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“Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando.” Warren Buffett, archimillonario estadounidense
1979, en Nicaragua, con la insurrección sandinista que quitó a la dinastía Somoza en el poder desde largas décadas atrás, marcó la última revolución socialista en el mundo. Luego de eso por supuesto siguió habiendo luchas populares: muchas, numerosas y en los más distintos ámbitos, todas de gran importancia en la historia, pero ninguna logró instaurar eso que conocemos como “socialismo”. Lo de Venezuela y su Revolución Bolivariana merece capítulo aparte (proceso justiciero, en todo caso, pero no una revolución socialista en sentido estricto). Una década después de la gesta nicaragüense, la emblemática caída del Muro de Berlín y la desintegración del campo soviético –la URSS y todos sus países satélites– más el paso a elementos de economía mercantil en la República Popular China, muestran que las ideas de socialismo parecen ir esfumándose. Cuba, Corea del Norte, Vietnam quedan como islas casi perdidas en un mar de capitalismo globalizado y triunfalista.
Ahora bien: ¿se esfumaron aquellas ideas? El grito vencedor del mundo capitalista parece creer que sí. Pero no es cierto. Las causas que hicieron nacer las primeras protestas anticapitalistas en la Europa de la Revolución Industrial en el siglo XIX, estudiadas en profundidad por Marx y Engels dando lugar al socialismo científico, se mantienen inalterables. El sistema en su conjunto, en su estructura básica, no ha cambiado. Se adecuó a los tiempos, sobrevivió a guerras y revoluciones, y ahora, después de la pandemia de coronavirus, parece más fortalecido. La explotación de clase, lo que fundamenta al capitalismo, no ha variado. Por eso el ideario socialista sigue vigente. Lo cierto es que, analizando con objetividad el mundo actual, se ve que las ideas de transformación social no parecen estar imponiéndose. Por el contrario, la población planetaria parece más domesticada que nunca; las políticas neoliberales de estas últimas décadas y los efectos de la pandemia (no los sanitarios sino el manejo sociopolítico que se le dio al asunto) muestran un mundo volcado muy unilateralmente hacia el lado del capital (“Disolvieron todas las protestas del mundo sin un solo policía. ¡Brillante!”: Camilo Jiménez). La clase trabajadora global está acallada. Las explosiones que sigue habiendo (la reciente rebelión de población afrodescendiente en Estados Unidos en plena crisis sanitaria, los estallidos sociales latinoamericanos del año pasado, los movimientos campesinos o lo Okupa por aquí y por allá, marchas diversas y reivindicaciones varias que se siguen levantando) muestran que las injusticias no han terminado. El epígrafe de Warren Buffet no deja lugar a dudas.
Entonces, ¿es posible cambiar revolucionariamente el sistema, más allá de los pequeños acomodos cosméticos, gatopardistas, que el capitalismo puede permitirse? Esta pregunta, que sigue inquietando a numerosas personas (para ver que sí sea posible, por un lado, o para evitarlo a toda costa, por otro), da para interminables debates. Para aportar un granito de arena más en esa discusión –absolutamente imprescindible al día de hoy, más aún saliendo de la pandemia– presentamos aquí este breve opúsculo, con la intención de ampliar esa búsqueda.
Entendemos que deben plantearse, al menos, estas tres preguntas:
- ¿Está vigente el marxismo hoy como teoría revolucionaria para cambiar el mundo?
- ¿Cómo es hoy ese mundo? (entendiendo que el mundo del que habló Marx en su momento ha tenido grandes transformaciones).
- ¿Cómo dar ese cambio?
Por supuesto, cada línea de pensamiento de estas tres “ideas-fuerza”, da para una eternidad de trabajo. Por diversas razones, no nos comprometemos a un exhaustivo y sistemático desarrollo de cada una de ellas en este texto. En todo caso, las dejamos esbozadas aquí, para retomar con mayor profundidad en otras instancias.
- ¿Está vigente el marxismo hoy como teoría revolucionaria para cambiar el mundo?
