Camino hacia la sabiduría.

El sabio auténtico es el que sabe responder a los reclamos permanentes de la realidad.

Por: Victor M. Mora Mesen.

Si bien me resulta llamativa la expresión “educación subversiva”, me pregunto qué tiene que ver este concepto con la socialización con miras a la democracia. Subvertir implica trastornar o alterar el orden establecido. Pero si creemos en el sistema democrático y en su práctica, ¿cómo la subversión y la socialización se conjugan en la tarea educativa?

Me parece que este es el verdadero quid de la cuestión en estos tiempos de confusión social. Habría que definir cuál es el tipo de subversión que se quiere promover y cuáles son sus objetivos. En otras palabras, cuál es el “orden establecido” que se quiere transformar, alterar o cambiar.

Como se puede apreciar, la cuestión central va más allá de decidir un tipo de evaluación, de permitir o no permitir ciertas reglas académicas, de usar o no el pelo largo, o bien, usar o no uniforme.

La educación tiene que ver con valores, pero enraizados en una realidad que se quiere transformar para hacerla más humana. Eso quiere decir que la educación no es mera transmisión de conocimientos, sino un itinerario de aprendizaje en función de la sabiduría.

Sabiduría. Existe un conjunto de libros en el Antiguo Testamento llamados “sapienciales”, su origen e intencionalidad composicional son muy variados. Algunos estudiosos han considerado que ellos contienen un esfuerzo “laico” de discusión sobre lo humano y la relación con Dios. La razón de esta categorización es que estos textos someten a dura crítica todo: las relaciones humanas, la economía, la política, la racionalidad, las prácticas religiosas, el discurso teológico, pero, sobre todo, se interesan por encontrar una forma de vida “buena”.

Su intención no es hablar de cómo obtener éxito, riqueza o fama, sino que se preocupan por entender la lógica de la historia y de la experiencia personal a la luz de una comprensión amplia de la realidad.

A esto llamo “sabiduría”: una forma de vivir, de ser, de existir en relación con otros en armonía. No se puede ser sabio solo porque se tienen conocimientos; el sabio auténtico es el que sabe responder a los reclamos permanentes de la realidad. Pero ¿dónde se encuentran esos reclamos? En primer lugar, en la experiencia vital (lo que se siente, se piensa, se conoce); en segundo lugar, en los resultados de las propias o ajenas acciones sobre los otros (las decisiones tomadas, las influencias ejercidas, los condicionamientos, los intereses particulares y las políticas públicas); y, en tercer lugar, en las ideas y las creencias que se tienen sobre el sentido último de la vida (porque cada uno, a su manera, crea un imaginario y define unas coordenadas esenciales desde las cuales juzga y entiende sus actos).

Estos tres ámbitos no son solo legítimos, sino necesarios para valorar y sopesar la tradición recibida de los antepasados, las ideas nuevas que se crean en nuestros ambientes sociales y la proyección hacia el futuro de nuestra sociedad. Por eso, la educación tiene varias columnas que sostienen su edificio complejo: la comprensión de los fenómenos naturales, el estudio de la historia, la creación artística y literaria, el estado actual de la discusión académica e intelectual, la comprensión de lo público según el ordenamiento actual, la profundización en las consecuencias colectivas que tiene nuestra conducta personal y la puesta en discusión de las razones últimas de nuestra existencia.

Múltiples conocimientos. La educación tiene que hablar de moral, de urbanidad, de política, de filosofía, de ciencia, de tradición, de simbolismo, de literatura, de arte, de creatividad, de deporte, de técnica, de trabajo manual; pero también de responsabilidad, de reconocimiento de la propia fragilidad, de resiliencia, de criticidad, de seriedad y de disciplina.

La educación, más que “subversiva”, tiene que ser integral; porque la subversión es solo un momento secundario de la reflexión, cuando las personas llegan al convencimiento de que algo tiene que cambiar. Si la subversión es el motu de lo educativo, se parcializa y se denigra a sí misma.

Las razones por las cuales esto ocurre son simples: la educación nos tiene que hacer conscientes de que somos corresponsables los unos de los otros y que el desarrollo de nuestras capacidades tiene como horizonte mayor el crecimiento de lo humano.

Siendo conscientes de la historia, descubrimos las miles formas en las que las diferentes ideologías operan, crecen e intentan afianzarse en nuestro intelecto. Ser crítico, incluso de la propia manera de pensar, es sin duda alguna una expresión de libertad, pero eso no quiere decir que se deseche todo lo que no es nuevo.

Para lograr semejantes objetivos, la tarea educativa tiene que ser capaz de exigir, por diferentes medios, una conducta que haga referencia a una ética. Esta ética tiene que estar definida y sustentada en razones válidas, pero también tiene que ser lo suficientemente abierta para comunicar las posturas opuestas o sus propias debilidades.

