explota a todos por igual”; y “Una alimentación vegana es necesaria para que en nuestros estómagos no carguemos con el sufrimiento de otros”.
Frente a los restaurantes de comida vegana en barrios gentrificados, las modas y apelaciones exclusivas a la vida saludable, el activista defiende una idea “fuerte” del veganismo: “Si no es concebido como algo radical no es nada”; “luchamos para que algún día jaulas y prisiones resulten destruidas”. Por eso, se separan del objetivo las alegrías porque en un supermercado puedan encontrarse más productos veganos. A ello se agrega la influencia de los lobbies de consumo, que igual un año ponen de moda el aceite de palma que otro la soja y sus derivados (buena parte de la soja transgénica producida en América Latina se utiliza para el alimento del ganado). El activista reivindica un veganismo con fundamento político, que además forma parte de la historia del anarquismo. Él mismo se adentró en la cosmovisión a partir de la lectura de fanzines ácratas, antes de la generalización de Internet. ¿Puede resolverse el sometimiento de los animales no humanos con legislaciones reguladoras y directrices de consumo? “Si las leyes nunca han solucionado los problemas de la especie humana, menos aún los de los animales”.
La denuncia es por tanto de fondo, y no se limita a una crítica de la industria cárnica y los mataderos, ya que la tortura, aherrojamiento y sacrificio de un animal también puede practicarlas un campesino. “El especismo cotidiano atraviesa culturas, etnias, géneros y países”, señala Lemes. “No es legítimo que Central Lechera Asturiana viole a una vaca, pero también mi vecino puede oprimir a un animal”. Desde la perspectiva del conjunto de los seres vivos, todos los estratos sociales, aunque sufran la opresión, también aplastan a los últimos de la cadena: los animales de la especie no humana. No sólo se vinculan directamente sectores como las cárnicas, la peletería y el cuero, sino que experimenta con animales la industria farmacéutica, de limpieza, automotriz, militar, tabacalera y de bebidas alcohólicas. El libro reproduce un cartel anarquista que señala a marcas como L’Oreal, Bic, Boss, Giorgio Armani, Johnson-Johnson, Adidas, Dove, Tampax, Colgate, Rexona o Braun, entre otras. Las responsabiliza de unas cifras estremecedoras: “100 millones de animales son asesinados cada año; en Europa cada tres segundos muere un animal en laboratorios”.
La presentación del libro “Liberación animal más allá del veganismo” se plantea en forma de círculo. “Yo he visto sacrificar animales en un matadero, no es lo mismo que en un documental; si la gente se enfrentara a esta realidad en vivo, dejaría de consumir carne”, comparte uno de los asistentes, que añade sus dudas sobre la cuestión. “Las plantas también sienten”. Se entabla un diálogo. Otro de los activistas responde que los animales poseen sistema nervioso, y por lo tanto sufren. En ese punto radicaría la diferencia con los vegetales: “Podemos alimentarnos sin torturar a un ser vivo con sentimientos, sujetos de afecto y amor”. El primer interviniente vuelve a expresar sus dudas: “Pero si a una rosa se le ofrece cariño, puede transformarse, de estar mustia a manifestar lozanía”. Otro asistente afirma que ello se debe a las vibraciones, ya que con la música cercana a todo volumen la planta crecería aún más. Al autor del libro se le pregunta asimismo por la pureza del ideal. “No somos 100% veganos ni 100% anarquistas, porque vivimos dentro de un sistema capitalista y hay que sobrevivir”. Una joven pide la palabra para hacer un inciso crítico: “A veces en los colectivos las personas veganas pueden hablar con una especie de superioridad moral sobre el resto”.
Lemes destaca la diferencia entre veganos y vegetarianos. Los primeros no consideran “objetos” a las demás especies animales, pero los vegetarianos sí: consumen leche, queso (“con cuajo animal incluido”), miel, huevos y otros alimentos que provienen de la explotación animal. El autor también defiende la creación de comedores veganos como “herramienta política y de denuncia”, lo que evidenciaría que con pocos recursos o sin dinero es posible la alimentación sin someter a otros animales. Para ello, se trata de combatir una propaganda que echa raíces ya en la escuela, y que se presenta de modo tan inocente como que los animales “nos dan la leche, nos dan los huevos y nos dan la miel”.
También se recurre a los pretextos y a la mera comodidad: “Tengo esas gallinas y me dejan los huevos, ¿qué quieres que haga? ¿Que no los coma?”. Por otro lado hay quien critica el “panóptico” (Bentham) en cárceles, escuelas y fábricas, pero el sistema del ojo que todo lo vigila también se aplica en zoos, granjas y mataderos. Otro lastre para la liberación animal es el peso de las tradiciones, tan asumidas como el uso de caballos en competiciones deportivas o los carruajes para recoger las basuras. En uno de sus artículos, Roberto Lemes menciona el caso de un documental sobre un matadero en la periferia de Buenos Aires. Además de toda la información, se percibe en esta “maquinaria de la muerte ‘diferente’”, un halo de “qué bueno esto de la autogestión y la autonomía”.
*Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=224886&titular=%93sin-fundamento-pol%EDtico-y-radical-el-veganismo-no-es-nada%94-