Sí, sigue estando vigente. Sus conceptos fundamentales, en tanto construcciones científicas, siguen siendo herramientas válidas para entender y proponer alternativas en torno a la realidad. Las sociedades humanas (hoy día sociedad absolutamente mundializada, con un capitalismo principalmente financiero dominante) se asientan en la producción material que asegura la vida. La forma de organización que adopta hoy esa sociedad planetaria es, básicamente, capitalista. Entender eso es entender las relaciones de producción que la sostienen, y las mismas son relaciones de explotación de un factor (el capital, en sus nuevas formas –capital financiero global, despersonalizado, sin patria, transnacionalizado– pero capital al fin) y quien produce la riqueza: los trabajadores (también en sus nuevas formas: un proletariado industrial urbano en proceso de cambio/achicamiento/extinción, contrataciones tercerizadas en el Tercer Mundo, pérdida de conquistas laborales históricas, trabajadores de carne y hueso reemplazados cada vez más por procesos de automatización y robotización, etc.) Pero más allá de la nueva fisonomía, las relaciones capital-trabajo siguen vigentes. En eso asienta el mundo.
La lucha de clases (en sus nuevas y diversas formas) sigue siendo el motor de la historia. Leer esa realidad y proponer alternativas revolucionarias continúa siendo el corazón mismo del pensamiento marxista, o socialista, o crítico, o como se le quiera llamar (¿pasó de “moda” hablar de socialismo o comunismo? Eso lleva a preguntarnos por qué). Conclusión: el marxismo sigue vigente como método de análisis y como propuesta de transformación. Pero hay que adecuarlo a los nuevos tiempos, muy distintos en muchos aspectos –quizá no en la estructura de base, pero sí con cambios importantes– de lo visto por los clásicos hace un siglo y medio atrás. El imperialismo, en la segunda mitad del siglo XIX, no tenía el peso que pasó a tener posteriormente, por ejemplo. Las nuevas tecnologías de control masivo –el mundo digital, los satélites geoestacionarios, los drones, etc.– hoy día le confieren un poder sin par al capital.
Además, aparecen tematizadas y explícitas contradicciones que siempre existieron, pero que ahora cobran un valor nuevo: las luchas por la equidad de género, las luchas contra todo tipo de discriminación (étnica, por la diversidad sexual, etc.), la denuncia de la catástrofe medioambiental a que ha llevado el modelo productivo depredador, la dinámica centro (países desarrollados del Norte) versus periferia (países pobres y subdesarrollados del Sur). El materialismo histórico, en tanto método de análisis, permite entender y procesar todo ese movimiento, si bien en el texto de los clásicos puede no estar presente. ¿Marx era “machista” o “eurocéntrico”? Sin dudas, preguntas mal formuladas.
- ¿Cómo es hoy ese mundo? (entendiendo que el mundo del que habló Marx en su momento ha tenido grandes transformaciones).
El mundo actual, capitalista en sus cimientos, ha cambiado mucho en este siglo y medio. Hoy día el proceso de mundialización (globalización) ha transformado el planeta en un mercado único, con capitales tan fabulosamente desarrollados que están más allá de los Estados nacionales modernos. El desarrollo portentoso de las tecnologías abre nuevos y complejos retos al campo popular y a las propuestas revolucionarias: el poder militar del capital es cada vez más grande, los métodos de control (en todo sentido, en especial el ideológico-cultural) son cada vez más eficientes, el capitalismo salvaje (eufemísticamente llamado neoliberalismo) ha hecho retroceder conquistas sociales históricas, la desesperanza y la despolitización seguidas a la caída del campo socialista soviético aún siguen siendo grandes. A todo ello se suman, empeorando la situación, los efectos del manejo que ha tenido la pandemia del COVID-19, confinando poblaciones completas, desarticulando luchas, creando una nueva cultura del terror y la desconfianza (el otro es desconfiable…, porque puede ser portador de enfermedades, en particular, de esta nueva “peste bubónica”). Hoy día, por ejemplo, a partir de un manejo bien conducido por parte de la clase dominante, los sindicatos ya no constituyen una herramienta importante para la organización y la lucha popular (comprados, cooptados, burocratizados). No hay dudas que la posibilidad de una revolución socialista en la actualidad, si bien no desapareció, no se ve muy cercana. ¿Es posible desarrollar y mantener una revolución exitosa en un solo país? Depende qué país: ¿podría una pequeña y pobre nación africana o centroamericana mantener altiva su revolución como lo hizo Cuba varias décadas atrás, hoy día sin Unión Soviética? ¿Es la República Popular China y su “socialismo de mercado” un referente para la clase trabajadora mundial?