El punto final de resolución en el estudiante no puede ser otro que la propia experiencia, razonada y comprendida en sus múltiples conexiones intercausales. Ese es el gran reto de todo educador, ser el provocador del pensamiento sustentado, lógico y realista. En otras palabras, el itinerario educativo puede estar inspirado en una ética particular, pero esta no puede ser impuesta apodícticamente.

La educación va más allá. ¿Cuál es la diferencia entre una inspiración educativa y una imposición educativa? La diferencia radica entre cómo llegar a ser sabio o cómo ser reproductor de ideas. Sí, porque hasta la subversión puede ser una imposición educativa. En cambio, hablar de la educación como un camino de sabiduría implica diálogo, respeto, consciencia, procesos y provocación.

Diálogo, porque educar implica un encuentro entre personas. Diálogo, porque si queremos una sociedad más humana, este tiene que caracterizar todas las relaciones sociales entre los actores del proceso educativo.

Uno de nuestros más grandes errores es considerar que la educación se reduce a las aulas, cuando va mucho más allá (conserjes, personal de mantenimiento, administrativos, padres de familia, son también agentes de diálogo).

Respeto, porque un principio básico es que cada uno de nosotros es persona. Si la educación no parte de una toma de conciencia de esta verdad, termina por falsear todo intento de humanización auténtico.

La conciencia de lo que uno es se forja solo en la relación con otros, vista y entendida desde la criticidad más aguda. Por eso, la educación tiene que ser procesal, pero no permisiva. Cada etapa del desarrollo exige una cuota de diálogo, de respeto y de conciencia específicas. No procurar hacer evidente este nivel de crecimiento es, sin excepción, un fallo educativo de primera línea. Pero la educación tiene que ser provocación a ser algo más, no puede ser mera adecuación al individuo, porque crearía personas incapaces de ir más allá de lo que han logrado.

Criticidad. Los padres de familia y los educadores institucionales tienen que tener una actitud permanente de conversión. No se puede educar si no es asumiendo una profunda criticidad de las propias acciones e ideas.

La gran tentación es hacer creer a los hijos o estudiantes que ellos se merecen lo que ahora tienen y que toda posición superior que alcancen es una ganancia.

¡Cuánta vida desperdiciada por semejante máxima, plagada de estupidez! Crecer en humanidad tiene que ser el norte que oriente la educación, de lo contrario, caeríamos en la mera reproducción de todo (sea bueno, malo, conservador, subversivo, intolerante o individualista).

Ser humano es preguntarse por lo último, por lo que da sentido a todo. Claro, semejante proceso educativo implica correr el riesgo de generar “locos” que asumen estilos de vida tan novedosos que asustarían a muchos. Pero si destruimos el espíritu de aventura humano, ¿hacia dónde iremos?

En este sentido, la educación puede provocar la subversión, pero solo cuando los procesos hagan a la persona madura y consciente de su lugar en el mundo. Solo así podría tener sentido.

Fuente: http://www.nacion.com/opinion/foros/Educacion-camino-sabiduria_0_1594440559.html

Imagen: http://3.bp.blogspot.com/-c2C7_QQFhnk/TuntPw1H_ZI/AAAAAAAAAUA/m-dCvXHryEg/s1600/_0245.jpg

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Cooperación genuina, bosque, medio ambiente, Nicaragua

Valorar la sabiduría comunitaria para fortalecer la lucha por la tierra y el bosque

América del Sur/Uruguay/17 Septiembre 2016/Fuente: Ecoportal

Cuando se remplaza un área de bosque por el monocultivo de eucalipto, una represa o un proyecto de minería, la destrucción es evidente a simple vista. Sin embrago, lo que muchas veces es invisible para quien mira de afuera – y, por eso, poco comprendido – es el conjunto de impactos profundos que esa destrucción ocasiona en la vida de las comunidades que habitan en ese lugar por muchas generaciones, así como en el mismo bosque y las incontables interconexiones entre los seres vivos que hacen parte de este, incluyendo a la propia comunidad.

Con el bosque, las comunidades generan un conjunto de conocimientos y sabiduría que ayudan a garantizar su bienestar y salud física, mental y espiritual, su cultura, su identidad y su autoestima. Por eso, las acciones que buscan recuperar y revalorizar la sabiduría, salud y bienestar de las comunidades afectadas por proyectos destructivos, de forma amplia e integral, son fundamentales para fortalecer las luchas de resistencia de esas comunidades. También son fundamentales para cuando las comunidades buscan revertir el proceso de destrucción, captando y dándole más fuerza y sentido a la lucha por la reconquista de su territorio.

