Redacción: El País
Dos compañeros de piso escriben cartas mensuales de divulgación a sus suscriptores
La física teórica intimida. Según Guillermo Peñas, estudiante de máster de esta ciencia, quienes más destacan en su campo “han perdido en un grado bastante alto la conexión con la realidad”. Es una disciplina abstracta, se construye sobre cálculos matemáticos y para comprenderla hay que pensar en más de tres dimensiones. “Una fumada, vamos”, resume su compañero de piso David Perezagua, que es profesor de instituto. Ellos reconocen que es un campo complicado y, sin embargo, es uno de sus temas favoritos de conversación. “Nos gusta la física más cualitativa, de discutir”, explican. Pero no contentos con hablar de ciencia en casa, la llevan también fuera, en la forma de artículos de divulgación que envían a suscriptores por correo postal.
Peñas y Perezagua se conocieron hace siete años en la Universidad Complutense de Madrid. Eran dos almas sociables que empezaban la carrera de física y se enfrentaban al mismo problema que todos los novatos: hacer amigos. Pero en su facultad, según recuerdan, era difícil juntarse con gente que compartiera su pasión por la ciencia y a la vez su afinidad por la cultura, por los debates filosóficos y —por qué negarlo— la fiesta. “Ahora hay gente más normal en la carrera de física, o esa es mi sensación”, dice Perezagua mientras se sirve un té en el patio de su casa. “Bailan salsa y cosas así. Antes no se bailaba salsa”, asegura.
Los físicos, ambos de 24 años, comparten un bajo en un barrio céntrico de Madrid con otros dos compañeros de la carrera. En su salón hay una pizarra con ecuaciones. Todos los meses, desde allí, escriben, imprimen, pliegan, ensobran y envían su correspondencia a 120 personas repartidas por España y Europa. Lo llaman Science Road: Un proyecto analógico, y es su respuesta a la divulgación científica del siglo XXI. Surgió a finales de 2017, cuando Perezagua regresó a Madrid tras una estancia en Cataluña. “Echaba de menos Barcelona, y volví pensando mucho en cómo mantener el contacto”, explica. “Por WhatsApp es como banal, y bueno… Era Navidad y se me ocurrió enviarlo por correo, a modo de regalo”.
Aquella primera misiva era más personal. La recibieron solo veinte amigos cercanos, pero con el boca a boca y la participación de Peñas, el proyecto creció. Conocidos y desconocidos les escribían por email para apuntarse a la lista creciente de destinatarios. Llevan 16 cartas, y ahora costean los gastos de impresión y envío (un euro por persona y por mes) con donaciones de algunos suscriptores, pero no buscan ampliar la agenda. “Escribir da igual para 50 que para 500, pero echamos tres o cuatro horas al mes en doblar las cartas”, se justifican.
Lo que sí han hecho es recopilar sus artículos en un tomo, Cartas para Príncipes y Princesas del siglo XXI (editorial Libros.com), que se publicará en la segunda mitad del año. Su título está prestado del que se considera uno de los primeros libros de divulgación científica, Cartas a una princesa alemana, acerca de diversas cuestiones de Física y Filosofía, la recopilación de 234 epístolas escritas por el matemático Leonhard Euler entre 1760 y 1762. Aunque los artículos de Peñas y Perezagua son bastante accesibles, buscan complejidad suficiente para satisfacer a un lector formado y curioso. Según Peñas, su público tiene un nivel educativo alto. “‘Príncipes y princesas’ para mí es la clase media de hoy en día, tiene ese doble sentido… O yo se lo quise dar”, dice Perezagua.
Vídeo de Libros.com en el que Perezagua y Peñas presentan el proyecto de su libro
Los artículos tratan temas variados, un mes pueden analizar modelos electorales y el siguiente explicar fundamentos de la música o de la mecánica cuántica. En un espacio estricto de no más de cuatro páginas, que a menudo incluyen fotos, tablas y diagramas, Peñas y Perezagua aplican la lente de la física, de las matemáticas y de la historia a las apreciaciones del día a día. Por ejemplo, un texto acerca de la medición del tiempo y de las coordenadas terrestres comienza haciendo repaso de la navegación en el siglo XVI. Su artículo sobre la simetría en la física es también una biografía de la olvidada matemática alemana Emmy Noether.
Esta es, de hecho, la especialidad de los autores, lo que hace una conversación con ellos interesante y una lectura de sus artículos entretenida. Para Peñas y Perezagua, un fenómeno científico no merece solo una explicación, merece un recorrido por los escenarios históricos y las situaciones cotidianas en que aparece. Un descubrimiento de la ciencia nunca es solo un avance, es también la historia de quien lo hizo posible. Según Peñas, la investigación es inseparable de su contexto cultural, y presentarla en ese marco es imprescindible.
“También sabemos que gusta”, confiesa su compañero. “¿Sabías que Schrödinger tenía un libro donde apuntaba las chicas con las que había estado?” El comentario de Perezagua es oral, pero igualmente se podría encontrar impreso en una de sus cartas. “Me dicen que escribo igual que hablo”. Y es verdad. Los dos jóvenes emanan una cordialidad sencilla, ambos llevan barba y un pendiente, entre ellos se aprecia complicidad. Sorprende, al conocer su trato fácil, que nunca se hayan decantado por llevar la divulgación a un público mayor, por ejemplo en YouTube.
“Es que no nos gusta”, zanja Peñas (¡qué se podría esperar de un millennial que no tiene Instagram, Twitter o Facebook!). Para matizar, Perezagua añade que el déficit de atención de los internautas hace imposible saber cuánta gente realmente consume el contenido digital, o con qué grado de compromiso lo hace. “El hecho de que sea una carta hace que la gente lo lea. Aunque sea un mes después, pero lo tienes en la mesilla o enfrente del váter, y un día vas, y lo lees”, explica el profesor. Ambos coinciden en que, si empezasen un proyecto nuevo de divulgación, tendría un formato físico e interactivo. “Nos gusta el contacto real con las personas”, dicen.
Ellos son, además de sus otras tareas, monitores de campamento, y en sus años universitarios hacían demostraciones de experimentos de física en el parque del Retiro. Una de sus pruebas consistía en introducir el móvil de un miembro del público en una caja de zapatos forrada con papel de aluminio. Esta jaula de Faraday improvisada anula el campo magnético en torno al dispositivo. Cuando otro espectador marca su número, el teléfono se encuentra fuera de cobertura —en el centro de Madrid—. Las sesiones atraían un buen público.
En sus cartas, a veces piden al lector que saque un lápiz y haga cálculos. Siempre dejan preguntas abiertas. La pareja no ha puesto patas arriba el mundo de la divulgación, ni mucho menos. Por su propia descripción, son solo “una familia grande”. Además, da la impresión de que el proyecto funciona más como un antídoto para su propia inquietud que para la ignorancia ajena. Pero han recibido mención de honor en el concurso Ciencia en Acción, por “fomentar el pensamiento sobre cómo funcionan las cosas más básicas”. Y, lo que es más importante para ellos, han conectado de forma sincera con sus lectores: “En este mundo tan frenético, que alguien se tome el tiempo para coger el boli y hacer una actividad que no tiene nada que ver con sus objetivos, ni con las mil cosas que tiene que conseguir en el día para ser productivo… eso mola”.
Fuente: https://verne.elpais.com/verne/2019/05/03/articulo/1556878096_505353.html