A todo ello se suman, en este nuevo mundo inexistente un siglo atrás, nuevos elementos, como el capital mafioso (capitales golondrinas, paraísos fiscales, capitalismo especulador, narcotráfico como nuevo factor de acumulación y estrategia de dominación renovada), nuevos sujetos que se suman a la protesta: las nuevas reivindicaciones ya mencionadas, de género, étnicas, la reacción ante el desastre ecológico en juego. Las contradicciones de clase siguen siendo el motor de la historia, con el agregado y articulación de estos nuevos sujetos. La pauperización/descomposición del proletariado industrial de los países capitalistas más desarrollados abre igualmente nuevos escenarios. El capitalismo globalizado y su abandono creciente del Estado satisfactor impone también una nueva dinámica. La instalación de plantas fabriles de los países dominantes en el Sur del mundo, más que sentirse como ataque imperialista, es una “salida” a la pobreza estructural de inmensas masas de trabajadores, tanto como lo son las migraciones masivas hechas en forma irregular hacia la “prosperidad” del Norte, elementos desconocidos cien o ciento cincuenta años atrás.
En definitiva: si bien la estructura de base se mantiene (la explotación del trabajo, por ende, del trabajador en cualquiera de sus formas: obrero industrial, campesino, peón agrícola, productor intelectual, empleados en la esfera de servicios, etc.), hay nuevas formas del mundo que implican necesariamente nuevas formas de lucha. La catástrofe medioambiental mueve también a incorporar esa nueva dimensión en el pensamiento revolucionario. Conocer este mundo, distinto al capitalismo inglés de la segunda mitad del siglo XIX, implica estudiar muchísimo todas estas nuevas variantes. Por ejemplo, y a título de provocación: ¿constituyen los hackers hoy una nueva forma de lucha? ¿Serviría eso para desestabilizar el sistema y transformarlo revolucionariamente?
- ¿Cómo dar ese cambio?
En esto puede ser importantísimo, imprescindible quizá, revisar las pasadas experiencias socialistas (las que triunfaron y se constituyeron como poder político: la rusa, la china, la cubana, etc.), y las que no lo lograron, como la guatemalteca, por ejemplo, o los socialismos africanos post Liberación Nacional de los años 60 del pasado siglo, o el socialismo árabe. ¿Falló algo ahí? ¿Qué pasó? ¿Por qué retrocedieron las revoluciones triunfantes en la Unión Soviética y en China? ¿Por qué no se pudo triunfar, por ejemplo, en Guatemala o en El Salvador, donde había fuertes movimientos revolucionarios armados con amplia base popular? Las protestas sociales (estallidos populares espontáneos) que barrieron casi toda Latinoamérica y otros puntos del mundo (Medio Oriente, chalecos amarillos en Francia, etc.) durante la segunda mitad del 2019 –silenciadas luego por los confinamientos derivados de la pandemia de coronavirus, ¿“significativo silencio”? – ¿son fermentos revolucionarios? ¿Pueden ser la mecha de un cambio? ¿Cómo transformar ese descontento, muy profundo sin dudas, en un cambio real de sistema? ¿Es posible? Todo el esfuerzo ideológico-cultural del sistema a través de sus muy desarrollados mecanismos de sujeción apunta a hacerlo imposible.