Varias veces hemos denunciado en el boletín de WRM los nuevos mecanismos de “compensación” para aplacar la crisis climática, propuestos por “especialistas” de las transnacionales, gobiernos e instituciones financieras, así como de grandes ONGs. Los denunciamos por su falta de sabiduría, por ser falsas soluciones para la crisis climática y porque REDD+, por ejemplo, valoriza un bosque solamente a partir del carbono que existe en el mismo. A su vez, el mecanismo de compensación por la pérdida de la biodiversidad valoriza un bosque solamente a partir de la presencia de determinadas plantas o animales. Esa visión se colisiona frontalmente con las visiones y sabidurías que las comunidades que dependen del bosque han construido a lo largo del tiempo. Ellas siempre consideran su lugar como algo único – para ellas dos lugares iguales no existen. Es en el lugar donde viven las comunidades donde han creado sus lazos, sus historias contadas y recontadas, sus conocimientos, su colectividad, su identidad y cultura. Es en ese lugar, también, donde encuentran las condiciones para vivir bien a través de los alimentos y nutrición que el bosque provee, como las plantas, fuentes de agua y animales, que ayudan a tratar y sobretodo prevenir las enfermedades físicas y mentales.

Este boletín busca reflexionar sobre aquella dimensión más amplia que tiene el lugar para las comunidades, sin que ellas recurran a la valoración de ciertas categorías pre-establecidas, como el carbono. Más que eso, en su sabiduría, las comunidades se sienten parte del bosque. Eso es radicalmente diferente de los supuestos de quienes elaboran las políticas que prometen “salvar” los bosques hoy impuestas sobre esas comunidades. Mientas las comunidades hablan de su lugar con cariño y respeto, las políticas oficiales hablan sobre el mismo lugar en términos de “categorías” como, por ejemplo, la presencia o no de “bosques de alto valor de conservación” o “bosques con alto valor de carbono”. Bajo esa lógica, un bosque de “alto valor” por ejemplo podría ser remplazado por otro con características parecidas en términos de determinadas especies de plantas, mientras que el resto del bosque es considerado sin valor, es decir, puede ser destruido por no entrar dentro de la “categoría”. Mientras las comunidades hablan de lugares para referirse a un conjunto de seres y significados, incluyéndose a ellas mismas, los “especialistas” que elaboran cada vez más mecanismos para “solucionar” las crisis de deforestación y clima hablan hoy, por ejemplo, de “paisajes”, es decir, algo que ellos observan y usan a la distancia de acuerdo a sus intereses y de los cuales no se sienten parte.

Aquí nuestra intención no es la de romantizar la relación que las comunidades han mantenido con sus lugares, con el bosque. Lo que queremos es llamar la atención al hecho de que los grandes proyectos destructivos no solo destruyen los boques. Esas invasiones de tierras también ponen en riesgo y tienden a destruir sabidurías y un conjunto de costumbres, historias, relaciones, tradiciones y prácticas que determinan el vínculo entre las comunidades y sus lugares, que además le dan forma a su identidad y aseguran su bienestar. Al destruir los bosques, se terminan por destruir conocimientos imprescindibles para la comprensión y conservación de estos bosques. Pero más allá del proyecto en particular que viene invadiendo y destruyendo sus territorios, las comunidades también deben lidiar con otros “ataques” a sus medios de vida, más enfocados en la esfera de su imaginario en relación su identidad colectiva como campesinas o campesinos, indígenas o los habitantes ribereños. Por ejemplo, los mensajes constantes que propagan una “monocultura” de un determinado estándar de consumo, muchas veces con una visión urbana, es dominada por grandes empresas transnacionales. Sus propagandas buscan, a través del proceso de la globalización, transformar cualquier habitante del mundo en un “consumidor” de sus productos – la mayoría de las veces, productos muy perjudiciales para la salud de ese mismo consumidor.

Todo eso contribuye en romper el vínculo entre las comunidades y su lugar, y destruir su sabiduría, su identidad y su cultura. De esta forma se vuelve muy difícil resistir y luchar. En los casos en que una comunidad reconquista su territorio arrasado por el monocultivo, por la mina o por otro medio, ésta suele quedarse sin referencia, ya que no puede simplemente retomar su modo de vida porque las condiciones para eso no existen más. El resultado es una crisis profunda en las comunidades que se expresa de diferentes formas, siendo una de las más fuertes el fenómeno de suicidios entre jóvenes indígenas en varios países.

Buscando profundizar en estos desafíos más intrínsecos que confrontan las comunidades cuando son sujetas a la invasión y destrucción de su territorio y de los bosques, producimos esta edición de nuestro boletín. No solo queremos mostrar y reflexionar sobre esa realidad más compleja vivida por las comunidades que dependen del bosque para que éstas sean más comprendidas, sino que además buscamos contar algunas historias inspiradoras y llenas de fuerza desde las regiones de América Latina, África y Asia, de cómo las comunidades resisten y luchan para mantener y reencontrar el sentido de vivir y de su salud, incluso en situaciones sumamente adversas.

Fuente: http://www.ecoportal.net/Temas-Especiales/Biodiversidad/Valorar-la-sabiduria-comunitaria-para-fortalecer-la-lucha-por-la-tierra-y-el-bosque

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