por Alejandro Floría
Si quisiera fomentar entre sus alumnos o sus propios hijos una amplia visión de conjunto sobre la convivencia y las relaciones humanas, sobre la contribución natural de los individuos al colectivo, sobre el respeto, el debate, la construcción y los acuerdos y las asociaciones libres, sobre el pensamiento libre y la acción consciente, podría, quizás, utilizar estas palabras:
«Nuestro objetivo es el bien de todos, la eliminación de todos los sufrimientos y la generalización de todas las alegrías que puedan depender de la voluntad humana; es la paz entre todos los seres humanos; es una nueva y mejor civilización, una humanidad más digna y feliz. Pero creemos que el bien de todos no puede alcanzarse realmente más que con la consciente colaboración de todos; creemos que no existen formulas mágicas capaces de resolver las dificultades; que no hay doctrinas universales e infalibles a todos los hombres y a todos los casos; que no hay hombres y partidos providenciales que puedan sustituir útilmente la voluntad de los demás por la suya propia y hacer el bien a la fuerza; creemos que la vida social adquiere siempre las formas que resultan del contraste de los intereses ideales de los que piensan y quieren. Por eso convocamos a todos a pensar y a querer.»
Si quisiera hablar de la libertad, la igualdad y la justicia y de sus vínculos indisolubles y reescribir, incluso, aquella regla de oro de la ética («trata a los demás como querrías que te trataran a ti»), podría promover un objetivo común de esta forma:
«Buscar mi felicidad en la felicidad de los otros, mi dignidad en la dignidad de los que me rodean, ser libre en la libertad de los otros, tal es todo mi credo, la aspiración de toda mi vida. He considerado que el más sagrado de todos mis deberes era rebelarme contra toda opresión, fuera cual fuere el autor o la víctima.»
Podría, también, adoptar un registro algo más poético, ¿y por qué no?, para situarnos, o reconocernos, en la Naturaleza a la que pertenecemos e incidir en el privilegiado potencial de un pensamiento crítico y liberador que urge desatar y desplegar en beneficio de todos:
«¿Qué es lo que el hombre tiene que ofrecer a la gracia y al amor universal? Fue formado de tal manera que puede colocar firmemente su pie sobre la Tierra y levantar su cabeza al azul, de modo de circundar su frente con coronas de estrellas y de soles. Se le dieron las alas más poderosas con que pudiera explorar los rincones más remotos del infinito: las del pensamiento. Sin embargo, él se arrastra encadenado y azotado, llenando el espacio con sus lamentos, cuando debería de hacerlo estremecer con himnos de triunfo y alegría.»
Si eligiera utilizar estas palabras, posiblemente no ocultaría que son citas de Errico Malatesta, Mikhail Bakunin y Ricardo Flores Magón, respectivamente, puesto que tras ellas hay una amplia obra en la que es conveniente profundizar, si queremos investigar, progresar y rescatar herramientas, aquellas del pensamiento, que nos permitan construir contra-cultura y contra-hegemonía. Sin miedo y sin prejuicios, debiendo ir el conocimiento más allá de las píldoras de información que dosifican las redes para modular de la misma forma, y proporcionalmente, la reacción, nos corresponde contribuir a construir respuestas fuertes para las preguntas fuertes. Y llevarlas a la práctica.
No es casualidad que encuentre en libros de texto, periódicos, publicidad, espectáculos y programas y discursos electorales, un amplio repertorio de palabras tan huecas como hermosas que mitiguen, en su reconocimiento, su inquietud y su indignación, que le anestesien, que no le animen a leer otras fuentes, a preguntar por alternativas, a cuestionar todo,… el pensamiento único es una suerte de no-pensamiento, un conjunto de reglas básicas de programación para su adecuada productividad en la cadena de montaje a la que pertenece. El pensamiento libre es, entonces, una excusa para la criminalización. En el expolio de los sustantivos, la mordaza en aras de una democracia que nadie puede definir prostituye lo legal para destruir lo legítimo aproximando al terrorismo, increíblemente, al libro que contiene la cita que sigue [1]:
«La revolución comienza en uno mismo, por lo que es necesario intentar mantener nuestra cabeza siempre alerta, y a la altura de nuestros objetivos. Es decir, si queremos vivir en un mundo donde poder desarrollarnos en libertad, debemos ser consecuentes. No podemos actuar de forma autoritaria con los demás, evitar conductas que reproduzcan todo aquello contra lo que luchamos.
La importancia de tratar de mejorarnos todos los días, deshacernos de valores tan arraigados en la sociedad como el egocentrismo, el consumismo, la omnipotencia del pensamiento racional, la adoración a la ciencia como verdad absoluta, la sumisión al imperio de la tecnología y las relaciones cibernéticas, son realidades que habrá que afrontar. Intentar restablecer relaciones más sencillas entre nosotras y el entorno, ya que es obvio que en el actual estado de dominación en que vivimos la dependencia absoluta energética de casi todas nuestras acciones nos convierte en esclavos-benefactores del saqueo al planeta en nombre del progreso humano.»
¿Perderemos tiempo defendiendo lo obvio o tendremos el valor de incorporar en nuestra cotidianeidad un discurso sincero, honesto, libre y, precisamente por eso, absolutamente revolucionario? En el laboratorio español son poco partidarios de los sobresaltos.
[1] Contra la democracia: libro «prueba» para incriminar a anarquistas en prisión. Por Grupos Anarquistas Coordinados (04/01/2015)
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