En Venezuela, por ejemplo, la llegada a la presidencia de un gobierno popular con un carismático conductor a la cabeza, Hugo Chávez, montado en una fabulosa ola de descontento popular ante las políticas neoliberales que se venían aplicando (recordemos el histórico Caracazo de 1986), abrió esperanzas. Ello trajo aparejado una cierta recomposición política en varios países latinoamericanos quienes, al amparo del proceso bolivariano, abrieron perspectivas contestatarias, con una distribución de la riqueza nacional más equitativa (Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia con mucha más profundidad, Uruguay, Paraguay). Pero no fueron revoluciones socialistas sostenibles. El sistema se las ingenió para, finalmente, torcerles el brazo. Luego de esa primavera a principios del milenio, las cosas volvieron a su carril. La post-pandemia augura más capitalismo, más explotación, menos organización popular. Pero sí, seguramente, más reacción. Las protestas sociales, acalladas de momento, ahí están listas para resurgir. ¿O acaso habrá que darse por vencidos?
Hoy, visto el poder enorme de los actuales capitales, las formas de lucha quizá ya no pueden ser las utilizadas décadas atrás. ¿Qué hacer entonces? Es ahí donde surge la reflexión en torno a lo que nos convoca: ¿cuál es el instrumento de cambio hoy día?
Partamos de la base que el sistema capitalista en su conjunto sigue siendo un peligro para la Humanidad. Que un 15% de la población mundial viva decorosamente, con sueldo seguro y cierta estabilidad –sin contar con una minúscula proporción que vive en la más inconmensurable abundancia (el 1% de la población planetaria detenta el 50% de toda la riqueza humana)– muestra que el sistema no funciona. Se desperdicia comida para mantener estables los precios (para que el capital no pierda, dicho en otros términos), en tanto la desnutrición causa 35 millones de decesos por año a nivel mundial. Es más que obvio que el sistema no funciona. Se busca agua en el planeta Marte mientras 11,000 personas mueren diariamente en la Tierra por falta de agua potable; se gasta más en armas o en drogas que en satisfactores. El capitalismo es un peligro, sin dudas. pero… ¿cómo se le hace caer?
Los métodos de lucha que dieron resultado años atrás –porque revoluciones exitosas sí hubo– hoy deben revisarse. El sistema, es decir: el capital, que tiene mucho que perder y no descansa ni un instante en su lucha por no ser destronado, parece tener mucha ventaja sobre el campo popular, sobre la gran masa trabajadora mundial. Pero la historia no está terminada. Incluso podría leerse toda la parafernalia de la actual pandemia (que en un año de duración habrá producido casi la misma cantidad de muertos, solo un poco más, que la gripe estacional… ¡no es la peste negra del Medioevo!) como un mecanismo de control más que los poderes dominantes saben administrar sobre la población. Recordemos lo dicho más arriba: “Disolvieron todas las protestas del mundo sin un solo policía. ¡Brillante!”. La situación se ve algo sombría… ¡pero la historia no ha terminado!
El presente texto, que definitivamente no agrega nada nuevo, pretende ser un humilde aporte más para contribuir a la pregunta de por dónde tenemos que ir. Quizá no esté claro el camino, pero al menos sabemos lo que no debemos hacer: rendirnos. Es, si se quiere, un llamado a la esperanza. Una esperanza con carácter crítico, con los pies sobre la tierra: “Hay que actuar con el pesimismo de la razón y el optimismo de la pasión”, como decía Antonio Gramsci. La oenegización que nos inunda, definitivamente no es el camino (otra arma más de control social que ponen los poderes). Entonces…. ¿por dónde? La pregunta sigue siendo la misma que se hacía Lenin hace un siglo: ¿qué hacer? ¿Alguien tiene la respuesta? ¿La construimos colectivamente? Lo que sí debe seguir guiándonos es la idea de base: la explotación (de clase, de género, étnica) continúa, por tanto, la lucha contra todo tipo de explotación continúa.
Fuente: https://rebelion.org/es-posible-una-revolucion-socialista-hoy/